Silvia Guiard: sus respuestas y poemas
Entrevista realizada por Rolando Revagliatti
Silvia Guiard
nació el 5 de noviembre de 1957 en Buenos Aires (ciudad en la
que reside), la Argentina. Es Profesora para la Enseñanza
Primaria y Bibliotecaria Escolar. Desde hace treinta y cinco
años se desempeña en escuelas primarias dependientes del
Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, inicialmente
como maestra de grado y en la actualidad como bibliotecaria. Es
Profesora de Español para Extranjeros (durante algunos años en
distintos institutos y en el Laboratorio de Idiomas de la
Universidad de Buenos Aires). Entre 1979 y 1992 formó parte del
grupo surrealista que editó las revistas “Poddema”
(números 1 y 2) y “Signo
Ascendente” (1 y 2-3) y de la continuación del mismo como Grupo
Surrealista de Buenos Aires. Desde entonces se difunden
versiones suyas al francés de artículos y poemas. Coordinó la
traducción del libro “La
estrella de la mañana: surrealismo y marxismo” de Michael
Löwy, aparecido en 2006 a través de Ediciones El Cielo por
Asalto. Por invitación de su autor, en el volumen se incluye un
apéndice de su autoría: “Buenos Aires, el surrealismo en la
lucha contra la dictadura”. Realizó diversas presentaciones o
performances o creaciones poético-musicales con Oscar Pablo
Baldomá, Luis Conde y otros músicos: uno de esos espectáculos ha
sido “Pájaro de toque” en 1996. Dos son las obras para chicos ya
publicadas: “Lombrices”
(Libros del Quirquincho, 1997),
“Cantos de dinosaurios”
(Editorial Amauta, 2011), y dos las que permanecen inéditas:
“Chantilly, el gato negro”
y “El duende del
chaparrón”. Además de colaborar en revistas y blogs, lo hizo
en publicaciones del movimiento surrealista: “Surr” (de París,
Francia), “A phala 2” (de San Pablo, Brasil), con su ensayo
“Tierra adentro” en “Salamandra” (de Madrid, España). También en
los libros colectivos “The
exteriority crisis” (Berkeley, Oyster Moon Press, 2008),
“Crisis de la exterioridad” (Madrid, Enclave de Libros, 2012),
“Ce qui sera / Wht will be
/ Lo que será” (Ámsterdam, Brumes Blondes, 2014). Fue
incluida en las antologías
“Nueva poesía argentina” (selección de Jorge Santiago Perednik,
1989), “Surrealist women”
(selección de Penelope Rosemont, Austin, University of Texas
Press, 1998), “Indicios de
Salamandra” (Madrid, Ediciones de la Torre Magnética, 2000).
En 1999 apareció su plaqueta “Mujer-pájaro en el círculo del
sol” y en 2010 la titulada “Relampaguea” (Cuadro de Tiza,
Santiago de Chile). Poemarios publicados:
“Salomé o la búsqueda del cuerpo” (1983),
“Los banquetes errantes: diario de viajes” (1986) (ambos de
Ediciones Signo Ascendente y bajo el seudónimo Silvia Grénier).
Ya con su propio apellido aparecieron
“Quebrada” (1998),
“En el reino blanco”
(2006), a través del sello Tsé-Tsé.
1 — Desde chica
intentaste cuentos y poemas. Y a los diecisiete años
participaste de uno de los grupos del taller de escritura
Grafein. Te propongo que evoques aquellos primeros escarceos
antes de incorporarte al taller y durante el mismo y cómo
prosiguió tu evolución en los años que llegaste a cursar en la
Facultad de Letras.
SG —
Mi experiencia infantil
de escritura arranca sin duda de la intensa y muy feliz
experiencia de lectura. En mi casa de infancia los libros
brotaban de todas las paredes —incluso algunos muy viejos que
habían sido de mi abuelo. Era una selva que yo exploraba en
total libertad, aparte de mis propios libros y las “Fabulandias”,
aquellas maravillosas publicaciones de Editorial Codex que
religiosamente nos compraban en el kiosco. Según mi recuerdo,
fue una noche que estábamos viajando en auto y mis dos hermanas
se habían dormido cuando me fui contando a mí misma un cuento
que memoricé y escribí más tarde en casa. Siguieron otros,
variaciones del cuento de hadas típico. Como mamá me había
enseñado a usar la máquina de escribir —de las negras, altas,
con un aro dorado en cada tecla— y me divertía usarla, fue como
un juego para mí pasar los cuentos y poesías y abrocharlos en un
librito que dedicaba a algún miembro de mi familia. Desde luego,
era un juego que me enorgullecía mucho. Hice dos o tres de ellos
entre los ocho y los diez años, quizás.
A los once la escritura se convirtió, por el
contrario, en mi espacio secreto. Aparte de comenzar a llenar un
cuaderno “Gloria” tras otro con reflexiones y confidencias
personales, inauguré uno especial donde iba pasando en limpio
poemas ya con una pretensión más “seria” y que no le mostraba a
nadie, salvo muy rara vez. Eran mi fortaleza oculta.
Llegué al taller Grafein en 1975 por una amiga de mis
padres que estudiaba Letras. Participé durante un año de un
grupo coordinado por Mario Tobelem. Yo estaba en 5º año del
secundario y era la única adolescente; los demás eran
estudiantes universitarios o adultos aun mayores. La propuesta
del taller era la acción, la escritura a partir de consignas o
juegos colectivos —después supe que muchos de ellos, como los
cadáveres exquisitos que experimenté allí por primera vez,
tenían su origen en el surrealismo. Fue una experiencia de
maduración importante, el inicio de una relación objetiva con la
escritura. Y desde luego, como yo era una piba, escribir con
adultos que me tomaban en serio era estimulante. Entre los
compañeros recuerdo a Fernando De Giovanni, que fue muy
afectuoso y me alentó a seguir escribiendo.
Entré a la Facultad de Filosofía y Letras en el ‘77.
En la puerta del viejo edificio de la avenida Independencia al
3000 nos recibía, por supuesto, la policía. Salvo algunas
amistades y las lecturas propuestas en la cátedra de Graciela
Maturo, lo más importante de mi paso por la facultad ocurrió en
el bar de la esquina, “Boliche”. Allí una amiga y yo descubrimos
un cartelito convocando a un “Club del Cuentista” que sería
coordinado por Abelardo Castillo. Fuimos juntas. Era en un
Ateneo Cultural o algo así (no recuerdo el nombre preciso) en un
edificio de Corrientes y Suipacha. Castillo nunca apareció y
entre los numerosos jóvenes que nos encontramos en torno de esa
mesa había más poetas que cuentistas. Dos de ellos serían, con
el tiempo, mis primeros compañeros del grupo surrealista. Éste
ya estaba en pie cuando, en el ‘80, abandoné la facultad. La
censura y estrechez intelectual que allí se respiraba
contrastaba demasiado con la libertad, la creatividad y el
interés apasionado de nuestras discusiones y actividades.
2 — En
http://lainfanciadelprocedimiento.blogspot.com.ar/2007/08/silvia-guiard.html,
respondiendo a una encuesta, en 2007, te referís a
“la infancia de la operación
de índole mágica”, opino, de un modo excelente. Unos años
transcurrieron: ¿te animarías a añadir consideraciones sobre la
escritura, y acaso sobre
“En el reino blanco”? ¿Hay por allí algún poemario inédito?
SG — En la encuesta que mencionás me refería a la
escritura como operación mágica capaz de transformar el plomo en
oro o como fotosíntesis que crea el oxígeno espiritual necesario
a la vida. Ambas imágenes se corresponden al modo en que
surgieron los poemas de “En el reino blanco”. Aunque editados en 2006, fueron escritos entre
1992 y 1997, en un periodo de gran desolación marcado, en lo
personal, por una separación amorosa, el cese de actividades del
grupo surrealista, la muerte de familiares, enfermedad, duelo y
soledad; todo ello inscripto en el clima de derrota, disolución,
pérdida de horizonte y retroceso que esos años representaron a
nivel político, cultural y social. Recuerdo que entonces
caminaba todo el tiempo mirando al suelo. Pero una noche,
teniendo frente a mí ese vacío —y mi inolvidable Olivetti—
escribí el que sería luego el primer poema del libro, y que no
es sino la expansión de una única y obstinada afirmación: “Existe
el mar”. Sea lo que sea ese “mar” —el deseo, el principio
vital, la propia escritura, el inconsciente, el Eros en su más
vasto sentido— puedo decir que, a la larga, en él se originó
para mí nuevamente la vida; pero también que su postulación en
aquel contexto era un abierto desafío a las circunstancias. Por
lo cual, a lo escrito en 2007 cabe agregarle ese carácter de
desafío, rebelión, lucha, que entraña la escritura. Rasgo que
aparece, de modo explícito, en la introducción o “palabra
preliminar” del libro: “En
el reino blanco toco mi pelo, súbitamente encanecido y triste.
¿Qué hacer? ¿Tejerlo y destejerlo como una lívida Penélope del
aire? ¿Esperar en silencio la llegada de Nadie? / ¡Caramba: no!
Toco en mi sueño el talismán azul: mejor trenzar con esos
melancólicos cabellos cuerdas blancas. Tensarlas. Levantarse.
Cantar. (…)”
Estas cuerdas evocan en principio las de un instrumento
musical o aun las propias cuerdas vocales, pero sin duda también
aluden a la cuerda sobre la que el equilibrista atraviesa el
abismo y a aquella que nos saca de un pozo y nos permite
impulsarnos para ascender.
“Cada poema es una cuerda blanca. Sobre esas cuerdas me sostengo
y bailo”, dice el final de la introducción. Hace poco y por
casualidad me topé, en un viejo libro sobre la India, con una
descripción de la llamada “prueba de la cuerda”. Un tradicional
acto de magia yogui en el cual el mago lanza hacia el cielo el
extremo de una gruesa cuerda de varios metros, cuya punta
opuesta retiene en una canasta. La soga queda tensa, erguida y
rígida como una vara y el mago hace trepar por ella, como por un
árbol, a un muchachito que se pierde en las nubes. Desde que leí
esta curiosa historia no dejo de pensar que su dinámica subyacía
de algún modo en la imagen que me formaba entonces de esos
“poemas-cuerda” que,
partiendo de la áspera tierra, ascienden impulsados por el
propio deseo y permiten alcanzar un plano superior —superador—
de emoción o conciencia, experiencia, expresión, comprensión,
etc.
Me doy cuenta ahora de que esa cuerda que une la tierra y
el cielo aparece explícitamente en el libro. En el poema “Fugas”
se evoca en un momento un mito chaqueño según el cual las
primeras mujeres vivían solas en el Mundo de Arriba y bajaban de
noche por una cuerda a robar la comida de los varones. El poema
invierte el sentido del movimiento, en una suerte de “huida
hacia arriba”, diciendo: “O
bien ir hacia el Chaco / redescubrir en medio de la selva la
cuerda legendaria que una vez fue cortada / y trepar otra vez
hacia el Mundo de Arriba / donde habitaron / solas / las
primeras mujeres / Criaturas del Cielo / poderosas hechiceras
del aire / extenderme de galaxia a galaxia sosteniendo en mi
mano las tormentas / y acostada entre las constelaciones /
soltar mi baba blanca sobre el mundo / para crear las flores y
las telas de araña / y la almohadilla del rocío”. Quizás
esta cuerda hacia el cielo es condición o columna vertebral de
toda creación o acto poético en general.
Con respecto a poemarios inéditos, lo próximo que espero
publicar tiene también un sentido ascendente pero más literal:
lo que asciende allí es, en verdad, un árbol y la mirada y el
pensamiento que lo acompañan. Hace unos años mi compañero y yo
acampamos varios días en un lugar a orillas del río Litrán, en
la provincia de Neuquén, en medio de un bosque de pehuenes.
Tiempo después escribí varios poemas y este verano volvimos para
tomar más fotografías de este árbol extraordinario por su
antigüedad y por la personalidad y expresividad de su presencia.
3 — Cuenta con un
poema-prefacio de tu autoría el poemario
“Lilith” (1987), de esa maravillosa poeta argentina, Carmen Bruna,
fallecida a los 85 años en 2014.
SG —
Fui amiga de Carmen Bruna desde 1982, año en el que
ella se incorporó al grupo surrealista Signo Ascendente del que
yo formaba parte. Ella tenía entonces 54 años y yo unos 24.
Nuestra amistad duró tres décadas. Compartimos la pertenencia al
grupo tanto como el vínculo personal, aun cuando cesaron las
actividades colectivas. Antes del prefacio al que aludís, le
dediqué el poema “Señas”, fruto de la emoción de aquel primer
encuentro en el que nos reconocimos todos como tripulantes del
mismo barco ebrio. Carmen tenía publicado ya su primer libro, “Bodas”,
aparecido recién en
1980 pese a que ella había estado ligada al grupo Poesía Buenos
Aires en los ‘50, época en la que había descubierto además el
surrealismo. Cuando la conocimos, había dejado atrás una primera
etapa de su vida en la que había estudiado Medicina —sobre todo
por presión de sus padres, inmigrantes italianos que trabajaron
aquí como albañil, el padre, y costurera, la madre— y había
partido, ya con su compañero, a trabajar durante doce años en
poblados rurales y fronterizos de las provincias de Salta,
Misiones y Neuquén. De regreso a Buenos Aires —con tres hijos—
había sufrido dos golpes que marcaron su madurez: fue
atropellada por un auto en la autopista Panamericana, accidente
que le valió meses de postración y consecuencias físicas, como
la sordera. El otro golpe fue la ruptura de su matrimonio, que
vivió dramáticamente.
“Para amar sin medida / he
convocado a las negras olas de la desesperación” escribió. Pero
en su desesperación de amor
sintió
la de toda la
condición humana, todo el dolor de la vida asediada por la
muerte.
Desde su regreso a Buenos Aires sólo se dedicó a escribir. La poesía no era su carrera sino su vida, su manera
esencial de respirar, de resistir la condición humana, su
búsqueda de un más allá de magia cotidiana.
Su voz es, como su vida, esencialmente pasional. Sensual,
traspasada de aromas, estremecimientos, relámpagos y susurros;
acariciadora o violenta,
enamorada, rabiosa o melancólica. El
turbador desborde de sus imágenes no deja indiferente a nadie. Y
aunque para el gran público su obra es desconocida, su difusión
no es poca. Provino siempre de aquellos que se apasionaron al
leerla. Además de participar en Signo Ascendente —que editó dos
de sus libros: “Morgana o
el espejismo” y
“Lilith”—, Carmen se vinculó y mantuvo correspondencia con
muchos poetas que admiraron su poesía y la difundieron en
revistas, ciclos de lectura, antologías o blogs e impulsaron la
edición de sus otros libros.
Actualmente se está preparando en Montreal una versión en
francés de poemas suyos en la Editorial Sonámbula, a cargo del
surrealista mexicano Enrique Lechuga. En enero de este año,
Lechuga me propuso escribir la presentación para el libro y me
envió la lista de los poemas seleccionados. La noche de aquel 14
de enero, antes de acostarme, desparramé en mi mesa todos los
libros de Carmen para ir releyendo cada uno de esos poemas. Y
esa noche soñé con ella. En el sueño ella se había mudado y yo
iba a conocer su nueva casa. Era una suerte de cabaña en una
isla que recordaba el Tigre. Para llegar cruzaba a nado un río y
era muy nítida la sensación de la frescura del agua. Todo estaba
muy verde, despejado y brillante de sol y Carmen llegaba a la
casa rejuvenecida, caminando junto a su compañero. Íbamos a
comer, al parecer, un pollo asado que se veía en el centro de
una mesa. Lamentablemente, alguien llamó por teléfono y me
desperté.
Esa tarde recibí otro llamado telefónico, esta vez de su
hijo: Carmen había muerto un rato antes. Era 15 de enero. Al día
siguiente, su velorio fue íntimo y breve. Como en mi sueño, el
sol resplandecía en Buenos Aires. Pero también la luna llena se
veía todavía en el cielo. Los dos astros estaban así presentes
en su despedida.
Ese mismo día llegó a mi domicilio un ejemplar destinado
a ella del Almanaque surrealista
“Ce qui sera / What will be / Lo que será”, publicado en Ámsterdam,
donde se incluye uno de sus poemas inéditos. Otros habían
aparecido meses antes en “A
phala 2”, en San Pablo. Muchos
permanecen inéditos,
organizados en dos volúmenes que ella misma tituló:
“Perséfone” y
“Los ritos”. Nos
esperan, aún.
4 — Mucho valora
tu impronta surrealista el escritor colombiano Raúl Henao. Y es
muy conocida tu poética por grupos surrealistas de otros países.
¿Cuál es el entramado vigente del movimiento?
SG
— Existe efectivamente un entramado vigente —es
decir, vivo— vasto y complejo del movimiento surrealista. Hay
grupos y revistas con una larga historia y otros surgidos no
hace tanto. La relación que tengo con varios de estos grupos
deriva de la que entablamos desde el nuestro en la etapa en que
se publicaba la revista “Signo Ascendente”. Siempre me resultó
asombroso y conmovedor el que hayamos podido, en plena dictadura
y en aquellos tiempos previos a internet, vincularnos con el
exterior. Contábamos solo con los nombres que figuraban en las
revistas editadas en París en los años ‘60. A partir de ese
dato, gracias al viaje de una amiga a Europa y el de dos de
nosotros a Brasil, llegamos a contactarnos con Sergio Lima, de
San Pablo, y con el grupo de París. Del
intercambio con éste derivó a su vez la conexión con los
grupos de Praga, Chicago, Estocolmo y Madrid. En 1982, el número
2-3 de “Signo Ascendente” incluyó materiales enviados por estos
grupos y del libro colectivo la
“Civilisation Surréaliste” (París, Payot, 1976). Con el tiempo
surgió la idea de un Boletín Internacional del Surrealismo. Un
primer número apareció en el ‘91 con la intervención de
los cinco grupos mencionados y el nuestro, entonces
integrado por Oscar Pablo Baldomá, Carmen Bruna, Luis Conde,
Julio Del Mar y yo. El Nº 2 salió en el ‘92. Incluía una
declaración colectiva firmada en doce países en repudio a las
celebraciones del Vº Centenario del “descubrimiento” de América.
La versión inicial de la misma fue redactada en París, pero a
partir de una propuesta de Buenos Aires —y
debo decir que tomando como base el texto de mi autoría
enviado junto a esa propuesta (“Tierra Adentro”). Baldomá, Luis
Conde y yo difundimos esa declaración en la Contramarcha
realizada en Buenos Aires para el 12 de Octubre. Poco después,
por una conjunción de situaciones, nuestro grupo dejó de
funcionar como tal. Cierta
impasse se produjo
también a nivel internacional, ya que el previsto número 3 de
aquel Boletín nunca vio la luz. Sin embargo, esos grupos
continuaron activos y vinculándose entre sí. A mi dirección
siguió llegando correspondencia y, con el tiempo, retomé el
contacto con ellos. Años más tarde los conocí personalmente
durante un viaje. Textos o poemas de mi autoría han aparecido en
sus revistas, en especial en “Salamandra”, de Madrid, en
antologías y libros colectivos. No me resulta fácil, sin
embargo, definir mi relación actual con el movimiento
surrealista y por ello he optado por no definirla y dejar que
acontezca. Cada una de las propuestas o iniciativas a las que
decidí sumarme fueron inspiradoras y plenas de sentido.
En los últimos tiempos se produjo una reanimación de las
relaciones entre grupos. 2014 ha visto varias iniciativas
importantes. Del 5 al 17 de junio, una muestra internacional en
Montreal reunió obras de unos 75 participantes de distintos
países. En enero de 2014 apareció en Ámsterdam el libro “Ce
qui sera / What will be / Lo que será : Almanac of the
International Surrealist Movement”. Presentado por Her de
Vries y Laurens Vancrevel, de la revista “Brumes Blondes”, como
homenaje a los cincuenta años de la misma, este almanaque
incluye material de ciento setenta y tres colaboradores de
veinticinco países. A las imágenes, poemas, textos teóricos,
encuestas o reseñas de juegos se suma la cronología realizada
por Miguel Pérez Corrales —español residente en Canarias—,
“Cinquante ans de Surréalisme 1964-2013”. No todos los grupos o
individuos representados en este libro se vinculan entre sí de
igual manera, ni coinciden en la totalidad de sus posiciones. No
hay un centro ni una dirección. Todos comparten la voluntad de
considerar al surrealismo, no como la repetición de lo que fue,
sino como aquello “que será”. Quiero citar un fragmento de un
texto de José Manuel Rojo, de Madrid, que aparece en la pág. 337
de este Almanaque: “(…)
hoy en día no hay un estudio mínimamente serio u honesto sobre
el surrealismo que pase por alto su dimensión radical y su
intervención en el terreno político revolucionario. En efecto,
ya nadie se asusta ni desconoce el programa subversivo que se
escapaba de la
littérature para cambiar la vida, pero lo que sin embargo no queda tan claro es que
la revolución surrealista no solo combatió a los poderes e
ideologías que reprimían la libertad y la imaginación, como la
familia, el ejército, la religión o el racionalismo castrador,
sino también, y como un componente explícito de sí mismo, al
sistema capitalista que está detrás de la civilización burguesa
y de su dominación implacable.” Quizás no todos los
involucrados en el libro comparten estos conceptos con la misma
convicción. Pero sí la gran mayoría. Y en estos tiempos de
crisis capitalista, tanto el grupo de Madrid como el muy joven
de Atenas, han tenido una activa participación en las
movilizaciones desarrolladas en sus respectivos países.
5 — Instalémonos, Silvia, treinta años después, en el Grupo
Surrealista de Buenos Aires.
SG —
Hice una historia pormenorizada del grupo surrealista en el
artículo “Buenos Aires: el surrealismo en la lucha contra la
dictadura” mencionado entre mis datos biográficos. El lector
interesado podrá rastrear en librerías el libro de Michael Löwy
que lo contiene o procurar hallarlo en el Sitio al que fue
subido. Aquí recordaré sólo algunos aspectos de esta historia y
algunas presencias.
Este grupo surgió en plena dictadura, y lo primero a
destacar es la fuerza aglutinante, centrípeta y creadora que lo
impulsaba, en oposición al contexto de dispersión y destrucción
cultural, política y social provocado por el terrorismo de
estado. Su rasgo principal fue la autonomía y podría incluso
decirse que se autogeneró. Aquel
grupo bastante heterogéneo de jóvenes que concurrimos en
1977 al Ateneo Cultural mencionado en la primera respuesta de
esta entrevista, al descubrir que el anunciado Abelardo Castillo
no estaba allí, no sólo no nos volvimos a nuestras casas, sino
que regresamos semanalmente desde entonces. ¿En busca de qué?
Cada cual habrá tenido su respuesta, incluso una tan vaga como:
hacer algo con otros. Los más inquietos y politizados
propusieron desde el comienzo discusiones que iban más allá de
la lectura y comentario de textos propios. Y junto a los debates
en voz alta —sobre el sentido de la poesía y el lugar del poeta
en la sociedad, por ejemplo— surgieron aquellos que se hacían en
voz baja y confidencialmente. De hecho, había allí militantes de
dos agrupaciones trotskistas: el Partido Socialista de los
Trabajadores y Política Obrera. Pronto se destacó del grupo
inicial uno más reducido que se propuso conformarse como grupo
de estudios. El tema elegido por votación fue el surrealismo. Se
armó un plan de investigación, una distribución de subtemas, un
cronograma, una bibliografía. Me tocaba a mí ocuparme de los
antecesores y fue de ese modo que, en una noche de tormenta,
descubrí a Lautréamont. Transcurrieron meses intensos de
lecturas y puestas en común, rotación por distintos lugares de
encuentro, rastreo de libros de André Breton en las librerías,
discusiones políticas y poéticas, salidas y otros etcéteras
(como sesiones de expresión corporal y los primeros juegos). En
la primavera de 1979, la Crecefyl (Comisión por la
Reorganización del Centro de Estudiantes de Filosofía y Letras)
organizó una peña en el Club Villa Malcolm, en el barrio de
Palermo, para la que planeamos una intervención conjunta. Ya
entonces había aparecido,
por iniciativa personal de Alberto Arias y con mi participación,
“Poddema” 1, con la que todos nos sentíamos identificados. Pero
fue tras la intervención en Villa Malcolm que pasamos a
considerarnos directamente un grupo surrealista. Los cuatro que
estábamos allí fuimos el núcleo permanente a lo largo de toda la
dictadura: Alberto Arias (firmaba Alberto Valdivia), Julio Del
Mar, Alejandro Michel (firmaba Alejandro Mael) y yo, que firmaba
Silvia Grénier. Otros compañeros habían tenido una intervención
importante en el proceso de formación del grupo pero se alejaron
por distintas circunstancias personales. Usábamos seudónimos
como un recaudo de seguridad —entre otros— porque conocíamos la
gravedad de la situación política. Todos teníamos conocidos o
amigos desaparecidos y algunos habíamos padecido en carne propia
los embates represivos, aunque con algo más de suerte que tantos
otros.
Dije arriba que el grupo se autogeneró: buscó en la
sombra su propio camino para dar a luz una identidad, sin tener
“padre” ni “protectores”. Desde luego, existía una conexión
subterránea con la rica experiencia cultural y política anterior
al golpe, que cada cual había vivido a su modo y de donde traían
algunos su interés por el surrealismo. Y también, como he dicho,
con las agrupaciones políticas que subsistían clandestinamente.
Nuestro grupo fue una expresión singular, muy intensa y
consciente de una tendencia más extendida a la resistencia
secreta y molecular a la dictadura. En esos años proliferaron,
por ejemplo, las revistas culturales y literarias. Algunas,
incluida la nuestra, conformaron la Asociación de Revistas
Culturales de Argentina que se pronunció contra la censura.
Pronto nos vinculamos también con el movimiento de derechos
humanos, al que fuimos acompañando en sus crecientes
movilizaciones. Uno de nosotros participaba en las reuniones
habituales de la subcomisión de familiares de artistas
desaparecidos de la Comisión de Familiares de Detenidos y
Desaparecidos por Razones Políticas y Gremiales. Esto formaba
parte de nuestra manera de entender al surrealismo como
movimiento revolucionario. Desde el punto de vista propiamente
surrealista, no tuvimos al principio conexión alguna con los
antecesores locales, salvo un par de visitas al poeta Enrique
Molina, quien no mostró interés en vincularse con nosotros.
Siendo todos muy jóvenes (entre 21 y 24 años) buscamos nuestra
orientación en la fuente original: los textos de Breton, el
primer surrealismo. Pero no queríamos ser meros lectores o
difusores de las ideas e imágenes que nos apasionaban, sino
actualizarlas en nuestro propio contexto histórico y cultural.
Encuestas internas, juegos, discusiones y sesiones de
escritura automática colectiva moldeaban nuestra vida interna,
que encontró su escenario natural cuando, tras la aparición de
“Signo Ascendente” 1, conocimos a Josefina Quesada, una pintora que había participado
del taller de Juan Battle Planas. Su departamento, en un antiguo
edificio de la avenida Belgrano, fue nuestro espacio encantado.
Allí se elaboró la revista siguiente —con la suficiente demora
como para ser “Signo Ascendente” 2-3—
durante meses de debates, juegos y sesiones de automatismo.
Nuestras revistas no consignaron nunca un director porque, salvo
en el caso de “Poddema”
1 —armada por Alberto Arias— el contenido fue siempre una
decisión colectiva. La editorial —así como otros textos o
declaraciones comunes— surgían de largos y a veces arduos
debates. “Signo Ascendente”
2-3 es la que incluyó más declaraciones y pronunciamientos
individuales o colectivos sobre distintas cuestiones. También
fue intensa nuestra actividad exterior a lo largo de ese año
1981: en julio editamos para la Comisión de Familiares de
Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas y Gremiales, un
libro con poemas de detenidos; en diciembre participamos de la
primera Marcha de la Resistencia y de un nuevo festival de la
Crecefyl, con la lectura de una declaración y de un boletín
especial que, adelantándose a la demorada edición de “Signo
Ascendente”, incluía material nuestro y de los surrealistas de
París y Praga. La revista salió en mayo del turbulento 1982.
Nuestro grupo había estado en la calle el 30 de marzo
—contándose uno de nosotros entre los cientos de detenidos ese
día— y lo estaría de nuevo en las movilizaciones contra el
dictador Galtieri, posteriores a la derrota. Mientras tanto, la
difusión de la revista nos valió algunos enemigos —por nuestra
condena a los concursos Coca-Cola y a quienes participaron como
jurados, pero más que nada valiosas incorporaciones: Carmen
Bruna, los jóvenes Gloria Villa y Ricardo Robotnik, Juan
Andralis con su compañera Sylvia Valdés y, algunas veces con
Mario Pellegrini. Nuestra presencia ese año en el Festival de
“Arte Alternativo” organizado por la revista “Pan Caliente” (con
una muestra de cuadros y un objeto de exploración táctil), una
escandalosa irrupción condenando el mercado del arte en la
Velada Surrealista organizada en la galería de Ruth Benzacar, la
participación en un encuentro de revistas culturales en Villa
Malcolm y la preparación, junto con otros poetas, del libro
“65 poetas por la vida y
por la libertad” —que aparecería ya en el ‘83 en beneficio
de Abuelas de Plaza de Mayo— coronan nuestras intervenciones en
época dictatorial.
No podría hacer aquí el relato de los años que siguieron,
que figura también con todo detalle en el artículo antes citado.
Diré a grandes rasgos que el grupo atravesó momentos de
dispersión y reagrupamiento. Entre 1983 y 1988 publicamos libros
de poemas. Viajamos varios a San Pablo, invitados por Sergio
Lima, para intervenir en una semana surrealista; organizamos un
seminario de Sergio Lima en Buenos Aires. Continuamos poniendo
nuestro pensamiento y nuestra sensibilidad en común compartiendo
lecturas, debates y juegos, y manifestándonos con intervenciones
públicas tanto poéticas (muestras y recitales) como políticas,
sobre todo en la lucha contra la impunidad, pero también contra
los avances del clericalismo, en defensa de los pueblos
originarios, contra el mercado del arte. Algunos compañeros se
apartaron, nuevos amigos ingresaron y, en función de estos
cambios y de la diferencia de contexto, comenzamos a firmar
nuestras intervenciones como Grupo Surrealista de Buenos Aires,
integrado hasta 1992 por quienes mencioné en la respuesta
tercera de esta entrevista.
Silvia Guiard en 2001 - Foto Daniel Grad
6 — Me he quedado deseoso
de verte leyendo en más videos de los que hasta ahora encontré
en la Red (en uno un texto de Manuel J. Castilla, en otro algo
de tu “Cantos de dinosaurios”). ¿Prevés editar pronto tus inéditos para
chicos? ¿Quiénes son tus referentes en lo concerniente a esa
producción literaria?
SG —
Son muchos los autores de
literatura infantil que admiro y frecuento en mi tarea docente.
Pero a la hora de escribir para los chicos la referencia
principal son las voces de la propia infancia, aquello que ha
quedado profundamente enraizado y resonando en mí. Y allí
campea, sin duda, María Elena Walsh. Y cerca de ella las
recopilaciones folclóricas de Rafael Jijena Sánchez —su
“Don Meñique”. Los dos
libros que publiqué se inician con un poema que me parece ser un
eco de los
limmeriks de María
Elena en su “Zoo Loco”.
Como si ella me hubiera dado la nota inicial de una melodía que
continuó luego siguiendo su tendencia propia. Pero su poesía no
solo me atraía por la musicalidad y el humor. Tiene también
momentos de un lirismo y una melancolía que me fascinaban, como
el poema “Los castillos”, cuyas imágenes me conmovían de chica y
me siguen conmoviendo. La oscuridad que para mí implicaba la
palabra “alimañas” —aun después de haber averiguado su
significado— no restaba nada del encanto, sino al contrario.
Desde entonces sé que no todo lo que se lee o escribe para los
chicos debe ser inmediatamente asequible por ellos o de
digestión rápida. La lejanía, la extrañeza no son necesariamente
obstáculos. Cuando la dificultad está, de forma orgánica,
integrada a algo significativo y valioso para el chico, cumple
un papel importante. Aquello que no se ve con claridad, pero se
vislumbra a lo lejos, incita a soñar y abre el horizonte.
No quiero cerrar esta referencia a la literatura infantil
sin resaltar lo emocionante que ha sido para mí descubrir los
llamados libros álbum, que despliegan un lenguaje intensamente
poético y cuya exploración, en la sección infantil de las
librerías,
recomiendo a todo adulto sensible. Encontrará sorpresas.
Sobre los inéditos, por ahora solo puedo decir que es
probable que “El duende
del chaparrón”
aparezca a través de la Editorial Amauta.
7 — Estoy seguro
de que he llegado a ser espectador de un espectáculo con el
poeta Oscar Pablo Baldomá y elenco en algún reducto de un barrio
porteño.
SG
— Fueron varias las presentaciones que armamos desde
mediados de los ‘90 con Baldomá y con Luis Conde, que es músico.
Surgieron en principio como juego y por el placer de crear
juntos, en algunas sesiones de improvisación casera. Luego
fueron apareciendo ocasiones o ideas a desarrollar. Creo que lo
que buscamos fue la confluencia de la palabra y la música sin
ser una acompañamiento de la otra, sino entretejiendo imágenes
sonoras y verbales para crear un cierto clima o paisaje o un
espacio-tiempo diferenciado del ordinario, como en las
ceremonias rituales. Cada intervención la fuimos inventando
colectivamente, pautando algunas cosas, dejando otras libradas a
la improvisación. Una de las más elaboradas y complejas fue “Pájaro de toque”, espectáculo que presentamos en el ‘96 en la sala
teatral “El árbol” con la participación de otros amigos, entre
ellos un percusionista que se sumó a los instrumentos de viento
tocados por Luis. Recitamos o leímos fragmentos del
“Popol-Vuh”, poemas de
Manuel J. Castilla, Alejandra Pizarnik, Raúl Gustavo Aguirre,
Jacobo Fijman, Benjamín Péret, de Baldomá y míos, incorporando
la expresión gestual y corporal,
máscaras y vestuario, diapositivas y al final, para coronar el
poema de Benjamín Péret, la irrupción de la murga Los
Quitapenas. En lo personal, disfruté las dos funciones que
hicimos y me quedé con ganas de más. En el ‘98 armamos juntos la
presentación de mi libro
“Quebrada”, en la que intervino también, cantando coplas,
Mirta López, que ya nos había acompañado desde la murga. En el
2002 armamos algo especial para los festivales asamblearios de
Plaza Palermo Viejo y Plaza Martin Fierro. Luis Conde junto al
guitarrista Alcides Larrosa intervinieron en 2007 en la
presentación de “En el
reino blanco”. Y hubo otras ocasiones más acotadas o menos
planeadas, en sesiones de improvisación musical o en lecturas a
las que Baldomá o yo estábamos invitados, en las que
entrelazamos sonido y palabra. También cuando Carmen Bruna
cumplió 80 años, en el homenaje que le organizamos sus antiguos
compañeros del grupo surrealista en el café Monserrat. Creo
recordar, Rolando, que fuiste uno de los amigos que estuvo esa
noche, a pesar del copioso aguacero que inundaba entonces la
ciudad.
*
Silvia Guiard selecciona poemas de su autoría para
acompañar esta entrevista:
Señas
A Carmen Bruna
En el paso del lobo
me reconocerás
cuando las horas
muelan su molicie al borde del camino
y las ciudades
crezcan como hongos en la bella planicie
todos están borrachos
pero el silencio tiene
pestañas abismales
para abrirnos la puerta
éramos como piedras
en el río de lava
éramos como fuegos en
el lecho de piedra
éramos pocos muchos
los de rostro velado
éramos vivos muertos
los de dientes crecidos
tu mirada de loco me
prepara el terreno
éramos los sonámbulos
y la vida pasaba
como una tromba roja
por el centro del cielo
éramos los perdidos
con nuestras manos-brújula
tocábamos el mundo de
las cosas vencidas
hay bailarines locos
que atraviesan el cielo
de trapecio en
trapecio como fósforos vivos
hay bailarines locos
que cruzan el abismo
sobre la cuerda tensa
de su propio suicidio
(De “Salomé o la búsqueda del
cuerpo”)
*
Fábulas
(Fragmento)
“Sobre la arena, dos cuerpos
confundidos trazan la primera letra de la palabra AMOR”
(Visión anónima,
1982)
Entonces, estaban cerrados los caminos. En los muelles el
mar se desataba, persiguiendo a un vagabundo pueblo de delfines.
Con qué músicas tristes, con qué banderas tristes avanzaban los
restos del amor sobre la playa. Con qué urutaúes desolados se
vestía de niebla el horizonte. Entonces, el mundo daba vueltas
sobre un punto cansino. Los padres devoraban a sus hijos, los
hijos a sus perros, los perros a sus huesos, los huesos a sus
flautas, las flautas a sus ramos de violetas. Entonces la guerra
era un silbido de tobillos cortados por el viento, el amor un
silencio entre dos puertas, la soledad un beso de tiniebla. ¿En
qué huevo de piedra silenciosa estábamos entonces; en qué
escondite, en qué despeñadero, en qué agujero abierto entre las
rocas guardábamos las uvas para el canto, las uvas necesarias?
Lo recuerdo: el mar, la piedra blanca, la montaña. En las
cumbres abrían las ballenas sus misteriosas fauces y su mugido
nos estremecía. ¡Las ballenas azules! ¡Las magníficas reinas en
su trono de tiempo! ¡La gigantesca mole de los sueños
abriéndonos sus grutas! Lo recuerdo. ¿Qué éramos entonces,
colgándonos del viento como niños, urdiendo los columpios y los
puentes? Los pasadizos iban y venían como patinadores sobre el
hielo. Me gustan los columpios, su insensatez de péndulos sin
hilo, su salto entre dos cejas, su sílaba intermedia resbalando
como un chorro de luz entre dos peñas bruscas. ¿Qué éramos
entonces, masticando la hierba como vacas videntes? Perdidos en
el llano, temblorosos, buscando las ciudades fugitivas, montados
en carretas de salitre, devorando raíces de petróleo, trenzando
nuestro pelo para montar las tiendas necesarias. Entonces el
viento era un cuchillo cortando la vía láctea y el mundo daba
vueltas sobre el ojo de un muerto: un ojo seco, que nos
arrebataba los espejos y quebraba los dedos de la sombra.
Estaban cerrados los caminos. Escuchen: es la sombra que mueve
sus escobas, es el viento que lanza sus aullidos sobre el
pellejo de un caballo muerto. Escuchen: las ciudades se
aproximan. Bellas, con su humareda de petróleo, su corpiño de
luces despiadadas, sus fanfarrias grotescas. Bellas, con sus
trenzas de brea, su desfile de mierda engalanada, su cortejo de
huesos triturados masticando raíces de petróleo. En los muelles
el mar se desataba, persiguiendo a un vagabundo pueblo de
delfines. Con qué banderas tristes, con qué músicas tristes
avanzaban los restos del amor sobre la playa. El mundo daba
vueltas sobre un punto cansino. Perdidos en el llano, huyendo
—las ciudades nos buscaban— mordíamos la hierba visionaria como
vacas rabiosas, ¡y estaban cerrados los caminos!
(De
“Los banquetes errantes:
diario de viajes”)
*
Existe el mar
Existe el mar — he
visto su abismo con mis ojos
Existe el mar la
multiplicidad de sus sombrillas y de sus cabrilleos y el viento
que le alza las polleras buscando el hueco dulce entre los
muslos el musgo suave la rodilla lenta de las altas mareas
henchidas de dolor y de alegría
existe el mar en
medio de mi frente
existe el mar abierto
y destemplado
su paso milenario de
ballena
su mugido lejano
las repisas del sol
las peinetas del viento
el cristal y la luz
Existe el mar en las
cuerdas de un piano
desfondado y terrible
ebrio y afónico y
doliente
existe el mar sobre
ciudades crueles
o bajo
civilizaciones
olvidadas
existe el mar bajo la
piel
en las axilas
bajo las uñas
entre los colmillos
en las jaulas del
circo y en los zoológicos atroces
existe el mar entre
leones
sin domesticar
azululantemente
indominable
existe el mar después
de las tormentas
o más bien
apareado con su
propia tormenta
como dos formas
grises
gigantescas
contorsionadas en un
mismo abrazo
existe el mar feroz
el tragabarcos
el abrecielos
el tragamontañas
el lanzallamas
el rompeportones
el mar-asmo
el mar-aña y
el mar-tillo
el mar-supial relleno
de sus hijos
que son ovillos
dulces luz y sombra
peces-abismo
peces-acordeón
peces-bruma y
peces-escalera
peces-lunas y soles
pez-tañeos
y tañidos profundos
de campana
—de campana de buzo
sumergido
para siempre entre
pulpos—
existe el mar barbudo
salvaje
ceniciento
acróbata de innúmeros
espejos
el mar como un tesoro
conservado en toneles
y barriles panzudos
el mar negruzco como
un pan antiguo
el mar empecinado
como un necio
empinado sobre sus
tobillos
el mar tozudo como un
gran secreto
como un arca que al
mismo tiempo es
su diluvio
existe el mar como
una sed como una alucinación
como un prodigio
existe como sólo
saben existir
los mares
entre glóbulos
blancos rojos y ateridos de frío
entre glóbulos sin
justificación sin redención y sin
destino
existe de cualquier
modo el mar con sus escamas
sus cuerdas de violín
sus lengüetazos de
profundidad
sus bombas de oxígeno
increíble
su aletazo de
monstruo
su hocico
prehistórico y mugiente
su aliento de mamut.
Lo he visto.
(7/11/92 - De
“En el reino blanco”)
*
Se sobrenada
Grandes oleajes me
sostienen
y no obstante
no obstante
sé que hablo con los
labios partidos
con la lengua quemada
para estatuas de yeso
es decir:
hablo con los labios
partidos
con la lengua quemada
para estatuas de yeso
y no obstante
no obstante
grandes oleajes me
sostienen
lentas vegetaciones
me sostienen
largos
hondísimos ramajes
agitándome en su estremecimiento
me sostienen
en silencio
las palas misteriosas
que acarrean la noche
me sostienen
las lenguas
agridulces
moteadas
serpenteantes
y terribles del sueño
me sostienen
la sed y su cortejo
de violines con las cuerdas cortadas
el hambre y sus
harapos
la garrapata ardiente
de cada una de mis incertidumbres
me sostienen
He aquí que se
acercan los incendios
veloces
más veloces que el
miedo
tiernos como paraguas
y altos como
impacientes rascacielos
los incendios me
toman en sus brazos
y me acunan hasta
hacerme dormir
Aún dormida escucho
cloquear a los relojes
aún dormida veo cómo
las casas huyen de sus propias paredes
se desprenden de sus
propias ventanas como de medias viejas
se sacan el corpiño
los zapatos
los hijos
y bailan como
mendigas en inmensos baldíos
saltan de terraplén a
terraplén
pierden completamente
la memoria
se burlan de los
trenes
y se emborrachan en
su propio velorio
aún dormida bailo con
pies heridos y feroces
entre las casas locas
entre las casas
tristes
entre las casas una
tras otra derrumbadas
y observo en la piel
acre y translúcida del aire
los movimientos casi
imperceptibles de los enormes peces de vacío
grandes peces de nada
cruzando lentamente
las veredas
estrellando sin ruido
las vidrieras
boquiabiertos y
torpes
blanquísimos peces de
silencio
desovando en las
alcantarillas
su maravillosa
inexistencia
vastos
transatlánticos de nada
atravesando oleadas
oleajes profundos de
vacío
me sostienen.
(5/12/92
– De “En el reino blanco”)
*
“No entres dócilmente en esa
noche quieta.
Rabia, rabia, contra la
agonía de la luz”
Dylan
Thomas
Uñas contra la sombra, pelos, dientes
y el aullido larguísimo en los huesos
La rabia con sus perros amarillos
espumarajeando mi saliva
La rabia de la luz
y de la sombra
La cólera de sangre y de burbuja
reventando en las venas
El ácido de luz sobre los dientes
La hinchazón de la sangre
Su estallido
de bronca y de dolor golpeando el aire
terriblemente frágil
y desnudo
Nudo
del ansia y del hastío
Nudillo de estar harta
Desnuda soledad de los tobillos
Ácida desnudez
Ácido mudo
Pica roja el dolor sobre mi frente
Pica roja los dientes abrasivos
Pica roja la sed
Pica roja la rabia del aullido
Pica roja la sangre inexplicada
Pica roja mi cuerpo
contra el cielo
Relampaguea:
No habrá sido mudo
(De
“Relampaguea” —Poema
incluido previamente en la plaqueta “Mujer- pájaro en el círculo del sol”, 1999—)
*
Aquí donde los
árboles caminan…
(Fragmento)
Una mujer, un hombre,
un río
junto al árbol
A veces el árbol es
un hombre
el hombre, un río
el río, una mujer
y la mujer, un árbol
La mujer en el río,
bañándose
y el hombre
bañado en la mujer
y el árbol
bañándose en el cielo
Que es un río
Un hombre que es un
árbol se baña
en la mujer
que es río
Y un hombre que es un
río
sueña en la mujer
que es árbol
Y la mujer del árbol
con el hombre del río
y la mujer del río
con el hombre del árbol
se abrazan bajo el
amor
y sueñan
cuando un hombre y
una mujer se aman
y duermen
junto al árbol
a la orilla del río.
(Inédito)
*
Entrevista realizada a través del correo electrónico:
en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Silvia Guiard y Rolando
Revagliatti.
http://www.revagliatti.com.ar/011128b.html
www.about.me/rrevagliatti
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