Ricardo Costa: sus respuestas y poemas
Entrevista realizada por Rolando
Revagliatti
Ricardo Costa nació el
2 de diciembre de 1958 en la ciudad de Buenos Aires, República
Argentina, y reside en la ciudad de Neuquén, capital de la
provincia homónima. Cursó la carrera de Letras en la Universidad
Nacional del Comahue. Fue Director del Instituto de Formación
Docente Nº 9, “Paulo Freire”, de la ciudad de Centenario,
Neuquén, en el lapso 2001-2013. Entre otros reconocimientos,
obtuvo el Primer Premio Fondo Nacional de las Artes 1998, el
Primer Premio II Concurso Nacional de Poesía “Javier Adúriz”
2012, el Premio Internacional de Poesía “Macedonio Palomino”
para obra publicada por su
“Mundo crudo: Patagonia satori”, en México, 2008. Fue
incluido, por ejemplo, en las antologías
“Poesía neuquina de los
90” (1996), “Poetas 2”
(1999), “Abrazo austral. Poesía del sur de Argentina y Chile” (2000),
“InSURgentes” (2005),
“Poesía en tierra”
(2005), “Antología de
poesía de la Patagonia” (Málaga, España, 2006),
“Poesía de pensamiento”
(Madrid, España, 2015). En 2007 editó el ensayo
“Un referente fundacional” , y en 2011 la novela
“Fauna terca”, ambos
libros a través del sello El Suri Porfiado. Publicó los
poemarios “Casa mordaza” (1990), “Homo
dixit” (1993), “Teatro
teorema” (1996),
“Danza curva” (1999),
“Veda negra” (2001; Tercer Premio Concurso Iberoamericano de
Poesía Neruda, en Temuco, Chile, 2000),
“Mundo crudo: Patagonia
satori” (2005) y
“Fenómeno natural” (2012). Por último, y con prólogo de
Sergio De Matteo, aparece
“Crónica menor (antología mezquina)” en 2015.
1 — Te propongo
algunos trazos de tu “fundación” en Buenos Aires.
RC — De ascendencia italiana (calabresa y genovesa),
nací en el límite entre los sureños barrios de Pompeya y Boedo,
a ocho cuadras del histórico y ya desaparecido estadio de fútbol
San Lorenzo de Almagro. Pero a los catorce años conocí el que
más tarde sería mi lugar en el mundo: Neuquén. Por lo tanto, soy
porteño de nacimiento y patagónico por adopción. A comienzos de
los ’70, un amigo-hermano de mi viejo emigró hacia aquellas
latitudes, empujado más por una opción de vida que por las
posibilidades laborales que ofrecía aquella provincia. Desde
entonces, los viajes a la Patagonia se hicieron frecuentes. Como
consecuencia de ello, mi adolescencia fue felizmente invadida
por el pulso utópico que generaba esa geografía y, desde luego,
por el placer que provocaba el hecho de descubrir un mundo,
otro, a través de la literatura. Vale decir que el universo que
giraba en mi imaginario estaba signado por el paisaje patagónico
y por los destellos de una poética reveladora.
De todos modos, lo que decodificó en palabra escrita el
lenguaje contenido en ese universo fue la experiencia amorosa.
Cartas de amor y poemas rimados (cursis, muy cursis) fueron
sucediéndose unos a otros; lo que motivó la búsqueda frenética
de nuevos autores y de lecturas que fueran cómplices de lo que
procuraba alcanzar. Luego, el golpe militar de 1976, más la
traumática experiencia de padecer el servicio militar durante
los años 1977 y 1978, fue lo que me decidió a dejar Buenos Aires
y radicarme en la Patagonia. Tenía que huir —y debía hacerlo—
del acechante terror que imperaba a manos de la junta militar.
De todos modos, no pude hasta 1982, luego de la guerra de
Malvinas.
1) Con Patri --2) Con su abuelo y Patri ---3) En
primer grado
2 — Y ahora,
entonces, unos trazos de ese después.
RC — En aquellos años de reconstrucción identitaria,
fundamentalmente durante la primavera democrática de los ’80, la
movida cultural que fue dándose en Neuquén —mediante la
conformación de grupos artísticos— ayudó a enriquecer la propia
experiencia poética y a socializar lo que la palabra iba
gestando en cada uno de nosotros. Hablo del grupo “Poesía en
Trámite”; colectivo conformado por poetas provenientes de
diversas provincias y de inmigrantes de países limítrofes, que,
además de realizar recitales abiertos, funcionaba como una
suerte de grupo de autoaprendizaje, debate y actualización
poética. De manera que, y estimulado por un vivificante
reverdecer expresivo, quise ir más allá de las posibilidades
materiales que limitaba el contexto. Así, en agosto de 1988,
tuve la fortuna de conocer a esa maravilla de persona que fue
José Luis Mangieri, editor del legendario sello La Rosa Blindada
y del también pujante Libros de Tierra Firme; ser excepcional
que supo darme el estímulo final para que me consagrara al
fervor por la escritura. Sucedió en el marco de un encuentro
nacional que tenía por objeto celebrar la vuelta de Juan Gelman
—por sólo unos días— a la Argentina. Además, el acontecimiento
en cuestión permitió entablar contacto con grupos y poetas de
todo el país. De allí en adelante, la comunicación con estos
nuevos compañeros de ruta, los viajes y las primeras
publicaciones en revistas de la época, bosquejaron los bordes de
un horizonte de vida que fue afianzándose día a día. En 1990, y
gracias a un premio regional, publiqué
“Casa mordaza” (Libros de Tierra Firme). A éste le siguieron, en la
misma editorial, “Homo
dixit” y “Teatro
teorema” (Premio Fundación Antorchas). Pero es con
“Danza curva” que
fundo los primeros registros de una voz poética propia. Como
resultado de este reconocimiento, cumplo el sueño de viajar a
Italia y conocer Giffone (pueblo natal de mi abuelo) y
Polistena, ciudad calabresa donde en la actualidad residen tíos,
primos y sobrinos. Es decir que el oculto misterio de la poesía
desencadenó aquel “mito del eterno retorno”; el que, en este
caso, completó a través de mi persona esa vuelta que quedó
trunca en los deseos de mi abuelo.
No obstante la ruta poética que va trazando el compromiso
literario, también voy abocándome con especial atención a la
formación de lectores y a la difusión del lenguaje poético en el
aula. Por lo tanto, la enseñanza, la capacitación docente y el
rigor de la escritura van conviviendo en una creciente labor por
llevar la creación literaria a todos los ámbitos posibles. Claro
que la pasión por la escritura domina las riendas de la
voluntad. De hecho, lo producido va tomando identidad a través
nuevas obras.
Digo que vivo “entre la enseñanza y el aprendizaje”
porque es esta fórmula la que permite embriagarme en la luz
poética que ofrece el mundo. Tomarla es poder ver el comienzo de
un camino que conduce al horizonte anhelado. Por ello, desde
hace diez años coordino y llevo adelante el proyecto “Formar
Escritores para Formar Lectores” (Taller marginal de creación
literaria para docentes); placer y pasión por la enseñanza que
no pierde ni un gramo de entrega motivacional, respecto de mi
compromiso con la palabra. Desconozco qué nuevos desvíos o
contratiempos depararán ambos horizontes, pero se trata de un
camino al fin, y eso es lo que importa por el momento: intuir la
primera línea de un poema para desear el resto.
Ricardo Costa en 2000 con Sergio De Matteo, Rodolfo
Álvarez, Eduardo D'Anna, Roberto Aguirre Molina, Rogelio Ramos
Signes y R. Revagliatti
3 — El prologuista
de tu antología personal destaca tu preferencia de utilizar dos
palabras en los títulos de tus libros (y los títulos de los
poemas que has incluido allí de tus dos últimos poemarios,
también constan de dos palabras).
RC — Sucede que siento la conjunción
sustantivo-adjetivo como la fórmula ideal para interpretar una
síntesis poética. Tal vez el hecho de articular dos elementos
tan significativos como los elegidos, y no más de dos, sea
suficiente para prestarle armonía al título de un libro.
Recuerdo el impacto que me provocó
“Tabla rasa”, una de
las obras más bellas que creó ese exquisito poeta que fue Jorge
García Sabal. Desde el título hasta cada uno de sus poemas,
aquel libro gozaba de contundencia, de perfecto equilibrio. Hago
mención de ello porque es la primera imagen que me viene a la
mente. Pero, resumiendo, me hallo gratamente tentado a sostener
ese equilibrio. Es más, acabo de terminar un nuevo poemario que
lleva por título “Golpe
manco”.
4 — ¿De qué trata
“Un referente fundacional”? ¿Hay algún otro libro de ensayo
que preveas publicar?
RC — “Un referente…” surge como resultado de un trabajo de investigación.
En él recojo lo acontecido con las Letras neuquinas entre 1981 y
2005, debido a que, hasta ese entonces, esos veinticinco años
representaban el período más fértil y productivo de la
literatura local. Allí se da una transformación socio-cultural
impresionante, la que devino como efecto del detonante
demográfico de principios de los ‘80 y de la traumática
degradación social que provocó la crisis del nuevo siglo (en
particular, la tristemente recordada de 2001-2002). Durante esa
etapa se manifestó, no sólo en Neuquén, sino en todas las
provincias patagónicas, un vertiginoso desarrollo del capital
literario, abonado en sus comienzos por un imaginario colectivo
de marcada orientación utópica y fundacional, pero esencialmente
motivado por un espíritu “cimarrón”; término acuñado por el
poeta y periodista Gerardo Burton. Lamentablemente, ese dinámico
capital literario: grupos auto gestionados, recitales abiertos,
difusión radial, narradores, dramaturgos, poetas, publicaciones,
nuevos sellos editoriales, espacios académicos dedicados a la
producción literaria regional, gestión de encuentros y
festivales, etc., no se ha transferido al campo educativo. Es
decir que el eje planteado por este ensayo focaliza no sólo el
despegue y crecimiento del capital literario, sino que apunta al
déficit que existe en el espacio áulico, respecto de la obra
producida por escritores locales.
En cuanto a la segunda parte de tu pregunta, la respuesta
es afirmativa, ya que finalicé un nuevo trabajo de
investigación, el cual responde a la temática que vengo
desarrollando en el plano de capacitación docente. Doy por hecho
que el título es más que elocuente:
“Formar escritores para
formar lectores. El lenguaje poético en el aula”.
Ricardo Costa con el poeta español Pedro Enriquez
5 — ¿Y “Fauna
terca”? ¿Cómo está estructurada? ¿Hay alguna otra novela que
preveas publicar? ¿Escribiste, escribís cuentos y relatos?
RC — Si tuviese que elegir uno de los momentos más
tortuosos y terribles de mi vida, a excepción de aquellos que
tienen que ver con pérdidas de seres queridos, sin duda pongo de
relieve el servicio militar. Padecí ese infierno entre los años
1977 y 1978. Los peores del régimen dictatorial. Una experiencia
traumática, denigrante y de violencia macabra. Siempre supe que
algún día escribiría sobre ello. Pero sólo pude hacerlo treinta
años después; una vez que elaboré los duelos debidos y edifiqué
defensas suficientes como para poder volcar en palabras
lo vivido. “Fauna terca”
ofrece una mirada cruda sobre la dictadura, pero enfocada
desde el interior profundo de la Patagonia. La trama concatena
cincuenta años (1958-2008) de historia argentina, relatada
mediante la polifonía de personajes que habitan San Agustín, el
pueblo precordillerano donde transcurre la novela. Si bien no es
un testimonio biográfico, sí carga con un potencial ficcional
que se atiene a hechos literales de aquellos años de plomo. Una
experiencia ardua, para nada libre y epifánica como podría ser
la creación de un poema. Pero, con todo, la narrativa cuenta con
otros tiempos y otras estrategias que también maravillan al
momento de componer mundos posibles.
Siguiendo con tu pregunta, sí, terminé la saga de esta
novela, la cual lleva por título
“Todos tus huesos apuntan
al cielo”. Una forma de dar protagonismo a personajes
secundarios de “Fauna terca”, que cargan con un potencial de vida que no podía
dejar de lado y que articulan pasado y presente a través de una
mirada alternativa, a la distancia de lo sucedido en los ‘70.
Respecto de la cuentística y el relato, no, no he
experimentado esos géneros. Pero no descarto nada. Habrá que ver
qué cartas juega el destino. O, simplemente, la necesidad de
poetizar el mundo mediante otras formas.
Ricardo Costa con Alicia Genovese
6 — Hace unos diez años, en una estancia —“Los Talas”— de
la provincia de Buenos Aires, establecida en 1824, en cuya
biblioteca se conservan, por ejemplo, códices medievales del
siglo XIII, participaste con otros poetas de un encuentro
informal de lecturas.
RC — Es así. Compartimos juntos aquella jornada,
Eugenio Mandrini, Leonardo Gherner, Horacio Marino, Laura Yasán,
Samuel Bossini, Jorge Boccanera, Pablo Anadón, Alejandro
Archain, Emilce Strucchi, Carlos Juárez Aldazábal, Carlos
Surghi, el ya fallecido poeta y periodista Roberto Díaz… Fue una
experiencia riquísima, la cual espero poder repetir en un nuevo
espacio rural. La complicidad que otorgan las voces, la
naturaleza, la historia, las joyas bibliográficas y la sana
complicidad entre poetas logra un clima y una atmósfera de
comunión incomparable. Me gusta pensar que es allí donde se
revela el verdadero espíritu poético. No tanto en la palabra
impresa o en la lectura misma, sino en esa constelación de
energía que se entrecruza entre los elementos convocados y que,
al final del día, nos devuelve más luminosos, un poco más sabios
y en armonía con nosotros mismos.
Ricardo Costa con Jorge Boccanera
7 —
A la hora de
escribir, ¿de qué proclividad o tendencia te cuidás mas?
RC
— Si tu
pregunta refiere a la rigurosidad con que encaro la escritura,
obviamente, trato de no repetirme, de no contaminarme con
cadencias o giros falsos, de no caer en lugares comunes, de no
adjetivar por demás y, sobre todo, de no hacerlo al margen de la
sensibilidad.
Ricardo Costa con Inés Manzano y María Teresa Andruetto
8 — ¿Coincidís con
Nicanor Parra cuando afirma que Rubén Darío
“fue un poeta alienado
dentro de una sociedad alienada. Darío ofrecía un estupefaciente
al lector. El antipoeta le arroja un balde de agua fría.”?
RC —
¿Qué
difícil es batirse con un antipoeta, no? Como tal, existe sólo
uno y no hay forma de discutir principios si no es con sus
mismas armas. Pero como don Nicanor es un ejemplar único,
magnífico e inimitable, sería una falta de respeto arrogarse
semejante atrevimiento. Perderíamos la batalla sin atenuantes.
Pero claro que sí, que un oportuno baldazo de agua fría no le
viene mal a ningún lector. Hasta me atrevería a decir que es una
estrategia pedagógica recomendada, en ese caso, claro. Ahora,
Darío también fue único y revolucionó el lenguaje poético desde
un lugar del mundo impensado para la época. Dentro del contexto
alienado que alude Parra, la poesía
dariana fue esencial para que, luego, las vanguardias
latinoamericanas rompieran con ese encorsetado romántico y
abonaran un terreno que logró maravillas para la literatura
hispanoamericana. Desde Vallejo hasta Oliverio Girondo, pasando
por el “negro” Celedonio Flores o el mismo Vicente Huidobro,
necesitaron que dicho precedente hiciera lo suyo para que los
sucesores alcanzaran la altura que hoy bien se merecen. Vale la
pena capitalizar lo saludable que se registra entre el
estupefaciente y el baldazo de agua fría. Y digo que vale porque
todo suma al final del viaje.
Ricardo Costa con Jackes Ancet, Denise Desaultels, Edel
Morales, Piedad Bonet,etc ( 2014)
9 — ¿Cuáles advertís que han sido los poetas clásicos y
modernos que te marcaron?
RC —
Sin duda
ni temor a equivocarme, César Vallejo es el primero y con letras
doradas que me marcó a fuego. Junto con él, y sin compartir el
género, acompañan Juan Rulfo y Dostoievsky. Y pegadito a éstos,
enormes poetas como Quevedo, Rimbaud, Raúl González Tuñón,
Gelman, Alejandra Pizarnik, Idea Vilariño, Gonzalo Rojas, Juan
Carlos Bustriazo Ortíz, muchos, muchísimos de los que ya no
están físicamente y siguen vivos en relecturas. Respecto de los
contemporáneos/as y compañeros/as de ruta, me excuso de
mencionarlos porque, seguramente, me olvidaría de alguno/a, y
ello no sería justo. Sin embargo, quiero nombrar a dos que
valoro sobremanera. Uno es el italiano Valerio Magrelli, y el
otro, el ecuatoriano Edwin Madrid, a quienes leo con profundo
placer y no dejan de embellecer su obra cada vez que abro sus
libros.
Ricardo Costa con L. Lukin, N. Litvinova, A. Requeni, T.
Maver, A. Lo Bue, H. Schillagi, A. Rocamora, C. Urbano, R. Rojas
Ayrala, A. Genovese, F. G. Toledo, etc.
10 — ¿Cómo te llevás con la lluvia y cómo con las
tormentas? ¿Cómo con la sangre, con la velocidad, con las
contrariedades?
RC —
De
maravillas con todos los fenómenos climáticos. Más aún cuando
acontecen sin previo aviso. Como el hecho de despertarse y
advertir que el cielo estrellado de la noche anterior es, al día
siguiente, un paisaje que se cubre bajo una nevada mágica. El
espasmódico centelleo de una tormenta eléctrica de verano. La
plenitud del mediodía estival sobre un lago. Un lenguaje que
revela el humor del mundo. La excepción la marcaría el viento.
No hay cómo combatirlo. Afecta el ánimo. Apaga las voces. No me
gusta. Es un castigador que raspa la alegría.
La sangre, metaforizada en un verso, ofrece visiones
sorprendentes en el imaginario. En los hechos traumáticos de la
vida, la soporto, supero su impertinencia. Pero me remite de
inmediato a los años de la dictadura. No logro evitar esa
asociación.
La velocidad, como un excelente contendiente de la
desidia y de la indiferencia. Me sumo a ella.
Las contrariedades… Bueno, es una constante que obliga a
no dar nada por seguro hasta que sucede.
Ricardo Costa con Laura Yasan
11 — ¿Cómo ha sido
el proceso de escritura del texto que da título al libro
“Fenómeno natural”?
RC —
Tengo la
sensación de que siempre estoy escribiendo el mismo libro y un
único poema; pausado por los años y por el trastocamiento de
valores y afectos. Ahora, lo particular de cada uno es que,
generalmente, uno de los poemas es el que dispara el título del
libro. En el caso de
“Fenómeno natural”, el texto surge de una experiencia…
climática, vamos a decir. Una tarde de octubre, mes por demás
ventoso en la Patagonia, tuve que dictar un taller en una
escuela primaria, ubicada en un barrio marginal de la ciudad de
Neuquén. Típico vecindario con calles de tierra, descampados, y
recostado contra la barda (suerte de meseta árida). Ese día
preferí tomar un camino alternativo, casi una huella que bordea
por lo alto. Y en un punto del camino, hacia abajo, en un
cañadón desértico, observé una casita construida por maderas y
chapas, aguantando el ventarrón de frío y tierra que se abatía
contra las cuatro paredes. Casi que se me antojaba pronosticar
que tal chaperío, pronto, sería descuartizado por una ráfaga. De
pronto, la puerta se abre y una nenita sale al temporal, apenas
para rescatar a un pollito y guarecerse con él por detrás de la
casa, debajo del piletón de lavar. Imagen por demás suficiente
para que el poema tome forma por sí solo y procure, a pesar de
la violencia del mal tiempo, componer una experiencia amorosa.
Ricardo Costa con Luciana Mellado, Silvia Castro, R.
Urretabizcaya, Inés Manzano, Chalo Candia y Álvaro Urrutia
12 —
Releo las palabras que acompañan la dedicatoria de
“Veda negra” y me
conmuevo. Los destinatarios son Paula, Sabina, Lucio y Alejo.
RC —
Se trata
de mis hijos. A ellos va dedicado ese libro.
Cuando escribí “Veda
negra” atravesaba un momento de mucha confusión; afectiva,
profesional y existencial. Estaba realmente triste y frustrado
en muchos aspectos. De manera que lo que volqué en cada página
llevaba parte de mi encarnadura, de las lágrimas, temores,
angustias, y también fuertes pasiones que me sacudían mal. Por
entonces, mis chicos eran pequeños. Pero sabía que el paso del
tiempo se encargaría de brindarles la luz necesaria para que,
llegado el momento, esa voz fuera suya y pudieran escuchar las
palabras de ese padre que se parapetaba tras el poeta. Un libro
escrito para el futuro. Un mensaje de vida en clave de poesía.
Veremos si estoy en pie para cuando llegue el momento.
Ricardo Costa con Sergio De Matteo
13 — ¿Acordarías
con el poeta Juano Villafañe en que
“Todas las vanguardias del siglo XX han sido determinantes en la
transformación poética por diversos motivos” y que
“Quizás el surrealismo sea el movimiento que más ha impactado en la
historia de la poesía”?
RC —
Acuerdo con ambas posturas, desde luego. El hecho de asumir una actitud
vanguardista significa avanzar por sobre toda convención
prescriptiva y, fundamentalmente, experimentar a partir de lo
que va descomponiendo ese mismo movimiento. Pero no sólo la
ruptura es lo que prevalece, sino que, valiéndose de esa
desfragmentación, la idea es re-construir y re-configurar la
realidad a través de nuevos lenguajes. Ahora bien, ¿cabría
discutir el concepto estético en este caso, o sólo el
atrevimiento de irrumpir lo estructurado para lograr una forma
nueva es la esencia de la vanguardia? Basta poner de relieve lo
que significó el surrealismo (como merecido cachetazo cultural a
la postguerra), para dar a luz una mirada revolucionaria, en
favor del lenguaje poético.
14 — Un sueño cumplido: viajaste a Italia. ¿Y otros a
cumplir…?
RC —
Respecto de lo que rumorea la pasión por la palabra escrita, me gustaría
alcanzar las orillas del próximo libro y que, como hasta el
momento, sea la piedra de toque que me permita seguir viajando.
No solo fronteras afuera. Todo viaje es bienvenido y
aleccionador por sobre cualquier otra enseñanza. Los libros,
además del capital cultural que ellos mismos representan, me han
servido como excusa para recorrer una buena distancia
geográfica. Pero los sueños más anhelados van más allá de mí. Se
despegan y abrazan
los deseos que impulso en favor de quienes amo. Mis hijos y mis
hijas, por sobre todas las cosas. Parece una frase hecha o
impostada si digo que los siento como una proyección de éste
mortal que encarno. Pero es así con todo el peso que ello
significa. Los siento como una proyección mía; deseando que
superen todo “lo poco de lo mucho” que desee para este que soy.
Ricardo Costa en Giffone, Italia, Casa d'l nonno
15 — ¿Tortuga gigante, oruga, anguila eléctrica,
rinoceronte o tigre de Bengala blanco?...
RC —
EL imaginario bengalí me puede por sobre las otras opciones. Un tigre,
desde luego.
Ricardo Costa con Tomás Watkins, Aldo Novelli y otros
poetas
16 — ¿Los recuerdos de la infancia son engañosos? ¿Los
tuyos lo son?
RC —
Para nada. Bueno,
no en mi caso. Guardo recuerdos infantiles que gozan de
envidiable salud. Poseo memoria fotográfica y diacrónica. Por
sobre todas las cosas, plenas de felicidad. Hasta los doce años
viví en una antigua casa de Almagro. De esas con zaguán, puerta
cancel, pasillo con piezas que daban al patio y macetones con
malvones. Música de tango —siempre— y tranvía pasando por la
calle Medrano. Mis viejos, abuelos y tíos, ya que todos
compartíamos la misma vivienda, la peleaban día a día para traer
un mango a la casa. No nos sobraba nada. Pero tampoco nos
faltaba nada. El tinenti, el fútbol callejero, las comilonas de
los domingos, todo el folklore barrial era una fiesta. Bello y
fiestero pasado que destaco como una fortaleza que aún empuja
para no dejar de mirar al frente.
17 —
En lo que concierne a la crítica literaria, ¿cuáles —y no apunto
solamente a los actuales— son aquellos ensayistas que más
valorás?
RC —
Si comienzo por
Aristóteles y su “Poética”,
y continúo hasta el presente, la nómina sería demasiado extensa.
Pero si me permitís tomar como punto de partida el siglo pasado,
los latinoamericanos coparían la parada. Así, “sobre el pucho”,
pienso en Jorge Luis Borges, en Américo Ferrari, en Juan José
Saer, en Noe Jitrik, en José María Arguedas, en Hugo Verani, en
Ángel Rama, en Octavio Paz, en Josefina Ludmer, en Alicia
Genovese, en mi maestra: Irma Cuña, y muchos más. Variopinta la
selección, ¿no? Pero también quiero poner énfasis en algunos
congeneracionales que bien merecen ser sumados a la partida.
Jorge Boccanera, por ejemplo: grandísimo poeta, al que destaco
como prolífico ensayista. Ser humano que admiro por sobre el
artista. Principalmente por el vasto y meticuloso conocimiento
que tiene del universo poético latinoamericano. Al margen del
notable trabajo que ha llevado a cabo con la obra de Juan
Gelman, sus publicaciones nos permiten conocer autores que, tal
vez, en los escritos de otros estudiosos no los hallaríamos.
A la par de Boccanera, otro de mis predilectos es Sergio
De Matteo: escritor e intelectual brillante. Uno de los
ensayistas y conocedores del panorama poético argentino más
apasionados que conozco. Talentoso y perseverante en la materia.
Jugado y quirúrgico a la hora de aplicar una mirada crítica
(¡ojo!, digo crítica, no criticona), cuando de análisis
literario se trata. Disfruto mucho al leerlo porque además de
contagiar entusiasmo aporta esa cuota de conocimiento que ayuda
a ver más allá de lo que el discurso trama. Y como para
triangular el conjunto, no quiero olvidarme de Osvaldo Picardo.
Fino, finísimo estudioso del tema. Un esmerado especialista que
aporta, en cada una de sus intervenciones, un caudal teórico de
alta factura. Chapeau
a todos ellos.
18 — A la luz de tu experiencia como lector y como
narrador: ¿de qué características o ingredientes o
circunstancias no debe carecer una novela? ¿Hay novelas
(¿cuáles?) que valores aunque te hayan dejado indiferente?
RC —
Lo que pasa es que cuando
leo no puedo sustraerme al potencial poético que promete el
libro que tengo entre manos. Parto de ese principio para ponerme
en situación. Pero en el caso de la narrativa, tomo muy en
cuenta la alteración sintáctica que plantea la trama; el juego
cómplice que invita al lector a formar parte de ese complot.
Como también lo que no se “dice” literalmente en la historia. Me
gusta la sutileza, lo que se sugiere entre líneas pero no se
muestra en el discurso. Y al mismo tiempo, la espontaneidad de
lo mínimo e indispensable, de lo frontal, pero sin toques
retóricos recargados. Cité con anterioridad a Juan Rulfo, un
ENORME poeta de la novelística latinoamericana. Pero también
Antonio Di Benedetto, Juan Carlos Onetti, Alejo Carpentier,
Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez. Las grandes plumas de
la Patria Grande abonan esa manera de volver maravilloso lo que
disimula la cotidianeidad. Y ahí está la poética del asunto. No
descubro nada con lo que digo, pero me gusta detenerme en estos
aspectos cuando pienso en los “ingredientes” que no deben faltar
en una novela.
¿Libros que valoro aunque me hayan dejado indiferente?...
Sí, “En busca del tiempo
perdido”, de Marcel Proust, es uno de ellos. Una obra
mo-nu-men-tal pero que no llegó a conmoverme. Algo parecido me
pasó con André Gide. Reitero y tomo lo que formulás en tu
pregunta: son obras de alta factura pero que, en mi caso, no
generaron impacto emocional.
Ricardo Costa con Tom Lupo
19 —
“Es muy
probable que los premios literarios hayan sido creados por algún
demiurgo sarcástico para subrayar la carcajada con que el tiempo
se venga de las certidumbres. En todo caso, los premios sirven
para otear desde ellos el panorama, y, avergonzado, uno se
pregunta cómo es posible que, lo que hoy parece tan evidente,
ayer pudo parecer siquiera dudoso.”
Así
comienza el prólogo que el chileno José Donoso concibiera para
la novela “El astillero” del uruguayo Juan Carlos Onetti. ¿Qué te generan esas
líneas introductorias?...
RC —
Los intríngulis y
suspicacias que arremeten desde las sombras de los premios
literarios existieron, existen y existirán siempre. Pero como
bien traés a colación a través de las palabras de Donoso, el
tiempo —ese inefable juez todopoderoso— es quien determina a la
larga qué obra trasciende por su legítimo valor literario y no
por un circunstancial acuerdo de jurados. Tomemos en cuenta que
los libros más reconocidos de la literatura universal
trascendieron más allá de los premios. Por ejemplo el
“Martín Fierro”, sin
ir más lejos. O “Don
Quijote de la Mancha”. O la poesía barroca de Luis de
Góngora, revalorizada trecientos años después gracias a la
generación del ‘27. Los premios, cuando son lanzados con el afán
de descubrir valores y promover obras dignas de difusión, son
saludables y bienvenidos. De hecho, cientos, miles de escritores
y escritoras han alcanzado sus primeras ediciones gracias a esta
posibilidad; más aún en nuestro país, donde una publicación de
corto tiraje y diseño austero cuesta una fortuna. No cabe duda
que los concursos literarios son un estímulo para quien lo
logra. Pero creo que la respuesta final va implícita en tu
pregunta y en la cita de Donoso: algunos premios podrán
disimular la carcajada de algún demiurgo sarcástico, pero, en
definitiva, el que
manda es el Tiempo.
*
Ricardo Costa selecciona poemas de su autoría para acompañar
esta entrevista:
Mundo terrible la geometría.
Todo lo que resta es un círculo,
una línea volviendo a su origen,
una figura creada para sabernos
sobre un espacio seguro.
Todos contemplamos la redondez
de esa línea, pero festejamos el vacío,
no la línea.
Así nosotros: un punto sobre otro.
Imprudente ciencia, dicen, y alguien
olvida la luz; ama la sombra que borra.
Entonces la geometría estalla.
(de
“Teatro teorema”)
*
FÍSICA BÁSICA
El lanzamiento de una piedra
acaba con la vida de una distancia
determinada.
Un poema cumple con el mismo objetivo:
acabar con la vida de un tiempo
determinado.
La piedra, una vez detenida, ignora
el significado de la distancia.
Una vez en vuelo, el poema es una curva
que se cierra sobre sí misma.
(de “Danza curva”)
*
PUNTOS DE VISTA
La forma más sencilla de celebrar una fundación
es marcar un punto junto al vacío.
Un punto es una partícula del todo imponiéndose
sobre la nada.
Un punto establece el origen de todas las formas
que caben en el universo, y el universo se mueve
sobre una sucesión de puntos encadenados
en el espacio.
Sobre uno de estos puntos estamos nosotros,
abrazándonos y girando en un vacío que nos mantiene
flotando sobre un silencio absoluto.
Pero lo mejor de esto no es el silencio ni lo absoluto.
Lo mejor de esto es que nadie sabe que flotamos
porque obedecemos una ley fundamental.
Creo que ese es el punto: flotar abrazados a la idea de
la nada
mientras los cuerpos se mueven y la fundación se
convierte
en un acto
de amor junto al vacío.
(de “Veda negra”)
*
UNA NARANJA
El cuchillo recorta circularmente la naranja
bajo su cáscara.
Hace correr el jugo entre el filo y la pulpa,
marcando el cauce de un camino líquido
que rodea a la fruta para venirse a tu mano.
Viéndote ejecutar esa maniobra, pienso que
algo terrible ocurriría con mi corazón
si tu apetito cayera en desgracia.
Ese movimiento giratorio, ese descascarar
en crudo para llegar al brillo de la pulpa,
daría con la parte más débil de un hombre
y la desnudez de su sangre brotaría hasta
manchar sus ojos de la manera más vergonzosa.
La diferencia la marcaría el ángel que mueve
tus manos.
Porque la fruta gira entre tus dedos para que
su carne se abra por entero a la luz.
En cambio, un corazón se pudre si no se lo corta
en el momento preciso.
Queda dudando lejos, cavado en una ruina oscura,
a treinta y cinco centímetros por debajo
de la boca.
(de “Mundo crudo”)
*
BUENA SALUD
Mi abuelo decía que cuando fuera grande, lo que dejara en el plato
se me volvería flacura en los huesos.
Ahora tengo hambre y hace cuatro días que no me afeito,
seis que no paso por la panadería y diez que he dejado de correr
el colectivo para llegar a tiempo a tu casa.
Cuando me quedaba con el abuelo siempre descartaba el puré,
la acelga y el zapallo hervido.
Porquerías que a los chicos nos amargaban la vida.
Claro que se extraña la dura mirada del abuelo. Y también la tuya,
la que no pedía que me alimentara, sino que comprendiera
que el deseo perfecto es aquel que nos mantiene pendientes
del apetito del otro.
Junto al teléfono quedó una galletita magra y medio vaso de yogur.
Vale decir que no hay motivo para el sacrificio, ya que nadie fallece
por arrepentimiento tardío.
No conozco un solo caso de muerte por desobediencia al abuelo.
Pero me preocupa lo que podría destruir el dolor cuando ya
no queden fuerzas para llevarse nada a la boca.
Parece que sí, que la tristeza es un hueso que nunca se dejará comer,
que siempre estará allí, en un plato con restos del almuerzo
y a la espera de tu llamado.
(de “Fenómeno natural”)
*
FENÓMENO NATURAL
En esta parte del mundo el viento entristece la luz.
Cada vez que sopla contra la casa, nada parece merecer
la más mínima contemplación.
Yo pensaba que una familia entera estaría abrazándose
ahora mismo bajo las cobijas, rogando por la clavadura
de las chapas contra el techo.
Ruedan botellas entre los yuyos y se desgaja la ropa colgada.
Un pollo escapa y resiste bajo
el piletón de lavar.
Todo el aliento muerto de la miseria se ahoga contra esas
cuatro paredes.
Sin embargo, en apoyo oblicuo contra el viento,
la hija sale de la casa, se acurruca junto al pollo
y comienza a cantarle suave.
A pesar del temporal, ella cree que el amor es un fenómeno natural
que habita en lo más pequeño de la estepa.
Por eso abraza al animal y se convence de que la brutalidad del aire
es un mundo vacío que va muriéndose de a poco.
(de “Fenómeno natural”)
Ricardo Costa con Jorge Spíndola, Alberto Fritz y Cristian
Aliaga
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Entrevista realizada a través del correo
electrónico: en las ciudades de Neuquén y Buenos Aires,
distantes entre sí unos 1.100 kilómetros, Ricardo Costa y
Rolando Revagliatti, mayo 2016.
http://www.revagliatti.com.ar/040906_costarica.html
http://www.revagliatti.com.ar/040906.html
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