Cristina
Piña: sus respuestas y poemas
Entrevista realizada por Rolando Revagliatti
Cristina
Piña nació el 14
de marzo de 1949 en Buenos Aires, ciudad en la que reside, la
Argentina. Es Licenciada en Letras por la Universidad del
Salvador desde 1981 y Magíster en Pensamiento Contemporáneo por
la Universidad CAECE desde 2007. Ensayos y capítulos de su
autoría forman parte de más de veinte volúmenes, así como
cientos de artículos, actas de congresos, introducciones y
prólogos de libros, crítica bibliográfica y de piezas teatrales,
recensiones, relatos, textos de creación y traducciones de
poesía, se han difundido en revistas universitarias y con
referato, antologías en fascículos, suplementos literarios,
diccionarios, etc., de su país y del extranjero. Poemas suyos
han sido incluidos en antologías y se han traducido al árabe,
inglés, húngaro, francés, japonés, alemán, hebreo, rumano e
italiano. Entre otras distinciones obtuvo el Primer Premio de
Poesía del Concurso Isidoro R. Steimberg, 1978; el Segundo
Premio Municipal de Ensayo 1991-1992, otorgado por la
Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires; el Premio Konex de
Platino 2014 – Letras (decenio 2004-2014) en Traducción.
Poemarios publicados entre 1979 y 2016:
“Oficio de máscaras”,
“Para que el ojo cante”,
“En desmedida sombra”,
“Pie de guerra”,
“Puesta en escena”,
“Taller de la memoria”,
“Pasajera en tránsito”,
“Magia blanca”,
“Meditaciones orgánicas”,
“En la orilla del cuerpo”
y “Travesías”. Además
de volúmenes de crítica literaria concebidos en coautoría, en
dicho género es la autora de
“La palabra como destino.
Un acercamiento a la poesía de Alejandra Pizarnik” (1981),
“Alejandra Pizarnik. Una
biografía” (1991; 2ª edición corregida: 1999),
“Poesía y experiencia del
límite. Leer a Alejandra Pizarnik” (1999).
Cristina Piña en París, Francia, 2013
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1 — Fue por teléfono que me adelantaste un perfil de tu
procedencia familiar y de tus derivas por el teatro, por la
música…
CP — Vengo de una familia
muy especial, sobre todo por el lado materno, que constituía una
especie de matriarcado porque entre abuela, tías abuelas, tías y
madre sumaban seis personajes singulares: uruguayas, liberales,
divertidas y progresistas, pese a venir de una familia muy
antigua del Uruguay, con siete generaciones en el país —yo soy
octava generación y tengo la doble nacionalidad. Además, las
mujeres de la familia eran amantes —al igual que mi padre— de la
literatura, la música y la pintura. Gracias a ellos entré desde
muy chica en el mundo del arte: además de los discos que se oían
y las charlas sobre pintura, teatro, cine y ópera que se tenían
en mi casa, mi padre me llevaba todos los fines de semana a
museos, galerías de arte y conciertos y junto con mi madre al
teatro y al cine. Además, por mi hermana —que era seis años
mayor que yo—
empecé a ir al teatro independiente y pude conocer el Instituto
Di Tella en su momento de esplendor, pese a tener catorce o
quince años.
Ese contacto con la cultura hizo que, además de la
carrera que luego elegí y a la que le consagré mi vida,
estudiara pintura entre los ocho y los diez años y, ya de
adolescente, además de hacer teatro en la Universidad y en el
grupo The Shakespeare Players que creó el profesor Patrick
Dudgeon con alumnos de los cursos superiores de la Cultural
Inglesa —Higher Cambridge y Cambridge Proficiency—, estudiara
teatro con Raúl Serrano durante dos años. Pero al cabo de ese
tiempo opté por la literatura, si bien siempre me quedó picando
el amor al teatro y la frustración como actriz.
Sin duda por eso, gracias a la actriz y performer Fabiana
Rey, ya grande me subí tres veces al escenario: en 2009 ella y
yo hicimos en el “BarBaro” una performance de una sola función
titulada “Minimalas, surrea… ¿qué?”; en 2011 hice una
performance sola sobre Amelia Biagioni en la galería Arcimboldo
durante el Festival de Performance de Buenos Aires; y en 2014,
junto con Fabiana Rey, Gimena Lima Jofre y Nicolás Magnin el
espectáculo / performance “Las muertes”, sobre textos de Olga
Orozco, en el Centro Cultural de la Cooperación durante cuatro
sábados del mes de julio y una función más en la Casa del
Bicentenario en el mes de septiembre.
Además de estas incursiones en el teatro, comencé como
traductora haciendo subtítulos de películas y doblajes de series
y dibujos animados, actué como intérprete en diversos
acontecimientos —desde carreras de automóvil hasta conferencias
internacionales especializadas, venida de misiones
internacionales y congresos de literatura—, hice periodismo
cultural en diversos medios —radio, televisión y diarios— y
durante largos años tuve, al margen de la Universidad, talleres
de lectura en bibliotecas municipales, así como, hasta el día de
hoy, cursos en instituciones privadas o con grupos
ad hoc, a fin de
mantener un contacto no académico con la literatura y conectarme
con lectores comunes. Entre los talleres que dicté, guardo un
recuerdo especial de aquellos dedicados a adolescentes y
personas de la tercera edad.
En otro campo, durante años y a raíz de mi pasión por la
música, completé la formación musical que me dio
fundamentalmente mi padre —quien había tocado el violín de
joven, incluso con cierto profesionalismo durante los años de
Facultad para ayudarse económicamente— y que desarrollé desde la
infancia yendo con mucha frecuencia al Teatro Colón y, cuando
éste estuvo cerrado, abonándome a Buenos Aires Lírica y a Nuova
Harmonía; sí, esa formación la completé con cursos dictados
privadamente por los críticos Julio Palacio y Juan Carlos
Montero —ambos amigos personales.
Como último aspecto “no académico” de mi vida señalo que
he dado montones de conferencias en ámbitos no universitarios
—bibliotecas municipales o populares, hospitales, instituciones
privadas, escuelas del estado, clubes, etc.—, he sido la voz de
los cuentos infantiles traducidos por mí para la Editorial
Guadal en la colección de libros parlantes; he sido la voz de
diversos videos experimentales, he leído poemas en tantísimos
lugares, talleres e instituciones y he colaborado activamente en
la puesta en escena con directores que llevaron traducciones
mías al teatro (sea de Shakespeare o de otros autores): Agustín
Alezzo y Oscar Barney Finn.
Cristina Piña con Fabiana Rey en Minimalas. Surrea... Qué
(2011)
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Cristina Piña en el espectáculo Las Muertes
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Cristina Piña con sus padres y su hermana en Playa Grande, Mar
del Plata, provincia de Buenos Aires, 1951
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2 — Otros autores… citemos: Antón Chéjov, Eugene O’Neill,
Caryl Churchill, Copi, Martin Sherman, Harold Pinter.
CP — Sí, y también Eugène
Ionesco, Oscar Wilde, etc. Es que el gran placer de traducir
teatro es como una compensación para la actriz frustrada que
soy, que simplemente actúa frente a la computadora “pasando por
la boca” los parlamentos que traduzco. Porque —créase o no— una
cosa es un texto leído y, otra bien distinta, un texto dicho.
Por eso amo traducir teatro y por eso creo que me sale bien.
Además uno no se da cuenta hasta que hace la prueba de la
oralidad hasta qué punto es diferente un texto para ser leído y
otro para ser dicho. Yo lo aprendí a lo largo de muchos años de
traducción y de experimentar cómo un texto que se lee muy bien,
a la hora de ser dicho en voz alta puede hacer tropezar al
lector-actor o resultar chato y ajeno a lo que se aspira a
comunicar.
Cristina Piña con Rafael Felipe Oteriño y su esposa, y
Mercedes Araujo y Leonardo Martínez
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Cristina Piña con Violeta, su nieta, en 2017
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Cristina Piña con Andrew Graham-Yooll
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3 — Parte de tu quehacer periodístico han sido las
entrevistas que has realizado, entre otros, a los escritores
Félix Luna, Doris Lessing, Santiago Sylvester, Janusz Glowacki,
Dominique Fernández, Ernesto Schoo, Rosa Montero, Nikos Phokas y
Olga Orozco.
CP — Efectivamente. Y no
sólo entrevistas que luego publiqué como textos, sino otras,
generalmente en la Feria del Libro, con los autores presentes y
algunas de las cuales recuerdo con especial placer. La de
Isidoro Blaisten, por ejemplo, en la que nos divertimos como
locos los dos recorriendo su obra y sus experiencias literarias.
Si me gusta entrevistar a escritores es porque me
apasionan las diferentes formas de entender el oficio y la
vocación literaria y porque me gusta escuchar. Pese a que soy
habladora y, tal vez, porque soy profesora y me veo, en
consecuencia, obligada a hablar mucho, me fascina escuchar a los
demás y después compartir con otras personas eso que me han
dicho, que es siempre enriquecedor, lleno de matices, rico para
el otro.
Cristina Piña con Santiago Sylvester, Gustavo Zonana y
Pablo Anadón en la Universidad de Cuyo, 2007
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Cristina Piña con Yamila Puga, Rocío Graña Colella, Belu
Salceek, Clelia Moure y Cecilia Secreto en 2014
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Cristina Piña con Susana Cella en 2017
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4 — Unos cuantos —y yo me sumo— te habrán felicitado o se
habrán alegrado cuando, tras décadas de “suspenso”, te diste el
reiterado gusto de subir y actuar en uno, en dos, en tres
escenarios. (Y unos cuantos —quiero creer— próximos a vos,
familiares, amigos, te habrán hecho notar que “tenés un aire” a
Vanesa Redgrave.)
CP — Y sí, mis amigos
estaban encantados y algunos asombrados. Y fue realmente un
placer hacerlo. Pero un placer que se tornó peligroso. En
efecto, con los dos primeros espectáculos me divertí, pero con
el tercero —que disfruté también mucho en los ensayos— caí en
una depresión de aquéllas que me impidió proseguir con las
representaciones, para tristeza mía y de mis compañeros. Lo que
ocurrió, creo, es que los textos de Olga Orozco que estaban
centrados en las muertes de personajes de la literatura, la
historia o la leyenda, sin duda despertaron en mí muchos
recuerdos de pérdidas y sufrimiento. Y el resultado fue que no
pude seguir más haciéndolo. Lo que pasó fue que no me alcanzaban
los recursos actorales —dos años de estudio no son suficientes,
sobre todo cuando dejás pasar tanto tiempo sin subirte a un
escenario— para salir de los personajes. Porque para entrar en
ellos no tenía ningún problema: no supe salir y por eso tuve que
suspenderlo.
En cuanto a la Redgrave, sí, es cierto: y no sólo me lo
han dicho aquí sino en medio mundo —de Nueva York, a París y
demás— porque tenemos bastante en común. Que ella sea bastante
mayor que yo no significa una mancha en el ego, ya que es tan
talentosa, tan gran actriz, que alguna forma de cercanía con
ella es un orgullo.
Cristina Piña con su hija, Florencia Fernández Feijoo
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Cristina Piña con su hija, Florencia Fernández Feijoo, en 2011
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Cristina Piña con su hermana Adriana en 1951
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5 — De alguien que se formó actoralmente (yo) con Carlos
Gandolfo, a quien lo hizo con otro notable didacta: Raúl
Serrano: ¿lo evocarías?... ¿Cómo te resultaron aquellos dos
años?
CP — Ah, fueron
estupendos y Raúl, excepcional. Hacía poco que había vuelto de
Polonia donde había estudiado con Jerzy Grotowski y nos hacía
adentrarnos en el Método —sabemos que Grotowski viene del mismo
tronco de Konstantín Stanislavski— con una auténtica mano
maestra. Lograba que diéramos muchísimo de nosotros mismos y que
entráramos en papeles que eran lo contrario de nuestra
personalidad. Lo recuerdo por experiencia ya que entre otras
cosas, conseguía que yo, con mi aspecto de chica de colegio
inglés, como decía él, pudiera convencer a los demás de que era
una prostituta porteña. Y lo mismo con todos los demás. En otro
sentido, nos hacía tomar con una seriedad absoluta la
preparación que nos daba y que tantos discípulos suyos llevaron
a niveles de excelencia. Esa misma seriedad con la que
enfrentaba su tarea, fue lo que, en mi caso, hizo que optara
entre la literatura y el teatro. Porque para Raúl no cabía ser
dos cosas a la vez: o eras actriz a fondo o renunciabas al
oficio.
Cristina Piña con Vicente Muleiro y Carlos Pereiro
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Cristina Piña con Silvia Puente y Sonia Manzano
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Cristina Piña con Yamila Puga, Rocío Graña Colella, Belu
Salceek, Fernando Valcheff, Sebastián Lopizzo, Cecilia Secreto,
Clelia Moure, etc., en 2014
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Cristina Piña en Las Muertes (2014)
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Cristina Piña en Morelia, México, 2013
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6 — Has “navegado” (licencia poética) como traductora de
libros de filosofía, historia, sociología, psicoanálisis,
biografías, libros de viajes e infantiles, narrativa (Antoine de
Saint-Exupéry, Marcel Schowb, Gaston Leroux, Honoré de Balzac,
Marie Darrieussecq, Stuart Woods, David Morrell, Jean Sasson,
Robert J. Waller, Arthur Conan Doyle, Anne Brontë, D. H.
Lawrence, Edith Wharton…), dramaturgia, ecología, economía, etc.
¿Cómo es “vérselas” en semejante diversidad de “aguas”?
CP — Mirá, es una fiesta.
Porque para una persona a la que le gusta la variedad, el
cambio, la sorpresa, no hay nada más fascinante que pasar de un
autor a otro bien diferente. Eso sí: hay cosas que he hecho al
principio por pura necesidad: libros de autoayuda, manuales de
drogadicción, libros de economía…: un espanto, pero eran para
comer. Una vez que esa urgencia pasó, me di el gusto de traducir
lo que me gusta y quiero: la gran literatura y el gran teatro,
poesía y también filosofía, psicoanálisis y teoría teatral o
literaria. Porque esas variantes no sólo te obligan a aprender
un montón de cosas, sino que presentan desafíos diferentes. Y
para mí los desafíos en el campo de la traducción son un
aliciente, algo que, lejos de asustarme, me estimula. Parece muy
loco, pero recuerdo con enorme gusto las tardes que me he pasado
batallando con los juegos de palabras endemoniados de Ionesco,
con el castellano que tuve que inventar para una pieza de John
Millington Synge, mezcla de provincianismos pero sin limitarse a
ninguna provincia argentina en concreto, con el fascinante
desbarajuste de niveles de lengua y de intertextos literarios
del poeta norteamericano Galway Kinell, que me sacó canas
verdes, o las velocidades variables y enrevesadas de la prosa de
“Mrs. Dalloway” de
Virginia Woolf. Porque te medís con el lenguaje, lo peleás, lo
seducís, lo descubrís. Otra forma de cuerpo a cuerpo con el
lenguaje del que tenemos los poetas con nuestras palabras, pero
bastante emparentado con él. Además, semejante lucha satisface
el costado obsesivo y perfeccionista que tengo, al obligarme a
acechar las repeticiones, las consonancias involuntarias, los
ripios, hasta que la prosa —o el verso— queda lo más musical y
fiel al espíritu del original.
Cristina Piña con su hija, Florencia Fernández Feijoo, en
2012
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Cristina Piña con Paula Jiménez España, Enrique Solinas y Jorge
D'Alessandro
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Cristina Piña con Patricio Ferrari en Nueva York, Estados Unidos
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Cristina Piña con Mercedes Araujo y Carlos Pereiro en 2016
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7 — Además de revistas has presentado decenas de libros
(Guillermo Martínez, Delfina Link, Alfredo Veiravé, Manuela
Fingueret, Fernando Sorrentino, Liliana Heker, Rodolfo Rabanal,
Edna Pozzi, Volodia Teitelboim, Florinda Goldberg, Rodolfo
Alonso, Vlady Kociancich…). ¿De qué presentaciones te han
quedado recuerdos más vívidos? ¿Qué debiera evitarse o al menos
atenuarse en esos eventos?
CP — No podría señalarte
una presentación como la preferida, ya que en
todas hubo algo que
me gustó especialmente: sea la atmósfera que se dio en la
entrega del premio de Alejandro Nicotra en Córdoba, sea la
lectura por parte de actores amigos de un capítulo de
“Las voces del reino”
de Jorge Torres Zavaleta, sea la articulación entre imagen y
poesía en la presentación de
“El libro de las
Siniguales y del único Sinigual” de María Rosa Lojo, qué se
yo: tantos momentos inolvidables. Porque siempre he presentado
libros que me parecían bellísimos y de bellísima gente —jamás en
la vida le he presentado un libro a alguien que no conociera
mucho y cuya obra admirara o me interesara también mucho; jamás
he hecho una presentación por compromiso—, de manera que sólo
puedo guardar recuerdos entrañables de las presentaciones.
En cuanto a qué se debería evitar en las presentaciones,
ante todo, aburrir a la gente o adoptar un lugar más protagónico
que el del autor / autora o el del libro; también, intentar
lucirse o revelar algún aspecto que no debe ser revelado…; en
resumen: no ocupar u ocupar mal ese lugar preciado que es el de
quien hace participar a los demás del entusiasmo y la valoración
que despierta en él el libro que está presentando.
Cristina Piña con Paula Jiménez España y Enrique Solinas
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Cristina Piña con Maximiliano Legnani en septiembre de 2017 en
el Teatro Colón de la ciudad de Buenos Aires
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Cristina Piña con Mercedes Araujo y con Violeta, nieta de
Cristina, en 2010
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8 — Es amplia también tu experiencia como asesora
editorial (Atlántida, Paidós, Perfil, Ediciones B, Alfaguara,
Grijalbo).
CP — En efecto,
durante muchos años asesoré a diversas editoriales, sobre todo
en libros en inglés o francés para traducir. También lo hice
respecto de autores argentinos, pero poco y esporádicamente: no
me hacía feliz ocupar el lugar de juez respecto de lo publicable
o no de escritores a quienes conocía, sobre todo cuando el libro
en cuestión no me gustaba.
Cristina Piña en Nueva York, Estados Unidos, 2015
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Cristina Piña en París, Francia, en 2017
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Cristina Piña con Alejandro A. Jaimes, etc., en 2015
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Cristina Piña con Fernando Valcheff, Sebastián Lopizzo, etc., en
2014
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9 — De entre los diálogos públicos que has mantenido con
escritores, “soy elegido por” dos que se desarrollaron en el
Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires: con Paul Auster
en 2002 y con Siri Hustvedt en 2006. ¿Por dónde y cómo
anduvieron esos diálogos?
CP — Bueno, fueron dos de
las experiencias más lindas que tuve con extranjeros. La de
Auster fue auténticamente una fiesta porque yo lo había
descubierto hacía varios años y tanto me había entusiasmado que,
tras leerme toda su obra, había dictado un par de cursos sobre
él. De manera que cuando el Malba me invitó a dar un curso justo
antes de que él llegara y después tener el diálogo con él en
inglés, fue “el sueño del pibe”. Y lo fue, nomás, porque no sólo
resultó una persona adorable con la que estuve casi todo el día
del diálogo, sino que esa noche, en una cena memorable con
Soledad Costantini, Paul y Siri —que había venido con él—, otras
dos personas y yo, hablamos de todo lo posible y quedamos
realmente amigos.
De manera que cuando unos años después, vino Siri —cuya obra
también había leído entera—, conversar con ella fue sumamente
sencillo y agradable. Por supuesto que a Paul le pregunté sobre
los juegos que se advierten en su obra entre sus datos
autobiográficos que atribuye a diferentes personajes en el mismo
libro, así como sobre la inclusión de personas de su familia. Y
también sobre sus experiencias en Francia y sobre sus escritores
más amados. En el caso de Siri, el diálogo se orientó más a sus
experimentaciones con la novela así como a su especial
conocimiento y amor por la pintura. Acababa de publicar su
ensayo “Mysteries of the
rectangle” —editado en castellano en 2007— y es realmente
llamativa su actitud frente a los cuadros. Sin duda, Siri y
Paul, son dos de los escritores admirados con quienes más feliz
me sentí y con quienes tuve una conversación más profunda sobre
la condición de escritor y lo que implica escribir.
Cristina Piña con Paul Auster en 2001
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Cristina Piña con Marina Serrano, Marcelo Delgado y Cecilia
Romana
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Cristina Piña con la Secretaria de la Feria del Libro de
Morelia, México, en 2010
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Cristina Piña en 2011
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10 — En tanto has dictado en 2013 un curso, “Paul Auster
y J. M. Coetzze: la escritura como construcción y deconstrucción
del yo”, a partir del volumen
“Aquí y ahora. Cartas
2008-2011” (Anagrama & Mondadori, 2012, diálogo epistolar
entre esos dos escritores), te pediría, Cristina, que nos
ampliaras lo que se trasluce en el título del curso.
CP — Bueno, además de su
amistad, Paul y John —a quien también he visto muchas veces y
cuyos ensayos literarios he tenido la alegría de traducir— han
jugado con la autoficción en varios libros y eso me llevó a
acercarlos y a señalar las diferencias y coincidencias entre
ellos. Diferencias y coincidencias que si se ven en su
intercambio epistolar, quedan mucho más claras cuando nos
detenemos en cómo manejan la propia experiencia y la propia vida
en sus respectivos libros. Porque los dos han jugado entre
ficción y realidad biográfica incansablemente y en ese curso fui
analizando cómo lo hacían y qué efectos producía en los
lectores.
Cristina Piña con Patricia Venti en Sevilla, España, 2013
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Cristina Piña con Maximiliano Legnani, Norberto Barleand,
Sebastián Olaso, etc.
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Cristina Piña con Marcela Crespo
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Cristina Piña con Billi Whitelow, Ignacio Gutiérrez Saldívar y
Jacobo Fiterman
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11 — Un tipo como yo, que valora esos “hallazgos” que en
ocasiones se producen a la hora de titular, no puede menos que
recrearse ante “Mujeres
que escriben sobre mujeres (que escriben)”.
CP —
Y sí: es el título de un volumen del
que soy editora, prologuista y autora de uno de los artículos
(los otros fueron escritos por las colegas y amigas que formaban
parte de mi grupo de investigación en la Facultad) y el título
surgió de un
brainstorming
entre todas. Y de pronto, cuando habíamos llegado a
“Mujeres que escriben
sobre…”, una de ellas, Mary Mónaco, saltó con
“mujeres que escriben”.
¡Y saltamos por el aire!!! Después, como no sólo fue un éxito
per se, sino que
literalmente nos lo robaron para un par de libros más, pero de
otras áreas —psicoanálisis y demás—, lo volvimos a utilizar en
el Volumen II, donde también seguíamos con un enfoque feminista
de la teoría y la crítica literarias. Y ese primer volumen nos
dio muchas satisfacciones, ya que tuvo una segunda edición, pues
se agotó en seguida —un año para un libro de teoría y crítica es
algo inédito— y fue muy bien recibido.
Cristina Piña con Noé Jitrik, Guillermo Martínez, Cristina
Mucci, Álvaro Abós, Gabriela Massuh y Luis Gusmán
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Cristina Piña con Norma Morandini y Samuel Cabanchik
en la Cámara de Senadores de la Nacion, en 2011
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Cristina Piña con María Kodama en 2015
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12 — El vocablo “desfondamiento” en tu ensayo “El
desfondamiento de los géneros literarios en
‘La rosa en el viento’
de Sara Gallardo”, también me ha resultado de lo más atractivo e
incitante.
CP — Te confieso que al
margen de que me gustan las metáforas en los títulos, siempre he
visto al género literario como una estructura, una especie de
caja que le da su propia forma a los contenidos literarios. Y
que se produzcan las hibridaciones actuales no sólo me encanta
sino que me hace pensar en algo que se desfonda…
Cristina Piña con Marcela Crespo
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Cristina Piña con Marcela Crespo
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Cristina Piña con Marina Serrano
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13 — Hay títulos serios, sobrios, “neutros”; o sólo
explicativos o descriptivos; los hay dulzones, zonzos, y hasta
refritos; hay títulos provocadores o como latigazos; hay títulos
entre signos de interrogación, entre signos de admiración; etc.
Muchísimos, para esto o aquello, has tenido que pergeñar,
inventar, concebir. ¿Escribiste algún artículo sobre lo que
expongo? ¿Reflexionarías sobre estas cuestiones para
nosotros?...
CP — Mirá, nunca se me
ocurrió, pese a que siempre me han parecido importantes los
títulos y los he pensado mucho. Creo que son el primer
acercamiento que tenemos como escritores con el lector y por eso
deben tener una resonancia especial o transmitir de la manera
más exacta posible lo que aspiramos a comunicar. Incluso
nuestras dudas, nuestros tanteos. Desde ese punto de vista, se
podría ver los títulos que afirman y los que tantean, exploran,
proponen, simplemente enuncian. Pero nunca se me ocurrió
reflexionar a fondo sobre el tema.
Con Manuel Fuentes, Christian Snoey Abadías y María Isabel
Calle en Seminario Alejandra Pizarnik, en Tarragona, España, en
2013
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Cristina Piña con Manuel Fuentes y Florinda Goldberg en
Tarragona, España, 2013
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Cristina Piña con Liliana Díaz Mindurry, Lisandro Ciampagna,
Rosario Andrada, Alicia Waisman, etc., en 2016
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14 — ¿Quiénes son “Las nietas infieles de Dickens”?
CP — ¿Además de un
artículo mío publicado en el suplemento literario del diario “La
Nación” en 1990? Me refiero con ese título prácticamente a todas
las escritoras mujeres que buscaron su propio camino sin atender
a las marcas del realismo o la novela tal como la planteaban los
clásicos, Charles Dickens en este caso. Porque creo que las
mujeres han ido construyendo una narrativa personal y con un
cierto costado propio respecto de la consagrada por los
escritores varones. Pienso desde Virginia Woolf en adelante, por
poner un nombre y una fecha.
Cristina Piña con la pintora Silvia Santana y la escritora
Marcela Solá
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Cristina Piña en 1967 y en la Playa
de Carrasco, Montevideo, Uruguay, en 1966, con Luis Pascual
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Cristina Piña con Jorge Torres Zavaleta
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15 — ¿Cómo solés encarar tus comentarios, análisis de
libros? ¿Qué es la crítica?
CP — Suelo encararlos
desde el placer y la coincidencia. Porque cuando me encuentro
con un autor que me atrae me dan ganas de escribir sobre él o
ella y así comienzo todo acercamiento crítico. Creo que la
crítica, de manera general, es un diálogo enriquecedor con la
obra que nos ha seducido. Nunca pude efectuar comentarios
críticos sobre libros que no me gustaban —excepto el escaso
tiempo que hice crítica en suplementos literarios, donde siempre
traté de no tomar lo que no me gustaba—, mientras que me fascina
internarme en los libros, autores, movimientos que me atraen.
Como decía antes, la crítica es un diálogo enriquecedor, no
porque al texto le haga falta riqueza, pero siempre el lector —y
el crítico ante todo es un lector— aporta su propia mirada, sus
conocimientos, su sensibilidad y puede producir sentidos y
captar aspectos del libro o la obra que no han sido leídos por
otros. Y esa es la parte de enriquecimiento a la que me refiero:
cuanta más gente lee un libro éste más se va favoreciendo a
partir de las interpretaciones, las perspectivas de sus
lectores.
Por cierto que en el caso de la crítica que se escribe y
se publica, uno tiene que contar con elementos intelectuales,
conceptuales para abordar la obra, porque cuantos más marcos de
referencia tengamos como críticos, más vamos a ver en un
determinado texto o autor. Por eso digo que la tarea intelectual
del crítico es inagotable: siempre tenemos que estar leyendo
tanto literatura como marcos conceptuales desde los cuales
abordar la literatura que nos despierta el deseo de escribir.
Cristina Piña con Ivonne Bordelois
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Cristina Piña con Ivonne Bordelois, Antonio Requeni y Horacio
Castillo en 1997
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Cristina Piña con Iñaki Rubio Zaspirain, Celina Dal Masso y Alba
Fede en 2017
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Cristina Piña con Ana María Medei en 2016
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Cristina Piña en Saltillo, México, 2014
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16 — ¿Qué dirías que busca tu poesía? ¿Con qué
topa?...
CP — Vamos por partes. Mi
poesía busca capturar un cierto instante que me ha impulsado a
escribir y en el que se ha producido una especie de encuentro
con una sensación o percepción del afuera. A mí no me lleva a
escribir un tema o una idea, sino que de pronto siento un ritmo,
una fuerza que, sin saber yo lo que quiero decir, literalmente
me sienta a escribir y sigo ese impulso, escribiendo algo que no
sé con certeza qué es, a dónde se dirige. En ese sentido, te
diría que mi forma de escribir es todo lo contrario de
intelectual. Es totalmente física, corporal. Por eso digo que la
mano es la que escribe, no la cabeza. Pero una vez que ese
momento de la escritura termina y me pongo a leer lo que
escribí, se inicia el segundo tiempo de la escritura que es la
corrección y que es tan fundamental como el primero. Y ahí
trabajo y trabajo lo escrito hasta que siento que, en cierta
forma, lo escrito responde a eso que me movió, en el instante de
la escritura, a zambullirme en las palabras y escribir.
Desde esta perspectiva, te diría que mi poesía no aspira
a reflexionar o a decir algo intelectual sobre la realidad, sino
que está mucho más guiada por lo sensorial, por la percepción
que aspiro a capturar en las palabras. Y cuando corrijo es para
que esa sensación, esa percepción aparezca en las palabras de la
manera más ajustada y con más peso sensorial, no con más
claridad, pues esta tiene que ver con las ideas, no con ese
contacto con la sensación y la experiencia perceptiva que para
mí es la poesía. Por supuesto que eso entraña una idea o una
visión, pero no es lo fundamental, lo fundamental es la
sensación. Por eso, también, me importa tanto la parte sonora
del poema: no puedo corregir sin leer en voz alta para sentir
ese ritmo, esa música propia de las palabras en tensión poética.
Cristina Piña con Jorge Torres Zavaleta en
2014
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Cristina Piña con Ivonne Bordelois, Celia Moure, Enrique Foffani
y Alejandrina Devescovi en 2005
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Cristina Piña con Gabriela Sodi, Maximiliano Grego, Claire
Lippmann, etc., en 2015
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Cristina Piña con Esther Cross y Ricardo Coler en 2016
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17 — ¿Libros concluidos, “cerrados” e inéditos…? ¿Son
esperables para este año o el próximo?
CP — Sí. En poesía tengo
un libro listo, que espero se publique antes de fin de año —no
digo el título porque no me gusta adelantar lo todavía no
confirmado—, y en crítica estamos avanzando mucho con Patricia
Venti, una especialista venezolana en Pizarnik, que se doctoró
en España y vive allí, con una nueva biografía de Alejandra
donde tomamos en cuenta todo lo que apareció después de que yo
escribiera la primera biografía, en 1991, es decir los diarios,
la correspondencia, mucha obra inédita y papeles de diverso tipo
depositados en la Universidad de Princeton.
Cristina Piña con Graciela Bucci, María Paula Mones Ruiz, David
Antonio Sorbille, etc., en 2014
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Con Helena Martínez D'Auro, Marina Serrano, Sigfrido Quiroz
Tognola, Rubén Albornoz, Marcelo Delgado, Samanta Moschino,
Belén Carioti, etc., en 2015
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Cristina Piña con Florencia Fernández Feijóo y Violeta Navarro
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Cristina Piña en instantánea social
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18 — En “La
insoportable levedad del ser” de Milan Kundera, un personaje
afirma: “…empecé a
dividir los libros en diurnos y nocturnos. De verdad que hay
libros que sólo se pueden leer por la noche.” Y unas líneas
después ejemplifica:
“¡Stendhal es un autor nocturno!” ¿Te promueve algún
posicionamiento la consideración?
CP — Nunca lo pensé en
esos términos pero creo que Kundera tiene razón. El único
problema es que muchos de los libros que siento nocturnos —las
historias de vampiros, las de fantasmas, lo fantástico— no los
puedo leer de noche porque ¡me dan miedo! Parece mentira a esta
altura de la vida y de las lecturas, pero confieso que mucha
literatura del tipo que cité —y que me gusta mucho— me da miedo,
por lo cual he tenido que leerla de día para poder dormir
después. De manera general, te diría que la novela realista me
parece diurna —en eso disiento con Kundera y su afirmación sobre
Stendhal—, mientras que los libros donde la imaginación se
explaya más, los siento nocturnos. Y en poesía, mientras que
Stéphane Mallarmé y T. S. Eliot son diurnos para mí, Charles
Baudelaire, Arthur Rimbaud, Pizarnik son nocturnos. Y algunos
surrealistas como Enrique Molina son diurnos y otros, como
Álvaro Mutis, nocturnos. En fin, son afinidades muy personales y
no creo que dé para más que para responder a partir de la propia
sensibilidad y el propio gusto.
Cristina Piña con Fernando Valcheff
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Cristina Piña con Fernando Noy, Ivonne Bordelois, Diego García
Vilas, Myriam Pizarnik y Roberto Yahni
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Cristina Piña con Fabiana Rey y María Eugenia Shanti en 2015
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Cristina Piña con María Paula Mones Ruiz en 2014
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19 — ¿Cuáles serían los factores determinantes de la
invisibilidad de la poesía de Héctor Viel Temperley (1933-1987)
hasta su transformación en “poeta de culto”?
CP — Se ve que tu
pregunta se origina en la exposición que efectué en 2014 en unas
Jornadas de Investigación llevadas a cabo en la Facultad de
Filosofía y Letras de la Universidad del Salvador y en tres
artículos sobre ese poeta admirable publicados uno en libro y
dos en revistas universitarias de Argentina y Brasil. Creo que
en su caso tuvo que ver con varios factores: 1º, Viel era
alérgico al “café literario”, de manera que nunca circulaba por
ningún lado, excepto para verse con algunos de sus amigos
—Molina, Fogwill, etc— y huía de toda exposición mediática; 2º,
escribía con recursos que prescindían totalmente de lo que “se
usaba” en las sucesivas modas literarias: escribía con métrica
cuando los demás abominaban de ella; no escribía ni poesía
política ni “trascendentalista” cuando se usó; practicaba un
surrealismo que no se parecía a nada y en un momento en que no
era demasiado valorizado; 3º, escribía poesía religiosa cuando
dios era mala palabra, y finalmente llega a la poesía mística,
flor más que ninguna ausente en el “ramo” de la poesía
argentina. Sin embargo, allí es cuando lo descubren sus
seguidores, porque no se trata sólo de un místico al estilo de
San Juan de la Cruz, sino que por su amor al surrealismo y su
vitalismo, canta también a la carne, al sexo, al deporte —una
crítica lo llamó “el
nadador de Dios”— entendido como exaltación del cuerpo; 4º,
rompe los parámetros poéticos que antes había practicado —sea en
el nivel del lenguaje o en aspectos formales, para terminar en
uno de los libros más revulsivos de nuestra poesía,
“Hospital británico”,
probablemente el único libro que merezca el nombre de místico en
nuestra poesía, con perdón de Jacobo Fijman; en fin: transgrede
todo. Y nuestro prejuicioso panorama literario no concebía que
se mezclara a San Juan de la Cruz con André Breton, el sexo casi
explícito y la ruptura absoluta de la estructura del verso y el
poema. Por fin, era un señor de familia “bien”, v.g. provenía de
una familia de la clase alta, pero nada tenía de sus tics.
Porque si a Manuel Mujica Láinez se podían dar el lujo de
ridiculizarlo, pese a lo gran escritor que era, por ser hombre
de clase alta en sus gustos, su ritmo de vida, su estética, a
Viel no sabían dónde ponerlo.
Al final, cuando
pudieron mirarlo y leerlo, cayeron de espaldas… con toda razón.
Cristina Piña con Estela Maris Bertinelli
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Cristina Piña con David Antonio Sorbille, Graciela Bucci y María
Paula Mones Ruiz en 2014
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Cristina Piña con Estela Maris Bertinelli y músicos en la
presentación de un libro
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Cristina Piña en el Espacio Cultural Donceles 66, charlando con
el público, en 2014
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20 — La circunstancia de que también en 2014 hayas
dictado un curso sobre la narradora canadiense Alice Munro, me
inspira: ¿de qué cuentos o relatos, de autores de todos los
tiempos, te hubiera complacido ser la autora. Y, de paso:
¿incursionaste en la ficción?
CP — Ah, daría un ojo por
haber escrito “El jardín de senderos que se bifurcan” de Borges,
“El ahogado más hermoso del mundo” de Gabriel García Márquez;
“El collar” de Guy de Maupassant; los textos híbridos de
“El idioma materno”
de Fabio Morábito; “Los muertos” de James Joyce; “Caballo en el
salitral” de Antonio Di Benedetto; “El otro cielo” de Julio
Cortázar, “La legión extranjera” de Clarice Lispector, “La
muerta enamorada” de Théophile Gautier, “La dama del perrito” de
Chéjov, “La figura en el tapiz” de Henry James y “Conejo” de
Abelardo Castillo, entre tantísimos otros.
En rigor, mi primer premio literario fue por un cuento
—el único publicado hasta el día de hoy—, pero después dejé la
ficción casi por completo. Hace unos cuantos años, sin embargo,
volví y tengo un libro que no he movido hasta ahora, así como
una especie de “novela” híbrida, a la que agarró la crisis de
las editoriales españolas con contrato a punto de firmarse y
quedó en un cajón.
Cristina Piña con Enrique Solinas y Jorge Balaa
Cristina Piña con Enrique Carrier, Silvia Santana y Maximiliano
Grego
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Cristina Piña con Enrique Carrier, etc.
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21 — Si como dicen, la novela es música sinfónica y el
cuento es música de cámara, ¿qué tipo de música sería la poesía?
CP — Sonatas, nocturnos,
estudios o cualquier otra forma breve para instrumento solista,
del piano a las cuerdas, las maderas o bronces, con intensidad,
longitud y potencia variables.
Cristina Piña con Diego García Vilas, Myriam Pizarnik,
Ivonne Bordelois, Fernando Noy y Roberto Yahni
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Cristina Piña con Diana Sperling, etc., en 2009
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Cristina Piña con Cecilia Secreto, Clelia Moure, etc., en 2014
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Cristina Piña con Carlos Pereiro y Vanesa Guerra
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22 — ¿De qué modo siguen siendo tuyos tus primeros dos o
tres poemarios?
CP — Como las fotos de
infancia y adolescencia: ésa fui yo pero me parezco como una
adulta a una chica o una adolescente: a veces me atrae la de
antes con sus toques de frescura, su espontaneidad y su osadía
que ahora ya no están, pero también sin cierto carácter, cierta
seguridad, cierta noción de la versatilidad de la voz y de las
rupturas posibles propias de la de hoy. Es que, para bien o para
mal, a esta altura del partido soy la adulta que soy.
Cristina Piña (1949) y
en Mar del Plata, provincia de Buenos Aires, en 1952
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Cristina Piña y un mago en 1957
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Cristina Piña con sus nietos Facundo y Violeta Navarro en
2010
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23 — Luis Porta y Cristina Martínez son los autores de un
volumen cuyo título es
“Pasiones: Cristina Piña” (EUDEM, Editorial de la
Universidad Nacional de Mar del Plata, 2015).
CP —Y que es uno de los
regalos que me deparó la vida. Como lo sabemos todos los
profesores, nuestra enseñanza, que es una experiencia tan
apasionada, fascinante e insoportable por momentos —gracias a
las exigencias no académicas sino burocráticas—, casi
infaliblemente no merece premios que vayan más allá del afecto
de los estudiantes. Y yo, gracias a las nuevas orientaciones de
la pedagogía, que se fija no ya en las horrendas estadísticas y
las frías cifras y planificaciones que atormentaron nuestra
temprana práctica, sino en los afectos, las pasiones, la
“transmisión” y el vínculo con los estudiantes, tuve el honor de
que se me consagrara ese libro. Porque el grupo de
investigaciones pedagógicas de la Universidad Nacional de Mar
del Plata, dirigido por el Dr. Luis Porta, organizó, a lo largo
de los años, encuestas anónimas entre los estudiantes para que
señalaran quiénes fueron para ellos “profesores memorables”, a
los que luego entrevistaron largamente haciéndolos hablar de su
visión de la enseñanza y de sus valores como profesores, además
de observar sus clases y hablar con los miembros de su cátedra y
su grupo de investigación. Yo fui una de las privilegiadas
porque salí elegida por los alumnos del Departamento de Letras
de la Universidad Nacional de Mar del Plata, en la que enseño
desde hace 39 años —desde principios de año estoy jubilándome— y
de la que fui Decana Normalizadora cuando llegó la democracia.
Un libro por el que siento un cariño y un orgullo mayor que por
ninguno de los otros y diversos premios que recibí. Un auténtico
e inimaginable lujo.
Cristina Piña con Carolina Esses, Mori Ponsowy, Mercedes
Araujo, Ana Lafferranderie, etc., en 2015
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Cristina Piña con Ernesto Schoo y con Violeta, nieta de Cristina
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Cristina Piña escuchando poemas de Alejandra Pizarnik en la
voz de Carlos Clerici, en 2012
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*
Cristina Piña
selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:
Post-scriptum
(a la memoria de mi hermana)
Sin
embargo,
no era
eso lo que quise decirte
en
tantos años
de
escribir tu nombre.
Quise
nombrar la alegría compartida,
las
noches en que las manos juntas
nos
ayudaron a cruzar el miedo,
la
envidia y el amor,
sobre
todo el amor,
tan poco
dicho,
tan
sabido.
Quise
decir la adolescencia,
el viaje
que fue el tesoro del pirata
porque
estaban las cartas,
los
secretos,
tanto de
sabernos
en
tantos días separadas.
Quise
decirte,
y no hay
reemplazo ni palabras,
que a
veces todo se confunde
y camino
insomne por la casa;
a pesar
de los años,
los
amigos,
queda un
rincón en llamas,
un hueco
insoportable,
algo que
sangra.
(de “Pie de guerra”,
1988)
*
II
Se prueba las palabras
nuevas
como cuentas de un
collar:
corales las vocales,
oro batido o plata sin
pulir
las consonantes.
En el fondo de la voz,
metales bajos,
materia radiactiva
para sellar la boca
del ajeno
que se atreve a
hablar.
IX
Hablar el lenguaje de
las islas
es nadar hacia atrás,
pegar el salto a un
futuro anterior:
colgarse pendientes de
la boca,
collares de la palma
de la voz,
incendiarse en un
fuego
incesante.
(de “Taller de la memoria”, 1998)
*
Bajo
la metralla
caen
bombas sobre la
ciudad, la metralla
enemiga ha convertido las plazas en agujeros de noche, los
pájaros del balcón, en siluetas oscuras que atraviesan el aire
como signos del desastre.
caen
bombas sobre la
ciudad y el rumor
de pies en desbandada carcome los costados del silencio, ni
siquiera un instante se ha escuchado una débil voz humana en el
fragor de la batalla.
caen
bombas sobre la
ciudad y desde las
alcantarillas —que hasta ayer transportaban el pesado cargamento
de los sueños— granadas ocultas, minas traicioneras han hecho
saltar en pedazos el mundo familiar.
caen
bombas sobre la
ciudad y ella, en
medio del derrumbe, ha tomado su maleta, la jaula del gato y un
par de plantas para unirse a la caravana que parte en desorden
de la tierra devastada.
Pero al llegar a la
glorieta donde nació el amor, a los árboles gemelos que
las balas enemigas
perdonaron, ha levantado —con la maleta y el gato y las dos
plantas— una tienda de campaña donde lo espera, invencible, con
una rosa entre los labios y la canción que cantaba y cantará en
sus brazos.
(de
“Pasajera en tránsito”, 2006)
*
y el pájaro voló de la rama,
el gato escapó de
abajo
de las mantas,
el pez dorado se
escondió
entre las piedras
del acuario
todo lo pequeño
nos ha abandonado
vida mía
y apenas nos tenemos
vos y yo
en la quietud de la
madrugada
(de
“Magia blanca”, 2008)
*
Hermandad
Hermanos cancerosos,
leprosos, cardíacos y
accidentados,
amputados y aplastados
por el dolor,
yo me he unido a
ustedes
desde el grito sin
descanso,
yo comulgué con
ustedes
desde la miseria de un
cuerpo
que se niega a
obedecer,
un cuerpo autónomo en
su forma de sufrir
de pedir un remedio
para el daño
inaguantable.
Hermanos infartados,
tuberculosos y con
delirium tremens,
con el pie baldado por
la parálisis cerebral,
con el páncreas hecho
trizas por la infección,
yo como de su mesa y
mendigo su pan,
yo busco en la bella
analgesia
el olvido de la sierra
que pulveriza mis huesos,
yo comparto en la
desgracia de un cuerpo
herido por la
enfermedad,
la condición humana
abyecta
que nos hace más
hermanos
que el amor.
Hermanos sin alivio ni
cordura,
hermanos en la
escrófula y el herpes,
picados de viruelas,
trozados por la peste,
ahogándose en un
enfisema atroz,
yo sé lo que se siente cuando todo el universo
se reduce a un punto que entra en erupción
y la lava del dolor nos arrastra
nos crucifica
nos cunde
plegados en el grito y la experiencia del filo
en las entrañas o en
el hueso.
Hermanos en el dolor
del cuerpo,
hermanos en la bilis
que se vuelca,
las células que,
enloquecidas, se devoran a sí mismas,
en el aullido
silencioso de la noche de hospital,
en la plegaria
entrecortada rumbo al quirófano,
yo he comido la carne
del delirio por el dolor
que no cesa,
he bebido el acíbar de
la caricia que no calma,
he conocido la magia
sin par de la morfina que de pronto sí,
de pronto envuelve los
nervios calcinados
con su lienzo y su
consuelo.
Hermanos cancerosos,
hemipléjicos
o atravesados por una
bayoneta,
somos la idéntica
carne irredenta,
el mismo grito
estentóreo o silencioso
donde claudica nuestra
especie.
(de
“Meditaciones orgánicas”, 2011)
*
Azucena
Más bella todavía
con tu nombre
verdadero
—lilium
candidum—
que evoca tu condición
pura,
blanquísima y
perfecta,
me saliste al paso en
los
Royal Botanic Gardens
de Kew.
No importaron, de
pronto,
tus hermanas
—amabile,
distichum, fargesii—
ni los sentidos
infinitos
que podían despertar
—peregrinum,
paradoxus, amoenus—
porque estabas elegida
para mí
desde tu corola
curvada
y tu aroma a
anunciación
y claustro.
Lilium candidum:
ni mi mano se
convirtió en pistilo
ni mi cuello en tallo
aéreo,
no se abrieron surcos
para
dar espacio a mi raíz,
pero un leve velo
blanco
se tendió
entre tus flores y mi
rostro:
promesa de una futura
mutación.
(de “En la orilla
del cuerpo”, 2015)
Con Griselda García, Liliana Souza, Carlos Pereiro, Mariana
Chami, Estela Zanlungo y Silvina López Medín en 2014
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Cristina Piña en 2010
Cristina Piña con Amelia Biagioni, Jorge García Sabal, Agustina
Roca y Olga Orozco en 1988
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Cristina Piña con su gata Fiammetta en
2014
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Cristina Piña en España en 2009
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Cristina Piña con Ana Lafferranderie y Luis O. Tedesco en 2015
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Cristina Piña en Israel en 2017
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Entrevista
realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires, Cristina Piña y Rolando Revagliatti, septiembre
2017.
http://www.revagliatti.com/030428_pinha.html
http://www.revagliatti.com/030428.html
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