Raquel
Jaduszliwer: sus respuestas y poemas
Entrevista realizada por Rolando Revagliatti
Raquel
Jaduszliwer nació
el 19 de mayo de 1946 en la ciudad de San Fernando, provincia de
Buenos Aires, la Argentina, y reside en la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires. Es Licenciada en Psicología por la Universidad de
Buenos Aires. Forma parte del equipo de la revista-e de cultura
“Refugios”. Obtuvo Mención Única en el Premio Hydra de Ciencia
Ficción y Fantasía por su novela inédita
“En el palacio de aguas
corrientes” (La Habana, Cuba, 2013). El volumen 20 de la
Colección Poetas Argentinas de la Biblioteca de las Grandes
Naciones, está conformado por su
“Selección de poemas”
(digital, México, 2015). En soporte papel integra la
“Antología del cuento
fantástico argentino contemporáneo” (Ediciones La Página y
el diario “Página 12”, Buenos Aires, 2005), así como la
antología “En los ojos de
todos” (2º Premio en Poesía en el 5º Concurso Literario
“Paco Urondo”, Villa María, Córdoba, 2015) y la
“Antología de homenaje a
Juan L. Ortiz” (Ediciones Bruma, Mendoza, 2015). Poemarios
publicados: “Los panes y
los peces” (Primer Premio de Poesía Editorial de los Cuatro
Vientos, 2012), “La noche
con su lámpara” (Primer Premio de Poesía Fundación Victoria
Ocampo, 2014),
“Persistencia de lo imposible” (Premio Edición de Poesía
Ediciones Ruinas Circulares, 2015).
1 — ¿Cómo
trasmitir algo acerca de vos misma por esta vía…?
RJ
—
Encarar esta propuesta me obliga a
aceptar desde el vamos que no podría hacerlo a mano alzada,
menos aún de un solo trazo, pero cómo me gustaría que así fuera.
Eso me ocurre en general en relación a la escritura: cómo
soslayar la diacronía, como lograr la inmediatez, la flecha al
blanco, cómo lograr con el puente de palabras un efecto de
simultaneidad
entre el estado que llevó a la emisión del poema y su
recepción. Bueno, pero aquí estamos lidiando con las palabras,
ahora se trata de mi pequeña historia, y todo se presenta de a
fragmentos, con vacilaciones, rupturas, quiebres y rodeos, así
como lo pide la memoria y así como el lenguaje lo posibilita.
Nací en San Fernando, conurbano bonaerense, y viví mis
primeros diez años en esa localidad, a cuadras de Virreyes, la
estación de tren que viene un par de paradas antes de Tigre.
Retrospectivamente, la mudanza a la capital instauró ese lugar
como el paraíso perdido que proyectó nostalgia sobre todo lo que
vino después. Recuerdo el patio con el fondo de tierra, me veo
subida a los árboles, o haciendo cacharritos de barro, recuerdo
los paseos al río los domingos, días mágicos del fin de semana
porque así estábamos juntos los cuatro de la familia: mis
padres, mi hermano tres años mayor y yo. El núcleo duro y firme
de la vida estaba allí, como una fortaleza y como un nido.
Seguramente operó desde mis padres la voluntad de que así
fuera: nido y fortaleza. Los dos habían venido de Polonia antes
de la guerra. Mi mamá, de nena, con toda su familia. Mi padre
unos pocos
años más tarde, en el treinta, justo al filo de la
hecatombe del nazismo, con veinte años cumplidos. Se vino solo,
harto del antisemitismo, ya habiendo iniciado su militancia en
la izquierda y con el anhelo de cambiar el mundo donde quiera
que fuera. Mis padres se conocieron en su pueblito, en su aldea,
el “shtetl”, aquí se reencontraron y se eligieron.
Muchas veces, haciendo el cálculo en años, pienso que
para cuando yo nací mis padres estarían enterándose de cómo
fueron realmente las cosas en Europa, qué pasó con los judíos
como ellos,
como nosotros, que quedaron en el continente. Toda la
familia de mi papá, todos sus vecinos, la aldea entera, a todos
los mataron, salvo uno que otro que sobrevivió al exterminio. En
el caso de mis abuelos y mis tíos, habían tomado la decisión de
escaparse por los bosques y unirse a los partisanos, pero fueron
interceptados y muertos, seguramente bajo la misma fronda que
inspiró a toda la corriente del romanticismo en una Europa
previa. Soy consciente de las marcas de época que signaron mi
nacimiento y el de mi hermano y el de mis queridos y numerosos
primos por parte de la familia de mi madre, con los que mucho
compartí. Recién en la adultez pude hacer la conexión y llamar
abuelos a los padres de mi padre, y llamar tíos a sus
hermanos.
Supongo que esta desconexión fue en parte un recurso
psíquico para enfrentar lo inabordable, excesivo por donde se lo
mirase. Y creo que esta forma de reaccionar se instauró en mí
como uno de los mecanismos a mano en momentos
críticos, para bien y para mal. Mi infancia fue incubada
por corrientes alternas: el dolor de lo extremo y del desgarro,
y la fuerza y la voluntad de seguir adelante. Pienso (y el
pensamiento se sostiene en la convicción dada por las vivencias)
de que nosotros, sus hijos, fuimos en esos años motor y brújula,
fuimos sus talismanes.
Además de esas condiciones de subjetivación también están
las otras, las que se fueron desplegando a través de toda la
música y toda la lectura, por tanta riqueza espiritual
alrededor. Y por la transmisión de una visión del mundo. Y por
el ejemplo de vida dado por mis padres. Una vida muy rica, un
mar de fondo maravilloso, aunque con sus núcleos de difícil
metabolización. Tanto la riqueza como los obstáculos deben haber
hecho lo suyo para que yo ya escribiera desde antes de saber
escribir, dictándole a mi hermano mis versos,
que él volcaba
con su letrita inicial en un cuaderno que él mismo me
había acondicionado a modo de primer libro inédito. También fue
determinante la influencia directa de mi primo Nicolás Reches,
poeta por ese entonces cercano al grupo de El Pan Duro. Nueve
años mayor que yo, a mis diez, once, doce, trece años me leyó a
Federico García Lorca y a César Vallejo y a Miguel Hernández y a
Rafael Alberti y a Nicolás Guillén y a Luis Cernuda; compartió
conmigo ese tesoro, de manera premeditada y sistemática me
inició en lo maravilloso. Lo agradezco infinitamente y lloro su
pérdida temprana, su muerte accidental.
Me referí de entrada al paraíso perdido. Siempre suele
haber alguno cuando las cosas van más o menos bien en la
dirección del amor, el cuidado y la tibieza; más tarde o más
temprano, cuando esto sucede, todos perdemos retrospectivamente
un paraíso que ubicamos en la infancia. En mi caso la pérdida se
produjo de manera neta en lo real, con su espacio y su momento
bien delimitados, cuando mamá enfermó de cáncer y murió cuando
yo estaba por cumplir mis catorce años. La enfermedad se declaró
al poco tiempo de mudarnos a la capital, meses o algo así. Todo
era paradojal: mi padre había proyectado hacer ese cambio por
intentar remediar lo irremediable, acercarnos a donde vivía el
resto de la familia materna para que mamá aliviara la tristeza
por la muerte de dos de sus hermanos, una que había sido muy
reciente y la otra de años atrás, la muerte jovencísima de un
hermano en las cárceles de José Félix Uriburu, el presidente
golpista.
Con la pérdida de mi madre se precipitó la desgracia.
Todo el dolor del mundo que se había tratado de mantener a raya
para que a nosotros, los vástagos, no nos inundara, cayó sobre
mi cabeza. No puedo decir que mi padre se haya desmoronado,
sería imposible tratándose de alguien tan fuerte, pero su
expresión, sus inflexiones y sus gestos lo volvieron otro,
lejano, tenso, reconcentrado, me
parecía tan
severo, me hacía sentir en falta. Todo cambió, dejé de
ser el talismán de nadie, me volví huérfana. En general, nunca
me dieron la edad que tengo; supongo que se debe a la década
perdida que siguió a la enfermedad de mamá, con la irrupción de
la conciencia del cuerpo como sede de dolor, sufrimiento y
ausencia
definitiva. Diez años de ultramundo, de ser un fantasmita
huidizo replegada en mí misma, vagando en mi propio interior. La
vida seguía a pasos rápidos, a golpes de timón. Tres años
después papá se volvió a casar, el triunfo de la voluntad se
mantenía incólume después de todo. La extraña que irrumpió en mi
vida hoy es mi mamá segunda, querida, admirable, vital. Pero lo
que ahora entiendo como una bendición y un reparo, en su momento
fue ruptura y estrépito, sensación de naufragio.
Años más tarde,
con veinticinco cumplidos, mi hermano, recibido poco
antes de físico, se fue a hacer el doctorado con una beca a
Toronto, y de ahí a Nueva York, y de ahí a California. Y allí se
quedaría, ciudadano de Estados Unidos, muy lejos. Él había
seguido en mucho los pasos de mi padre. En 1966, con el golpe de
ese otro general y dictador, Juan Carlos Onganía, tenía la
entrada prohibida a la facultad, no podía acercarse siquiera a
pisar el césped de los alrededores. De alguna manera, irse en el
69 fue un exilio a tiempo, salvador, si pienso en la pesadilla
que se cernió después sobre nuestro pueblo. A esa altura, ya
nada quedaba en torno mío de la fortaleza y del nido de la
infancia. A veces pienso que si hubiera sido por mí, no me
habría movido nunca del nido, soy de aquerenciarme demasiado.
Pero ese desmantelamiento me arrojó a hacer mi vida, una vida
propia. Para cuando mi hermano se fue del país yo me estaba
recibiendo de psicóloga, en un clima de época que también
incitaba a poner las cosas en movimiento. Pero suelo verme a mí
misma con los procederes de una hormiga. Metódica, una hojita
por vez. Para ese entonces, mi primo, el poeta Rubén Reches,
hermano de Nicolás, me llevó al Taller de Escritura Mario Jorge
de Lellis (se llamaba Aníbal Ponce en ese momento, en el 69;
también concurrían Daniel Freidemberg, Marcelo Cohen, Lucina
Álvarez, Jorge Aulicino, Oscar Barros, Irene Gruss, Jorge Asís,
entre otros). Yo ya había cumplido con la misión de recibirme;
después de haber trabajado en una galería de arte, ahora sí,
tocaba disponerme para el ejercicio de una profesión, pero por
fin con un cierto margen de libertad merecido. En realidad, esa
podría haber sido la coyuntura óptima para habilitarme a
escribir, cosa que no había vuelto a hacer desde los días de mi
adolescencia, días en que llenaba con mis poemas los márgenes
secretos de las hojas de carpeta del colegio. Pero no fue así.
Aquello siguió pospuesto, proscripto, vaya a saber por qué tuvo
que pasar tanto tiempo para que se levantara la veda, la
auto-restricción. Así que en aquella oportunidad, tomé por el
otro camino: el día que fui por primera vez al taller, que
funcionaba en el Teatro IFT, conocí ahí nomás en la puerta,
antes de entrar, a Leonardo Moledo, que se acercó a pedirme
fuego. Ahí me dije qué cosa, pensar que éste que se me
cruza ahora
jamás se me volverá a cruzar, teniendo tanto en común
conmigo…; si me preguntan por qué tuve esa ocurrencia no podría
dar cuenta precisa, fue una sensación muy fuerte de
familiaridad, de infancia compartida. Si lo pienso ahora suena
un poco endogámico, pero bueno, así fue, transmitido a través de
esa mirada y esa voz inolvidable. Al rato lo encontré arriba, en
el taller; compartimos ese espacio, y un tiempo después nos
casamos. Tuvimos dos hijos y toda una vida juntos, con momentos
de felicidad y momentos desesperados, pero de permanente riqueza
y de vuelo, de intensidad. Leonardo murió en el 2014. Otro
desmantelamiento, una nueva orfandad, todo el dolor de nuevo.
Pero ahora sí con el amparo y la energía que irradia la
escritura que ya había empezado a desplegarse, desde el 2011 en
poesía y con un paseo preliminar por la narrativa pocos años
antes como rodeo y práctica dilatoria, para por fin dar lugar al
encuentro postergado con aquello que me correspondía de una vez
por todas, el derecho
al poema y el
deber de asumir ese derecho. Lo que ocurrió y lo que no
ocurrió en todo ese lapso durante el que se constituyó el
segundo núcleo duro de mi vida (el primero fue la familia de
origen, el segundo lo familiar recreado con Leonardo y nuestros
hermosos hijos, Fernando y Lucía), creo que tiene que ver con
cuestiones de coyuntura, pero más que todo con un cierto
borramiento que hice de mí misma y que se produjo al sumergirme
en lo que yo más quise. Leonardo fue considerado en más de una
oportunidad como un renacentista: matemático, escritor,
periodista, divulgador de la ciencia, pero por sobre todas las
cosas un innovador, un creador incansable y perpetuo, un
trasgresor y una mente brillante. Muy pronto creo que me
abandoné a su suerte, a sus desvelos y a su obra, y llevada por
su corriente nadé como pude. Quién sabe, de alguna manera quizás
ahora escribo para no hundirme y seguir a nado. Como les pasa a
muchos, después de todo.
Volviendo a la diacronía y a lo que dije al comienzo:
¿qué arbitrario el hilo del relato, no? Cuánto para decir de las
primeras etapas, y cómo aparece compactado todo lo que vino
después, cómo se agolpa el tiempo… Están ahora los hijos;
Fernando, doctor en Filosofía, kantiano, en este año en Leipzig,
haciendo un post-post-doctorado.
Publicó
“Los años silenciosos de
Kant” (Editorial Prometeo, Buenos Aires, 2014), donde el
autor “explora en
profundidad la evolución del pensamiento kantiano desde el
momento en que por primera vez el filósofo expone el problema de
la conexión de las representaciones con sus objetos, hasta el
momento en que presenta, con la Crítica, su
propuesta de solución”
(del prólogo de Mario Caimi).
También ha escrito poesía cuando la vida se lo ha
requerido. Me reconozco en él, reconozco a su padre, y también a
mi padre, imperativo y categórico, y a la vida corriendo con
todo su caudal. Y Lucía, que es música, y es música que fluye, y
tiene ojos azules como los de la abuela que no conoció, y trae
consigo la alegría y la hermosura y todo lo
suele
iluminar. Lucía integra dos grupos musicales: “Illiariy”, de
música folklórica sudamericana y “Reciclón”, de folklore
instrumental.
Y calando hondo, ahora sí se manifiesta el trabajo que
hace sobre mí la escritura. Está instaurado ese querer decir
puesto en acto, motor primero y último, eso que hace del poema
un poema, eso que le permite acontecer y darnos algo de
felicidad mayor.
Raquel Jaduszliwer antes de 1950
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Raquel Jaduszliwer con Fernando, su hijo, aproximadamente en
1977
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Raquel
Jaduszliwer con Fernando Moledo, su hijo, en 2016
2
— He quedado conmovido, Raquel, por tanto que trasmitís. Y
sorprendido, no sólo al enterarme de que sos prima de dos
poetas, sino de que has estado casada con alguien que yo admiré
en su condición de periodista científico (del que, por ejemplo,
he sido su radioescucha). No he leído sus novelas y no recuerdo
si he visto representadas sus piezas teatrales. Hablemos de
ellas, ¿te parece?
RJ —
Leonardo escribió tres novelas. La primera fue
“La mala guita”,
publicada por Ediciones de la Flor, en 1976, dentro de la
corriente del policial negro: dos profesores universitarios sin
trabajo hacen sus primeras armas como detectives y muy pronto
quedan envueltos en complicaciones demasiado peligrosas para el
contexto de la época. Se publicó también en Brasil, como
“Detetives muito
particulares”. La segunda,
“Verídico informe sobre
la ciudad de Bree”, fue editada por Sudamericana-Planeta, en
1985. El comentario en contratapa comienza diciendo:
“La Argentina tiene una
historia mítica y una historia real que para bien o para mal se
mezclan, y que no siempre es fácil distinguir del todo”. Si
bien sigue en la línea del policial, aparecen elementos
fantásticos. El cruce de géneros se da de manera muy atractiva,
y con el humor tan de Leonardo, único. Recuerdo la adrenalina
del proceso de su publicación, la emoción de elegir la tapa, mi
nombre en la dedicatoria… La última fue
“Tela de juicio”, la
publicó Editorial Cántaro, en 1991. También aparecen elementos
del policial, pero el acento está puesto en la mirada
retrospectiva de los personajes sobre lo sucedido en los años de
plomo, y en la forma en que afectó sus vidas. Respecto a las
obras de teatro, fueron dos, puestas en el Centro Cultural
General San Martín, con la dirección de Osvaldo Pellettieri:
“Las reglas de juego”
en 1985 y “El regreso al
hogar” en 1987. Ambas centran la trama en la escena familiar
en versión pesadillesca. Todavía tengo recuerdos vívidos de esa
experiencia tan rica. En realidad, cada incursión en un nuevo
lenguaje, en un nuevo género a experimentar fue vivido así, en
gran parte porque en el fondo sabíamos (y me tomo el derecho a
hablar en plural, porque estas cosas las compartimos mucho) que
ninguno de ellos iba a ser un punto de llegada, que el punto de
llegada no tenía lugar en su mundo, y que sólo vendría con la
muerte, y hasta ahí nomás.
Leonardo Moledo
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Leonardo Moledo
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Leonardo Moledo
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Raquel Jaduszliwer con Leonardo Moledo, alrededor de 2002
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Raquel
Jaduszliwer con Leonardo Moledo
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Raquel Jaduszliwer con su esposo, Leonardo Moledo, y el
hijo de ambos, Fernando
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3 — Tres primeros premios tus tres poemarios. Contanos de
ellos y de los por venir.
RJ —
En 2006 me acerqué nuevamente a la escritura. Pero empecé por un
rodeo previo antes de decidirme por la poesía. Primero algunos
pocos cuentos, y después dos novelas cortas. La narrativa pone
un referente como pantalla entre el autor y el lector; en poesía
podríamos decir que el referente está perdido, o por lo menos
que allí donde se produce efecto poético, no hay referente que
valga. Hay entonces mayor exposición, no hay intermediación
argumental, no hay personajes. Está el alma muy a la vista; está
la necesidad de decir que se pone en absoluta evidencia y están
los modos de afectación producida por esa necesidad y bueno, no
me fue fácil asumirlo. Pero el caso es que en un determinado
momento me resultó menos fácil aún seguir coartando esa
necesidad, entonces aparecieron seis poemas de una serie,
“Ventanas”, muy visuales, con mucha música. Lucrecia Ércole,
amiga de toda la vida desde la adolescencia en adelante, me
impulsó a que los mandara a un concurso que organizaba la
Editorial de los Cuatro Vientos: de allí salió el premio y la
edición de “Los panes y
los peces”, en 2012. Cuando lo gané, en un par de meses tuve
que ponerme a escribir para poder armar el libro, yo no tenía
obra escrita y el poemario debía publicarse en el verano. Así
que después de tanta dilación, de buenas a primeras me vi
compelida a escribir un libro. Bueno, así salió, desparejo, con
evidencias de falta de oficio, pero también con mucha intensidad
y mucha inspiración. Hay poemas de ese libro que los sigo
sosteniendo con la misma convicción de entonces. Otros que no. A
otros los corregiría, y a algunos los dejaría afuera, pero son
los menos. Agradecida a la editorial que supo encontrarme y de
algún modo ayudarme a salir del exilio interior. Y a Lucrecia,
por eso y por tantas cosas.
Después claro, seguí… con el deleite y la dificultad de
empezar a pensar en lo que estaba haciendo, consciente de que
además del querer decir estaba el lenguaje, la herramienta con
sus limitaciones y sus condiciones de posibilidad, y el lidiar
con eso, ya que de eso se trata todo el asunto; bueno, así se
fue armando otro poemario,
“La noche con su lámpara”,
que mandé al concurso organizado por la Fundación Victoria
Ocampo, y que ganó el premio en Poesía. Para mí fue
importantísimo. Tuve oportunidad después de recibir comentarios
tanto de Jorge Aulicino como de Rafael Felipe Oteriño y de María
del Mar Estrella, que estaban en el jurado junto a Alejandro
Roemmers, y me hizo muy bien lo que escuché, como así también la
manera en que se refirió a mi poesía María Esther Vázquez. Toda
aquella experiencia fue muy motivadora y seguramente tuvo sus
efectos en lo que vino después.
El tercer libro, publicado gracias al Premio Edición
otorgado por la Editorial Ruinas Circulares en 2014 y editado al
año siguiente, estuvo signado por la eclosión de la enfermedad y
la muerte de Leonardo; todo lo que pueda decir o pensar al
respecto tiene que ver con eso. Sé que esos poemas llegan mucho,
y entiendo que hay fuertes razones para que sea así. Se produce
una transmisión intensa, de alguna manera bajo el signo de las
condiciones tristemente “privilegiadas” de producción, que han
compelido a ir a través del rodeo de las palabras a cuestiones
nucleares de la existencia.
Respecto a lo porvenir, pienso publicar este año otro
poemario, estoy en eso, ya me está haciendo falta.
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Raquel
Jaduszliwer con Leandro Vitava, María Elena Rocchio, David
Antonio Sorbille, etc.
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Raquel Jaduszliwer con Alicia Nora
Perusín, Teresa Orbegoso, etc.
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4 — ¿Qué sucede
“En el palacio de aguas corrientes”?... ¿Y en
“El salón de los objetos
perdidos”?: descubrí que esta sería otra novela
breve tuya. Y
además:
¿no volviste a incursionar en el cuento?
RJ —
Como te decía, lo que costó fue asumir mi consustanciación con
la poesía, lo de las novelas fue un rodeo, una previa, lo que
hice no partió de una estructura narrativa, de un armado
exhaustivo preliminar, la estructura fue emergiendo del cuerpo
mismo de la escritura y del trabajo con ella. En los hechos se
trató más bien de una manera de ablandar la mano para lo que
vendría después. Como me dijo una vez Mariano Ducrós —poeta,
narrador y profesor universitario de literatura, a quien conocí
como director del Departamento de Extensión del Centro Cultural
Borges y que leyó con verdadero cuidado (y me atrevo a agregar
con entusiasmo) “El salón
de los objetos perdidos”—:
“Se nota que es la novela
de una poeta”. Entre paréntesis, el título fue después
cambiado, en parte porque me enteré de que ya había algo escrito
bajo ese nombre, pero en parte también para ser más justa con lo
que acontece a lo largo de la trama y para que el título resulte
más representativo de la parábola trazada por el argumento, que
integra sub-géneros que van desde el absurdo al wuxia (novelas
de samuráis made in Hong Kong). Así quedó como
“La venganza del clan de
las banderas de acero”. La pasé muy bien escribiéndola, no
me costó nada, todo lo contrario, entré en ese mundo que se iba
desplegando, me divertí muchísimo, quizás también fue una manera
de adentrarme en mi mundo; bordea el fantástico pero como
dimensión intoxicante de lo cotidiano, angustiante pero tomado
con humor y apertura. Está muy trabajada y me hace muy bien
haberla escrito. Pero bueno, ya está, no movería más nada para
hacer algo más con eso. Aunque también es cierto que si un día
me despierto y descubro que alguna fuerza sobrenatural la
publicó sin mi permiso, no tendría nada en contra, todo lo
contrario. No sucede así con la primera,
“En el palacio de aguas
corrientes”; muy jugada en este caso al género fantástico,
me resulta hoy demasiado arquetípica, con un tono profético con
el que ya no me hallo cómoda ni me identifico, quizás con
demasiado Viejo Testamento por detrás. De todas formas, tengo
que reconocer que quizás necesité objetivar todo eso para
ponerlo afuera y desactivarlo, por lo menos en lo que hace a mi
relación con la escritura, y quizás también con la vida misma y
sus alrededores.
Siguiendo en la línea de lo que te contaba —y no se podrá decir
que no hay coherencia en el planteo—, por nada, por nada del
mundo escribiría cuentos. Escribí un par al principio cuando
volví a la escritura, como quien dice
vi luz y entré,
pero no, no tengo ni tendré cuentos escritos. Y así como no
necesito decir “nunca” en relación a la posibilidad de
novelizar, reconozco que ese trabajo de entrar y salir
rápidamente de un argumento en pocas hojas como lo requiere el
cuento… no, jamás de los jamases, los argumentos me molestan, me
distraen de lo principal.
Raquel Jaduszliwer con María Chapp, Daniel Adrián Castelao,
Cristina García Oliver, etc.
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Raquel Jaduszliwer con Rubén Reches, María Barrientos, Leticia
Hernando, Inés Manzano, Claudio Archubi, Lidia Rocha, etc.
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Raquel Jaduszliwer con Daniel Katz, Jorge Fondebrider,
Gerardo Lewin, Silvia Camerotto, Jorge Aulicino, Miguel Gaya,
Jonio González e Ignacio Vázquez
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5 — No cualquiera participa de una experiencia de taller
itinerante.
RJ
— Aludís a “Viaje a los Confines”, en 2004, un recorrido en tren
por la Patagonia.
No, no cualquiera, claro, pero allí fui como consorte, allí el
invitado fue Leonardo, y yo lo acompañé, porque la invitación
que le hicieron me incluía. Pero más allá de mi lugar
absolutamente lateral en el asunto, o justamente por eso, creo
que esa experiencia fue determinante para el vuelco que hice en
relación a la escritura, proceso que se puso en marcha a partir
de allí. Fue un viaje muy rico, de intercambio entre escritores,
gente de cine, poetas, ensayistas, con predominio de lo
fantástico, ya que la sola convocatoria a llegar a los confines
generaba el género y así estaba explicitado…; bueno, el hecho es
que en el trayecto de regreso se dio la consigna de escribir
algo sobre la experiencia. Estaba implícito que la consigna se
aplicaba a los protagonistas, no a sus acompañantes, que dicho
sea de paso no éramos muchos, más bien éramos muy pocos los de
mi menoscabada condición. Y ahí me pasó algo muy fuerte.
Visualicé una raya que separaba dos campos. Una línea muy neta.
Y me di cuenta de que yo quería cruzar esa línea, es más, que ya
no podía no cruzarla. Así fue que yo también escribí algo, un
brevísimo proto-cuento, y ahí empezó la cosa. De ahí en más.
Raquel Jaduszliwer con Dolores Pombo, Susana Fabrykant, etc.
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Raquel Jaduszliwer con R. Reches, P. Díaz Bialet, P. Rizzo, R.
Balseiro, I. Szac, M. A. Córdoba, D. A. Castelao, E. Pagano, P.
Bence, M. J. Druille, C. Rascovsky, etc.
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Raquel Jaduszliwer con Laura Malatesta, Mariano Shifman y
Cristina García Oliver
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Raquel Jaduszliwer con Dolores Pombo y Gabriela Troya
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6 — ¿Participaste
en algún otro taller de escritura?
RJ
—
Sí, claro que sin la mística del Aníbal Ponce, por el solo hecho
de que en aquel entonces tenía veintitrés años y todo por hacer.
Y si bien en lo que hace a la producción aquella inserción no
tuvo en su momento ningún efecto en mí porque yo estaba
absolutamente ausentada, sí fue un lugar de encuentro, no sólo
del amor, sino de vivencias fuertes, ricas, importantes. Todo lo
poco que hice después tuvo otra modalidad. Predominó el tanteo,
el ensayo y error, el ver luz y entrar, no mucha duración en los
lugares, no mucha participación, y cero disposición a la
adhesión, ingrediente que en general suele formar parte del
formato taller. Por eso es que preferí incluirme en seminarios y
en cursos de tiempo acotado; debe ser mi sesgo fóbico, pero creo
que hoy seguiría eligiendo de esa manera. Así tuve experiencias
muy positivas en el Centro Cultural Borges, con Sebastián Olaso,
poeta con quien seguimos intercambiando productivamente a través
de las redes y con Mariano Ducrós.
En 2007 intervine en la Clínica de Novela coordinada por
María Sonia Cristoff en el Centro Cultural Recoleta. Y en 2012
hice un seminario sobre la obra de Paul Celan con Liliana Díaz
Mindurry, a quien conocí en el viaje a la Patagonia,
participando de su taller de narrativa al regresar. La
experiencia del seminario se continuó después en las reuniones
de taller al que seguí concurriendo por un tiempo, en las cuales
adquirí herramientas que me dieron soltura en el manejo del
verso libre y en las que me fui interiorizando de diferentes
cuestiones que hacen al campo de lo literario. Recuerdo con
mucho cariño lo que venía después de la reunión, las juntadas en
la pizzería con Liliana, mi primo Rubén Reches, la querida poeta
Marily Canoso, a veces también las presencias del multifacético
Eugenio Polisky y la poeta Clelia Bercovich.
Raquel Jaduszliwer con Rubén Capodaqua, Griselda Rulfo, Anamaría
Mayol, Ivana Szac, Daniel Quintero, Daniel Alvarado, Noemí
Correa, etc.
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Raquel Jaduszliwer con Gerardo David Curiá, Alejandra Mendé,
Laura A. Ponce y Alejandro Méndez Casariego
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7 — Adolfo Bioy
Casares sostenía que los mejores escritores son los que hacen
que te den ganas de escribir. ¿Qué escritores te dan ganas de
escribir?
RJ —
No tengo una lista armada; la más de las veces es azaroso lo que
crea el estado de necesidad de escribir, ese deseo fuerte,
decidido. Lo que sí tengo clarísimo es que si tuviera que
llevarme algo, sólo algo único a una isla desierta, no sería un
libro, sería la música de Leonard Cohen y su voz, por supuesto.
Y que si supiera que su voz y su música siguen resonando después
de la vida, no le tendría tanto miedo a la muerte.
Raquel Jaduszliwer con Laura Malatesta y María del Mar Estrella
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Lucía Moledo, su hija
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Raquel Jaduszliwer con su hija, Lucía Moledo
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Raquel Jaduszliwer con Gerardo David Curiá
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8 — ¿Lemas, chascarrillos,
refranes que más veces te hayas escuchado divulgar?
RJ —
Uy, qué pregunta, lateral pero de tanta puntería en este caso;
nunca fui de apelar a ellos, y sin embargo, sin embargo… qué
curioso, en el último tiempo me encuentro diciendo en diferentes
contextos y situaciones:
“En el camión los melones se acomodan andando”. ¿Será que
algo se está moviendo de verdad en mí? Porque en ese caso el
apelar a la sabiduría cristalizada del dicho sería una manera de
reafirmar la confianza en la sobrevivencia de los melones y de
todos los frutos que la vida nos da en guarda.
Raquel Jaduszliwer con Ivana Szac, María Montserrat Bertrán y
Norma Starke
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Raquel Jaduszliwer con Daniel Chao y Víctor Cabrera
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Raquel Jaduszliwer en 2014 con Jorge Clemente
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9 —
Confidencias de salón:
¿Qué faltas o defectos te promueven la mayor indulgencia?
RJ —
Empiezo por la
otra punta. No soporto la soberbia, el sin fisura del
“se la cree”. Cuando
es así, todos los defectos se potencian, la falta se vuelve
exceso. Soy consciente de que hay algo desde mí que suele tender
a descompletar a los que demuestran considerarse completos. En
una época era casi una misión en la vida; ahora no, pero bajo
determinadas circunstancias algo de eso sigue operando de manera
sutil. Hecha esta salvedad, creo que las faltas y los defectos
son entendibles y merecedores de ser relativizados.
Raquel Jaduszliwer con Lidia Rocha, Jotaele Andrade y
Dolores Etchecopar
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Raquel Jaduszliwer con Inés Legarreta, Rubén Reches y Javier
Cófreces
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Raquel Jaduszliwer con Dolores Pombo, Daniel Adrián Castelao,
Alicia Pastore y Gabriela Yocco
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10 — Va de un colega tuyo (y mío), psicoanalista, Antonio
Godino Cabas, este silogismo (“Uno”,
Helguero Editores, 1977):
“Si lo esencial es invisible a los ojos / y si los ojos son
invisibles a los ojos / entonces, lo esencial son los ojos”.
RJ —
Acuerdo con la idea, sí. No sé si en los términos; no sé si
hablaría de “esencia” ni de “lo” esencial. Pero que la mirada es
un agujero negro que se lo engulle todo, sí.
Raquel Jaduszliwer con los psicoanalistas Ricardo Estacolchic,
Jorge Lobov, Sergio Rodríguez, etc., en 1995
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Raquel
Jaduszliwer con Claudia Masin, Fernando Gabriel Caniza, etc.
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11 —
Por lapsos, ¿qué géneros literarios y qué autores te han ido
entusiasmando? Y, ¿cuáles, quiénes han quedado relegados en tu
consideración?
RJ —
Novela, siempre. Poesía, siempre. Relato, a veces. Desde
chiquita fui acompañada por sagas familiares que crecieron
conmigo a lo largo de extensísimas páginas y también por la
fidelidad a la obra de autores diversos: Por orden de aparición
“Las aventuras
de Monteiro Lobato”,
en primer término. Y Julio Verne y Jack London, y las aventuras
del Príncipe Valiente, y Salgari…; pero aún antes de despegar
del todo de la niñez o ni bien alboreando la adolescencia ya
tuve acceso a “El alma
encantada” de Romain Rolland, a
“Los Thibault” de
Roger Martín du Gard, a
“Juan Cristóbal”, también de Romain Rolland, a
“Guerra y paz”, de
León Tolstói, incursiones fuertísimas, formadoras. De alguna
manera volví a sentir ese acompañamiento de adulta, al leer a
Marcel Proust, “En
busca
del tiempo perdido”,
o ahora, terminando de leer en este momento a Roberto Bolaño,
“2666”, después de
leer de él “Los
detectives salvajes”. Esa cosa intensa y mágica de la novela
río que se termina infiltrando en la vida del lector. Bueno,
volviendo a la pregunta, la adolescencia estuvo acompañada por
todo Howard Fast, y por Oscar Wilde y por los autores rusos, y
por Jorge Amado y después llegó José María Arguedas...; pero
sería muy difícil hacer un seguimiento o una reconstrucción de
las lecturas a lo largo de la vida, y más aún de lo relegado,
por el hecho justamente de haber sido relegado. Así que voy a
hacer un golpe de introspección que me lleve a títulos
significativos, de esos que quedaron incorporados como
experiencia de vida:
“Todos nuestros ayeres”, de Natalia Ginzburg,
“El gran Meaulnes”,
de Alain-Fournier, “El
rey de los alisos”, de Michel Tournier. En su momento fue
importante “Rayuela”
de Cortázar, y también sus cuentos; ¿y qué más?: J. D. Salinger,
Raymond Carver, las maravillas de Carson Mc Cullers,
“Las memorias de
Adriano” de Margarite
Yourcenar, pero también
“El largo adiós”, de Raymond Chandler, y
“Cien años de soledad”,
“Las mil y una noches”;
“Las hormigas” y “El
vestido rosa”, del primer César Aira. Y
“Vida y destino”, de
Vasili Grossman. Ah, y
“Vidas imaginarias”, de Marcel Schwob, y Kafka, por
supuesto, todas sus pesadillas, y todo Lovecraft y Poe y Haruki
Murakami…; y podría seguir y seguir, pero una enumeración-río no
tiene el encanto de una novela-río. Y siempre, por siempre, la
trilogía de Primo Levi:
“Si esto es un hombre”.
Respecto a la poesía, ya conté cómo se abrieron los surcos en mi
infancia. También tuve mis encuentros propiciatorios en la
adultez: Celan, Trakl, Héctor Viel Temperley, Dylan Thomas;
fueron revelaciones. Las lecturas que hago ahora son abiertas,
no digo aleatorias, pero sí abiertas y determinadas por lo que
me va sucediendo y por lo que sucede en torno mío, fluctuantes,
acompasadas con la vida. Quizá deberían ser más sistemáticas,
bueno, todo fluye, se verá. Además de las lecturas de los
consagrados me gusta escuchar a los poetas que voy conociendo
(incluyo a los jóvenes y a los muy jóvenes), interactuar con
ellos, descubrir y ser descubierta, considero que nos damos lo
que podemos darnos y recibimos los unos de los otros lo que
podemos recibir, que puede llegar a ser mucho. Creo que en ese
sentido me juega a favor, por los años que tengo, haber entrado
tarde a la sociedad de los poetas vivos; soy de ningún lugar, no
reporto a la tradición de ninguna generación porque no tengo
trayectoria hecha; si bien por un lado implica un gran déficit
con el que tuve que hacer las paces, también me permite tener la
cabeza muy, muy abierta a todo.
Raquel Jaduszliwer con Isabel V. Krisch y Gustavo Tisocco
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Raquel Jaduszliwer con Daniel Quintero
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Raquel Jaduszliwer con Susana Cattaneo y María Amelia Díaz
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12 — Legendarios o
mitológicos: ¿Apis, Uróboros, Sátiro o Aracne?
RJ —
Uróboros me parece el más abarcativo de los cuatro, posibilita
un mayor nivel de abstracción, se presta más al pensamiento, al
despegue de la imagen y su sensorialidad, que en todos los casos
citados me resulta inquietante y me genera algo parecido al
pavor.
Raquel Jaduszliwer con Nora Sztrum, etc.
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Raquel Jaduszliwer con la poeta Inés Manzano
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Raquel Jaduszliwer con Jotaele Andrade, Claudio Archubi y Sergio
Alberto Geese
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13 — Un párrafo de la novela
“La insoportable levedad
del ser” de Milan Kundera, se inicia con esta frase:
“Ser cirujano significa
hender la superficie de las cosas y mirar lo que se oculta
dentro.” Ser novelista o cuentista o poeta o ensayista o
dramaturgo… ¿qué significa?
RJ
— Respecto a la definición que da Kundera, me parece
sintomáticamente insuficiente. Coloca al cirujano en posición
voyerista, y se olvida de lo principal, el cirujano
opera con eso
además de mirar lo que se oculta adentro. Opera y transforma a
fondo. Transforma y puede intervenir en el destino de manera
dramática. Es un mediador ante la vida o la muerte. Por otro
lado, en lo que hace a
ser poeta,
narrador, ensayista, dramaturgo, tiendo a pensar más bien en el
hacer específico
en cada una de estas áreas. Respecto a los géneros literarios,
en principio podría decirse que se juegan diferentes cuestiones.
En términos generales, en narrativa se crean mundos que de
alguna manera recrean en versiones inagotables
el mundo. Algo
así también se da en la dramaturgia, con otros recursos. En
poesía se produce el efecto de
pérdida de mundo,
y en esa creación de vacío algo pasa con el lenguaje que hace
que se desprenda de su función predominantemente comunicacional
y dé lugar a algo muy diferente que producirá sus consecuencias
específicas: golpe al corazón, golpe, flecha, aire; tambor del
llano —como diría Lorca—, orientación a lo real…; pero está
claro que efectos poéticos pueden acontecer en cualquiera de los
géneros, nunca se sabe. Y ahora acabo de darme cuenta de que no
dije nada del ensayista. Pondría su actividad un poco más
apartada del conglomerado creativo. Más cerca del trabajo del
investigador, que también crea en cierta medida, trae algo al
mundo en relación al saber que antes no estaba a la vista, pero
lo hace bajo reglas de juego bastante inamovibles. Y volviendo a
la comparación con el cirujano…, en los casos a los que aludimos
el cuerpo carnal se ausenta, deja lugar al cuerpo del lenguaje,
pero a su vez en la poesía se hará el camino de regreso al
cuerpo vivo por el rodeo del lenguaje: de vuelta a la carne
viva, esa que late y respira, goza y sufre y que por esta vía
resulta hendida de formas varias en su emocionalidad.
Raquel Jaduszliwer con Manuel Ruano, María Chapp, Isabel
Llorca Bosco, Juan Samayoa, Roberto Giovannetti, Alfredo Luna y
Teresa Orbegoso
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Raquel Jaduszliwer con Piero De Vicari, Pablo Anadón, María
Elena Guzmán y Daniel Quintero
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Raquel Jaduszliwer con Patricio Foglia
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14 — ¿Cuál es tu primer recuerdo de un cine? ¿Y de un
teatro, de una función teatral?
RJ —
Del cine, recuerdo de nena los dibujitos animados, pero lo más
nítido y vibrante que me queda de todo aquello es el entusiasmo
de mis padres para hacer su transmisión de mundo a nosotros, sus
hijos. Ya en esa primera experiencia perdura la huella de ir
llevada de la mano de descubrimiento en descubrimiento. Pienso
en las primeras películas pero siempre aparecen
mis padres como figura-fondo, y la figura son ellos; el
entusiasmo de mi papá con “Fantasía”, de Walt Disney, porque
había música visualizada para darnos a conocer: “El aprendiz de
brujo”, las escobas y los baldes bailando…; claro que para esa
época no podía faltar el cine soviético, la comparación de los
dibujitos en uno y otro campo del mundo, y por supuesto, era
indiscutible la ventaja del campo socialista sobre las miserias
del capitalismo…; bueno, pero más allá de la caída estrepitosa
del gran relato y de su duelo imposible, recuerdo la maravilla
de una película rusa de 1946 que se llamaba “La flor de piedra”.
La vi de muy chica, pero aún tengo la imagen de una flor enorme
esculpida en piedra, la sensación de ingravidez que surge de lo
más pesado, la insoportable levedad del ser adviniendo de
aquella paradoja ante mis ojos por entonces recientes. Eso
queda.
Respecto al teatro, no puedo hablar del primer recuerdo sino del
más fuerte, porque es el que se impuso hacia atrás y hacia
adelante sobre el resto: fue en 1984, con la visita del
realizador teatral polaco Tadeuz Kantor a Buenos Aires, para
poner en escena “Wielopole-Wielopole”, enmarcado dentro de los
postulados de su Manifiesto sobre el Teatro de la Muerte,
propuesta escénica exorcizante de su historia personal y la de
su pueblo; cruce de expresionismo desesperado, arte visionario,
música, plástica, cinética, todo mezclado, todo cruzado como en
los sueños. Y él siempre presente, subido al escenario en un
costado de la escena como un demiurgo. Pienso que daría
cualquier cosa por volver a ese momento de revelación. En el ‘87
estuvo de nuevo, con otra puesta, “Que revienten los artistas” y
reviví la liturgia. Es lo más poderoso que vi en un escenario,
el efecto perdura hasta hoy.
Raquel Jaduszliwer con Griselda Rulfo, Noemí Correa, Ivana
Szac y Anamaría Mayol
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Con
Ivana Szac, Noemí Correa, Daniel Alvarado, Liliana Chávez,
Leonor Mauvecín, Fabio Cardarelli, etc.
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Raquel Jaduszliwer con Daniel Adrián Castelao, Cynthia
Rascovsky, Oscar Conde, Daniel Quintero, etc.
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15 — Mencionaste a los escritores Lucina Álvarez y Oscar
Barros, quienes el 7 de mayo de 1976 fueron secuestrados por un
grupo de tareas y desde entonces permanecen desaparecidos. ¿Qué
esbozo de cada uno improvisarías para nosotros?
RJ —
Lucina era una presencia mágica, aún su sombra iluminaba el
alrededor. Rememoro su hermosa voz, su armoniosa dramaticidad,
sus claroscuros, su determinación. De Oscar tengo un último
recuerdo, terrible. En el ‘76; ya hacía mucho que no nos
veíamos; una vez lo encontré, me parece, cerca de la estación de
Once y con un bolso al hombro. Me acerqué a saludarlo, pero
mediante algo en su actitud y en el gesto supo advertirme de que
no siguiera avanzando hacia él. La imagen quedó ahí. Congelada
en el tiempo. Fue la última vez que lo vi, así quedó en mi
memoria, con ese cuidado y protección que tuvo para conmigo en
ese momento, enorme, quizás definitorio, nunca lo sabré. Me
quedo con la evocación de todo lo compartido en el taller, las
juntadas a la salida en “La Cubana”, el bar de la esquina, horas
felicísimas, ricas. Oscar tenía una personalidad poderosa, era
una onda expansiva, irresistible. Varios de los integrantes del
taller quedamos hermanados por esa experiencia. Y Lucina y Oscar
eran algo así como la fuerza magnética dentro de la fratría.
Raquel Jaduszliwer con Alfredo Luna, María Lyda Canoso,
etc.
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Raquel Jaduszliwer con Yadi María Henao, etc.
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Raquel Jaduszliwer con Eduardo Méndez, Silvia Makler, Lydia
Alfonso, Beatriz Arias, Estela Barrenechea, etc.
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16 — ¿Qué de lo siguiente que voy a encomillar, Raquel,
sintoniza mejor con vos?:
Jorge Luis
Borges: “Sospecho que la
poesía está esencialmente en la entonación, en cierta
respiración de la frase.” Graciela Repún:
“¿Cuál es el colmo de un poeta?: Ser juzgado por malversación.”
Lucas Soares:
“...cuando el poeta se halla en estado de cordura humana, solo
engendra poemas mediocres y perecederos.” Martín
Micharvegas: “En poesía /
el orden de los factores / altera el producto.”
RJ —
Me quedo con la última afirmación, por varias razones. Por su
precisión. Por adoptar el símil-exactitud que hace al lenguaje
de la ciencia, en este caso de manera legítima. Porque alude al
orden y a la alteración, eje crucial en mi modo de
subjetivación. Y porque funciona: eso que enuncia, eso es. Sí,
sin dudar, la elijo, y mil gracias por aportarla.
Raquel Jaduszliwer con Dolores Pombo
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Raquel Jaduszliwer con Eugenia Andreani y Roberto Giovannetti
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*
Raquel Jaduszliwer selecciona poemas de su autoría para
acompañar esta entrevista:
Imaginar la
ausencia
Así como al vampiro no
le es dado reflejarse en los espejos
tampoco nos está
permitido imaginar la ausencia
esto se debe a que no
le ha sido concedida el acceso a la mirada
ni el don de los
sonidos
ni una tonalidad
propia, aunque más no sea para virar hacia lo transparente
para poder imaginar la
ausencia
pienso en el río
inmóvil, pienso en lo que se oculta bajo la superficie
pienso ¿cuánto será
todo lo que no emerge?
¿dónde estará guardado
lo que no se da a ver?
pero esa no es la
ausencia
tan sólo son preguntas
fugan hacia adelante,
porque quién de nosotros querría en verdad enterarse
de lo que pertenece a
los fondos del agua
para poder imaginar la
ausencia
pienso en largos
caminos
en distancia
pero esa no es la
ausencia
es tan sólo tristeza
memoria
camposanto
para poder imaginar la
ausencia
pienso en mi madre que
contaba con cuarenta y dos años el día en que murió
ya no se corresponde
con nada para ver o tocar
entonces
cómo poder imaginar la
ausencia de un desvanecimiento
para poder imaginar la
ausencia
me quiebro estas
muñecas, esta frente
caigo sobre las
piedras
siento el dolor y
lloro.
(Inédito, 2017)
*
Armonía del mundo
Los
movimientos planetarios no son, así, más que una misma polifonía
continua que progresa a través de tensiones disonantes
hasta ciertos
puntos de consumación.
Johannes
Kepler:
“La armonía del mundo”
(1619)
Armonía del mundo
ya es hora
se abre un párpado
es el día que avanza, se hace descifrar
las cosas se disuelven y todo aguarda y tiembla
arroja su pregunta como un hilo de agua
¿quién volvió de la noche con su lámpara?
¿hay alguien que responde? ¿por qué el sueño retiene
a la presa que somos en su carcasa inmóvil?
¿y quién en esta hora pregunta por sus muertos?
¿por qué ninguno de ellos regresa todavía?
armonía del mundo
dónde estará ese arco perfecto en que creíamos
a ciegas en la luz comienza el día
la armonía del mundo se pliega y se despliega
en su limbo de luz, en su crisálida.
(de
“La noche con su lámpara”)
*
Ocurre en el
medio de la noche
Mi padre quedó atrás
tan pequeña la veo a
mi madre en la distancia
que en todo caso soy
yo quien debería alzarla
volver por ella a sus
brazos infantes
consolarla de algo si
pudiera
pero hace tanto que he
partido hoy
los días suceden
se suceden
y cuanto más me acerco
al medio de la noche
la noche sale al paso
me sorprende cada vez
en una ciudad extraña
en cada una de esas
ciudades
nunca he tenido padre
nunca he tenido madre
nunca he tenido
hermanas ni hermanos
justo en el medio de
la noche
vienen a saludarme
pobladores de los suburbios
abren los ojos en la
tierra
llevan y traen de lo
desconocido
con recelo murmuran
dicen
otra huérfana
preguntan
no se entiende qué
escribe la memoria
entonces ponen los
ojos en el cielo
y me dedican un
silencio póstumo.
(de
“Los panes y los peces”)
*
Las Tablas de la
Ley
Estaba colgando ropa
en la terraza
el cielo era del Greco
en su versión sombría
o quién sabe
quizás era el
mismísimo Señor de la Biblia quien cargaba las tintas
cavaba sus tinieblas
por fuera de la tierra
una hondura violeta
un pozo de otro mundo
incrustado en la altura
la oscuridad creciente
por encima de todo
hacía que las cosas
parecieran pequeñas
y que el viento sonara
como una admonición
y volaban las toallas
los manteles
las sábanas
todo el ropaje de los
escasos días
tenía que estrellarse
y morir contra la cúpula de la eternidad
esa jaula del Ser
ese silencio.
(de “Persistencia de lo imposible”)
*
Visiones
¿Las ves?
¿las ves las ramas?
¿las ves? ¿de allá se
ven?
las vueltas que da el
viento en cada rama
¿de allá se ven?
no
no mires hacia el
tronco
ni a la raíz perdida y
sus terrones
ni a la rotunda piedra
que las cubra de
olvido
el blando olvido
y para vos las ramas
las más altas de todas
las más altas
ay mi difícil
mi amor difícil de
días más extensos
¿lo ves
¿lo ves allá?
¿lo ves al ángel torvo
blandiendo sus
espadas?
(de
“Persistencia de lo imposible”)
*
Fugaz
Cuerpo presente
aparecido de las cosas
todo lo quieto
detenido por donde pasa lo fugaz
esa flor con las alas
abiertas en suspenso
y ese aire
y el agua que la
envuelve como un aire más grave
y la taza y la fuente
en equilibrio
sin respirar
todo lo quieto
detenido por donde pasa lo fugaz
cómo duran los restos
de la noche en la mañana
cómo brillan y
ensombrecen todavía con algo de árbol y de antorcha
mientras tanto
las voces que vinieron
de la calle trajeron otra música dentro del pensamiento
y todo
todo se pierde bajo el
aura inolvidable de la luz
que no se deja
asir.
(de “Persistencia de lo imposible”)
Raquel Jaduszliwer con Rubén González
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Lucía Moledo
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Raquel Jaduszliwer con Celina Feuerstein en junio 2017
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Raquel Jaduszliwer con Daniel Adrián Castelao y Silvia Jayo
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Raquel Jaduszliwer con Fabio Cardarelli, Liliana Chávez, Leonor
Mauvecín, etc.
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Raquel Jaduszliwer con Dolores Etchecopar
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Raquel Jaduszliwer con Cristina García Oliver, María Chapp
e Isabel Llorca Bosco
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Raquel Jaduszliwer con Claudio Archubi y Sergio Alberto
Geese
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Entrevista
realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires, Raquel Jaduszliwer y Rolando Revagliatti, junio
2017.
www.revagliatti.com
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