Victoria Lovell: sus respuestas y poemas
Entrevista realizada por Rolando
Revagliatti
Victoria Lovell nació
el 6 de febrero de 1956 en la ciudad de Rosario (donde reside),
provincia de Santa Fe, la Argentina. Es profesora en Castellano,
Literatura y Latín, egresada en 1979 del Instituto Nacional
Superior del Profesorado de su ciudad. Ejerce la docencia desde
1988 en instituciones públicas y privadas. Ha sido directora de
proyectos y coordinadora de áreas vinculadas a la literatura,
propiciados por organismos de la Municipalidad de Rosario. Fue
jurado en diversos concursos promovidos en su provincia, así
como panelista en Ferias del Libro y Festivales de Poesía. Dictó
conferencias, participó en Congresos, prologó, presentó y
efectuó reseñas de libros. Fue traducida al francés y al inglés.
Es miembro fundador de “Cooperart” (primera cooperativa de arte
de la Provincia de Santa Fe, 1986) y del comité editorial del
sello “Papeles de Boulevard”. Además de integrar ediciones
conjuntas —“Poemas por
América” (1986),
“Poemas por el hombre” (1989)— y ser incluida en antologías
—“Poetry Ireland Review”
Nº 73, “Las 40. Poetas
santafesinas 1922-1981”, compilada por Concepción Bertone,
el volumen “Un siglo de
literatura santafesina. Poetas y narradores de la provincia
1900-1995” de Eugenio Castelli— su quehacer se ha divulgado
en propuestas electrónicas y en revistas de soporte papel —“Casa
Tomada”, “Juglaría”, “Los Lanzallamas”, “Poesía de Rosario”,
“Boga”, “El Centón”, “Apofántica”, “La Pecera”, “La Guacha” y
otras de su país, y en “Dierese” de Francia, traducida al
francés, desde 2000 a 2005—. Publicó entre 1981 y 2012 los
poemarios “De cobre y
barro”, “Máscaras de
familia”, “Jardines
cerrados al público”,
“Desde el hastío” y “Los noctiluca”.
1 — Me valgo de un
dato, Victoria: tu madre es Profesora en Letras. ¿Armamos la
constelación?
VL — Es así, mi madre, Ana María Calatroni, obtuvo su
título en la primera promoción de la Facultad de Filosofía y
Letras, la que en la actualidad se denomina de Humanidades y
Artes. Mi padre, Filiberto Lovell, era ingeniero. Y tengo un
hermano tres años menor, Ricardo. Mi abuelo, el doctor Alfredo
Lovell, nacido en Marbella y de ascendencia inglesa, llegó a la
Argentina en 1911. Junto con el doctor Juan Álvarez organizaron
la actual Biblioteca Argentina. Y allí, donde mi abuelo fue el
primer bibliotecario, por azar, estoy dictando un taller. La
hermana de papá, Gloria Lovell, fue una de las primeras
pediatras que hizo de la medicina un trabajo social. Fue la
primera mujer directora del Hospital de Niños, y yo, su
paciente. En la familia de mi padre había ciertos principios
inclaudicables: mi abuelo servía un té en la Biblioteca a las
cinco de la tarde para que pudieran concurrir obreros y
estudiantes; mi padre hizo barrios obreros. Por vía materna, mi
abuelo, a quien no conocí, Ricardo Calatroni, fue doctor en
química y violinista, y mi abuela, Ana Caviglia de Calatroni,
rebautizada por mí como Yayi, era pintora, y en un sentido
profundo, mi alma mater. Como verás, varias figuras fuertes.
2 — ¿Por dónde,
cómo circulaste en tu educación?
VL — Cursé el primario y el secundario en un colegio
católico, Adoratrices, por decisión materna, ya que mi familia
paterna era anti-monárquica y atea, gracias a Dios, según el
decir de mi tía pediatra. Desde muy chica gocé de la libertad de
poseer una biblioteca que me permitiera tener acceso a los
libros que quisiera, aunque esa libertad tenía su restricción:
debía comportarme de acuerdo a ciertos cánones sociales. Algo
evidentemente no funcionaba y me encargué de averiguarlo.
Recuerdo casi de memoria el comienzo de
“Demian” de Hermann
Hesse: “¿Por qué todo
aquello que tendía a fluir libremente de mí habría de serme tan
difícil?” Estaba ya cursando el profesorado de Letras cuando
en 1976 se produjo el levantamiento de las Fuerzas Armadas, la
dictadura militar. Siento que pertenezco a una generación
perdida porque gran parte fueron desaparecidos o su militancia
política fue en la cárcel.
Victoria Lovell en presentación
de la novela coordinada por ella
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Victoria Lovell con Jorge Ariel Madrazo, Nora Hall y
Marcela Armengod
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3 — Y te
recibiste.
VL — Me recibí, publiqué mi primer libro. Un año
antes, en 1980 me casé con Reynaldo Uribe, arquitecto,
imprentero y poeta. Él estaba separado (recordarás que el
divorcio en la Argentina fue posterior). Comenzamos a convivir
de a tres, ya que su hija Carolina tenía a su mamá exiliada.
Tuvimos tres hijos: Nicolás, Imanol y Federico. Y además
sostuvimos proyectos culturales en común: Cooperart, la creación
de los talleres La Escuelita (cuando Reynaldo era Director del
Centro Cultural Bernardino Rivadavia —1990-1995—, en la
actualidad Centro Cultural Roberto Fontanarrosa), revistas que
él dirigía y en las que yo colaboraba (“Juglaría”, “Casa
Tomada”, etc.). El taller que coordino es la continuación de
aquella experiencia. En 1996 nos separamos y continué
escribiendo, trabajando, estudiando para la licenciatura en
Letras, en Humanidades y Artes, y criando a mis hijos. Y ahora
construyendo otra pareja, con Oscar de Sanctis, doctor en
Física, en fin, viviendo.
Victoria Lovell con José Cordeiro, Mariana Stoddar, Omar
Aguiar y Pablo Grasso
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Victoria Lovell con Alejandro Pidello, Armando Raúl Santillán,
Nora Hall y Mercedes Yafar
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4 — Ignoraba que
hubieras estado casada con Reynaldo Uribe (1951-2014). Nunca nos
vimos él y yo, pero me ha publicado poemas en “Juglaría”.
¿Podría ser que nos hicieras una semblanza de él? ¿Te referirías
a su poética?
VL — Cuando lo conocí a Vasco, él ya dirigía
“Juglaría”; es más, nos conocimos en el Centro Cultural
Bernardino Rivadavia, y había publicado en su revista uno de mis
primeros poemas; imaginate mi emoción. Ahora pienso: qué casual
ese encuentro; ya que después fue el director del Centro
Cultural. Un notable gestor. Uno de sus objetivos había sido la
participación activa de los jóvenes, que se apropiaran de un
espacio, hasta ese momento distante, y lo habitaran. Lo hizo
posible gracias a un proyecto que entendía la cultura como una
construcción participativa plural. Implementó la dinámica de
talleres y cursos en diferentes áreas y el conjunto de los
mismos fue llamado, primero en forma privada y después pública,
La Escuelita, que tenía su propia publicación periódica. Fue un
período de gran entusiasmo y aprendizaje para todos los que
formamos parte.
En cuanto a su poética, por supuesto, cada lector elige
sus páginas. A mí uno de los libros que más me interesó fue
“Resistencia”,
prologado por mí en 1986; en 2007 fue incluido dentro de un
corpus mayor, “Los
elegidos”, una antología personal. A modo de reseña de este
volumen escribí:
“Él
elige la materia con la que trabaja, observa, prueba, descarta,
selecciona. Este proceso de composición se establece a partir de
una fuerza ordenadora. La primera parte de este nuevo libro es
“Resistencia”, su
tercera reedición, las anteriores datan de 1984 y 1986. Ahora
reaparece formando parte de un texto mayor subdividido en cuatro
partes: Resistencia, Vulneración del misterio, Los elegidos,
Ruinas circulares.
El gesto y el acto poético raramente se corresponden;
pero en “Resistencia”
pareciera ser que sí, hay dos fechas: 1976-1983; ningún lector
puede desconocer esa etapa de la vida constitucional de nuestro
país y cabe preguntarse cómo se escribía y cómo se difundía
durante la represión; debe sostenerse la interrogación, no
apurarnos en reseñar, en etiquetar modos de producción poética
que hoy ya forman parte
de la historia de la literatura. Sí cabe señalar que
algunos de los poemas de
“Resistencia” tuvieron una circulación por fuera del formato
libro; a comienzos de los 80 aparecieron pintadas callejeras con
textos de Felipe Aldana, Paco Urondo y Reynaldo Uribe, entre
otros, firmadas por “El poeta manco”.
El lector de poesía intuye con cierta rapidez cuando se
enfrenta a una obra como totalidad o a la yuxtaposición de los
poemarios que la conforman. En
“Los elegidos”,
Reynaldo Uribe recupera y afianza el tono de sus mejores poemas.
Poesía
breve, nominal, a veces epigramática:
“Cuando todo estuvo
creado,/ el hombre/ se permitió ser niño.” Lo nombrado
regresa y en esa iteración puede leerse paradójicamente la
crítica a los modelos de la globalización; pero también el
fracaso de la propia resistencia; no hay regreso a un mundo
primigenio.
“Alguien quiere” el lugar de este sujeto indefinido, es
el de la mirada ubicua del poder que permite diferentes
combinatorias: “que en
límites / negros y lejanos/ encontremos nuestras huellas” o
“que el amor / sea una rata / que camine / por las entrañas.” A
veces se sustituye por quién:
“quién podrá / quién /
será capaz / de sepultar / la memoria:”
¿Quién elige a los elegidos, el autor en su antología o
Ella? Quién escoge, selecciona sus flores, que el movimiento de
las lenguas permite
recoger del griego? “Antología”, anthos, flor y lego, escoger; y
también la derivación etimológica en la palabra latina
lectus-us, lectura, que proviene de la misma raíz griega lego.
El
oxímoron, como figura retórica privilegiada de la paradoja,
permite otorgar una nueva significación a los opuestos:
“Ella vaga / enamorada de
la vida”; pero ella es la muerte.
En el
prólogo, quien firma como Autor dice:
“Morir de muerte natural o
conspirando”, “Ella
buscará a los elegidos…” Y Reynaldo Uribe, nuevamente
desafiará a sus lectores.”
Victoria Lovell con el poeta Fabricio Simeoni
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5 — ¿Dedicamos un
espacio a Papeles de Boulevard? ¿Quiénes la fundaron, qué
autores difundieron?
VL — En 2007 surgió Papeles de Boulevard con la
publicación y presentación conjunta de cinco títulos de poesía
pertenecientes a sus editores: Nora Hall, Alejandro Pidello,
Armando Raúl Santillán, Mercedes Yafar y yo. El gesto de
apertura editorial fue muy bien recibido por los escritores y,
si se realiza una lectura conjunta de estos libros, se verá que
responden a líneas estéticas diversas. Tanto el nombre como el
logo editorial hacen referencia a Boulevard Oroño (una arteria
tan importante en mi ciudad que hasta tiene su propia entrada en
Wikipedia), donde la mayoría de nosotros vivimos.
Propusimos a los autores ediciones
asequibles, con
una estética cuidada (volúmenes de formato pequeño) y retomar un
diálogo con los artistas plásticos, incorporando su obra a
nuestras tapas. Contamos
con dos colecciones: Papeles de Boulevard (poesía) y Papeles de
Ocasión (lecturas ensayísticas).
Aclaro que
muchos de nuestros autores no son de Rosario. Tal es el caso de
Inés Manzano, recientemente fallecida, quien publicó su primer y
último poemario con nosotros,
“Si es puñal que me mate”.
Hasta el
momento tenemos publicados veintisiete libros, el último es
“Malade” de Marcela
Armengod.
Victoria Lovell con Alejandro Pidello, Nora Hall y Omar Aguiar
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Victoria Lovell con el poeta Reynaldo Sietecase
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6 — Has abierto un canal en YouTube. Ya hay algún
videopoema. ¿Prevés realizar otros?
VL — Sí, en 2014 editamos junto con mi amiga, la
artista plástica Patricia Frey, una serie de videos poemas
denominados “Las Proyectalunes”. La intención fue trabajar con
obras de ambas, respetando los soportes papel y lienzo. Como
habrás visto, la estética es minimalista, tienen una duración
aproximada de un minuto y medio y no hay efectos por fuera; sólo
algunos ruiditos significantes. Fue bastante experimental y la
idea es continuar. Veremos cómo.
Victoria Lovell con la artista plástica Patricia Frey
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Victoria Lovell con la artista
plástica Patricia Frey
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7 — En 1983, la prestigiosa revista “Koeyú
Latinoamericano” de Caracas, Venezuela, publicó un trabajo tuyo
titulado “Vamos a hablar de Javier Heraud”. Dos décadas después
de ser acribillado —a sus veintiún años, ese poeta guerrillero
del Movimiento de Izquierda Revolucionaria—, por la Guardia
Republicana del gobierno militar que había usurpado el poder en
Perú.
VL — Ese
artículo fue publicado hace más de treinta años; estuvo influido
y motivado por las circunstancias históricas y políticas del
momento. Estábamos viviendo el comienzo de las salidas de las
dictaduras en Latinoamérica; por lo tanto, creo que hoy habría
que abordar la gran poesía de Javier Heraud desde otra mirada.
Victoria Lovell con Juanjo Zúccolo, Luján Enorad, etc.
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Victoria Lovell con Silvia Ridao, Federico Tinivella, etc.
8 — Numerosos han
sido los cursos de postgrado y de perfeccionamiento que has
realizado desde 1976. ¿De cuáles te ha quedado la mayor
valoración?
VL — A lo largo de mi vida siempre estudié lo mismo.
Ahora pienso que en esa repetición está la diferencia. Cuando me
recibí en el profesorado de letras todavía estábamos bajo la
dictadura militar. Cuando comenzó la democracia me anoté en la
Facultad de Humanidades y Artes para cursar la licenciatura
porque me interesaba muchísimo continuar con mi formación; así
que rendí aquellas materias y seminarios que no estaban
homologados con mi título de profesora.
Una experiencia enriquecedora fue cursar el seminario de
Metadiscurso con María Isabel Gianni, dedicado a Ezequiel
Martínez Estrada. Una vez finalizada la instancia formal nos
dedicamos a investigar juntas ciertos aspectos de su obra y
participamos en el Primer Congreso
Internacional sobre la vida y la obra de Martínez Estrada, en la
ciudad de Bahía Blanca, en 1993.
Mi ensayo, “Martínez Estrada ante Kafka” (publicado en
las Actas del Primer Congreso), abordada la lectura que Martínez
Estrada a lo largo de su vida realizó de Franz Kafka. Martínez
Estrada en "Muerte y
transfiguración de Martín Fierro" revela la imposibilidad de
continuar con una tradición literaria después de leer a Kafka.
Esa revelación es altamente significativa en un escritor como
Martínez Estrada, cuya obra se aparta de todo intento
taxonómico, "un escritor incómodo" para los historiadores de la
literatura. Esa "incomodidad" podría relacionarse con el cambio
de "género" y tener como fecha inicial 1933, cuando se publica
"Radiografía de la pampa".
Otra experiencia imborrable fueron las clases dictadas
por Nicolás Rosa en Análisis y Crítica II.
Y otro
aprendizaje que rescato fue la participación asidua como
invitada en “El Malestar en la Cultura”, ciclo organizado por
dos psicoanalistas: Laura Capella y Jorge Fernández.
Victoria Lovell con Pamela Gaido, Pablo Padial, Pablo
Giangreco, Rosana Alcobe, María Emilia Padinger, Luján Enorad,
Julia Caravaca
Victoria Lovell con L. Enorad, P. Griangreco, R.
Sanfilippo, J. Mandolesi, L. Morales, Tatjna Leiva Leyba, etc.
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9 — Porque has
producido teoría a partir de Felipe Aldana (1922-1970) es que me
parece interesante que te refieras a él.
VL — Cuando leí por primera vez la obra reunida de
Felipe Aldana en
Ediciones I. E. N. (Instituto de Estudios Nacionales), 1977,
quedé fascinada. Sobre todo frente a
“Poema materialista”,
escrito en 1948, porque en este texto están presentes todos los
hallazgos de la vanguardia: el lenguaje coloquial, la irrupción
de lo cotidiano, la transcripción de una melodía de la Séptima
Sinfonía de Beethoven, con el uso de la didascalia (para silbar)
como elemento integrador del extenso poema dividido en dos
secciones: Parte Primera y Segundo Nacimiento.
En esta aclaración, para silbar, hay una acción performativa que
estuvo presente en otras intervenciones del poeta.
Te cuento una anécdota: cuando dio una conferencia sobre
la poesía popular, en ARICANA (Asociación Rosarina de
Intercambio Cultural Argentino Norteamericano), se despidió
diciendo: “Y ahora me voy
a la esquina que es donde se cruzan las calles y es donde nace
la poesía popular”. Y se fue silbando un tango. (El público
de esa época no
estaba preparado para ese final tan poco formal).
Realicé un trabajo de investigación sobre su obra, que
inauguró una sección, “Los Olvidados de la Literatura
Argentina”, en la revista “Juglaría” Nº 3 de 1981.
En simultánea
di conferencias sobre su poética, y el taller que dicté en el
Centro Cultural Bernardino Rivadavia, no solo lo bauticé “Felipe
Aldana”, sino que en la puerta podía leerse:
“Para escribir un solo poema / hay que estar loco de belleza.”
Este poema fue uno de los elegidos por El Poeta Manco (un grupo
cultural que realizó acciones urbanas durante el período que
abarcó el fin de la dictadura y el comienzo de la democracia).
Pintaban en las paredes textos y los militantes políticos los
respetaban e interactuaban con las consignas del momento.
Mi ensayo fue replicado en otras publicaciones, como “Al Sur del
Cielo”, en 1985.
Por suerte, hoy el Premio Municipal de Poesía de mi
ciudad lleva su nombre. Su poética sigue interpelando al lector
actual. No quiero dejar de mencionar otra de sus obras,
“Los poemas del gran río”,
compuesta por cuarenta y seis piezas breves; síntesis,
contemplación del paisaje local que evoca el misticismo
oriental, y se hermana con la poesía de Juan L. Ortiz y de su
amiga Beatriz Vallejos.
Transcribo de ese poemario:
“Bajo la
luna / el sauce / con las barbas en el agua / es un monje
budista / meditando sobre la apariencia / mientras su imagen
sumergida / medita sobre la verdad.”
Bello, ¿no?
Victoria Lovell con los poetas Marcelo Enrique Scalona y
Fabricio Simeoni
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Victoria Lovell con Omar Aguiar y José Cordeiro
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10 — En 2001
participaste en “Chile y la poesía hispanoamericana en América y
Europa”, realizado en la ciudad de Valdivia. ¿Podrías
pormenorizar sobre aquella experiencia?
VL — Fue un congreso organizado por un grupo de
intelectuales chilenos exiliados durante la dictadura de
Pinochet. Nos conocíamos porque había participado previamente en
otro congreso, en la Universidad de Oregón, en Eugene, Estados
Unidos. Participé como poeta y expositora con una ponencia sobre
los ensayos de César Vallejo: “El cuerpo rozado apenas del
poema”.
Indagué sobre el concepto del poema como intraducible,
que él presenta en su ensayo “Electrones en la obra de arte”.
También sobre su posición des-centrada con respecto a las
vanguardias.
La
experiencia cosmopolita de Vallejo debe ser comprendida desde
una perspectiva más amplia, que incluya a varias generaciones de
intelectuales y artistas latinoamericanos que se vieron en la
necesidad de abrir o de forzar las fronteras de sus propias
culturas para transformar sus realidades histórico-sociales. Es
desde Europa donde el americano recupera su propia mirada. Desde
esta mirada, Vallejo asumirá su condición americanista; mirada
especular que le hará decir en defensa de Rubén Darío, como
respuesta a la opinión del uruguayo José Enrique Rodó
(1871-1917) que: “La
indigenización es acto de sensibilidad indígena y no de voluntad
indigenista”. Aceptar su destino como americano fue en César
Vallejo una condición ineludible, donde lo estético y ético se
fusionan de tal manera que cuando rozamos el cuerpo del poema no
podemos dejar de rozar el cuerpo del hombre, César Vallejo: su
carnadura existencial.
Siempre
son enriquecedores los intercambios y hubo un interés genuino y
una recepción abierta tanto para mi poesía como para mi
ponencia.
En ese mismo viaje visité Isla Negra y escribí “César
Vallejo en Isla Negra”, un poema irónico sobre la suerte que
tuvieron Pablo Neruda y él. Como verás, los abordajes que
realizo sobre distintos autores me acompañan en un plano
existencial.
Cada vez
estoy más convencida de que somos lo que leemos, o dicho de otro
modo, la pregunta por lo autobiográfico es la pregunta sobre la
experiencia de la propia lectura.
Victoria Lovell con Nora Hall
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11 — ¿Y retornando
a tu actualidad?
VL — El año
pasado se conmemoraron los veinticinco años del taller que
coordino, dependiente de la Secretaría de Cultura y Educación de
la Municipalidad de Rosario. Aunque había interés en algunos
sectores educativos para que yo publicara un libro sobre
talleres, preferí incluirme en la creación de una novela plural
junto con mi grupo, en calidad de coordinadora de
“Perdón, ¿usted vio a mi
gato?”, Editorial Reloj de Arena, y cuyos autores son Rosana
Alcobé, Julia Caravaca, Luján Enorad, Pamela Gaido, Pablo
Giangreco, Pablo Padial y María Emilia Padinger.
Su concepción demandó dos años de
sostenido y valioso aprendizaje. La
novela fue presentada en diciembre en la Biblioteca Argentina, y
gracias a la gran convocatoria que tuvimos, efectuamos una
reedición.
Y en lo estrictamente personal, estoy escribiendo desde
2014 un largo poema, “Memorias de un olvidante”. En ese oxímoron
me defino. El término surgió a partir de una conversación entre
amigos: yo había afirmado que no era olvidadiza sino olvidante.
Uno de ellos amenazó: “Te
robo el término”, y yo pensé que tenía que escribir desde
ese lugar donde el sujeto con plena consciencia decide
olvidarse. Así comienza mi
work in progress:
Memorias de un olvidante
Olvido y
regreso en ese instante al olvido
hurto su
mercancía o la abandono
al
abandono que no demanda.
Abono el
olvido con hormonas líquidas
cuando en
los equinoccios
la
naturaleza entra en su propio sopor
o se
inflama de sí misma.
Desmalezo
el olvido
que no se
infecte de babosas
adheridas
a los órganos blandos.
Sembrar
con sal lo no pronunciado
los gestos
de pasiones equívocas;
sembrar
con sal los sueños ajenos
donde
posamos tan desnudos sin permiso.
Tan sin
siempre es abundancia
que
alimenta el olvido.
Nadie está
obligado a poseer
un amante
que en el desacomodo
prohíja
constelaciones
retrotrae
el tiempo al primer milenio
cubiertos
con ásperas capas
para
escapar de la peste
pero la
peste es un convite
que halaga
las retinas
el veneno
vertido en el oído
la
serpiente en el jardín.
No hay
escurridizos en este olvido.
Sujeto a
la amarra sopesa el olvidante
la
dirección del viento
el brillo
atemperado del oro ido en lo ido.
El
olvidante recupera
los
movimientos no la sinfonía
sin
instrumentos el viento
sacude la
amarra, arremolina y desarticula
toda
secuencia lógica.
Atonalismo
que revierte toda sospecha de creencia
en el leit
motiv de la melodía.
El
olvidante sabe de la hipocresía del souvenir
de las
ronroneantes sílabas del espejismo
ignora
todo resabio de idolatría
ya no lee
al otro
ya no se
olvida en el otro, el olvidante.
*
Victoria Lovell selecciona poemas de su
autoría para acompañar esta entrevista:
Jardines cerrados al público
A quién contemplas ahora
(meciéndote mayo)
quizás aquella
traspasada por cuchillo
voz o sollozo más íntimo
de esas órbitas girando
de la nada a la nada
o de esa boquita que
por las noches sigue
berreando y son tantos,
ay los gemidos del olvido.
Debes pedir por favor
A los gatos que maúllen en celo
como niñitos jamás nacidos.
(de “Jardines cerrados al público”)
*
Ceremonial
Náusea, la acción de los dedos en la
garganta, convulsiones.
Ritual nocturno, esclusa que se abre a
medianoche
cuando la otra ha sido tapiada. Todos
pierden el olfato
en esta casa nadie sabe reconocer un
cadáver.
Constelaciones del cadáver.
Descomposición de las figuras.
Restos de epidermis. En el fondo del
wáter atisba
el mismo rostro que acecha en los
bordes.
(de “Jardines cerrados al público”)
*
César Vallejo en Isla Negra
Con el trago quality beer
salobre espuma trago
en la isla
donde asoma en crepusculario
aquel otro aparecido
que no ha dejado —como el maderamen—
ni un día jueves de morir
porque no está presto el mascarón
para esa distancia
esa en la que lava tu lavandera
sus venas otilinas.
Ambos huérfanos en el curso de otra rosa
otro soplo sobre los velámenes
esa prosa del morir.
(de “Desde el hastío”)
*
Una línea de Kavafis en dos
movimientos
Primer movimiento
Recuerda cuerpo el pulso exacto de la
lira,
en el epitalamio yaces exhalando el
aroma
que supo abrirse ante el roce de los
labios.
Libando del
gemido te adentras
en la pulpa del tiempo
que otrora fue de los amantes.
Segundo movimiento
Al cuarto círculo ascienden los
obstinados.
Antesala de azulejos ¿suma de colores?
Dos puertas simétricas a la hora
señalada
imaginería hospitalaria en gama de
grises.
Tubos que se ramifican en tubos que
descienden en sondas y ese estertor
no me pertenece ni la piel ajada
que resta después de una convulsión
atroz
que dispara al sentido;
reconozco mis pulsaciones
en esa otra mano tan frágil como la mía
sobre un Ford 37 el recuerdo se
petrifica
abrazado por tu padre estabas.
Me sostengo en una línea de Kavafis
recuerda cuerpo no sólo cuánto
profano rezo el mío
recuerda cuerpo fuiste amado
no reconozco a ese cuerpo arrojado sobre
las sábanas
ni a este otro.
No es Madame La Mort, demasiado espacio
ocupa la elegida, no es la muerte ni
mors
es la A de ausencia
es el sutil devenir de la descomposición
la perversa lentitud con que el tiempo
nos apresa.
(de “Desde el hastío”)
*
De espaldas un kimono de seda blanca
hace girar un abanico negro
conjura a los espíritus
en el centro del recinto
donde mi padre ateo
trazó un templo sintoísta
diciendo que era un garaje.
(de “Los noctiluca”)
*
Animula
vagula, blandula
te conjuro
desposeída y posesa
no
abandones aún estos cuerpos.
Otro ánimo
insuflabas en el emperador
era la
línea tal vez su propio dictum
que se
apropiaba de la memoria no ya tuya
si no la
que quiso que vieras a la muerte con los ojos abiertos.
Quién sabe sobre esto?
Más
cercanos en lejanía recomponemos la cita
ante la
descompostura final.
Anima, no
abandones aún estos cuerpos
transidos
por siglos, adormilados en la espera del prodigio.
(de “Los noctiluca”)
Victoria Lovell con Nicolás Manzi, Lisandro González,
Roberto Lobos y Sandra Mendizabal
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Victoria Lovell con Mauro L. Micciché
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Victoria Lovell con María Emilia Padinger, Pablo Giangreco
y Rosana Alcobé
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Victoria Lovell con Luján Enorad, Pablo Giangreco, Juliana
Mandolesi, Renzo Sanfilippo, Víctor Meneguzzi, Nicolás Ré,
Lorena Morales, etc.
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Victoria Lovell con Alejandro Pidello
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Entrevista realizada a través del correo
electrónico: en las ciudades de Rosario y Buenos Aires,
distantes entre sí unos 300 kilómetros, Victoria Lovell y
Rolando Revagliatti, 2016.
www.revagliatti.com.ar
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