Rafael Alberto Vásquez: sus respuestas y poemas
Entrevista realizada por Rolando Revagliatti
Rafael Alberto Vásquez
nació el 11 de octubre de 1930 en Buenos Aires (ciudad en la que
reside), la Argentina. Integró
el Grupo Literario “Barrilete” y participó, entre 1963 y 1967,
en la dirección de la revista del mismo nombre. En 1966 formó
parte del equipo que condujo “La Voz de la SADE” —Sociedad Argentina de
Escritores— en Radio Municipal, con María Elena Walsh y Héctor
Yánover; y en 1969, con Alicia Dujovne Ortiz y Nelly Candegabe,
de la misma audición en Radio Nacional. Fue candidato a vocal
por la lista “Movimiento Gente Nueva” en las elecciones para la
conducción de la
SADE en 1965, así como en 1975 lo fue por la
lista “Agrupación Gremial de Escritores”. Con otros poetas,
entre 1983 y 1986, fue integrante del “Grupo de los Siete”,
editores de cuadernillos de poesía. Por su libro
“Apuesta diaria” le
fue concedida en 1964
la Faja de Honor de
la SADE. Ha
sido incluido, entre otras antologías, en
“Buenos Aires dos por
cuatro” de Osvaldo Rossler (Editorial Losada, 1967),
“El 60” de Alfredo
Andrés (Editorial Dos, 1969),
“Generación poética del
‘60” de Horacio Salas (Ediciones Culturales Argentinas,
Ministerio de Educación, 1975),
“Dársena Sur. Selección de
poetas argentinos contemporáneos” (Edición Servilibro,
Asunción, Paraguay, 2004),
“Legado de poetas. Poesía social argentina 1956-2006” de
Roberto Goijman y Diego Mare (Ediciones Patagonia, 2007). Poemas
suyos fueron incorporados al LP “Buenos Aires vuelta y vuelta”
(1966) y a los CD “Buenos Aires, la noche” (2000), “Rita canta a
los poetas” (2001), “Eduardo Baró. Urbango” (Bruselas, Bélgica,
2005). Publicó entre 1962 y 2011 los poemarios
“La verdad al viento”,
“Apuesta diaria”,
“La vida y los fantasmas”, “La
piel y la alegría”,
“Hay sol en Buenos Aires”,
“Cercos de la memoria”,
“Ese sitio sin paz de la
memoria”,
“Explicaciones y retratos”. En 2003, la Secretaría de Educación
del Gobierno de
la Ciudad Autónoma de Buenos Aires editó el
cuadernillo “Ciclo de
Poetas del 60. Rafael Alberto Vásquez”. En ese mismo año,
Editorial Libros de Tierra Firme da a conocer su ensayo
“Informe sobre Santoro”
(Aproximación bio-bibliográfica sobre el poeta Roberto Jorge
Santoro, con apéndice y antología).
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1 — ¿Cómo nos
armarías un boceto de tu transcurrir desde aquel primer 11 de
octubre… hasta poco antes de la irrupción de “La verdad al
viento”?
RAV — Nací en el
barrio de Boedo, concurrí a la escuela primaria
argentino-alemana Germania Schule, etapa durante la cual
perseguía a mi madre para leerle poemas de una antología
infantil que me habían regalado, y el secundario lo hice en el
Colegio Nacional de Buenos Aires. A los quince años comencé a
urdir poemas y fundé una “revista literaria” de pocas páginas,
hecha a mimeógrafo, para vender en la misma división del
Colegio, primero, y más adelante colocarla en librerías de la
calle Viamonte, en cuyas inmediaciones estaba la Facultad de Filosofía y
Letras. A fines de 1949 ingresé a la Facultad de Derecho y rendí las primeras materias.
Fue recién en 1961 cuando después de aprobar una de tercer año,
decidí abandonar la carrera. En 1950 trabajé unos meses como
auxiliar administrativo en el Colegio Nacional: conocí a Manuel
Antín, quien también trabajaba allí. Nos hicimos amigos,
compartiendo estudios, salidas al cine y al teatro, y también la
poesía, ya que Antín, antes de dirigir películas escribía poesía
y dramaturgia. 1951 fue un año perdido, de marzo a diciembre,
cumpliendo el servicio militar obligatorio en un cuartel de
Ciudadela. Tres años después, en el nº 16 de la revista-libro
“Buenos Aires Literaria”, soy publicado por primera vez: una
nota bibliográfica de cinco páginas sobre tres libros de poesía
aparecidos por entonces. En julio de 1955, en el nº 1 de la
revista “Letras Mundiales”, se editan, en tres páginas, también
por primera vez, poemas de mi autoría. En el mismo año en que
abandono Derecho, en concurso organizado por
la SADE y el Fondo Nacional de las Artes, fui
uno de los veinte autores seleccionados para la edición de un
libro con préstamo del Fondo. Uno de los jurados, Bernardo
Ezequiel Koremblit, también director del área cultural de la Sociedad Hebraica
Argentina, comenzó a reunirnos a los seleccionados y así fui
conociendo a los escritores Luis Ricardo Furlan, Inés Malinov,
Atilio Jorge Castelpoggi, Julio Arístides, Emma de Cartosio,
Osvaldo Rossler, José Isaacson, con lo cual concluyó mi
aislamiento. Además de esas reuniones, que no sé ya con qué
periodicidad se hacían, recuerdo que Julio Arístides y José
Isaacson conducían la FADRYGLI (Federación
Argentina de Revistas y Grupos Literarios Independientes), con
encuentros en un café de la calle Cerrito esquina Bartolomé
Mitre. Y se organizaban lecturas de poemas, en
la SADE, en un colegio, en Estímulo de Bellas
Artes. Después, esta nueva forma de comunicación empalma con la
creación del grupo Barrilete. Porque a Roberto Santoro también
lo conocí en las escaleras de la Hebraica. Me lo presentó Luis
Ricardo Furlan, que venía con él; y Santoro, con su libretita
mágica llena de anotaciones, chistes, teléfonos y direcciones,
supo darme el teléfono de otro poeta que yo quería conocer:
Horacio Salas. El azar que interviene en la vida. Yo
acostumbraba a cortarme el pelo en una vieja peluquería que
estaba en la Avenida de Mayo entre las
calles Chacabuco y Piedras, al lado de las oficinas del diario “La Razón”. Entre las revistas
disponibles para los clientes que debían aguardar su turno, una
tarde me puse a hojear un ejemplar de “Vea y Lea”, revista para
todo público que compartía entonces una franja del mercado
familiar con “El Hogar” y con “Mundo Argentino”: no sé si te
suenan esos nombres… Todas ellas, además de chismes, notas de
actualidad, fotos, traían algún cuento y algunos comentarios
bibliográficos. El que me interesó, por la habilidad del
cronista y por las trascripciones poéticas del libro comentado,
era sobre el primero, “El tiempo insuficiente”, de un
joven poeta, Horacio Salas. Esa conexión con su poesía dura
hasta hoy: sigo admirando su estilo y continuamos la amistad.
Pero no mucho después aquel encuentro sirvió para que Santoro me
pidiera un poema para publicar en su revista mensual de ocho
páginas, “El Barrilete”, iniciada en agosto de 1963. Y hacia
fines del mismo año me convocó para integrar un grupo de trabajo
literario que, además, se hiciera cargo de su revista, crecida
en páginas que, con altibajos, idas y venidas de sus
integrantes, duró hasta fines de 1974.
Rafael Alberto Vásquez con Roberto J. Santoro, Alberto Costa,
Enrique Courau, Rubén Cáccamo y Carlos Patiño
2 — Varias veces debí asentar en tu presentación el
nombre de nuestra ciudad y la inscripción de tu pertenencia a la
generación “del 60”. ¿Intentarías devolvernos tu visión de
porteño de estos puertos, de tus “grados” de consubstanciación
con sus barrios y problemáticas, y de qué ha sido o significado
aquella generación poética?
RAV
—
Yo siempre sostuve que mi contacto con la ciudad tuvo sus
peculiaridades. En razón del lugar donde vivía de chico con mis
padres: Barrio Norte, después San Nicolás, no tuve calle ni
“potrero”. Pero al crecer, siempre me gustó caminar las calles
de la ciudad que quise y quiero. Con amigas o amigos o solo, era
lindo recorrerla. Pero también por la poesía entró la ciudad:
Evaristo Carriego, Jorge Luis Borges, Nicolás Olivari, José
Portogalo, Baldomero Fernández Moreno, Raúl González Tuñón,
Mario Jorge de Lellis. La ciudad también fue creciendo en mis
poemas. En mi segundo libro, de 1964, “Apuesta diaria”,
la última sección se llama “Buenos Aires en mí” y se cierra con
el único poema largo que escribí en mi vida, que ocupa seis
páginas y titulé “Canto confidencial a Buenos Aires”, con un
epígrafe de Borges y que dedicara a Horacio Salas. Esa forma de
situarme en la ciudad me hermanó con los otros poetas que
integramos el Consejo de Redacción de la revista
a la que me refiriera en
mi respuesta anterior y que fuimos: Daniel Barros, Ramón Plaza,
Miguel Ángel Rozzisi, Horacio Salas, Roberto Santoro, Marcos
Silber y yo. Más otros que también la sintieron y vinieron al
grupo, como Martín Campos, Alberto Costa, Alicia Dellepiane
Rawson, Ana Fernández, Diego Jorge Mare, Miguel Ángel Páez,
Carlos Patiño y Felipe Reisin. Aunque ciñéndome a la visión de
tu pregunta, “porteño de estos puertos”, muy pronto quienes
habitamos la ciudad nos perdimos el puerto, como entrada y
salida de los grandes barcos. Recuerdo haber despedido a Martín
Campos en la Dársena Norte,
cuando se fue a Italia por varios años. Después sólo quedaron
las salidas de aquellos barcos más chicos que partían, desde la Dársena Sud, hacia Colonia o
Montevideo en la República Oriental
del Uruguay. Y los aliscafos con el mismo destino. Pero el
puerto en sí fue una nostalgia para generaciones anteriores. En
el tema generacional, de repente mis coetáneos o los poetas
cinco años más jóvenes, nos encontramos con una pertenencia casi
impuesta —pero aceptada— de integrar la Generación del 60.
Antonio Requeni en diversas notas, Alfredo Andrés (“El 60”),
Horacio Salas (“Generación poética del 60”),
comenzaron a hablar de esta generación. Algo que resultó cierto.
Por las fechas de publicación de nuestros libros, por el estilo
más directo y conversacional, por el acercamiento al mundo del
trabajo, también por la ciudad recorrida, los primeros libros de
cada uno mostraban esos factores aglutinantes. Mucho después, en
1990, apareció “El 60, poesía blindada” (Los Libros de
Gente Sur), con selección de Rubén Chihade y María del Carmen
Suárez y un valioso prólogo de Ramón Plaza; más una lista de
ciento cincuenta poetas, setenta publicaciones de la época y una
veintena de poetas antologados. Aunque el proyecto de continuar
la muestra se frustró, es otra obra para consultar.
Rafael Alberto Vásquez con los poetas Jorge Rivelli y
Esteban Moore
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3 — Allá lejos en el tiempo, en dos oportunidades, integrando
listas de conducción, te involucraste en la disputa por promover
cambios en la cuestionada Sociedad Argentina de Escritores.
Además, fuiste co-conductor de dos programas radiales, que se
llamaban nada menos que “La
Voz
de la SADE”.
¿Qué SADE prevalecía por entonces? ¿Qué proponían en 1965 y en
1975 los perdidosos movimientos que integrabas? ¿Cómo ha
proseguido tu vinculación con las instituciones gremiales?
RAV —
Es cierto. Desde
la revista “Barrilete” abogamos por “cambiar”
la SADE. E incitábamos a que
los jóvenes poetas se asociaran, para poder tener voz y voto en
las elecciones. Por supuesto, en esas dos ocasiones salimos
últimos. Pero buena cantidad de escritores nos votaron. Y el
esfuerzo, los ideales que sosteníamos y el trabajo compartido
fueron distintos, sobre todo por las épocas y por los resultados
que se dieron a posteriori. En 1965 la lista del “Movimiento
Gente Nueva” proponía, en primer término, “la profesionalización
de la actividad del escritor mediante una eficaz y dinámica
estructura de la
SADE como organismo gremial”. Y vale la pena
trascribir los nombres de quienes éramos candidatos. Titulares:
Pedro Orgambide, Alberto Vanasco, Dalmiro Sáenz, Juan José
Sebrelli, Luis Ricardo Furlan, Antonio Requeni, Germán
Rozenmacher, Juan José Saer, Ariel Ferraro, Esteban Peicovich,
Federico González Frías, Arnoldo Liberman y Alberto Luis Ponzo.
Suplentes: Roberto Santoro, Horacio Salas, Marcos Silber, Héctor
Yánover y Rafael Alberto Vásquez. Asesores Letrados: Santiago
Bullrich y Vicente Zito Lema. Pero pese a diferencias
ideológicas y gremiales me parece útil consignar qué escritores
integraron la lista que ganó y condujo la entidad en el período
1965/1967. Titulares: Córdova Iturburu, Ulyses Petit de Murat,
Lisandro Galtier, María Angélica Bosco, Osvaldo Rossler,
Florencio Escardó, Beatriz Guido, Gustavo García Saraví,
Bernardo Ezequiel Koremblit, José Luis Lanuza, Sixto Pondal
Ríos, César Rosales, María de Villarino. Suplentes: Julio
Arístides, Juan José Ceselli, Ezequiel de Olazo, María Elena
Walsh y Emilio Zolezzi. Todos nombres de peso.
Ahora voy a los hechos posteriores. Lo positivo: abrir el juego
a los jóvenes. En octubre de 1965 se creó en la SADE la Comisión de Literatura Nueva, que
integramos César Rosales y María Elena Walsh por la Comisión Directiva
y Abelardo Castillo, Arnoldo Liberman, Carlos Moneta Testa,
Rafael Felipe Oteriño, Romilio Ribero, Horacio Salas, Alberto
Vanasco y yo, por “los jóvenes”. ¿Qué ocurrió después? El golpe
de estado en 1966 del general Onganía, uno más en la larga lista
de los que me tocó sufrir, que desplazó al gobierno
constitucional del presidente Arturo Illia. La conducción de la SADE trató de adecuarse, a su
manera, a la situación institucional, lo que motivó, el 29 de
agosto de 1966, mi extensa y detallada renuncia a aquella
comisión. Mientras tanto, como mencionás, mi designación entre
abril y junio de 1966 para conducir —con María Elena Walsh y
Héctor Yánover— la audición “La Voz de
la SADE” por Radio Municipal. Ciclo suspendido
de improviso por la emisora el día que íbamos a reiniciarlo, en
el mes de julio. Pero antes de este final un poco turbio y
desprolijo quiero volver sobre uno de los recuerdos más felices
de entonces. Un acto que organizamos, aireando un poco las
vetustas conferencias de la vieja casa de la calle México,
haciendo entrar el tango a
la SADE. Ese acto se hizo el
16 de noviembre de 1965, con la denominación de “Poesía y
Tango”, y consistió en una lectura de poemas dichos por Anadela
Arzón, Susana Rinaldi, José María Gutiérrez y Rodolfo Relman, y
en un pequeño concierto de tangos que interpretó el Cuarteto de
Tango Contemporáneo de Alberto Núñez Palacio. Héctor Yánover,
que mantuvo el hilo conductor del acto y los comentarios entre
poemas, puntualizó que se trataba de “un homenaje a los
grandes viejos, a los maestros de nuestra generación”. Y
también dijo: “No creemos en los ostracismos políticos de los
poetas, creemos en la poesía”. Los poemas que se leyeron
fueron: “El Salón Lacavour” de Enrique Cadícamo; “Justo el 31”
de Enrique Santos Discépolo; “Panegírico a Nuestra Señora de
Luján” de Ricardo Molinari; “El ligador” de Felipe Fernández
(Yacaré); “Guarda de ómnibus” de Celedonio Flores; “Barrio Once”
de Carlos de la Púa;
“El Rosedal” de Homero Manzi; “Letanía del domingo” de Horacio
Rega Molina; un fragmento de “Bajo
la Cruz
del Sur” de José Portogalo; “Elogio un poco cursi a las chicas
de Flores” de Luis Cané; “A un buzón del barrio céntrico” de
Gustavo Riccio; “Antiguo almacén ‘A
la Ciudad
de Génova’” de Nicolás Olivari; “Profesoras de piano y solfeo”
de Fernández Moreno;
“Los ladrones” de Raúl González Tuñón; y “El tango” de Jorge
Luis Borges. La enumeración es índice suficientemente claro de
los fines que se pretendieron con ese acto. No sólo tocar tangos
en la SADE
sino escuchar poemas vitales, ciudadanos, solidarios; algunos,
de poetas olvidados en ese ámbito. Y hay que reconocer que fue
mucha gente y que se premió a todos con cálidos y prolongados
aplausos. La otra “aventura” electoral para ganar
la SADE
fue en setiembre de 1975. Copio la lista. Titulares: Elías
Castelnuovo, Bernardo Kordon, David Viñas, Roberto Santoro,
Alberto Luis Ponzo, Rafael Alberto Vásquez, María Rosa Oliver,
Iverna Codina, Humberto Costantini, Héctor Borda Leaño, Carlos
Alberto Brocato, Alberto Costa, Luciana Daelli. Suplentes:
Guillermo Harispe, Martín Campos, Hugo Di Taranto, Isidoro
Blaisten, Hebe Benasso, Nyra Etchenique, Simón Kargieman,
Lubrano Zas, María Cristina Taborda y Liliana Heker. La lista,
“Agrupación Gremial de Escritores”, eligió estos lemas: “Por
una SADE al servicio de los escritores. Por una literatura al
servicio del pueblo. Por la constitución del Frente de
Trabajadores de la Cultura.” De esta lista y de los grupos
de escritores que la apoyaron, el golpe de marzo de 1976 y la
dictadura aberrante que lo mantuvo en el poder alimentó agendas
de exiliados y de desaparecidos. Con esta historia atrás no me
quiero extender respecto de los actuales gremios de escritores.
Apenas mencionar que mi pertenencia a
la SADE, a la que me asociara en diciembre de
1962, a poco de publicar mi primer libro, terminó con mi
renuncia, en febrero de 2000. Luego comenzó mi acercamiento a
la Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina (SEA), a la que
me asocié en julio de 2007 y a la que sigo vinculado.
Rafael Alberto Vásquez con N. Barleand, S. Spinazzola, C.
Domenech, R. Revagliatti, S. Cattaneo, etc
.
4 — Lleguemos al “Grupo de los Siete”. Los otros seis: Rubén
Chihade, Alicia Dellepiane Rawson, Rubén Derlis, María del
Carmen Suárez, Oscar González, Norma Pérez Martín. ¿Sabrás que
el cuadernillo de 14 páginas, en buen estado, editado en 1984,
cuyo título es “Siete contra la desesperanza”, con comentarios
de Graciela Maturo y Antonio Requeni, se encuentra a la venta
por $ 100.- en Mercado Libre?... A treinta años estamos de aquel
cuadernillo y de aquella posición. ¿Rememoramos al Grupo? ¿Y
cómo andamos con la esperanza?...
RAV —
Primero debo
hacerte una aclaración. El “Grupo de los Siete” se armó a
mediados de 1983, luego de una charla en el café “Tortoni”, pero
los integrantes iniciales fuimos Chihade, Rubén Derlis, Oscar
González, Carlos Massetti, Roberto Selles, María del Carmen
Suárez y yo. La presentación pública se hizo el 16 de noviembre
con una lectura de poemas en el café “La
Poesía”, Chile 502 esquina Bolívar, barrio de
San Telmo. Massetti duró poco, entonces se incorporó Alicia
Dellepiane Rawson. Después se fue Roberto Selles y convocamos a
Norma Pérez Martín. En 1986, en lugar de Alicia Dellepiane
Rawson y María del Carmen Suárez se incorporaron Carlos Penelas
y Susy Quinteros. Y así quedó hasta l987, en que el grupo se
disolvió. En casi cuatro años, además de reuniones y lecturas,
no sólo en esta ciudad sino también una en la “Casa del Poeta”
en La Plata y otra en la ciudad de Mercedes, provincia
de Buenos Aires, publicamos varios cuadernillos de poesía. En el
primero, que se denominó llanamente “Grupo de los 7”, se decía:
“Y los que ahora formamos el Grupo de los 7 recuperamos la
convicción de que el aislamiento —el mero trabajo individual— no
es sino la expresión empobrecedora del poeta que la persecución,
el exilio y el miedo no lograron matar en cada uno de nosotros.
Y decidimos reunirnos para elaborar objetivos y trabajos
comunes, para expresarnos como seres sociales de una generación
que aun sostiene en alto sus banderas de libertad, y la
convicción de que la poesía es una disciplina creadora que
contribuirá a ennoblecer el futuro.” Esos trabajos comunes
se reflejaron en cinco cuadernillos: “Siete poetas en la calle
del agujero en la media” (homenaje a Raúl González Tuñón);
“Siete poetas contra la desesperanza” (ratificando la democracia
y la libertad recuperadas); “Siete poetas y un rayo misterioso”
(evocación de Carlos Gardel); “Siete poetas y el crimen fue en
Granada” (homenaje a Federico García Lorca); “Siete poetas y la América invisible” (fijando
nuestra pertenencia americana). También, entre medio, una
carpeta —“Contracuerpos”— con siete poemas ilustrados por seis
artistas plásticos. El grupo fue —para mí— una valiosa
experiencia y un aporte real que me demostró la posibilidad del
trabajo común con otros poetas conocidos. Por lo menos,
“conocidos” por nuestra avidez lectora de poesía. Ignoraba cómo
nuestra obra —a través de ese cuadernillo que mencionás— pudo
valorizarse tanto en el mercado informático. Tengo el mejor de
los recuerdos de todos aquellos compañeros, con quienes me veo
ocasionalmente, con la excepción de Rubén Chihade, que se nos
murió antes de tiempo. En cuanto a la esperanza, anda bien,
hemos cumplido treinta años de gobiernos elegidos por el pueblo,
quienes tienen mi edad no lo hubiéramos creído…
5 — “Rita canta a los poetas” lo he escuchado muchas
veces. Y algunos, como vos, Rafael, como Yoli Fidanza, han
tenido la satisfacción de ser musicalizados por Rita Paolucci
(añadamos que en el CD fueron interpretados también textos de
Alfonsina Storni, Carmen Conde, Jorge Luis Borges y Gabriela
Mistral, con recitación a cargo de Ariel Osiris).
RAV —
Quienes supimos
gustar a los poetas del tango, como Homero Manzi, o del
folklore, como Manuel J. Castilla, y luego a cantautores como
Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina, sabemos que no hay nada
mejor que el “letrista” de calidad que escribe una canción, sea
o no también el autor de la música. A propósito cito un nombre
solo, relegando a los que se atropellan en la memoria, porque
olvidarme de uno solo sería injusto. Una vez aclarada esta
prioridad, para mí insuperable, voy a los poetas y músicos que
han sabido dotar de otra vida a algún poema. Rita Paolucci, a
quien conocí en 1964, es una excelente creadora, ejecutante y
cantante que musicalizó —entre muchos otros— varios temas míos.
También Hugo Pardo y Eduardo Baró lo hicieron en algún caso,
pero fue Rita la más generosa y perseverante. ¿Qué puedo
decirte? Primero la extrañeza, la rara sensación de que la voz
de uno tenga otra entonación, una cadencia, una armonía
distinta. Y luego la alegría insuperable de que te hayan
elegido, de que un poema, por la magia del sonido y la música,
pueda volar hacia otro público.
Rafael Alberto Vásquez con Alejandro Méndez Casariego, José
Emilio Tallarico, Gerardo Lewin y Rubén Andrés Arribas
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6 — Del año en que vos naciste hay un tango en la voz de
Tita Merello —“Yo soy del
treinta, yo soy del treinta, cuando a Irigoyen lo embalurdaron…,
cuando a Carlitos se lo llevaron…, cuando a Corrientes me la
ensancharon…”—, cuya letra es del actor Héctor Méndez y la
música es de Aníbal Troilo.
RAV —
Creo que
das en el clavo cuando citás el tango “Yo soy del 30”, porque
sería fácil antologar una guía barrial y musical de Buenos
Aires. “Barrio de tango” o “Mano blanca” en Pompeya, gracias a
Manzi. Y en el centro, “Corrientes y Esmeralda” de Celedonio
Esteban Flores. O “El 45” de María Elena Walsh. O “Viejo
Tortoni” de Héctor Negro y Eladia Blázquez. Aquí me detengo,
para no aburrir. No me acuerdo de la calle Corrientes angosta,
aunque sí de que el sentido del tránsito era inverso, venía del
bajo hacia la Chacarita. Tampoco
recuerdo la construcción del obelisco, inaugurado en 1936, pero
sí los tranvías, en los que viajaba con mis padres. Y, por
supuesto, los cambios en la calle Florida, la desaparición de
las grandes tiendas departamentales, como “Harrod’s” y “Gath y
Chaves”, los bancos que coparon el centro. En fin, la
modificación de mi pequeño paisaje cotidiano. A veces uno se ve
como un sobreviviente en la ciudad querida.
Rafael Alberto Vásquez con Carlos Carbone y Ricardo Rubio
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7 — El nieto del
poeta Martín Campos ha mantenido una charla con vos y fue
reproducida en
http://alcielounbarrilete.blogspot.com.ar/2014/08/entrevista-rafael-vasquez-informes.html.
Allí el lector podrá impregnarse del espíritu de los “Informes”
de esa revista que tanto solemos evocar, con sus dos títulos,
“El Barrilete” o “Barrilete”. Me entero de que conservás un
amplio archivo. Y esto me remite a una cena de fin de año que
había organizado
la Asociación de Poetas Argentinos, en la que
la entidad te agradece públicamente por una donación que habías
hecho a la hemeroteca. ¿En qué consistió la donación? ¿Puede ser
que a la hemeroteca de APOA le hayan puesto tu nombre?
RAV —
Con Pablo
Campos —nieto de Martín— nos conocimos cuando presenté mi último
libro, en octubre de 2011. Desde entonces nos vemos cada tanto,
por sus indagaciones sobre el grupo y la revista “Barrilete” y
quienes fuimos compañeros de su abuelo. Una tarde, es cierto, me
grabó en casa sus preguntas y mis respuestas. El armado de la
nota fue generoso porque incluyó las portadas de varios
“Informes” y mis poemas incluidos en ellos. En cuanto a los
“títulos” de la revista, durante los primeros cinco números que
editó Roberto Santoro solo (aunque su madre figuraba como
“Secretaria”) se llamó “El Barrilete”. Al conformarse el grupo
se decidió suprimir el artículo, por lo que —desde el nº 6 hasta
el final— la revista se llamó “Barrilete”. Lo del archivo es
cierto. Por mi continuidad, por ser mi casa sede de las
reuniones durante mucho tiempo, por mi temperamento ordenado,
fui guardando anotaciones, material, noticias, algunas pocas
colecciones de la revista, y siempre que me lo requirieron
facilité su acceso a quienes quisieran conocer la historia del
grupo. Una vez, ya no recuerdo cuándo, les di una colección de
“Barrilete” a Cayetano Zemborain y a Silvia Pastrana, que
conducían la
Asociación
de Poetas Argentinos. APOA le dio a esa donación un valor que yo
no creí que tuviese y por ese motivo su copiosa hemeroteca pasó
a llamarse con mi nombre desde el 11 de diciembre de 1999. ¿Por
qué esta fecha cierta? Porque coincide con la cena de fin de año
de la entidad en que me entregaron una bandeja de metal con la
inscripción. Y también porque (gracias a mis archivos) conservo
la fotografía del momento en que Jorge Calvetti me entregó ese
regalo. Que fue doble, porque aunque yo no tenía amistad con
este gran poeta, él recordó haberme premiado un conjunto de
poemas en un concurso de 1986, algo que me desconcertó y me
alegró.
Vásquez con Osvaldo Rossi, Berta Bilbao Richter, Norberto
Barleand, Rubén Balseiro y Ricardo Rubio
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8 — En una oportunidad te comenté que había mantenido
correspondencia con un poeta de nuestra provincia de Córdoba,
también llamado Rafael Vásquez —autor, por ejemplo, de
“En escorzo” (1998),
“Esclusas”,
“Timbal ultravioleta”
(ambos de 2000)—. Y esto lo ligo con que alguna vez comenzaste a
firmar retirando tu segundo nombre. ¿A qué se debió tu decisión?
RAV —
Es curiosa la anécdota. De repente te enterás que tenés un
homónimo en otra provincia, que además es poeta y de quien no
sabés absolutamente nada. Un par de veces me hablaron de él pero
fuiste vos quien —a mi pedido— me pasaste su dirección, en Villa
Allende, provincia de Córdoba. Como no recordaba cuándo había
sido, también gracias a mis archivos (pero esta vez de la
computadora), encontré que mi intento de comunicación fue por
correo, con unas líneas del 4/6/2003 y mi libro
“Cercos de la memoria”.
No tuve respuesta alguna, así que la incógnita permanece. Ignoro
si el correo perdió mi envío o el destinatario lo traspapeló. La
decisión de quitar mi segundo nombre —Alberto— en la firma de lo
que escribo se debió sólo a aligerar el apelativo. Ya lo había
hecho antes Roberto Santoro. Así que desde
“Cercos de la memoria” (1992) firmo lo que publico: Rafael Vásquez.
No hubo algo más profundo, por lo menos en lo consciente. Y el
único que cada tanto me lo recrimina al vernos, es el gran poeta
y amigo Antonio Requeni. Venga o no al caso quiero mencionarte
—sin ánimo de comparación— que uno de mis poetas preferidos,
Baldomero Fernández Moreno, firmó después “B. Fernández Moreno”
y al final lisa y llanamente “Fernández Moreno”. Y llegó a
escribir un breve poema al respecto, que comienza (lo cito de
memoria): “Me borré el
doctor / hace mucho tiempo. / Borré la inicial / de mi nombre
feo.”
Rafael Alberto Vásquez en 2003 con Norma Pérez Martín, Nira
Etchenique, Julio Aranda, Cuqui de Chihade, etc. - Foto de
Daniel Grad
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9 — Fuiste publicado en el número 10 de la renombrada
“Cormorán y Delfín”
—en la que habían constado estos subtítulos: Revista
Internacional de Poesía; Mar – Poesía – Buenos Aires – Mundo;
Revista Planetaria de Poesía—, dirigida por Ariel Canzani D. (nº
1, en 1964 – nº 28/29, diciembre de 1972). ¿Conociste, lo
trataste a Canzani, ese poeta que durante mas de veinte años
recorrió el mundo como capitán de ultramar navegando a bordo de
buques mercantiles argentinos?
RAV —
Creo que la
vida diaria no me alcanza para revolver y releer tanta
publicación que guardo en mi biblioteca. Entre otras, esta
revista valiosísima de los 60. Guardo los números 1 a 16 y me
fui a hojear algunos. ¿Por qué interrumpí su compra, entre 1968
y 1972, cuando dejó de aparecer? Realmente no lo sé. A Canzani
lo conocí, hablamos alguna vez, pero no lo traté tanto y su
recuerdo, desgraciadamente, se difumina en la memoria. Al
regresar al número 10 de “Cormorán y Delfín” (octubre de 1966),
evoqué mejor la circunstancia. Fue una publicación de parte del
grupo “Barrilete” de entonces: Alicia Dellepiane Rawson, Roberto
Jorge Santoro, Anadela Arzón, Alberto Costa y yo. Un par de
páginas antes, va también Marcos Silber. Te reitero: fue una de
las mejores revistas de poesía de la década del sesenta.
10 —
Dice
Borges en el prólogo de
“Del amor y los otros desconsuelos” de Gustavo García
Saraví: “Coleridge
escribió que los hombres nacen aristotélicos o platónicos. Para
el aristotélico, lo verdadero son los individuos, las
circunstancias, lo temporal; para el platónico, los géneros, lo
que de algún modo persiste bajo las apariencias mudables. A este
segundo estilo de intuir corresponden la imaginación y la obra
de Gustavo García Saraví.” ¿A qué estilo de intuir te parece
que respondés?...
RAV —
Supongo
que me quedo con el Borges que prologa muy brevemente a Evaristo
Carriego en 1950, pero ésta puede ser una respuesta apresurada,
ya que no ubico el prólogo que citás ni esa obra de García
Saraví. Que fue premio “La
Nación” con un libro de sonetos que llamó
“Con la Patria adentro”, título que mereció alguna
broma en una revista de la época. Libro que tengo, es de 1964,
pero tampoco conservo fresca la memoria poética de su obra para
opinar. Salvo de sus sonetos, que eran excelentes. En cuanto al
corazón de tu pregunta, pienso que mi intuición respondería a un
modelo aristotélico, aunque descreo de los encasillamientos.
Rafael Alberto Vásquez con Gustavo Tisocco
11 — ¿Tenés libros que releas cada tantos años?
¿Subrayás frases o párrafos, versos o estrofas?
RAV —
Toda mi vida he marcado en los libros de
narrativa y de teatro párrafos y frases. Y en los de poesía,
poemas, versos y estrofas. El libro que no tiene marcas es
porque no se llevó bien con mi sensibilidad. Eso sí, siempre lo
hice con lápiz, como si pudiera permitirle a un lector posterior
hacer borrón y cuenta nueva. Sobre libros que releo, te diré que
organicé mis bibliotecas temáticamente: unas para poesía, otras
para narrativa, otra para teatro y otra para ensayo. Dentro de
cada tema, alfabéticamente por autor; lo que me permite
encontrar un libro con cierta facilidad. Pero más a mano, en un
estante cerca de mi mesa de escribir, tengo determinados poetas
para releer: Fernández Moreno, Mario Jorge de Lellis, Luis
García Montero, Yadi María Henao, Leonardo Martínez, Carlos
Marzal, Néstor Mux, Idea Vilariño, Jorge Paolantonio, Antonio
Requeni, Marcos Silber, Paulina Vinderman, Máximo Simpson,
Horacio Preler, Laura Yasan. Y es un sector que admite
incorporaciones y cambios.
12 — No sé si sos futbolero, Rafael; lo seas o no, se me
ocurre proponerte la formación de dos equipos, desde luego,
conformado por once, mujeres y hombres (de todos los tiempos):
una selección internacional de poetas y otra selección
internacional de narradores.
RAV —
Paradoja de mi existencia futbolera.
Desde la escuela me gustó jugarlo, pero siempre fui malo, nunca
tuve dominio de la pelota. Pero seguí jugando, cada tanto, entre
compañeros o amigos, generalmente como defensor. Simpatizante
desde la infancia de River Plate, pero no “hincha”. En toda mi
vida fui a ver un solo partido, un amistoso River-Peñarol. Odio
la violencia y sobre todo a las barras bravas. Durante el último
campeonato mundial vi todos los partidos de la Argentina y algo de
otros. Me gustó el equipo. Ahora, elegir una selección
internacional de escritores sería azaroso y tal vez injusto.
Podré escribir once nombres y acaso arrepentirme cuando esto se
publique. Pero voy a complacerte y no será una novedad sino algo
que viene de mis respuestas anteriores. Poetas: Pedro Salinas,
Miguel Hernández, Federico García Lorca, Manuel J. Castilla,
Baldomero Fernández Moreno, Jorge Luis Borges, Pablo Neruda,
Raúl González Tuñón, Horacio Salas, Marcos Silber, Wislawa
Szymborska. Once nombres de narradores: Emilio Zola, Georges
Simenon, Antón Chéjov, Simone de Beauvoir, Humberto Costantini,
Gabriel García Márquez, Milan Kundera, Juan Marsé, Alberto
Moravia, Juan Carlos Onetti, Mario Vargas Llosa. Pero para estar
en paz con mi conciencia, te diré que en mi juventud leí más
teatro que narrativa; y si abandonamos la parábola futbolera
querría agregarte otra selección, la de los dramaturgos.
Que enumeraría
así: William Shakespeare, Jean Anouilh, Albert Camus, Federico
García Lorca, Gabriel Marcel, Arthur Miller, Eugene O’Neill,
Luigi Pirandello, Armand Salacrou, Jean-Paul Sartre, Tennessee
Williams.
13 — ¿Nos
despedimos con algo que no conste en tu presentación curricular?
RAV —
Un día de 1970, no
recuerdo de qué mes, me llamó por teléfono Alberto Gibelli,
actor y director del Teatro Libre “Florencio Sánchez” de la
ciudad de Rojas, provincia de Buenos Aires, derivado por Horacio
Salas, para contarme sobre un proyecto que estaban armando: un
espectáculo de tango y poesía, que interpretara a la ciudad y
mezclara textos de viejos y jóvenes poetas. Venían ya con poemas
elegidos de Jorge Luis Borges,
Nicolás Olivari, Carlos de
la Púa, Felipe Fernández (Yacaré), Enrique
Cadícamo, Ernesto Sábato, Raúl González Tuñón, Oliverio Girondo,
Leopoldo Marechal. Traían además la creación y la interpretación
musical de Alberto Garralda, ex bandoneonista de la orquesta de
Alfredo Gobbi. Querían incorporar a poetas de la generación del
sesenta. Y así fue que nos sumamos Eduardo Romano, Juan Gelman,
Alberto Szpunberg, Alberto Costa, Jorge B. Rivera, José Peroni,
Abelardo Castillo, Luis Luchi, Horacio Salas, Rodolfo Alonso y
yo. Eligieron uno, dos o tres poemas de cada uno. Para la
apertura y el cierre tomaron un poema mío, “No pasa nada”, y
decidieron llamar al espectáculo “Aquí no pasa nada”.
Organizaron cuatro funciones en nuestra ciudad, dos en octubre y
dos en noviembre de 1970, en la Sala “Theatron” de la avenida
Santa Fe 2450. Los poemas, bien dichos y jugados por los tres
actores y una actriz del grupo teatral, más la música de Alberto
Garralda, otorgaron un marco distinto y eficaz a la poesía. Fue
una experiencia inolvidable, que cerraron luego invitándonos al
estreno en la ciudad de Rojas, con un agasajo posterior.
*
Rafael Alberto Vásquez selecciona poemas
de su autoría para acompañar esta entrevista:
LA CACERÍA DEL SOL
El sol sabe seguirte para adentro
atraviesa
tu continuada fuga
clava
una espina
de luz en medio de tus ojos
y se tiende
contigo
para darle
a tu cuerpo
la
apariencia perfecta del verano.
Cuando te
encuentra
sé que le
crecen manos
y despega
las nubes por donde acaso viajas.
Entonces
cuando el
amor te cierra los ojos
el último
destello de sol
es una
chispa viva debajo de tus párpados
que te
suelta el silencio a medianoche.
(De
“La piel y la alegría”)
*
NO PASA NADA
Aquí no
pasa nada.
Es el país,
la parte que nos toca,
la imagen
que este tiempo nos desvive.
No pasan
grandes cosas.
Muere gente
de muerte
natural todos los días.
Hay
huelgas, pero en orden.
De vez en
cuando, es cierto, renuncia un funcionario.
Pero no
pasa nada.
La calle,
el eco suelto
nos dice el
fútbol, la vergüenza
y el costo
de la vida.
Nos insulta
despacio, como un tango,
nos achica
el país
hasta este
barrio
dividido
que es todo
Buenos Aires.
Nos deja
discutiendo en una esquina
porque es
tarde
y aquí no
pasa nada.
(De “La vida y los fantasmas”)
*
ME ACUSO
“Porque
me duele si me quedo
pero
me muero si me voy”
María
Elena Walsh
(“Serenata
para la tierra de uno”)
No puedo
imaginar
este final
de invierno en otro sitio.
Ni cambiar
soledades, afectos o paisaje.
Elijo esta
crueldad de no mirarnos,
de sufrir
la ciudad,
de los
primeros gritos que despiertan.
Cómo hiere
el exilio es lo que ignoro.
Porque
tardan las cartas.
O se callan.
Y los
amigos nos desencontramos.
Ahora que
hasta el aire se nos cambia
quiero
reconocer: no fui valiente.
No di la
otra mejilla
ni grité la
injusticia por las calles:
lo dije en
mis poemas.
Me acuso de
esta voz sin resonancia.
Me acuso de
estar vivo.
(De
“Cercos de la memoria”)
*
MEMORIA DE SANTORO
a Roberto Santoro,
poeta y amigo.
Secuestrado el 1º. de junio de 1977.
Desaparecido.
Han pasado
los años.
No ha
cambiado tu cara en el recuerdo:
la ventaja
maligna de la ausencia.
Cada vez
que me llaman y repito la historia
el tiempo
se hace trizas en un vidrio empañado.
Y aparecen
las fotos que no se muestran nunca,
los amigos,
los libros, el café, las raíces
del barrio
que sostuvo las voces de tu vida.
Aquel
diálogo inútil —saber qué nos decíamos—
es una
adivinanza que pierde su sentido.
Para la
muerte no hay categorías,
pero la
duda, el cuándo, los adioses sin fechas,
los
supuestos más tristes desde un momento aciago
como el
motor de un auto que parte hacia la nada,
no dejaron
un punto final, sólo un suspenso.
Pasaron
veinte años desde un viejo poema
que te
escribí con culpa.
Más años
todavía desde que te llevaron:
esa cuenta
la cargan tu mujer y tu hija.
Yo apenas
me confundo la sombra de tu abrazo
pero me sé
tus versos
y te cuido
ese sitio sin paz de la memoria.
(De
“Ese sitio sin paz de la memoria”)
*
GENEALOGÍA
Mi padre no
me hablaba de su padre o su abuelo
y yo no fui
el curioso rastreador del silencio.
No supe
indagar sombras ni fantasmas
porque
bastaba el rito de ignorarnos.
Y estaba el
sol.
Era difícil
conversar conmigo.
Tal vez por
eso las palabras
se fueron
despertando en mi escritura.
La muerte
lo llevó de madrugada,
sin
despedida y sin explicaciones,
no me
sirvió siquiera de experiencia.
Volver
hacia otro tiempo ya no cabe:
del pasado
se vuelve sin testigos.
(De
“Explicaciones y retratos”)
*
FOTOS
Miro una serie de viejas fotos de una nena.
Son pruebas de retratos, actitudes distintas y
sonrisas.
El fondo oscuro, algún objeto a mano,
una sombrilla, un libro,
poses sencillas que el fotógrafo guiaba
para encontrar la toma exacta
que complaciera a toda la familia.
Tiene cinco años esa nena. O cuatro.
Sólo una vez reconozco sus rasgos,
apenas,
aquel gesto que durará en su cara
para enamorarme.
Nada del futuro entonces,
nada del misterio que hará venir su vida
hasta mi encuentro.
Todavía
los años la embellecerían hasta la madurez.
Pérdidas y ganancias, hijos, un nieto,
cuántas expectativas imposibles de discernir.
Algo puede nublarse en mis ojos:
la culpa de no hacerla más feliz.
(Inédito)
*
Entrevista realizada a
través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires, Rafael Alberto Vásquez y Rolando Revagliatti.
http://www.revagliatti.com/cicloliv9.html
http://www.revagliatti.com/030714.html
http://www.revagliatti.com/990819.html
-El poeta Rafael Alberto Vasquez falleció en Buenos Aires
el 26 de Agosto de 2020-
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