Rodolfo Alonso: sus respuestas y poemas
Entrevista realizada por Rolando Revagliatti
Rodolfo Alonso
nació el 4 de octubre de 1934 en la ciudad de Buenos
Aires, la Argentina, y reside en Olivos, provincia de Buenos
Aires. Entre 1954 y 2015 publicó más de veinte poemarios:
“Salud o nada”, “El
músico en la máquina”,
“El jardín de aclimatación”,
“Gran Bebé”,
“Entre dientes”, “Hablar
claro” (Premio Fondo Nacional de las Artes),
“Hago el amor” (con prólogo de Carlos Drummond de Andrade),
“Guitarrón”,
“Música concreta” (Segundo Premio Nacional de Poesía),
“El arte de callar”
(Premio Festival Internacional de Poesía de Medellín, Colombia),
“Poemas pendientes” (con prólogo de Lêdo Ivo, Alción Editora,
Córdoba, Argentina, en 2012, y Universidad Veracruzana, Xalapa,
México, en 2013),
“En el aura
de Saer”, “A flor de labios”… Éstos son
los títulos de algunas de las antologías de su obra poética:
“Poemas escogidos”
(con prólogos de Milton de Lima Sousa y Daniel Samoilovich, en
España, 1992, Segundo Premio Regional de Literatura),
“Antología poética”
(Fondo Nacional de las Artes, 1996),
“Poesía junta” (con prólogo de Juan Gelman, en Cuba, 2009). Y han
sido (o están siendo) editados en otros idiomas los volúmenes
“Elle, soudain” (con
prólogo y traducción de Fernand Verhesen, en colaboración con
Roger Munier y Jean A. Mozoyer, en Francia, 1999),
“Antologia pessoal”
(bilingüe, con traducciones de José Augusto Seabra, Anderson
Braga Horta y José Jeronymo Rivera, en Brasil, 2003),
“Il rumore del mondo” (bilingüe, con selección y traducción de Sara
Pagnini y prólogo de Juan Gelman, en Italia, 2009),
“Cheiro de choiva” (en idioma gallego, en España, en prensa),
“L’art de se taire”
(con traducción de Bernardo Schiavetta, en Francia, en prensa),
“The art of keeping quiet” (con selección y traducción de Katherine
Hedeen y Víctor Rodríguez Núñez, en Inglaterra, en prensa),
“Entre les dents”
(con
traducción de Jacques Ancet, prólogo de Juan Gelman,
Francia, en preparación),
etc. En el género ensayo destacamos
“Poesía: lengua viva” (1982, Mención Especial en el Premio Nacional
de Ensayo), “No hay
escritor inocente” (1985, Segundo Premio Municipal de
Ensayo, y otras distinciones),
“La voz sin amo” (con
prólogo de Héctor Tizón, 2006, Premio Único de Ensayo Inédito de
la Ciudad Autónoma de Buenos Aires). Dos son sus libros de
narrativa: “El fondo del
asunto” (1989) y
“Tango del gallego hijo” (España, 1995). Tradujo a
innumerables autores de habla francesa, italiana, portuguesa y
gallega. Le concedieron, entre otros, el Premio Nacional de
Poesía,
la Orden “Alejo Zuloaga” de la Universidad de Carabobo
(Venezuela),
el Premio Konex de Poesía, las Palmas Académicas de la Academia Brasileña de
Letras, el Premio “Rosa de Cobre” de la Biblioteca Nacional.
1 — En una
oportunidad declaraste:
“Ni mi infancia ni mi adolescencia fueron agradables, sino más
bien lo contrario.” En
varias ocasiones hiciste referencia a tu timidez.
RA —
Toda memoria es precisa e injusta, a la vez. ¿Recordamos o somos
recordados, acaso, por ese mismo recordar? Como hijo mayor de
inmigrantes gallegos, ambos de linaje campesino, a mí me tocó
enfrentar solo, por mi cuenta, sin apoyo de nadie, a la inmensa
Babel que era entonces Buenos Aires. La fui descubriendo a
tropezones, y la recuerdo por fragmentos. El asombro de la
primera lluvia, del primer granizo, el asombro de los primeros
libros (descubiertos en librerías de lance), el primer Arlt, el
primer Vallejo, ¡el primer Macedonio! Y el tango, el tranvía, la
radio, el cine. Y el lenguaje popular, coloquial. Y los matices
extranjeros. ¡La canción! Sólo mucho después percibí que mi
infancia fue bilingüe, lo que trae consecuencias. Y a la vez
como dos infancias simultáneas: la metrópoli que me tocaba
descubrir, y la memoria de la aldea de montaña y la pequeña
ciudad junto al mar de que aún hablaban entonces mis padres.
Rodolfo Alonso y su madre en 1935
2 — ¿Cómo fue cursar tu bachillerato más o menos entre
1947 y 1951 en el prestigioso y exigente Colegio Nacional de
Buenos Aires?
RA —
No por su culpa, claro, mi padre llegó aquí sólo con segundo
grado de la primaria. Y aquí la terminó, por voluntad propia, en
horario nocturno. Pero venía con sus libros. Y a algunos, como
“Don Quijote de la Mancha”
o nuestro “Juan Moreira”,
los había interiorizado de tal manera, los había hecho carne de
tal modo, que sus relatos de ello eran tan vívidos como para
contagiarle a uno su sensación de haberlos visto, actuantes,
palpables. Fue mi padre el que eligió el Colegio Nacional de
Buenos Aires. Por mi parte, siempre tuve (y tengo) terror a los
exámenes, a la idea misma de examen. Y no sé cómo logré
atravesar, no sólo la primaria sino todo el bachillerato (que
incluía seis años de latín), sin habérmelo propuesto y sin que
pudiera aún hoy explicar cómo lo hice, sin rendir ningún examen
por mis buenas notas y alcanzando incluso galardones. ¿Puede el
miedo empujarnos a tanto? ¿Quién era yo, quién era ese que hacía
(si es que se puede decir hacía) todo eso? Todavía me lo
pregunto. Como era previsible, frente a la primera mesa de
examen para la carrera de Arquitectura, en la UBA, me di vuelta y me fui,
para ya no volver. En Filosofía y Letras fue peor: sólo logré
asistir a una clase de Raúl Castagnino sobre
“El discípulo”, de
Ralph Waldo Emerson.
3 — Durante seis años dirigiste en tu juventud un par de
revistas de gran tirada.
RA —
A mitad de ese bachillerato, no sé bien cómo me animé, la noche
antes de cumplir mis diecisiete años, me advierto convertido en
el más joven de una revista de vanguardia: “poesía buenos
aires”. Y ya un poco desde antes, pero sobre todo desde allí,
comienzan a sucederse acciones tan espontáneas e inesperadas
como simultáneas, en muy poco
tiempo y
a la vez.
Me descubro escribiendo y publicando poemas, traduciendo de
varios idiomas, amigo de pintores, músicos, escultores,
arquitectos, cineastas, y otros artistas e intelectuales
decididamente modernos, participando en el recién creado
Departamento de Cultura de
la Universidad de Buenos Aires (donde todo eso
se multiplica y se potencia), haciendo cine, radio, ediciones, y
un paso fugaz —y definitivo— por la redacción publicitaria, con
la que nunca me involucré. Y de la que me salvó para siempre
contestar un aviso de trabajo, así, sin antecedente alguno en
periodismo, sólo por mi curriculum literario y principalmente
por mis varios idiomas: me transformo en el subdirector (a cargo
de la dirección, acéfala) de la exitosa revista “Claudia” de la
editorial Abril. A la que casi convertí en una revista de arte y
de literatura, lo que también acontecería con la segunda
dirección, encomendada por la editorial Atlántida, de su
flamante revista “Karina”.
Rodolfo Alonso con Francisco Madariaga y Julio Llinás,
aproximadamente en 1998
4 — Tendrías treinta y tres años cuando lanzaste el sello
Rodolfo Alonso Editor, hasta el año —1976— en el que se produjo
el último golpe cívico-militar en estas orillas. Y casi de
inmediato proseguís con Editorial Rodolfo Alonso, hasta 1988.
RA —
Al mismo tiempo que iba ocurriendo lo anterior, a los veintitrés
o veinticuatro años, creí haber formado una familia. Habiendo
concluido por decisión de la empresa la etapa de “Karina”, me
encontré ante una doble situación: la necesidad de mantener a
los míos, y mi experiencia más bien ligada con el arte y la
poesía. Siempre estuve entre libros, ya desde niño, y como
persistía el extra de seis meses por el despido como periodista,
pensé en hacerme editor. Para lo cual sólo se me ocurrió ir
visitando, y a veces consultando, a todos los integrantes de la
cadena: imprentas, linotipias, papeleras, encuadernación,
distribuidoras, librerías. Lo mío nunca fue una empresa
propiamente dicha, sino más bien una actividad de artesano,
individual y múltiple, casi sin empleados. El resultado fueron
más de 250 títulos diferentes, muchos de ellos varias veces
reeditados, y que se ha ido convirtiendo en una referencia “de
culto”, con ejemplares buscados y rebuscados por coleccionistas
y bibliófilos, en todo el ámbito de la lengua. ¿Algunos
autores?: Marqués de Sade, Jacobo Fijman, Carlos
Marx y Federico Engels, Alfred Jarry,
Leopold von
Sacher-Masoch, Herman Melville, Leda Valladares, Sigmund Freud,
Giacomo Casanova, Bram Stoker, Adriana Civita, Aristófanes,
Vladimir Propp, Albert Einstein, Alina Diaconu, Marcel Schwob,
Lucio V. Mansilla, Mary Shelley, Enrique Blanchard, Jean
Cocteau, Francisco (Pancho) Muñoz,
Georges Brassens, Errico Malatesta, Jacques Prévert,
Perla Chirom, León Trotsky, Alonso Barros Peña, Ambrose Bierce,
Rodolfo Modern, Charles Fourier…
5 — Además de ese texto casi poético para el
multipremiado documental de Humberto Ríos que se tituló “Faena”,
¿qué otros guiones para cine escribiste?
RA —
Vamos a ver si me acuerdo de todos. Son cortos o medio metrajes,
como “Crónica en Maciel”, de Víctor Iturralde; “Fiesta en
Sumamao” y “La ciudad universitaria”, de Aldo Luis Persano; “De
vuelta a casa”, de Ricardo Becher. Se trataba del promisorio
“nuevo cine argentino”, otro de los muchos emprendimientos
culturales ahogados por la dictadura de Onganía. Justo cuando
estábamos por filmar el primer largometraje, “Tierra roja”,
basado en cuentos de Horacio Quiroga y con tres equipos de
trabajo, cada uno con su director y guionista. Pero no pudo ser.
Siempre amé el cine, nací en el cine, ese
“instrumento de poesía”,
como tan bien lo definió Luis Buñuel.
Rodolfo Alonso con Ledo Ivo y Juan Gelman en México, en
2008
6 — ¿Y los volúmenes ilustrados, tu quehacer a partir de
las artes visuales?
RA —
Como ya dije, me encontré conviviendo con artistas plásticos.
Para cuyas exposiciones me fueron pidiendo prólogos, textos,
presentaciones. Mi tercer libro,
“El
músico en la máquina”, es fruto de una invitación del escultor
Libero Badii, que quería editar sus dibujos con mis poemas. De
allí nació una profunda y duradera amistad, que testimonian
cerca de ocho o nueve ediciones de arte para bibliófilos, en las
cuales seguimos unidos. Otro de mis primeros libros,
“El jardín de
aclimatación”, editado por Julio Llinás, lleva tres dibujos
de Clorindo Testa. Y el sexto,
“Entre dientes”,
cuenta con diseño gráfico y un dibujo de Alfredo Hlito. Y me
convocan para colaborar en el prestigioso y ejemplar suplemento
literario del diario tucumano “La Gaceta”, donde se publicaron
durante décadas mis poemas, en ocasiones acompañados con
ilustraciones de Josefina Robirosa, Isaías Nougués, Juan Batlle
Planas, Juan Lanosa, Raúl Alonso, Juan Grela, Miguel Ocampo, y
otros. El Instituto Torcuato Di Tella me invitó a prologar su
Primer Premio Internacional de Pintura. Mi libro
“Hablar claro” lleva
portada de Rogelio Polesello y cinco dibujos de Rómulo Macció. Y
“Señora Vida”, un trabajo de Guillermo Roux. En fin, no fue sino
mantener viva una fecunda y bella tradición que venía de los
grandes poetas y artistas de fines del siglo XIX y comienzos del
siglo XX, es decir modernos y de vanguardia.
7 — Estás dirigiendo la colección La Gran Poesía, con el
auspicio de la Editorial Universitaria de Villa María, en
nuestra provincia de Córdoba.
RA —
Es un emprendimiento que me propuso, estando en Xalapa (México),
el sello Eduvim, o “la
Eudeba
del interior”, como suelen llamarla. Me ofrecieron dirigir una
colección y, de inmediato, les dije que se iba a llamar
La Gran Poesía, que íbamos a
recuperar y volver a poner en circulación, en ediciones cuidadas
y bilingües, los maestros de la modernidad y de la auténtica
vanguardia original. A los pocos meses ya estábamos lanzando los
primeros títulos. Hasta el momento han aparecido antologías
bilingües de Charles Baudelaire (“Mi
bella tenebrosa”), Dino Campana (“Cantos
órficos”) y Guillaume Apollinaire (“La
razón ardiente”).
Está por aparecer otra de Emily Dickinson (“La
asesina rubia”), con la cual comenzamos a reeditar las
traducciones de Raúl Gustavo Aguirre. Y esperan turno Miguel
Hernández, “Lluvia
oblicua”, dos tomos de poesía portuguesa de los siglos XIX y
XX, César Vallejo, un volumen de poesía francesa moderna,
“Airiños, airiños aires” de Rosalía de Castro, Ricardo Molinari,
todo lo que queda de Safo de Lesbos, en versiones de Oscar
Andrieu…
Rodolfo Alonso con Fernando Arrabal en Monterrey en 2008
8 — La Universidad de Princeton se hizo cargo de tu
archivo personal y está en proceso de catalogación.
RA —
El interés vino por un colega amigo, ex profesor
allí. Y las cláusulas me parecieron aceptables.
También contribuyó un poco a decidirme el hecho de que ya
estuvieran viejos y queridos amigos, como Juan José Saer, por
ejemplo.
No sólo lo conservarán en las mejores
condiciones, sino que cuando concluyan la catalogación de ambos
archivos, epistolar y fotográfico, la misma estará a disposición
de todo el mundo. La información, porque para consultar algo hay
que hacerlo personalmente allí. A mí sí me enviarán reproducción
de lo que quiera, y ya he tenido buenos ejemplos de ello. De
hecho, el listado me resultará útil incluso a mí: llegaría a ser
tarea ímproba ubicar nada aquí, por mi cuenta.
Rodolfo Alonso con Juan José Saer
9 — He leído tu primer libro de narrativa (y supongo que
tu otro libro, editado en España, debe ser inhallable). ¿Tenés
textos inéditos suficientes en este género con los que preveas
conformar un tercer volumen?
RA —
No, me temo que esa fuente (que siempre me costó) se
ha secado. Lo que no quita que, como desde un comienzo, la
mayoría de mis libros incluyan poemas en prosa. Que no son
directamente narraciones, por supuesto. Sobre todo en
“El fondo del asunto”,
fue la única vez que me PROPUSE sentarme a escribir. Y le fijé
incluso un horario: las mañanas. Me costó, insisto, sentí como
si me estuviera forzando. Y el resultado fue magro, un libro
breve. El segundo, “Tango
del gallego hijo”, fluyó con menor dificultad. Quizás porque es en gran
medida autobiográfico, como un volumen de casi memorias. No creo
que me surja, o lo intente, por tercera vez. Ya pagué mi precio.
¿Pero quién puede estar seguro?
Rodolfo Alonso con Claudio Magris en La Habana, en 2006
10 —
En
“Una temporada con Lacan”
de Pierre Rey, leo: “La cultura es la memoria de
la inteligencia de los otros.” Y unos párrafos después cita
a Levi-Strauss: “El
día en que comprendí que tesis, antítesis y síntesis eran el fundamento
de la Universidad, me fui de la Universidad.” Vos también,
precozmente, huiste de la Universidad.
RA —
Sería insensato que me atreviera a evaluar la vida universitaria
tan sólo en base a mis fobias. Al menos soy consciente de eso. Y
también que me perdí algunos beneficios invalorables: aprender
griego clásico, leer con un poco más de orden, conocer gente
valiosa. Muy valiosa, me animaría a decir. Porque me
correspondía haber conocido
la UBA
en su mejor etapa reformista, desde 1955 hasta el siniestramente
eficaz golpe militar de Onganía. Cuya ominosa dictadura
constituyó un cercenamiento feroz y profundo para nuestra vida
cultural, que nunca volvió a ser la misma.
Rodolfo Alonso con María Elena Walsh y Josefina Robirosa en
1998 - Foto de Sara Facio
11 — Después de la página 336 del volumen
“El movimiento Poesía
Buenos Aires
(1950-1960)” (Editorial Fraterna, 1979), en la siguiente,
sin numeración, se reproducen seis fotografías, y en una se te
advierte conversando (no posando) con Giuseppe Ungaretti en
1967.
RA —
Siendo muy pero muy joven, Aldo Pellegrini me encargó
(para su legendaria colección Los Poetas, de Fabril Editora)
seleccionar, prologar y traducir, primero a Pessoa,
absolutamente desconocido hasta ese momento, incluso en
Portugal. Y luego a otro grandísimo poeta, Giuseppe Ungaretti.
En ambos libros, cosa hoy inimaginable, y sin la más mínima
publicidad, la repercusión fue tan enorme, en todo el ámbito de
nuestra lengua, que hubo que hacer reediciones sucesivas. Y
hasta se dio el caso de ediciones piratas. Todavía hoy, aquí y
allá, en los más diversos países, me sorprenden recordando y
mostrándome aquellos volúmenes. (Que no hace mucho fueron
reeditados bellamente aquí, en la excelente editorial Argonauta,
justamente del hijo de Aldo, Mario Pellegrini.)
En 1967, mientras dirigía “Claudia”, me entero que
Ungaretti estaba en Buenos Aires. Felizmente superé mi habitual
timidez, y fui a buscarlo en un cóctel. Estuvo muy afectuoso, me
invitó a sentarme a su lado y, mientras charlábamos, sin que yo
lo advirtiera, un fotógrafo amigo nos enfocó
espontáneamente, por su cuenta. De allí esa foto inolvidable.
E imprevista.
Estuvo en casa, con pocos invitados, conversamos y me dedicó
(con tinta verde) un libro que conservo. Era tan discreto como
intenso, y su carácter era más bien un poco cascarrabias. Pero
conmigo fue muy dulce. Sigue siendo uno de los grandes recuerdos
de mi vida.
Como el de haber estado con Saint-John Perse, Juan L. Ortiz,
Oliverio Girondo.
Rodolfo Alonso con Giuseppe Ungaretti el 20 de noviembre de
1967 - Foto de E. L. Bianco
Rodolfo Alonso con Francisco Urondo, Juan L. Ortiz y
Hugo Gola en Paraná, aproximadamente en 1956
12 — Fue el año pasado cuando en París, a través de
Éditions Gallimard, se publicó con prefacio a tu cargo
“Correspondance (1952-1983)”, la correspondencia entre René Char
(1907-1988) y Raúl Gustavo Aguirre (1927-1983).
RA — La generosidad abierta y la amistad
franca que me dispensó Raúl Gustavo Aguirre, fueron
fundamentales para mí. Tanto como el grupo mismo que entonces lo
rodeaba, y el aire de fraternidad y de exigencia que se vivía en
“poesía buenos aires”. Movimiento que si bien renovó de fondo lo
estético, tuvo un eje principal en la ética, en la dignidad de
la poesía. En octubre de 2013 conocí a la viuda de René Char, mi
querida amiga Marie-Claude. Ella traía consigo las cartas que
Raúl intercambiara con Char durante treinta años, en absoluta
discreción, casi secreta, incluso para nosotros, sus íntimos. Y
me pidió que buscara las cartas de su marido. Fue una cadena de
prodigios, y finalmente las encontré. A los pocos meses, en
abril de 2014, Gallimard presentaba el volumen en París,
incluyendo el prólogo que me habían solicitado especialmente.
Creo que Edhasa lo va a publicar en castellano, porque además
ellos también me pidieron un epílogo.
Rodolfo Alonso con Ramiro de Casasbellas, Jorge Carrol,
Raúl Gustavo Aguirre y N. Espiro, en 1952
13 — E igualmente el año pasado, en Francia y la
Argentina, con tu prólogo y versión castellana, publicaron
“La lumière et les cendres
/ Milonga pour Juan Gelman” y “Las cenizas y la
luz / Milonga para Juan Gelman” de Jacques Ancet.
RA
— Fue algo conmovedor, muy hondo. Jacques
Ancet no sólo es un gran poeta y el traductor de Juan Gelman,
quien nos puso en contacto, sino el autor de las mejores
versiones en francés de las voces más altas de nuestra lengua:
San Juan de la Cruz o Quevedo, por ejemplo.
En los primeros días de 2014 me hizo llegar ese texto
largo de treinta y cinco breves cantos, que comenzó a escribir
el día antes de la muerte de Juan, de quien, como yo, era muy
amigo. Desolados los dos por la irreparable pérdida, y tocado
por la belleza y la transida humanidad de esos versos,
así como su recuperación de estructuras tradiciones y de
riquezas inventivas de la vanguardia,
pronto aceptó mi inmediata sensación de traducirlos. Y así comenzó un
intercambio vertiginoso, que superó las doce versiones,
prácticamente al mismo tiempo, que Jacques iba escribiendo. Nos
descubrimos de pronto inmersos en una tarea a cuatro manos que,
al encontrarnos con las citas y alusiones de la poesía de Juan,
que incluía, nos hizo percibir que de algún modo estábamos
haciéndolo con él, como a seis manos. Mi prólogo: “Con Juan, sin
Juan / (In)certidumbres de un traductor”, está transido,
atravesado también por todo eso.
Rodolfo Alonso con Juan Gelman en Medellín, en 1994
14 — “…hay poetas que no
puedo traducir. ¡Están tan encarnados en la lengua!”,
confesaste alguna vez. ¿A quienes preferiste no traducir?
RA —
No acepté traducir a Bertolt Brecht del italiano. Considero que
la traducción de
cada poeta debe ser intentada de su propia lengua. (Además no sé
alemán, y la única vez que me encontré encarando eso fue porque,
cuando todos éramos tan jóvenes, Klaus Dieter Vervuert vino
especialmente a proponérmelo, aceitó todos mis reparos y se
avino a compartir una larga, larguísima labor.) Tampoco acepté
traducir a Leopardi. Ni a Mallarmé, de quien me propusieron su
poesía completa. Aduje que hubiera necesitado varias vidas. La
gran poesía, la poesía lograda, encarnada como un ser vivo en su
lengua, es intraducible. Ya lo manifestaron Dante, Cervantes,
Auden, Vallejo, Unamuno,
Mastronardi y otros mil. Pero, al mismo tiempo, es irresistible la
tentación de intentarlo. Por eso pido siempre que las ediciones
sean bilingües. Para que se tenga al lado, y bien a la vista, el
original.
Rodolfo Alonso con Raúl Zurita en Monterrey, en 2008
15 — ¿Te ha sucedido en tu transcurrir de traductor, que pasado algún tiempo
de la difusión de uno o más poemas de un determinado autor,
hayas decidido modificar aquellas versiones, abolirlas, y
publicar, o procurar que vuelvan a publicarse, las nuevas?
RA —
No sólo con la traducción, también con lo de uno
mismo. Un poema se abandona, como bien dijo Valéry,
no se concluye. Me pasó desde siempre, pero cada vez más
a menudo. Cuando veo el libro publicado no puedo dejar de
percibir y anotar posibles variantes. Un nítido ejemplo es
Cesare Pavese. Me encargaron sus dos libros en mi juventud, y
pasaron varias décadas sin que dejara de sentir e intentar, de
“oír” nuevas versiones. Y a pesar de que se reeditó hace poco,
no puedo abstenerme de seguir haciéndolo. Perdoná que deba
volver a Valéry, pero nadie lo dijo tan claro como él: el poema
es “una prolongada oscilación entre el sonido y el sentido”. Y esa
oscilación está en el habla coloquial, de cada día, en el
lenguaje que todos usamos, no sólo al escribir.
Rodolfo Alonso con Raúl Zurita en Monterrey, en 2008 - Foto
de Javier Narváez
16 — ¿Un apunte respecto de leer poesía en voz alta?
RA —
Sentí que alguien había escrito lo que yo intuía
cuando leí estas palabras de Sándor Márai:
“La voz es el alma.”
Leer poesía en voz alta es una prueba de fuego, para el poeta y
para quien la lee. Y peor si son el mismo.
Rodolfo Alonso en Lisboa, en 2010, con FERNANDO PESSOA
Rodolfo Alonso en 2001 - Foto Daniel Grad
17 — ¿Proyectos?
RA —
La Universidad de Valparaíso me pidió una nueva antología poética de
Pessoa, con sus heterónimos. Ya está lista. Son más de 80
poemas, con mi traducción y prólogo, y se titula:
“Porque YO es otros”.
Después de
“A flor de labios”,
donde aparecen mis poemas de los últimos años, los más
recientes,
hay algunos atisbos de poemas que he ido
anotando, casi a escondidas de mí mismo.
Veremos si conducen a algo, si cuajan, si se sostienen.
Uno por uno, claro.
Ya tenía elementos preparados, pero acabo
de terminar algo que creí me iba a resultar más arduo:
“El uso de la palabra”,
poesía reunida de
1956 a
1983, que reedita seis libros. Tengo que juntar coraje y volver
a encarar una antología, por supuesto bilingüe, de René Char,
que debería pulir, pulir, pulir…
Y como siempre, hay demasiadas ideas,
demasiados atisbos, demasiados proyectos abandonados que se
resisten a morir, como la viejísima pero cada vez más empeñosa,
casi irrealizable tentación de preparar un volumen sólo con las
citas que me he visto obligado a marcar, a señalar, que me han
tocado, casi siempre a fondo, desde mi adolescencia hasta hoy. Y
pueden ser miles, me temo. Aunque quizá exagere. Es demasiado
trabajo, realmente. Pero nunca me disgustó el trabajo.
*
Rodolfo Alonso selecciona poemas de su autoría para acompañar
esta entrevista:
DAR DE BEBER
sometidos a tan vasto encubrimiento
a tal golpe de suerte
un hombre muere una frontera se propaga
sosteniendo hasta el fin un día de olas
(“Salud o nada”, 1952-1954)
*
LA VOZ TOMADA
Cuando se quiebre la lengua del amor, nos quedará todavía esta
palabra ronca.
Cuando no pueda decir, volverá todavía a mi garganta el eco de
tu cuerpo.
(“El músico en la máquina”, hacia 1956)
*
ELLA DE PRONTO
Vuelvo a caer en tus redes.
En el viento bajo del orgullo, en la marea del odio, vuelvo a
desconocerte.
A rodar sin perdón hacia tu belleza fácilmente aceptable.
Vuelvo a caer en la dura nostalgia.
En tus pantanos ágiles.
En el olor inmortal que te oscurece y te entrega al hombre que
canta en medio del peligro.
(“El jardín de aclimatación”, 1954-1956)
*
HIROSHIMA MON AMOUR
una mujer desciende envuelta en desesperado orgullo del aire de
su casa
como hija de la lástima feroz de la furia pequeña provincial
el mundo contento arde quieto a su alrededor
canta en el interior de esa mujer el mundo como una boca de
fuego
un hombre lejano la contempla con ojos de desesperado amor
ese hombre es otros hombres es el mismo amor cantando para
sobrevivir
el mundo contento arde veloz a su alrededor
canta en el interior de ese hombre el mundo como una boca de
fuego
cuando la palabra amor no tenga necesidad de ser pronunciada
amor en todos los cuerpos desesperados ardiendo tranquilos
el mundo contento como una boca de fuego
una mujer y un hombre lentamente a su alrededor
(“Hablar claro”, 1959-1963)
*
DÉJÀ VU
Una mujer se desnuda en mi memoria
mientras afuera resplandece la ciudad
o llueve y hace frío
Una mujer lava su pelo negro con el agua de mi infancia
una distancia va formándose
Su piel es lenta y fresca como la mañana que acaricia
su voz se hace lejana
Una mujer me alcanza
el primer seno descubierto
el primer seno acariciado
Mientras adentro resplandece la memoria
(“Hago el amor”, 1963-1967)
*
BAJO LA MÚSICA
Música sobre las circunstancias,
música sobre el callado dolor o el gran dolor,
música sobre las cicatrices, sobre el vientre exangüe,
sobre lo que ha de ser y lo imposible.
Música sobre las frentes, sobre los inviernos,
sobre los remolinos del futuro o el abismo de ayer,
música sobre la memoria y sobre el viento,
música sobre la sed.
Música sobre el desierto y sobre el mal,
música sobre el resentimiento y el aullido,
música sobre el silencio,
música sobre la aridez, el hambre y la sospecha.
Música sobre las fauces,
música sobre las pezuñas y las zarpas,
música sobre el pico ávido y curvado,
música sobre el desgarramiento.
Música sobre los pormenores,
música sobre el superviviente y el verdugo,
música sobre el frío, sobre el filo,
música sobre la sombra.
(“Jazmín del país”, 1980-1987)
*
CIRCE, NO VENUS
(Por ellas, Ella habla:)
“Derrochaste mis muslos.
Pero no sólo eso.
¿O acaso no me oías
aullar en la alta noche?
No te buscaba a ti:
buscaba tu sustancia
(el fuego que te habita
o soñé te habitaba).
Desmedida, voraz
como todo lo humano,
me irritó tu ternura
delicada y feroz.
Si la vida te pasa
sin que la tomes viva,
la muerte ordena todo
o todo desordena.
Y sólo encontrarás
(compréndeme insaciable)
al buscar lo que buscas.”
(“El arte de callar”, 1993-2002)
*
Rodolfo Alonso con Juan Gelman en Medellín, Colombia, 1994
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las
ciudades de Olivos y Buenos Aires, distantes entre sí 15
kilómetros, Rodolfo Alonso y Rolando Revagliatti.
*
http://www.revagliatti.com.ar/010905.html
http://www.revagliatti.com.ar/010905_alonso_bondoni.html
*
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