Ricardo Rojas Ayrala: sus respuestas y
poemas
Entrevista realizada por Rolando
Revagliatti
Ricardo Rojas Ayrala
nació el 30 de julio de 1963 en Buenos Aires, ciudad en la que
reside, capital de la Argentina. Fue fundador y uno de los
directores de Editorial La Bohemia. Conjuntamente con Marta
Miranda organiza los encuentros literarios “VaPoesía Argentina”.
Es secretario de Cultura de una Asociación Fraternal de
Trabajadores y prosecretario del Sindicato de Escritoras y
Escritores de la Argentina. Ha recibido diversos reconocimientos
por su labor literaria. Fue incluido, entre otras antologías, en
“La erótica argentina”
(Editorial Catálogos, 1995; Editorial Manantial, 2003) y
“El arcano o el arca no –
Poesía argentina de fin de siglo” (Instituto del Libro
Cubano, Cuba, 2005; Ediciones Casa de las Américas, Cuba, 2007).
Publicó los poemarios “Sin conchabo corazón” (Editorial El Caldero, 1993),
“Caligramas: A espinazos
locos de amor” (Editorial La Bohemia, 2000),
“La lengua de Calibán”
(Fondo de Cultura Económica, México, 2005),
“Obispos en la niebla”
(Editorial Tintanueva, México, y Editorial La Bohemia,
Argentina, 2005), “Argumentos para
disuadir a una jauría y otros usos civiles” (Editorial
Desciertos, 2013), “Un
sauzal para Kikí de Cundinamarca” (Editorial Ponciano
Arriaga, México, 2013),
“Las nubes” (Editorial Desciertos, 2015) y los volúmenes de
narrativa “Fabulosas
alimañas de la pampa” (1996, en Argentina; 2010, en Italia),
“Hazañas y desventuras de
Amulius y Numitor” (1999, en Argentina; 2010, en Italia),
“Miniaturas Quilmes”
(2001), “Quaestiones
politicae” (2006, en Argentina; 2010, en Italia).
1 — “El artista es un trabajador” se titula un Manifiesto
de tu autoría que inicia una veintena de párrafos así:
“Sabemos al artista un
trabajador…”
RRA — Es un manifiesto sobre el artista como un
hacedor que rechaza las viejas formas heredadas con su práctica
y sabe que todo el arte es, fue y será hecho por el pueblo. Que
no existe esa diferencia interesada entre la cultura popular y
la Cultura, con mayúsculas, más que como una impostura y un
fraude articulado por los que nos dominan, nos atropellan y nos
sojuzgan. Todos tenemos algo que decir, único, maravilloso,
trascendente, que si no lo decimos se pierde para siempre y
nadie más en el mundo lo dirá. Sencillamente eso. Los invito a
leer el manifiesto para que saquen sus propias conclusiones en
el link:
http://www.lapurpuradetiro.com.ar/index.php/manifiesto. El
escritor es un sujeto político que debe participar activamente
en su tiempo, en su sociedad, en el lugar que le toca como
intelectual, como ciudadano y como trabajador. Un actor
principal de su tiempo que cuenta, a su favor, con una
herramienta terrible y poderosa: la palabra. No hablo, sólo, de
filiación política sino de intervención social, de participación
efectiva, que cuestione el estado de las cosas pero que
proponga, que movilice, que actúe. Quien no participa de su
tiempo, quien prescinde, quien se dice neutral, apolítico,
escoge el partido de los que nos oprimen. Ya lo decía el gran
poeta cubano José Martí [1853-1895]:
“Trincheras de ideas valen
más que trincheras de piedra”. Hay una desigualdad notoria e
insoportable en nuestras sociedades latinoamericanas que
requiere una urgente participación transformadora de todos, de
los escritores en primera fila, para construir colectivos
justos, libres, fraternales, soberanos, donde todos los hombres
y todas las mujeres valgan por lo que son y no por lo que
tienen.
Ricardo Rojas con Ulises Naranjo, Marcial Gala, Marta
Miranda, Noelia Andía, Miguel Rivas, etc.
2 — ¿Estás abocado a la construcción de una universidad
de trabajadores (de la Asociación de Empleados de Farmacias)?
RRA — Sí, claro, además de escritor soy gestor
cultural desde hace más de veinte años. Nuestro sitio virtual de
cultura de los trabajadores,
“la púrpura de tiro”,
nos está dando enormes satisfacciones y estamos diseñando
algunas intervenciones en video y una articulación para crear un
canal por internet; ahí nos encontramos, ahora, investigando
esos formatos para que los trabajadores puedan filmar sus
propias cosas. Como secretario de cultura de mi gremio, ADEF,
estoy llevando adelante la puesta en marcha de una Universidad
en nuestro sector, Farmacia. Esto es un proyecto institucional
en el que estamos hace mucho tiempo, mucho, y gracias al enorme
esfuerzo de todos los compañeros que me apoyan y los compañeros
de la Universidad Metropolitana de Educación y Trabajo, vamos
yendo hacia un muy buen puerto, esperamos el año entrante contar
con la aprobación de las autoridades educativas de la Nación.
Con Marta Miranda coordinamos VaPoesía Argentina, un festival de
poesía e integración que se desarrolla en Buenos Aires y
Mendoza, que convoca escritores de la Argentina y el exterior, y
hace foco en las zonas vulnerables, en la cárceles, en las
villas, en los barrios obreros, en las comunidades aborígenes,
en las escuelas rurales. También estamos desplegando
conjuntamente con la Organización de Estados Iberoamericanos y
la Fundación Uocra, un ciclo de encuentro con escritores
destacados de la Argentina sobre el tema de
“el Escritor como
Trabajador”.
3 — Fuiste miembro del colectivo “Paralengua” de poesía y
experimentación. ¿Qué podrías trasmitirnos de la poesía bufa
experimental que solés presentar?
RRA — Sí, participé en el colectivo “Paralengua”
haciendo mi poesía bufa durante diez años. Junto con un grupo
notable de escritores y perfomers, Roberto Cignoni, Jorge
Santiago Perednik [1952-2011], María Lilian Escobar, Roberto
Scheines, Carlos Estévez, Andrea Gagliardi, Ricardo Castro,
Maria Chemez, Fabio Doctorovich y otros más. Estudio mucho,
investigo, trato de profundizar en los distintos lenguajes, me
he formado con varios maestros, es la manera que yo creo que se
deben hacer las cosas. Reconozco entre los más influyentes a
dos, a Emeterio Cerro [1952-1996] y a Baby Pereyra Gez, quienes
marcaron de un modo indeleble mi forma de interpretar, mi poesía
bufa, mis búsquedas artísticas. Siempre que el poeta lee ante
otros hay una interpretación, una interpretación que no debe ser
menospreciada, minimizada, ni desaprovechada; yo elijo la
ironía, una ironía que cuestiona, pone en tela de juicio y
denuncia. La poesía bufa es mi manera de resolver esta búsqueda
que no se agota sólo en la parodia, el retruécano, el remate
jocoso y la mera comicidad. En la actualidad estamos comenzando
a elaborar propuestas con el poeta y músico Fernando Aldao, una
iniciativa que hemos denominado “poesía para bailar”; recién
empezamos el año pasado pero confiamos en que dé sus frutos, con
algún CD, en cualquier momento. Elijo la poesía bufa porque es
una apuesta a la alegría, la alegría que no es más que un
derecho humano. Se ha naturalizado que si un rico se ríe es un
bon vivant, un
señor que tiene un don de gente envidiable, un auténtico ganador
de la vida. Ahora si un pobre se ríe es un bruto, un desubicado,
un vago mal entretenido. Mi poesía bufa, que lo cuestiona todo,
comienza cuestionando estos dislates infinitos, horrorosos y
clasistas.
Ricardo Rojas Ayrala en 2001 - Foto Daniel Grad
4 — He conocido la revista objeto “Los Rollos del Mal
Muerto”, espléndida e incómoda, de la que fuiste director
editorial.
RRA — Fue una revista de literatura única y bella que
llevamos adelante con mi gran amigo Daniel Muxica [1950-2009],
un extraordinario escritor e incansable gestor cultural, con el
que concebimos juntos un montón de cosas más en el mundo del
arte: revistas, editoriales, festivales, encuentros, centros
culturales. El criterio que nos guiaba en ese proyecto
específico era publicar la literatura que se soslayaba en ese
momento, la que se invisibilizaba de un modo sistemático, de
escritores locales, conocidos o no, difundiendo también a otros
de Latinoamérica y del mundo, que también eran poco leídos o
desconocidos en nuestro país. Para dar un dato de color,
ilustrativo: el primer libro de Antón Arrufat en la Argentina lo
publicamos nosotros, “La
huella en la arena”, en el año 2000. El nombre de la
revista, los rollos del mal muerto,
ironizaba sobre el doble sentido del mal que habría muerto o del
muerto que había sucumbido mal, pues el formato eran varios
rollos de casi un metro de largo que venían dentro de un
packaging de
cartón, muy cercano a la revista objeto. Una revista incómoda
desde todo punto de vista, pero llamativa y original. Recuerdo
lo que nos divertíamos con Muxica planeando una sección que se
llamaba “El fantasma de Kant”, donde nos mofábamos
descarnadamente sobre los tópicos, las leyes generales y los
mandatos absurdos de la época, que no sólo no se cuestionaban,
sino que se seguían a pie juntillas como un mandato divino. La
revista era trimestral y logramos editarla por unos años.
Finalmente cesó, porque si bien fue un éxito en cuanto a su
difusión, a su lectura y a la repercusión que logró, fue un
fiasco comercial y no pudimos solventarla más, claro.
Ricardo Rojas Ayrala con Marta Miranda y otros poetas
5 — Y fuiste miembro del grupo de experimentación poética
“Any y sus Ballenatos”.
RRA — Hace un par de años formamos “Any y sus
ballenatos”, con María Lilian Escobar (“Any”), Roberto Cazenave,
Roberto Cignoni y yo, que anduvo haciendo de las suyas por ahí.
Un grupo maravilloso, de un profundo y muy creativo trabajo de
experimentación, efectuábamos unas aproximaciones a voces
ancestrales nativas, una suerte de oráculo distópico infinito,
un canto samba intervenido de un modo altisonante y otro rosario
de cosas más; un gran placer participar allí y hacer
intervenciones poéticas con gente tan talentosa, capaz y
generosa. Hay un mítico recital que se realizó en Cura Malal, en
un centro cultural precioso en medio de un pueblo de no más de
cien personas, que anda digitalizado por la web, que nos trae
ecos, voces y fragmentos de ese colectivo de experimentación
poética, deslumbrante, que tal vez sólo rubricaba lo que dijo
Salvador Dalí: “Se trata de la sistematización más rigurosa de los fenómenos y
materiales más delirantes con la intención de hacer
tangiblemente creadoras las ideas más obsesivamente peligrosas”.
“Any y sus ballenatos” está en un
impasse por
problemas de tiempo, de compromisos y de obligaciones
impostergables de casi todos sus integrantes. Espero que podamos
ponerlo a funcionar de nuevo.
Ricardo Rojas Ayrala con Marta Miranda, Rodrigo Balam e Irina
Henríquez
6 — En tu Documento Nacional de Identidad debe constar
Ricardo Horacio Gutiérrez. ¿Podríamos saber porqué preferiste un
seudónimo? ¿Algo llegaste a publicar con tu propio nombre?
RRA — Sí. Creo que se publicó alguna plaquette con mi
nombre original, con unos poemas a Van Gogh que si alguien
tiene, me gustaría recuperar, y algunos otros textos en una
antología de poesía joven. Y gané también un concurso de la
Sociedad Argentina de Escritores con mi verdadero nombre siendo
un veinteañero. Luego preferí desarrollar mi actividad como
escritor bajo el apellido de mi madre, Rojas Ayrala, simplemente
como homenaje a mi madre cuando ésta falleció, hace mucho, y es
por ese apellido que se me conoce en el mundo del arte y con él
publiqué toda mi obra, que a la fecha consta de once libros:
cuatro de narrativa y siete de poesía. Con esta cuestión del
seudónimo literario pasa algo muy gracioso en mi trabajo formal,
como secretario de cultura, donde casi todos me llaman Rojas,
ignorando que ése no es mi nombre en realidad, con el que suelo
rubricar las cuestiones administrativas y oficiales, y cuando
buscan al otro, a Gutiérrez, se quedan sorprendidos al saber que
es “Rojas” el que firma; un paso menor de comedia digno de un
vodevil televisivo de la tarde, quizá.
7 — Además de participar en encuentros y festivales de
nuestro país, lo hiciste en México, Chile, Costa Rica, Uruguay…
RRA — Tengo la suerte de que me inviten seguido a
festivales literarios a los que asisto más que gustoso. Es muy
gratificante compartir los textos de uno con hermanos de
Latinoamérica o del mundo, y comprobar las diferencias y las
similitudes de nuestras sociedades, de la urgencia de nuestros
sueños, de nuestros anhelos, de nuestros desafíos, tan
íntimamente relacionados entre sí, de las desigualdades que nos
persiguen, las faltas de verdad, de belleza y de justicia que
debemos denunciar y combatir para lograr una vida digna para
todos. En Chimaualcán, México, por ejemplo, leí hace poco ante
auditorios multitudinarios de dos mil personas del pueblo
mexicano profundo, muy humildes, que acuden al llamado de ese
festival de poesía absolutamente movilizante. Ahora he tenido la
fortuna de ser invitado al X Festival Internacional de Poesía de
Buenos Aires (FIP), al XI Festival Internacional de Poesía
ABBApalabra en México y al III Festival Internacional de Poesía
de Mendoza, además de a una serie de lecturas que espero se
repitan pronto, porque sé de un modo fehaciente que, como decía
mi amado Roque Dalton:
“Donde ponga los pies el crisantemo no crecerá el puñal”.
Ricardo Rojas Ayrala con Gustavo Tisocco y Marta Miranda
8 — Has declarado que te denominás, tal como lo sentís,
“Artefacto Rojas”, cuando tras mucho investigar sobre algún tema
te proponés escribir sobre él. Te armás, te convertís.
RRA — El artefacto Rojas no es más que una suerte
fallida de sistema de pesos y medidas que he desarrollado para
plantar el trabajo literario que voy a hacer. La pobre zanahoria
que mueve este quehacer se llama libro, siempre pienso en
libros, se publiquen o no, libros. Cuando comienzo un trabajo,
encharcado en lo literario, claro, siempre voy hacia algún
lugar, tengo un tema vigía, una suerte de campana lejana en la
hora del Ángelus, o un indicio de ese tema, y sigo esa huella,
esa melodía, ese rastro en el aire, por eso investigo, tomo
notas, hago croquis, visitos lugares, realizo un teatro de
operaciones de eso que voy a hacer, de ese libro en ciernes; el
nombre de ese proyecto viene casi de inmediato, aunque luego,
cuando queda terminado, ya ha cambiado un montón de veces. Lo
tamizo por tres varas bien concretas: el
sueño, que vendría siendo lo que se cuenta, cómo se lo cuenta,
en qué mundo sucede, con qué elementos voluntarios se lo cuenta;
el
ensueño,
que es todo aquello que resplandece de eso que se ha logrado
decir, la emanación de esas letras, su aura involuntaria y
frenética, lo incomunicable de esa historia, su mensaje, sus
sentidos, sus agites, sus sentimientos y la
rememoración, que
es lo que apenas queda pegoteado en la “relva” de esos dos pasos
anteriores, amalgamados en algo que desenmascara ese mecanismo
total, una advertencia dudosa de que todo el procedimiento no
deja de ser, jamás, una sarta de palabras en danza, que hay un
pacto literario en algún sitio haciendo funcionar estos géneros,
que hay una tradición, que hay un acervo, y que hay, sobre todo,
gente de carne y hueso haciendo de estos oficios aéreos, libros.
El artefacto Rojas, como casi todo en la vida, es más fácil de
visualizar en los extremos; por ejemplo, hace poco cerré,
después de años de trajín, un laburo de poemas muy muy cortos,
que se llama “El eterno
retorno de Onistura”, algo así como sesenta poemas
pretendidamente naturalistas que hablan de Latinoamérica: 30
haikus, 15 haikai y 15 “yori” (textos que son algo más de dos
haikus y medio, que conforman diez versos, que he inventado a
los efectos de estas experiencias). La premisa era la
imposibilidad concreta de escribir haikus en castellano, como
pregonaba Borges, antes de escribir unos quince absolutamente
deliciosos. Respetando el corsé de esas formas, de un escritor
enorme y jocoso como el japonés Ueshima Onistura [1661-1738],
pero poniéndolo a funcionar en estos lugares nuestros, con
nuestros horrores, nuestros desencantos y nuestras felicidades.
Pues el resultado ha sido maravilloso.
9 — ¿Así que además de ser el autor de
“Miniaturas Quilmes”
sos “cervecero”, hincha de “Quilmes”, bonaerense equipo de
futbol cuyo Club se fundó en 1887?... ¿Residiste en la ciudad de
Quilmes? Hablemos de la ciudad y tus lazos con ella, de tu
equipo, y de ese libro, el citado, seleccionado por el Plan de
Promoción a la Edición de Literatura Argentina de la Secretaría
de Cultura y Medios de Comunicación de la Presidencia de la
Nación.
RRA — Yo soy porteño, nací en la ciudad de Buenos
Aires, y aquí vivo desde hace mucho, pero pasé mi infancia y
adolescencia en la barriada de Quilmes. Suelo creer que poseo un
pensamiento francamente orillero construido, piedra por piedra,
en los campitos de fútbol de Quilmes y la biblioteca
inmensurable de mi padre. Un pensamiento orillero y taimado que
trae consigo, siempre, una mirada propia de los abejorros más
disolutos. Es así para cualquiera de la infinidad de sujetos del
sur de Buenos Aires, del conurbano bonaerense, que saben, que
intuyen, que deducen, que todas las cosas, los hechos y los
acontecimientos siempre poseen una complejidad encubierta,
amenazante y disimulada, ex profeso, con fines inescrutables
pero perentorios que deben ser desentrañados ya mismo. Con mis
amigos selectos, nosotros, los más impresentables y diletantes
del barrio, peregrinábamos con frenesí hacia el Centro. El
Centro no es otra cosa más que la Ciudad de Buenos Aires. Íbamos
a ver ciclos de cine, a recorrer las librerías como posesos, a
degustar pizzas como si de auténtica ambrosía se tratare, a
jugar a los fichines (los antiguos flippers) y a intentar
conocer alguna que otra señorita. Era nuestro secreto e
intimísimo Tikal. Nos dilapidábamos hasta el último billete
arrugado que teníamos y retornábamos “colados” (sin pagar
boleto) en el mítico “blanquito”, un descascarado ómnibus que
conecta el Centro luminoso e indolente con el Quilmes soñador.
En una de esas asiduas excursiones recalamos por casualidad en
el bar “La Paz”, donde perdían el tiempo con incomparable gracia
los mejores escritores, y ahí me quedé toda mi juventud, adosado
a una de las mesas del ventanal. En Quilmes tengo familia,
hermanos, sobrinos, amigos y lugares que siguen estando, ahí,
esperando, esperando vaya a saber uno qué. Esperando, ahí. El
fútbol me gusta mucho, más jugarlo que verlo jugar, y soy hincha
de Quilmes Atletic Club, claro. En cuanto a mi libro, las
“Miniaturas Quilmes”,
se relaciona directamente con los indios kilmes, una de las
tribus más bravas de la Argentina, que fueron traídos a pata más
de mil doscientos kilómetros desde la provincia de Tucumán,
hasta la reserva de Quilmes, con el exclusivo fin de que se
apaciguaran o murieran en la travesía. Para ilustrar su carácter
indómito las madres kilmes preferían arrojarse al vacío, con sus
hijos, antes de entregarse a los blancos y convertirse en
esclavos. Este libro trata de una serie de historias breves,
sobre la memoria de esos mismos indios, que aún hoy retumban en
el imaginario de nuestra gente. Sí, por suerte fue muy
reconocido el libro: además de ese Premio de la Presidencia de
la Nación que mencionás, me distinguieron con el Tercer Premio
Municipal de Literatura de la Ciudad de Buenos Aires.
10 — En la tapa de tu
“Quaestiones Politicae”
se advierte, sobre una ilustración de soldados disparando sus
armas, un subtítulo: “Seis
relatos sobre la certeza”.
RRA — Son dos soldados de tropas irregulares, uno de
pie empuñando una pistola y el otro, rodilla en tierra,
apuntando con un fusil. La certeza es un estado definitivo de la
inteligencia, mientras que la violencia es una falta casi
absoluta y brutal de la certeza, la negación de la fraternidad.
Entre esos dos opuestos corren estos seis cuentos que nacen casi
como una
boutade; alguna vez supe, o creí saber, que cuando murió Italo
Calvino [1923-1985], un escritor colosal al que adoro, habría
dejado inconcluso un libro sobre la certeza. Entre coordenadas
devenidas de la lectura apasionada del gran italiano, la
levedad, la rapidez y la consistencia, pretenden discurrir estos
relatos. Tienen una
dissertatio final
donde se explicitan las situaciones, violentas, que resultaron
disparadoras para escribir sobre esa tensión vital. El primer
cuento, “Puente chino”, habla sobre la masacre del puente de
Avellaneda, en 2002, donde fueron asesinados los militantes
populares Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. El segundo,
“Laertes”, morosea sobre los designios y las tribulaciones de un
personaje secundario de Shakespeare que termina desencadenando
una tragedia. “Los peligros de la abulia”, que es el tercero,
trata sobre dos marines aburridos, en la arenas de Irkuk, Irak,
matando el tiempo de un modo peligroso e inmoral. El cuarto es
“Lucile y el mar”, y nos cuenta sobre las andanzas de un
promocionadísimo asesino serial de Mar del Plata. “La
exhortación de Conón de Samos”, el quinto, nos narra unos muy
turbios enjuagues palaciegos que dan luego paso a la leyenda. El
último, “La bruma en retirada”, es el más largo de todos y nos
relata un acontecimiento policial que pone en tela de juicio la
suma de las violencias como respuesta ausente a un proceso
político reciente, doloroso, criminal. Este libro está dedicado
a la memoria de mi tío Lito, militante político, que fue
asesinado en la vía pública, en la intersección de las calles
Álvarez Jonte e Irigoyen, cuando iba a un mitin.
Ricardo Rojas Ayrala con Enrique Solinas en Organización
Social y Política Los Pibes
11 — El 28 de julio de 2003 organicé, dentro de un Ciclo
de Poesía, un encuentro-homenaje a Emeterio Cerro, en el que
participó interpretando textos de él, Baby Pereyra Gez,
fallecida no mucho después. ¿De qué modo cada uno de ellos te
enriqueció, te enseñó?
RRA —
Emeterio Cerro fue un autor, regisseur y director de teatro
argentino exquisito, irrepetible y genial. Su dramaturgia abreva
tanto en el absurdo como en el neobarroco y es única,
absolutamente nacional y así, paradójica, se atreve a lidiar con
los grandes temas universales a quemarropa. Hay una exaltación
de lo propio a niveles pantagruélicos que lo torna general,
indefinible, primal; en las obras de Emeterio hay siempre
sujetos temblando en las tinieblas de un teatro que balbucean la
verdad, que insinúan un decir criminal, que atisban los
fragmentos del mundo, un
morcilleo
de los grandes temas de la humanidad que nos persiguen sin freno
en lo inmediato, en lo cotidiano, casi en la intrascendencia.
Emeterio fue un tipo que murió muy joven, pero de una producción
tanto de escritura como de dirección de obras, vertiginosa e
infatigable; más de quince libros de poesía, tres novelas, ocho
obras de teatro estrenadas, seis libros de relatos y una decena
de obras dirigidas por él. En cuanto a Baby Pereyra Gez fue una
actriz y directora excepcional, egresada del Conservatorio
Nacional, una maestra de actores que participó muy activamente
en la movida de los ochenta en la generación nueva del teatro
argentino, que se solidificó desde Teatro Abierto, el Centro
Cultural Rojas, el café Einstein, Cemento, hasta el
Parakultural. Formó parte de la compañía de teatro de Emeterio y
fue, sin dudas, su continuadora. Yo, que venía de Poesía Abierta
tomé clases, con ambos: no te podría precisar bien qué cosa mía
no deviene de esos aprendizajes.
12 — Augusto Roa
Bastos puntualiza: “Los
autores esenciales crean su propia lengua: Homero, Dante,
Shakespeare, Cervantes, Rabelais, Rimbaud, Whitman, Nietzsche,
Schopenhauer, Balzac, Sterne, Dostoievsky, Faulkner.”
¿Cuáles faltan en este relevamiento?
RRA —
Hay que
agregarle unos cuantos más. Pero la literatura es un océano
infinito de libros que se mueve de acuerdo a la época, a los
intereses de quienes manejan el mercado y a la academia, y por
último, allá atrás más retiraditos en la penumbra, los lectores.
Los autores somos simples convidados de piedra en este festín de
las letras. Pero no hay nada más maravilloso que alguien te
recomiende un libro que vos no conocés y sea un descubrimiento,
un encuentro con otra persona que dice cosas que nos conmueven,
que nos llaman, que nos hablan de nuestros sentimientos, que
convocan una vez más a lo humano. Si me dejás, yo agregaría
algunos libros de escritores que tienen para aportar lo suyo a
este equipo notable que sugerís. Empezaría con Manuel Scorza, el
gran novelista peruano, que por esas operaciones de poder de los
grandes armadores de cánones, casi ha sido excluido de la
literatura americana. Recomiendo empezar con la impresionante
“Garabombo, el invisible”.
Sándor Márai, otro monumental, recomiendo para empezar
“El último encuentro”. Del serbio Milorad Pavic recomiendo
comenzar con el
“Diccionario Jázaro”, la versión masculina o femenina. De
Ivo Andric [1892-1975],
“Un puente sobre el Drina”; de Haruki Murakami recomiendo
“La caza del carnero
salvaje”; de Italo Calvino,
“Las ciudades invisibles”;
de Marguerite Yourcenar, “Los cuentos orientales”; del francés Pascal Quignard,
“La barca silenciosa”;
de Gesualdo Bufalino [1920-1996],
“El diario del apestado”;
de Yasunari Kawabata [1899-1972],
“Lo bello y lo triste”; de Alessandro Baricco,
“Seda”; con autoría de argentinos, una novela de aventuras, que es
un género que no se ha desarrollado demasiado,
“El náufrago de las estrellas”, de Eduardo Belgrano Rawson;
“Algo en el aire”, de
Jorge Paolantonio, una novela mayor;
“Agua”, de Eduardo
Berti; “Las maravillas del
doctor Tulp”, de Daniel Muxica;
“El caos”, de J.
Rodolfo Wilcock [1919-1978],
“La liebre”, de César
Aira… Y no hablamos aún de poesía: César Vallejo, Olga Orozco,
Dalton, Anna Ajmátova, T. S. Eliot, Leopoldo María Panero,
Friedrich Hölderlin, el rumano Tristan Tzara, Vicente Huidobro,
Pessoa, Ungaretti…
13 — ¿Qué tan “buen” lector sos de los aforismos en sus
diversas formas (sentencias, máximas, proverbios, paradojas,
parábolas, epigramas, epifonemas, pensamientos, divagaciones,
etc.)?
RRA —
Soy muy
muy lector, pero tengo como épocas, más o menos narrativa, más o
menos poesía. Ahora estoy leyendo una novela que se llama
“El jilguero”, de la estadounidense Donna Tartt. Recién comienzo,
parece interesante aunque esperaba otro tipo de disquisición.
Cuando la termine te cuento. El aforismo como cualquier género
literario me atrae si está bien hecho. Pienso en los epigramas
de Marcial o de Catulo, los haikus de Onistura o Basho, las
reflexiones de Lichtenberg [1742-1799] o de Voltaire y todo se
vuelve bastante flojo, pobre, apurado, cuando se intenta alguna
comparación. “Odio y amo,
tal vez me preguntes por qué, no lo sé, solo sé que lo siento y
que sufro”. Esas líneas de Catulo parecen escritas hace tres
minutos y tienen dos mil años. O
“Me parece imposible
demostrar que somos la obra de un ser superior y no el
pasatiempo de uno bastante defectuoso” de Georg Lichtenberg.
La
brevedad es una trampa deliciosa en la que solemos caer los
escritores una y otra vez. Yo estoy viéndomelas con un libro de
poemas latinos, hace ya unos años, pretendidamente breves, que
estaría llegando a su finalización y son alrededor de cien. Algo
así como:
“Pobre el señor de los
pajonales, mi querida señorita O., pobrecito, ni se ha enterado
que la ausencia suya, mi querida, reverbera en las totoras como
un rezo furioso, como una revolución que se demora en llegar.
Así, en estas orillas desasosegadas, apenas se puede encontrar
luz y nada más”, se dice, en uno de los textos iniciales del
libro en cuestión (“Noventa
y nueve poemas latinos del mundo bárbaro y uno más”).
14 — ¿“Vivir es una
incomodidad continuada”, como le habría espetado Descartes a
su protectora, la Reina Cristina de Suecia?
RRA —
Vivir es
lo mejor que nos puede pasar. La vida es una celebración breve,
muy breve. Ojalá vivamos muchos años más, todos, aunque al final
uno se canse, como decía un personaje de Juan Carlos Onetti. El
tema del cómo es lo que nos atormenta como intelectuales y gente
sensible. Una vida estimable para todos los habitantes del mundo
debe ser la meta de toda la actividad humana organizada. La
crisis profunda del capitalismo global nos lleva a plantearnos
un montón de cuestiones, que deben ser resueltas por nosotros
como colectivo de inmediato, es imposible que no vivamos esta
pasión como declamaba el carpintero más famoso, imposible. Yo
creo que, con razón, todos queremos trabajo, belleza, vivienda,
justicia, futuro y salud. Un reclamo tan básico y tan urgente
que parece incluso una frivolidad plantearlo así en estos
tiempos, pero no lo es, con más de tres mil millones de pobres
en el mundo que no tienen acceso
a la vivienda, a la educación, a la salud, al agua
potable, no lo es. Atrás de todos estos aparatos satelitales,
esta globalización, esta frenética modernidad, este mundo
wifi, esta sorda
acumulación de objetos, esta absurda obsolescencia programada,
estamos nosotros, las personas, con nuestro sencillo reclamo de
humanidad, justicia, libertad. No es un planteo inocente, ni
trasnochado, es un llamado a la participación, a la solidaridad
y a la acción popular. Simplemente devolverle a la humanidad el
decoro, el respeto, la confraternidad, el arte, y con todo ello
la calidad de vida que todos nos merecemos y sin excepciones de
ningún tipo.
15 — ¿Qué postal de tu adolescencia te viene primero a la
memoria?
RRA —
Yo soy un
tipo muy alegre. El gran legado del pueblo judío es su humor, a
pesar de las tragedias, las masacres, la guerra, ellos siguen
adelante con su humor implacable, demoledor. Yo veo ahí una
enseñanza infinita, profunda, ejemplar. Mi recuerdo más
inmediato de la adolescencia es estar sentado en la esquina de
mi barrio, Quilmes, charlando eternamente sobre cualquier cosa.
Charlas interminables y jocosas hasta altas horas de la
madrugada, que nos llevaban a debatir sobre el mundo, las
muchachas, claro, el fútbol, las revueltas, la nada. Hace poco
volví a esa vieja esquina y estaba ocupada por otros chicos, los
hijos de esos jóvenes enfebrecidos que éramos nosotros. Yo creo
en la alegría, es mi verdadera militancia, la alegría debe ser
cultivada, cuidada, ejercida sin freno en todo lugar. No la
comicidad vacía, nula y cómplice, si no la ironía rebelde,
demoledora, inteligente, contestataria. La alegría es una
operación política que debe ser enseñada a los chicos desde muy
pequeños. La risa lo cura casi todo. Cuando uno introduce una
broma en cualquier discurso todo tiembla, se vuelve inestable,
se ve lo incierto de todo el sistema, sus simulaciones, sus
perversidades, sus hipocresías, su paraíso y su infierno de
cartón pintado. Yo aprendí en esa esquina perdida de Quilmes que
la comicidad es una de las ocupaciones más serias que debe
acometer toda persona que quiera ser feliz. La risa es amiga
entrañable de la vida; la solemnidad, sin la menor duda, es la
socia de la muerte. Como dijo el gran Woody Allen,
“Si no te equivocas de vez
en cuando es que no lo intentas”.
16 — ¿Hugo del Carril, Ana Belén o Caetano Veloso?
RRA —
Pues los
tres, por razones distintas. Fuera de toda discusión están sus
dotes de artistas, de extraordinarios cantantes. A don Hugo del
Carril lo elijo por sus convicciones, por su militancia política
que le costó muchísimo, proscripciones, persecuciones,
silencios, pero es un claro ejemplo del artista comprometido,
popular, íntegro. A Ana Belén por su repertorio, su cancionero,
aunque más ligado al canto popular español contemporáneo; cuando
pisé Madrid por primera vez y me llevaron a conocer la Puerta de
Alcalá, me era imposible dejar de tararear
“ahí está, ahí está, la
Puerta de Alcalá”,
y también lo haría, con todo respeto, por su belleza serena,
espléndida y delicada. Del enorme Caetano Veloso soy fanático,
hasta hoy, como cantante y como compositor. Su disco “Cores,
Nomes”, me acompañó toda la juventud, lo escuche miles de veces
procurando descifrar un mensaje subliminal que hablaba de otro
mundo, que me llevó a conocer el Brasil profundo, inextricable y
trascendente. Cada vez que vuelvo al tema “Coqueiro de Itapoa”,
me emociono de una manera especial:
“Coqueiro de Itapoã,
coqueiro / Areia de Itapoã, areia / Morena de Itapoã, morena /
Saudade de Itapoã, me deixa / Oh vento que faz cantiga nas
folhas / No alto do coqueiral / Oh vento que ondula as águas /
Eu nunca tive saudade igual / Me traga boas notícias / Daquela
terra toda manhã / E joga uma flor no colo / De uma morena de
Itapoã / Coqueiro de Itapoã, coqueiro / Areia de Itapoã, areia /
Morena de Itapoã, morena / Saudade de Itapoã, me deixa / Me
deixa, me deixa”. Casi siempre que sale a la luz un nuevo
disco de Caetano trato de conseguirlo y escucharlo con
prontitud, es parte de mi vida. Pues, entonces, elijo a los
tres, claro.
Ricardo Rojas Ayrala con María del Carmen Colombo
17 — ¿Qué no incluirías nunca en una de tus novelas o
cuentos?
RRA —
Cosas que
vayan en contra de mis convicciones personales, no sólo
políticas, crímenes de lesa humanidad, aberraciones contra
niños, genocidios. Pero no lo tengo tan claro. No tengo grandes
tabúes en cuanto a lo que puedo y no puedo escribir. No sigo los
temas de la época, sus explosiones, sus aburridas frivolidades,
ni respeto lo que se conoce como la voz de la época, ni acuerdo
con ninguna clase de censura ni imposición moral ajena a mi
conciencia como ser humano, como trabajador, como muchacho
soñador del conurbano apestado por “las luces del Centro”. Nunca
se me ocurrió escribir sobre algún nazi notable o más o menos
importante, supongamos el austríaco Georg von Schönerer, el
inventor del saludo nazi, pero no lo dejaría de hacer. Escribo
para cambiar el mundo, para tratar de descubrir lo humano en
todos los lugares del universo, para contar las cosas, para
construir la verdad y sus procedimientos validantes. Considero
que todo eso puede ser materia de mis novelas, mis poesías, mis
obras de teatro, mis guiones y mis cuentos, tamizado por mi
visión iconoclasta del estado de las cosas, claro, pero sobre
todo por mis manías, por mis retorcidos procedimientos
textuales, por mi exánimes recursos literarios, por la suma
insondable de mis obsesiones.
18 —
¿Qué te promueve desasosiego?... ¿Cómo te parece que sobrellevás la
degradación de los valores?... ¿A qué escritor hubieras elegido
para que te incluyera en alguna de sus obras como personaje?
RRA —
La pobreza, la guerra, la devastación ambiental, la injusticia, la
maldad, la discriminación, la exclusión, el abuso. Pero creo que
más que desasosiego lo que me provoca es rabia, me embronca, me
subleva. Respecto de la degradación de los valores, opino que
son inherentes al sistema social en el que vivimos, a la
voltereta perversa de su proceso histórico y a la famosa
explotación del hombre. Más que sobrellevarlo, procuro
combatirlo, desde mi hacer como escritor, como gestor cultural,
como viandante, como idealista. Yo creo en la construcción de un
mundo más fraternal, más libre, más democrático, más justo, con
igualdad de oportunidades, donde todos tengamos una vida que
valga la pena ser vivida, para eso escribo y trabajo en cultura,
desde ahí efectúo mi modesto aporte. En cuanto a si me hubiese
gustado estar en alguna obra, me hubiese encantado estar en
alguna del gran humanista ruso Antón Chéjov, a quién admiro de
una manera fanática; si pudiera elegir: en
“La gaviota” quisiera que me asignaran un personaje secundario,
menor, un joven campesino bielorruso, muy alto y de ojos negros,
encargado de acicalar a los galgos lanudos más delicados de los
señores, quizá; o un melancólico japonés amigo del sake, los
recipientes de hebras de té más estrambóticos y los combates de
grillos, en “La casa de
las bellas durmientes”, de Yasunari Kawabata.
Ricardo Rojas Ayrala con la poeta María del Carmen Colombo
19 — Edith Wharton, aquella destacada discípula de Henry
James, en la Introducción de su maravillosa novela
“Ethan Frome” sugiere
que “cada tema (en el
sentido novelístico del término) contiene,
implícitamente, su propia forma y sus propias dimensiones”;
en otro párrafo sostiene que
“Todo novelista ha sido
visitado por los insinuantes fantasmas de ‘seudo-buenas
situaciones’: temas-sirena, que atraen su cáscara de nuez y la
hacen estrellarse contra las rocas”; y más adelante hace
referencia a que hay
“quienes nunca han considerado que la novela es un arte de
composición”. Al novelista que sos invito a que añada sus
propias consideraciones.
RRA —
En cuanto a la forma y las dimensiones de las novelas que resultan de un
tema específico, que como bromean los griegos desde siempre no
son más de cuatro, no coincido con lo que dice la exquisita
Edith Wharton. Creo que cada época es la que trata de imponer
sus temas, con mayor o menor énfasis, sus fábulas, sus intrigas
y sus discursos. Los textos siempre son resultado de una tensión
insoportable entre el sistema ideológico y el tiempo concreto
que se encarga de premiar, soslayar, castigar o ensalzar a sus
escritores según sean funcionales, o no, a ese proceso cultural
específico. La novela, que es el género comercial por
excelencia, tiene una forma bien determinada, un acervo
específico, una tradición, que atiende en mayor o en menor
medida las necesidades de ese tiempo concreto y ese lugar real
donde sucede su escritura, su posterior edición y su venta como
objeto de cultura; para ponerte un ejemplo bien tangible, no
hace mucho el mandato imperativo de nuestro mundo editorial era
escribir novelas espirituales, luego históricas, después
policiales y así vamos. Yo no soy un teórico, simplemente soy un
hacedor de textos, de novelas, de poesías, de relatos, aunque
como cualquier trabajador reflexiono sobre mi tarea, sobre el
rol del artista en esta sociedad. Coincido con que la novela es
un arte de composición, de eso podría hablarte mucho mejor y con
más especificidad Mijaíl Bajtín, Tzvetan Todorov, Barthes,
Lukács… Es fundamental para cualquier escritor entender la
dinámica y la función de los distintos elementos constitutivos
de la novela, reflexionar sobre su estructura interna y externa,
la crucial elección del tiempo verbal, prestar atención a la
temporalidad histórica y al tiempo interno de la obra,
perfeccionar el clímax, los bosques narrativos, etcétera.
Mientras más se sepa sobre todos los elementos formales que
conforman el andamiaje de la novela, o de cualquier texto en
general, más libre se podrá ser al encarar la escritura de ese
texto. Leer, leer y leer. Como creador procuro cultivar mi voz,
mis temas particulares, mis desafíos, mis tramas engañosas, mis
protestas, mis proclamas revolucionarias, mi subvertir
sistemático del pacto narrativo, mis ensueños y sobre todo
ignorar, o al menos cuestionar, las imposiciones antojadizas,
interesadas y alienantes de los teóricos del mercado y de los
monjes impolutos de la Academia. Yo apuesto a la construcción de
una obra, muchos libros que nos hablan, que vociferan, que
gritan, que protestan y que se hablan entre sí; apuesto a la
construcción de un mundo propio que interpele a ese mundo real,
en ebullición, en fricción, en disputa y tan inestable,
cambiante, fugaz.
20 —
¿Con qué nos vamos a encontrar en tus próximos libros?
RRA —
Soy muy
metódico, escribo entre cuatro y cinco horas diarias, de lunes a
lunes, es una de las cosas más divertidas, más placenteras y más
gratificantes de la vida. Así que espero que puedan leer varios
libros míos más, en breve. Tengo unos libros cerrados de poesía
y de narrativa que se editarán pronto, no sé si primero en
Argentina, Colombia o en México, en eso estamos, arreglando
felices entuertos editoriales. Entre los que terminé hace poco,
también está una novela sobre mi amado Chéjov; finalizada
después de unos cuantos años de trabajo, una obra que está
buscando editor. ¿Hay alguno en la sala, disponible, en este
instante? Esta novela devela el misterio de la noche más mentada
en la vida de Chéjov, cuando se extravía y nadie sabe qué sucede
de él hasta el día siguiente, nada hasta ahora. La noche no es
otra que la fría noche del 17 de octubre de 1896, cuando nieva
tímidamente en la hermosa ciudad de San Petersburgo, sin coto,
sin pausa. Es el estreno de su obra de teatro
“La gaviota” en el
gran teatro Alexandrivski. El estreno es un fracaso estruendoso
que el joven autor, Antón Chéjov, no tolera. Huye a pie, mal
abrigado y desasosegado, por la nieve a pesar de su tisis
galopante. Lo recoge un carruaje señorial, aunque algo vetusto,
de una bella dama madura de la nobleza más rancia, Irina
Ivanovna, que va a matar a su joven amante Kleshanov,
veinticinco años menor que ella y fallido héroe de guerra, quien
ha decidido abandonarla al fin. El carruaje los lleva por la
nieve a ambos, mientras se cuentan historias rusas sin freno
para matar el tiempo, rodeando el teatro, una y otra vez;
historias sobre Potiomkin, Catalina la Grande, el panóptico de
Bentham y un pusilánime ayudante llamado Shuwalkin (como todos
sospechamos ya: un borroso homenaje a Walter Benjamin). Sale el
público finalmente a la nieve que no cesa de caer. La bella
dama, Irina Ivanovna, se apea y dispara con premeditación. Muere
una joven figuranta y luego Kleshanov, el joven seductor. Ella
se pega un tiro de un modo melodramático repitiendo unas
palabras tan famosas como sarcásticas. Chéjov, a unos metros,
pelea con el gigantesco cochero de Irina Ivanovna que le cuenta
sobre un oscuro pacto... Y todo el resto infinito que falta,
pues, lean mi novela, mis amigos.
*
Ricardo Rojas Ayrala selecciona poemas de su autoría para
acompañar esta entrevista:
Un palafrenero que levantó testimonio
Epitafio del palafrenero de un gran obispo
que, por portento inextricable,
presenció un milagro:
Descansa en paz el noble bruto que sólo
entre sus tramonterías y jamelgos
fue feliz.
Noble, atildado y puro,
como el equino que guardaba,
vio aparecerse volando a la virgen
en los bosquecillos,
quien le habló,
con dulzura y misericordia infinita,
en la tosca y ramplona lengua
de los campesinos.
Compartió la buena nueva,
embriagado de felicidad,
hasta el último instante de sus serenísimos días,
con todos los nobles feligreses
que se allegaban
a los aposentos del confortable obispado.
Dios sabrá qué hacer
con él y su picardía.
(De
“Obispos en la niebla”)
*
Horror vacui
Gagarin sabe que la tierra
no es más que una quimera de los hombres,
confinados a este mundo, tan confiados.
Hay algo allá afuera que da pavura,
¿eso será lo que realmente nos mide?
Tan diminutos
los magníficos emprendimientos humanos,
aun los mil seiscientos kilómetros
de la gran muralla china resultan,
en la altura,
un insignificante verme...
Gagarin sabe pero no cuenta,
nada dice,
nada,
apenas sopla su té
que sorbe con estudiada parsimonia.
(De
“La lengua de Calibán”)
*
Canta un cisne de Valdivia
“Y esa cabeza que se dobla para escuchar
un murmullo en la eternidad…”
Vicente Huidobro
Soy el
último.
¿Qué otro
privilegio
es más
tonto
que éste?
Todos los
míos han muerto
de
hambre,
o no sé
qué,
en el
frío espejo
de este
río contaminado.
No puedo
sostener
mi cabeza
fuera del
agua.
Sólo la
aurora
nos
extrañará
de algún
modo.
(De
“Argumentos para disuadir
a una jauría y otros usos civiles”)
*
La
luz que de tan aguachenta
“Ay, vidalita del infinito,
todo en el aire me llama aquí.”
Juan L. Ortiz
La resolana en el yugo rabioso de todos los
días o en cualquier
Gualeguaychú. ¿Brotará esa velocidad de los
«chusmeríos» de la
luz demoledora que nos deja tan solos, como
en la «internet»
más boba, tiritando a siete «zettabytes» por nuestra alma,
que se entrelaza entre estas toscas
branquias escandalosas
que tanto duelen, sin espacios, en esta
tristeza y esta
explotación recurrente, no cierto?
¿Enraizará en esa parquedad de quién ve el
cielo envenenado tras
su «precio de locos» remontarse, en el poliéster y el telgopor
de los sentimientos más nobles que una vez
supimos tener,
desde las cañas secretas, los alambiques al
rojo vivo y las peras
cotidianas como una solución «zonza» a estas desesperaciones
íntimas, propias, nacionales, nuestras en
definitiva, que nos asesinan,
«tan nuestras», no cierto? Y, mejor, cortemos los
caminos.
En un cadáver de lencerías, de pesadas
argumentaciones que nos
ausentan de nosotros mismos y de tan
cobardes, tan «Armanis»,
se ven en sus papeleras que nos asquean,
con sus rumores
flagrantes, los hedores y los pluviales
muertos, muertos, muertos.
¿Añorarán esos follajes, como de sauzales,
que congelan todo lo que
antes latió o se movió, en un recuerdo
antaño alegre asfixiado
para siempre, por siempre, desde siempre «neobarroso» y puro
metal pesado, de lo que ya nunca volverá a
hacernos felices
ni una vez más, «nunca nunca», por el «largor» de lo no
mensurable en nuestros corazones, en los
corazones nuestros,
encaprichados, ahora, con la náusea mejor,
no cierto?
¿Fosforecerá en sencillos sesos juveniles
que puedan entender,
comprender, asimilar, sorber, la «última» vez de ese verdear
que se desmaya, así, en el débil horizonte
coral o «psicodélico»
de «nomeolvides», en el límite mismo de las neurociencias
y el auténtico «slow food» recién traído del hambre
de Sierra Leona, no cierto? Y, mejor,
cortemos los caminos.
Contra el discurso propio, impropio,
cínico, vomitivo, de
unos idiotas con títulos en sus mullidas
vejigas natatorias
de tanta «CNN», en sus ultramodernísimos aspavientos tan
supositorios. Este capitalismo se cae,
tiembla, se les
deshace en las manos tan manchadas de
complicidades.
En ese furor de piernas «french» torneadas, o esa dejadez
de rescoldos nazis, o esas «pavesas» que se segregan
festivas desde unas marejadas pestilentes,
de certezas obtusas,
tan obsecuentes en su capital expoliador,
en su interés,
en sus costosísimas cirugías para el Tercer
Mundo. Nunca, ya
aborrezcamos esas resolanas rebeldes, a
favor del horror de
los misterios «casi casi» desencantados, hey, que encima
cesaron para siempre, en la mañana eterna
del billete de cien,
que sonríe con fe, del «google» perpetuo de dios y la tala
indiscriminada de aquello que verdea, que
deseaba no
aquietarse ni para dejarnos parpadear y
hundirnos para siempre.
De esos gigantes gringos que tienen sólo a
los demonios
famosos como hermanos. Sobre los cuchicheos
que soltaban
como rezos milenaristas apenas en arameo,
para «abajarse», ante
los obvios desaciertos de las bahías de
espantoso alquitrán,
el oloroso inconmensurable, los «biguáes» semimuertos, las
enormes manchas aceitosas, las playas
secas, tan oscuras,
sulfatadas, tan grises, la arena que jamás
volveremos a pisar.
Y, mejor, cortemos los caminos.
Encima los odios, pues quieren evadirse,
genéricos, asmáticos,
atávicos, a la tierra, tan nuestra en sus
felices tonsuras,
evanescentes, corridas, fofas, después que
nos extrañamos
al encontrar algo «todo sentido», algo de verdad verdadero,
antes de los cuernos de lo que nos
atardece, ahí, estas
ansias por trascender, después. Los odios,
de dos en dos,
quizás, desmedidos eso sí, de cuatro en
cinco, genuflexos,
de su metro sentimental, en su colección de
«mp3», distantes,
saltimbanqueándonos, y tal tamborillero,
tras esas clases de
enero, de febrero, de marzo, de días
nefandos, que la
completud de la mañana «traba». Que la incompletud
de la tarde «traba». Y, mejor, cortemos los caminos.
Qué tanta «traba» de los pelos, como de los lomos, de los
hocicos, de las pezuñas, de los cartílagos
más pudendos,
y no se detienen, ni respiran, ni hipan, ni
caen, en sus
«ojaláes» de salas de espera, de vodkas mal
llevados,
en la escara o en la costra, en estos
desahucios ortopédicos tan
transmisibles, en cada uno de esos rumores,
por esa clase de
éter que no contiene contemplaciones
pequeñas ni dudas
menores, y el «mundo real», de suceder, sucede tan lejos,
lejísimo, a lo más lejos de tí y de mí,
parental y aséptico,
tan explotador sin más, sin eufemismos para
cosa alguna,
en sus ardores atildados, en sus mascotas
de «1.100 watts».
Retornan, en lo «aguachento» de esa luz, que roza, retoza,
esboza, fosa, las cosas, lo que se lleva,
en cada gota que
humedece, las mejillas otrora más lozanas y
retozonas
de la multitud que se «amucha» por ese presente por completo
anestesiado, litro a litro, en sus mitos
instantáneos, en sus
cartogramas de marear en hermoso «4D», en sus estepas más
desoladas, en su estribor más húmedo. Y,
mejor,
cortemos los caminos.
Porque miran de tangente, orientales,
occipitales, miopes,
«moroccos»,
la forma de correspondencia entre el índigo,
paliducho, parco, feo, en sus pistones, y el «la»
marinerito.
Rayaduras en el horizonte nulo. Es, en sus mismas bandurrias,
en sus acordeonas traicioneras, en sus sambas, que parecen
«sacadas» de algún cuento viejo y olvidado, «chansón»,
para
un estropeado decoro, para una malograda pavura, cesura corta,
para los mismos «protones» de su «angurria»
kilométrica
y episódica. Esas húmedas partituras, que hieden a «jazmines
del país», que nos dejan tan secos, pensando en que
por ahí, quién te dice, quizá, estos cuatro o cinco
estrafalarios millonarios, sensibleros, «paparulos»,
sosos, que
ya pagaron su crucero a Mizar en «first class», con
pañuelos
de seda en el «cogote», no son «tan tan tan» lo
que parecen.
Y, mejor, cortemos los caminos.
En un frasco verdoso que deja nulas a las horas nuevas y a
las moscas viejas, que torna «perentorias», las vocales
con
cierta declinación cansada en la lengua y más que bobalicona.
Esa boca abierta para los insectos más gordos y más zumbones.
Con cualquiera de esas consolaciones, consuelos, resuellos,
berberechos de esas especulaciones, en sus ironías, en sus
conceptos tan burgueses y clasistas, para todo, como ese
vaso filigranado repleto hasta el borde con agua contaminada
que, de modo «indisimulable», se nos sirve con premura,
mis
amigos. ¡A vuestra salud, parroquianos! Patroncitos,
apoltronados en su aplomo. En sus plomos, en sus «porros»
locos, en sus mocos, en sus pocos coros. Igual todo se cae.
Y, mejor, cortemos los caminos.
(De “Un sauzal para Kikí
de Cundinamarca”)
*
Nube siete
Brinquemos de alegría en alegría,
brinquemos de desazón en desazón,
brinquemos de insurgencia en
insurgencia,
brinquemos con el traje todo arremangado
de nubes.
Quién puede contradecirnos, quién se
anima, quién retumba,
amada mía. ¡Quién es capaz de objetarnos
nada de nada!
Bebamos de la vida a borbotones
enloquecidos, juntos.
A tragos seguros, revolucionarios,
infantiles, memorables.
Brinquemos, amada mía, brinquemos sin
fin.
Así la vida, a nuestra vera frenética y
presurosa,
no es más que un infinita danza sagrada
de la posibilidad, desabismándonos.
(De
“Las nubes”)
*
Nube treinta y nueve
Apologéticas, dos nubes solitarias,
delicadas, no desatan toda la tormenta.
Intraducibles, quizá, zumbonas,
como un vaso proletario de asaí.
Dos besos suyos, amor mío, tampoco
son todo todo el paraíso.
(De
“Las nubes”)
*
Entrevista realizada a través del
correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires,
Ricardo Rojas Ayrala y Rolando Revagliatti, 2016.
*
http://www.revagliatti.com.ar/011114.html
http://www.revagliatti.com.ar/huasi.html
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