Simón
Esain: sus respuestas y poemas
Entrevista
realizada por Rolando Revagliatti
Simón
Salvador Esain
(pronúnciese esáin) nació el 30 de agosto de 1945 en Maipú,
provincia de Buenos Aires, República Argentina. Desde mediados
de 1970 reside en otra ciudad de la misma provincia: Chascomús.
En 1987 y 1988 asistió al taller literario de Pablo Ingberg. Fue
miembro fundador del M.A.Y.A. (Movimiento de Artistas y
Artesanos de Chascomús) (1988-1998). Coordinó en esa institución
los talleres de literatura durante cuatro años. En 1988, junto a
Ricardo Chambers, crea la revista artesanal “La Silla Tibia”.
También incursiona en radio. Es miembro invitado de la Seccional
Chascomús de la Sociedad Argentina de Escritores, donde coordinó
talleres informales de poesía entre 2006 y 2008. Poemarios
editados: la trilogía de “El Año Inútil”:
“Indignación de noviembre”,
edición artesanal, 1995;
“Mayo de 1989 o el humo”, Alicia Gallegos Editora, Villa
Tesei, Buenos Aires, 1995;
“Musa interventora”, Alicia Gallegos Editora, 1996; así como
“El momento de
ahogarse”, edición
artesanal, 2000, “BP
Tangos”, El Andamio Ediciones, San Juan, Argentina, 2012. En
2008, por el sello Editores Urbanos, de la ciudad de Buenos
Aires, se publica la crónica de viaje
“El llamado del árbol”
(Travesía a Perú en cuatriciclo), que Simón Esain redacta a
partir de manuscritos de su hermano Rubén, bajo cuyo nombre se
editó. Permanecen sin socializar numerosos volúmenes de poesía y
prosa breve.
1 — Sé que has
nacido en una pequeña ciudad de la provincia de Buenos Aires,
donde tu padre atendía un almacén, despacho de bebidas y cancha
de bochas. Y que siendo vos un pibito tu familia se trasladó al
campo y te convertiste en pastor de ovejas y criador de vacunos,
patos, ñandúes y zorrinos. ¿Cómo te recordás hoy en ese paisaje
y cómo a tus padres y a tus hermanos? ¿Con qué libros, con qué
autores te iniciaste como lector?
SE — Lo
admito, Maipú es una ciudad pequeña, lo que llamamos un pueblo,
en la panza escurridora y ventosa de la provincia. Sus
habitantes, incluidos los que nunca sabrán montar a caballo ni
ordeñar una vaca ni cómo se degüella un chancho, son tildados de
‘paisanos’ en ambas ciudades capitales cuya cercanía nos
deshonra y nos desangra; pero ellos a su vez, se permiten
diferenciarse otro tanto, llamando paisanos con justa razón, a
los que viven en el campo, sea en ranchos o casas, que en
aquellos tiempos eran y éramos muchos, muchos más que ahora,
como grafica mi singladura. Éramos tantos que podíamos
categorizarnos socioculturalmente en otros tres niveles, siempre
descendentes, según he mirado.
El paisaje
pampeano no se recuerda; se lleva puesto. Es una línea que
divide el suelo del cielo. Nada notable; silencio, soledad,
rumores del aire en los pastos. Voces de aves, balidos, mugidos
lejanos o cercanos. Más bien árboles, sol, nubes, gente sola.
Pero de eso hay en todas partes. Lo que de él se extraña es no
ver el horizonte a toda hora, como si hubiésemos perdido el
reloj. No me veo allí y eso me alivia; me siento allí. Es duro
decirlo: el campo embrutece; lo vemos hermoso desde la ciudad.
Comprender
la condición de mi padre me ha llevado la vida entera. Huérfano
del suyo a los cinco años, se enteró que no vivía en el País
Vasco cuando empezó a ir a la escuela y tuvo que aprender
castellano. A sus siete años comenzó a trabajar en la huerta de
la madre, único medio de subsistencia familiar de la reciente
viuda, oriunda de Guipuzkoa. Luego, en un luego que debió ser
largo largo, a sus doce aprendiz de armero le valió no morirse
de hambre y asistir al prostíbulo. (De tal época le vienen los
rastros de tuberculosis que, a su agonía, nos informó el
médico.) Con parientes carnales en el comercio local, no bien
estuvo más alto que un mostrador, devino a empleado de comercio.
Proletario en vías de inclusión, socialista cristiano ayudando a
algún cura a ayudar, cultivó el odio secular del buen navarro a
los españoles que habían sometido el viejo reino. Algo
intangible lo destacaba: su afición a la lectura. Lo visible; su
afición a las mujeres, al juego por plata, al alcohol, los
mostradores enchapados, las madrugadas, los amigos de esos
alrededores. Lo apreciable en cualquier caso: su modestia, su
honestidad, su lealtad.
Y debo
apuntar porque viene al caso, la condición de mi madre, nieta de
terrateniente castellano, hija de estanciero conservador, apenas
menos iletrada que él, igual de terca, igual de rencorosa y
tascadora, tan apegada al mito de su linaje como él al meritorio
sobreponerse a ese menoscabo. Es decir: lo menos peor de la
provincia bonaerense.
Entrambos,
de nexo, una típica mezcla epocal: la pinta y los ojos azules de
mi él, mas el prurito hereditario de mi ella. En el Club
Ferroviario una noche de tango y milonga con la orquesta de Di
Sarli, “Sacarra”, el “Cachafaz”, lo que, mediada muerte de mi
abuelo materno, algunos llamarían ‘braguetazo’. Decirlo es
exagerar mucho; toda su vida mi viejo ganó su guita levantándose
a las cinco de la mañana y sudando. Pero es cierto que el
matrimonio de ambos jóvenes pronto pasó a ser propietario de
almacén en una esquina de barrio, despacho de bebidas, cancha de
bochas y un teléfono a manivela que podían usar todos.
Allí,
recién terminada la segunda guerra mundial y a la sombra del
hongo atómico, la ‘vasca’ me trajo al mundo. Fui la alegre
noticia superadora, el mimado de los vecinos viejos y del
‘canchero’, entonces un oficio que permitía comer. Si voy y le
vuelvo a preguntar, mi madre vuelve a contarme cómo fue el parto
y su temor a que esa cosa chiquita entre sus brazos se le
muriera por inexperiencia mía y de ella.
Hay un
pueblito en la provincia al que pusieron de nombre la fecha de
mi nacimiento. Pero homenajeando al tren; o sea, a su modo ronda
mis afectos profundos. Nací a dos cuadras de la estación de
Maipú y el silbato a vapor de aquellas locomotoras es el sonido
más antiguo que recuerdo. La que fuera nuestra casa familiar en
Chascomús sigue adosada a los rieles y convoyes atronando entre
los patios; mi primera casa propia aún los tiene enfrente,
cruzando la calle; mi segunda casa, a ciento cincuenta metros;
la actual, a cincuenta.
Cuando
nací, una perra de un vecino había parido. Fue mi padre y se
trajo un cachorro para mi regalo. Crecí custodiado por un
ovejero alemán, el ‘Chicho’: nadie me acariciaría sin su
consentimiento, él se comería mi caca y me limpiaría el culo de
dos lengüetazos; me ampararía de los automóviles que pasaban
levantando polvareda; me ayudaría a caminar prestandomé su lomo.
Luego de mi madre, no conocería a nadie más leal.
En algunos
momentos del día la cancha de bochas, silenciosa, alisada,
quedaba a mi arbitrio. Tomaba un palito y dibujaba en ella
largas siluetas y diseños. ‘Chicho’ descansaba en la sombra;
todo bien. El lío se armaba cuando entraban los paisanos a jugar
y pisoteaban mi obra. Venía mamá a llevarme alzado, pataleante y
lloroso; cuánto odio sentía por esos tipos socarrones, de
alpargatas y bigotes. Otras mañanas me iba a la medianera del
fondo a comer polvo de ladrillo. Hablando de comer, me
cruzaba enfrente, donde vivía un familión de negros amontonados
en un ranchito, a comer tallarines en un plato de aluminio con
un tenedor al que le quedaba un diente solo. O más lejos, más
allá de la vuelta a la esquina, casi donde acababa el mundo, a
la casa en ruinas de otros negros (muy cariñosamente lo digo)
que primos de estotros. O a mitad de cuadra, me sentaba en el
suelo, cerca de donde para ganarse su vida, la ‘Chacha’ Albornoz
lavaba ropa en la batea; a responder nunca sabré cómo las
preguntas de su voz profunda y pausada; a observar flores de
yuyo o manosear bichitos. Todas las morochas viejas de ese lado
del barrio tenían voz de bajo y risa larga.
Cuando
nací había cosas de moda; entre ellas el tango “Cuartito Azul”,
de Mariano Mores. Cuando mis padres se mudaron a su casa propia
mi padre agregó añil a la cal, encaló lo que sería cuarto
dormitorio y le dijo a su embarazada: Ahí tenés tu cuartito
azul…
Yo era tan
capaz de travesuras terribles como tranquilo y silencioso.
Pasaba inadvertido y como en ese tiempo se usaba hacer
referencia a cierto Mongo Aurelio para calificar a un nadie, el
‘canchero’ empezó a llamarme ‘Mongo Aurelio’ y todos me llamaron
‘Mongo’, como al famoso planeta de Flash Gordon. Pero era un
sobrenombre muy pesado para un niño, y las mujeres lo llevaron a
‘Mongui’. Y el ‘Mongui’ perduró hasta hoy en el recortado mundo
de mi madre, mis hermanos y parientes carnales.
Mi
bisabuelo murió poseyendo 22.000 hectáreas de campo en General
Madariaga. Como también tuvo catorce hijos, volvió innecesaria
la reforma agraria. Mi abuelo murió con 1.200 hectáreas. Cuando
me llegaba el turno de iniciar el jardín de infantes, a mi padre
se le dio por establecerse en la parcela de campo que por
sucesión correspondía a mamá. De cuántas atrocidades pueblerinas
me habré salvado, no sé. Sé cuántas campesinas me esperaban y
podría contar cuántas de ellas se concretaron. Fuimos y somos
cinco hermanos, pero me he bastado para oveja negra. El menor me
es el más afín, como si cerráramos una ronda. Eso hemos sido
hermanos y hermanas, no más que una mano juguetona desde el mero
principio, que hasta hoy conserva sus cinco dedos.
A los
siete años, unos almaceneros supieron de mi afición a la
lectura; me dijeron: Esperá… e
ipso facto volvieron de
adentro para ponerme en las manos un libro grande, de tapas
duras, y me pidieron que leyera alto. Lo hice fluidamente y se
maravillaron hasta hacer carraspear de orgullo a mi padre. Fue
mi primer libro: “Los Robinsones Suizos”. Dos años tardé en leerlo; a mi hermano
menor, rubio como un alemán, todavía le decimos el apodo surgido
de entre aquellos personajes.
Un día, a
mis nueve años, conciente de que me había enamorado por vez
primera, pero apenas de eso, comencé a desenrollar versos a
rasgos rojos y doble espacio en uno de mis cuadernos; ella tenía
quince, nada menos, y era rubia y cuando dormía soñaba y
conversaba en voz alta. Recuerdo que le hablé al reloj y a otras
cuestiones, casi un Gelman, porque no debía nombrarla ni
aludirla. Mi timidez crecía por el modo alucinante.
Nuestros
padres llevaban muchachas a casa para que nos instruyeran, pero
ellas preferían ponerse de novio con nuestros tíos, y
desfilaban. Así que mi escolaridad ocupó, formalmente, dos años:
una fugacidad. Aprendí a jugar a la bolita y a manejar el jeep.
Nadie quería verme en la escuela. Era mucho más alto que las
maestras.
Te cuento,
para variar, una vez que hicieron a mis hermanas y compañeros
tomar la comunión, y vino el cura al aula. Entre la maestra y mi
madre me obligaron a confesarme y comulgar. Empecé a repetir
ante el cura algunas tonterías preparadas, hasta que me pidió,
un poco pálido, escandalizado: Baja los ojos, hijo. Me quedé
mirandoló con la boca abierta. Algo recuerdo pues, de qué dicen
los curas.
Leía y
releía cuanto caía en mis manos. Empecé por Verne, Salgari y
Harold Foster. Meché con
“La hora veinticinco”,
“La revolución húngara”,
“Nuestro enigmático
planeta”, “El último
mohicano”, “El
Decamerón”, Dumas, Hugo, Shakespeare, o donde la fuerza
aérea norteamericana criticaba el papel que le habían asignado
en la gran contienda, el diario de un piloto alemán, cuanto
hablara de griegos, judíos, indios, Storni, Cervantes, Fray
Mocho, Esteban Echeverría, Malaparte, Waltari, Dostoievski,
Sarmiento, Tolstoi, Twain, Moody, Buck, Uris, Lin Yutang.
Todavía no llegaban Borges, Whitman, Cortázar y reseñas de los
poetas considerados nuevos, como Mario Trejo, Gelman, Urondo,
Eduardo Romano. Y vuelta a Mc Cullers, Dalmiro Sáenz, Camus,
Miller, Hesse, Hemingway, Pío Baroja, Galdós, Gómez de la Serna,
Vila, José Donoso, Pavese, Conti, Marcuse, Salinger, Engels,
Nietzsche, Di Benedetto, Vargas Llosa, García Márquez, Juarroz,
Pizarnik, Hikmet, Montale, Bassani, Juan Rulfo, Foucault...
Fuera en casa, en lo de mis tíos, entre los cajones de revistas
que había en la estancia principal, en las bibliotecas de las
casas adonde iba con mi familia… Me gustaba leer de historia y
de filosofía. Mis lugares preferidos en Maipú eran un quiosco y
la librería. Hice la colimba en una escuela para cadetes y
oficiales, donde tuve a mi merced toda una biblioteca. Era un
ratón de biblioteca. Ahora apenas leo un libro por mes; de a
poco y sentado en el inodoro.
Simon Esain con su madre
2 — ¿En qué época
comenzaste a publicar en diarios y revistas? ¿Estabas inserto
siendo muy joven en algún círculo de escritores o taller o
asociación? ¿En aquellos sesentas de la Argentina, militabas en
algún partido político o te formabas ideológicamente?
SE — Me hace
sonreír tu pregunta, querido Rolo, y a su modo es indudable que
comencé a publicar. Pero tan ridícula su vista comparada a lo
que tengo inédito, que me tienta una carcajada triste. En un
ocasional suplemento literario que sacaba “El Día”, de La Plata,
en 1970 me publicaron el cuento que le había prometido escribir
a un tío con uno de sus sueños que contó. Siendo muy joven y no
tanto, mi afición a la literatura y la poesía fue cruz no más,
en mi relieve. Entre Whitman, Borges y Marcuse me pusieron a
escribir algo que apuntaba en alguna dirección. Pasados los
cuarenta, fui a un taller por primera vez. Quizá un tiempo
antes, haya salido de una reunión entre iguales aficionados,
aquí en Chascomús.
Por
cierto, los ’60 y ’70 fueron años de formación turbia y lenta,
de algunas charlas con jóvenes o mayores. No milité ni me
integré a grupos clandestinos porque en su momento decidí que no
me daban las convicciones y la imprudencia. Además, salir de la
colimba en la Armada tildado de comunista, habiendosemé
confiscado lo que escribí en ese tiempo y con la seguridad de
que su servicio de inteligencia me vigilaba, trabajó bien para
disuadirme. Acabé radicandomé definitivamente en Chascomús,
adoptando un oficio silencioso, casandomé. La literatura era una
afición, un hobby recóndito. No tenía idea de qué era hacer
literatura. Me costó décadas poder escribir prosa, un relato, un
cuento. Me ayudó decidirme el escribir lo que veía en mis sueños
antes que preferir alguna ocurrencia.
Entiendo
que fui aparecido en esas revistas en las que nos publicábamos
los unos a los otros, como ahora lo hacen sin retaceo en los
medios internéticos. Sería cálido que me pusiera a revolver
papelerío para hacer una lista, pero mejor será que te lo quede
debiendo. Siempre hay que deberles algo a los amigos; es parte
fundamental del vínculo. Debo mucho agradecimiento, y me
emociona cada vez que lo pienso. Una de esas personas a las que
debo mucho de lo emocionante, sos vos, Rolo. Me han dicho tanto
tus silencios.
Con un primo en la laguna de Chascomús
Con una amiga y dos hermanos
3 — Desde hace
décadas residís en Chascomús, esa otra ahora no tan pequeña
ciudad (y su laguna) que para mí es encantadora (hasta he
fantaseado con mudarme a ella). ¿Cuál es tu visión de Chascomús,
en cuanto al quehacer literario, desde que la adoptaste hasta la
actualidad? ¿Cómo has contribuido, de qué modos te has ido
involucrando en lo que solemos denominar "lo cultural"? Y
paralelamente, ¿a qué tareas remuneradas te has ido dedicando?
SE — Sí,
Chascomús es una ciudad encantadora e incluye entre sus encantos
la ilusión de mudarse a ella. Viví esa experiencia del lado
agradable, digamos. Teniendo en cuenta que el quehacer literario
desapareció de Maipú en cuanto sus padres se llevaron a Leopoldo
Marechal, igual fue deprimente lo visible bajo tal denominación
que aprecié en Chascomús. Te confieso mi sospecha de que donde
debiera tener el criterio habita un bicharraco. Acá hay
escritores desde que tienen memoria unos de otros; la memoria
local es selecta, porque en algún momento se lesionó.
Reconozco
que las novelas europeas nos mostraban cenáculos rumbosos,
distantes, prohijadores de famas llegadoras. He crecido
reparando en esa cara de lo lejano, ajeno, de lo apenas
apreciable desde acá. Que te hace concebir lo que no sos como
impropio de lo que sos. Una mora o una rémora, en el mejor de
los casos como puede serlo el mío. Porque no entendí que acá, a
escala menor pero no menos valorada, incurrían en lo mismo.
¡Misántropo de mí! Una de mis primeras novelas preferidas fue
“El extranjero”, de
Albert Camus. También amo
“El principito”, pero como cábala falló.
Puedo
decir que en Chascomús he vivido de las letras, pero dejandolás
pintadas en paredes, vidrieras, vehículos de transporte,
carteles, automóviles de competición, varios de ellos campeones.
Que en cuanto me enteré de talleres de literatura fui, sin tener
en cuenta que nadie del ambiente considerado en sí propio
(Dolina dixit) iría. Un taller que empezó a darse en la
Asociación Bancaria y que terminó funcionando en mi casa, fue
decisivo. Por primera vez sonó la palabra postmodernismo en
Chascomús (¡un redoble ahí!). Fue decisiva una visita de Néstor
Sánchez, el amigo de Cortázar, a comer asado en casa. Ya
habíamos creado el MAYA; y desempolvado y expuesto poemas a
víctimas de la dictadura. (¡Un médico a la derecha!) Estábamos
vivos. ¡Pero cómo no!... si la dictadura genocida había pasado y
Raúl Alfonsín era presidente de la república. Hicimos circular
“La Silla Tibia”. Me encargué del taller literario del MAYA
durante cuatro años. Celeste Diéguez ganó la medalla de oro en
poesía y un viaje a España. ¡Ole! Hasta sucedió que vinieran dos
chicos de Maipú que se colaban en el tren de venida y de vuelta…
¿Oíste, Marechal? ¡Qué hermoso! Qué caradura o qué falta de
otras cosas, ¿no? Creo que ilustrar con esto me evita describir
lo otro. ¿Me lo aceptás? Chascomús desconoce a Juan Antonio
Vasco que está enterrado acá, y venera a Baldomero Fernández
Moreno que está enterrado allá. Quise dar vuelta eso pues de
otro modo no va a suceder. ¿Se podrá?
Sí se
puede. Aunque me suene horrible que sea posible la cosa
imposible. Aunque los jóvenes más capaces e inquietos se nos
sigan yendo a las metrópolis y se vea eso como
éxito, algunos envejecidos quedamos o vienen de tanto en
tanto. Como que la SADECH sigue andando y este año organiza la
sexta o séptima feria del libro en Chascomús; se siguen
publicando libros aunque ya no se sepa para qué; funcan dos o
tres talleres y de tanto en tanto alguien de acá lee algo que me
gusta. He tratado de molestar poco con mis opiniones y eso me
envolvió en una mala fama persistente, tan persistente que un
día comenzarán a considerarla sólo fama. Aquí, mi único libro
exitoso es uno que apareció bajo nombre de otro. ¡Con decirte
que al taller donde concurro, frente a mi casa, lo denominaron
“Impulso foráneo”!
Una vez me
convencí que me habían dejado desocupado para siempre; hundido
en ésa, mi condición soñada, me dediqué a un montón de
actividades pero, lamento informarte, ninguna de ellas
remunerada. No importa; en nuestra comunidad siempre aparece
alguien que sufraga cobrando.
Un día
(nomás unas horas) ¿podré darme el gusto de traerte a Chascomús
a vos, a Roberto Malatesta, a Ale Schmidt, a Rubén Vedovaldi, a
Juan López, a Jorge Omar Altamirano, a Eduardo D’Anna, a Osvaldo
Bossi, a José Emilio Tallarico, a César Cantoni, a Celeste
Diéguez, a Celia Fontán, a Cynthia Sabat, a Alicia Gallegos, a
Emilce Rotondo, a Ketty Alejandrina Lis, a Anahí Lazzaroni,
tantos otros y otras, verlos sonreír juntos y hacer oírlos en
gran anfiteatro, presentados en voz alta y decir: ¡Estos son mis
amigos!?
4 — Desde luego,
Simón, estaría buenísimo que un festival de poesía en “tu zona
de influencia” nos reuniera a los nombrados y a tantos otros y
otras, que vos, al principio con Chambers y después solo, fuiste
difundiendo en la revista “La Silla Tibia”, la cual mantuviste
hasta que fue materialmente imposible.
SE — En verdad
sucedió que el taller de Pablo Ingberg y la creación del MAYA
nos movilizaron mucho y en especial a mí, que me había aislado
totalmente durante la dictadura y estaba abocado a la
finalización de mi nueva casa, conclusiones que coincidieron en
un mismo tiempo y me abrieron un amplio panorama de relaciones y
actividades. Pablo nos mostró todo tipo de revistas artesanales
y alguna de ellas nos decidió a imitarla desde Chascomús.
Chambers propuso llamarla “El Último Perro” pero a mí ya me
había picado la imagen de esa silla que permanece tibia en razón
de su tarea. Incluso el comprobar la repercusión y posibilidades
de LST, hizo que pronto Chambers quedara desplazado por mi
dedicación, que suele ser obsesiva. Fui el primero en alejarme
del MAYA por diferencias ideológicas y a poco, otro grupo
importante me imitó, así que mi casa (justamente diseñada con
ambición) pasó a ser por un tiempo, centro de reuniones de los
‘desmayados’, como graciosamente nos calificó una compañera. El
mismo taller de Ingberg y algunas propuestas aledañas,
funcionaron en casa a falta de un sitio institucional y fue así
como nos visitaron algunos escritores desde Buenos Aires, entre
ellos Néstor Sánchez.
La
edición de “La Silla…” pasó por una etapa de desarrollo y
difusión acelerada (de la que fuiste partícipe), momentos
especiales como la “previa” al Vº Centenario de la invasión de
América por los europeos, ocasión en que me reintegré al MAYA
aportando esa misma inquietud. Fueron años cúlmine. En el ’92 mi
situación económica comenzó a declinar y la pendiente se
acentuaría. De cualquier modo continué sosteniendo la
correspondencia, edición y distribución de la revista hasta
donde pude y lo mejor que pude. Se armaba con un 70 u 80 % de
material inédito, a veces recibido escrito a mano y sin
corregir, y el resto elegido entre publicaciones recientes.
Además agregaba artículos periódicos de mi amigo indigenista,
Enrique Marcó del Pont (Rumiñawi, Piki Chaki y otros seudónimos)
y los que secundaran mi visión ideológica. El criterio para
seleccionar el contenido era sumamente básico: que me gustara y
una calidad suficiente. En caso de percibir errores o
correcciones necesarias, consultaba al autor y en general, nos
poníamos de acuerdo. Ignoro en qué consistió el acierto, pero
“La Silla…”, salvo alguna que otra excepción, recibía una
notable acogida. Los números llegaron a treinta a lo largo de
diez años. Alguna mereció llamarse Yawar Silla, porque me costó
sangre publicarla. Varios acontecimientos se precipitaron y no
pude sostener el esfuerzo. Pero mi empeño revela que casi todo
alrededor de ella, fue grato, reconfortante. Obtuve algún apoyo
económico de los mismos amigos de “La Silla…” (por ejemplo, a la
poeta Alejandrina Ketty Lis debo mucho agradecimiento), la
Municipalidad y empresarios locales: no el suficiente como para
continuar su edición. Tampoco en el ámbito local la revista
provocó lo que podría haber resultado de su presencia. Mi
complicada situación personal ya pesaba demasiado en mi ánimo y
había empezado a militar en varios frentes contra el gobierno
reaccionario de Menem, Cavallo y compañía.
En Machu Picchu
5 — Antes de
publicar tu primer libro habías escrito cinco poemarios. Me
pregunto si los conservás, si los valorás, y si así fuera, si
los publicarías. ¿Escribías prosa antes de 1986? ¿Cómo se fue
dando tu producción antes de sacar
“Indignación de noviembre”?
Y como tengo mi ejemplar a mi lado voy a tu prólogo, donde es
nombrado “Siberia Blues”
de Néstor Sánchez. ¿Cómo perdura en vos aquella influencia?
“Una vivencia indeseable:
1989”, leo en la mentada introducción, y leo
“Ese fantasma, El Año
Inútil”.
SE — Sí,
aunque me desentendí totalmente de ellos, conservo casi todos
mis trabajos anteriores al taller con Ingberg. Es que para mí
escribir había sido un hobby sin mayor pretensión; de escritor
yo tenía apenas mi gusto por la lectura y dos años en una
escuelita rural. Rescato algún trabajo aislado, como el poema
que dediqué a un amigo asesinado por la policía en 1974, y otros
que se refieren a visiones de mi infancia rural. Pero no, no los
publicaría. Soy muy crítico de mi pretensión literaria, dada mi
falta de estudios y capacitación para semejante tarea. Salvo
alguna excepción, demoré cuarenta años en escribir prosa.
Considero mi primer relato a “El Canto de las Sirenas”,
concluido en 1991, y que abre mi primer libro en prosa:
“Las Malvinas y otros sueños”. Han pasado casi treinta años desde
entonces y por tanto, lo que mi olfato dice de aquella prosa, de
nuevo comienza a provocarme desconfianzas.
Fue Néstor
Sánchez, a raíz de nuestros comentarios sobre su
“Siberia Blues” y
“Diario de Manhattan”,
quien nos habló de fragmentación literaria y de una postura
distinta frente al impulso de escribir. La posmodernidad era
algo novedoso e inquietante entonces. Nos propuso repetir una
tarea que él mismo se había impuesto: escribir alguna cosa todos
los días a lo largo de un año. Fui el único loco del grupo que
lo hizo, y reconozco que resultó un esfuerzo tremendo, lleno de
tropezones y remiendos. Porque al aficionado la vida se le
atraviesa e interpone a cada rato. Creo que su influencia
significó la conciencia perdurable del hecho escritural.
Coincidió además, con la decadencia del gobierno de Raúl
Alfonsín, el resurgimiento de fantasmas que creímos superados,
la conciencia de nuestras limitaciones sociales y de nuestra
relación con un mundo cada vez más globalizado.
1989 fue
un año terrible para mí, plagado de vivencias indeseables, de
reversiones, pérdidas, frustraciones. “El Año Inútil”, que es mi
fantasma literario, fue el recipiente donde volqué esa amargura
y la ironía consiguiente. Sin embargo, de él surgieron mediante
un trabajo en el que me empeñé a fondo y en absoluta soledad,
seis o siete libros en verso y prosa. Gracias a la entrañable
Alicia Gallegos pude publicar algunos poemarios, pero
sinceramente, sigo creyendo que me apresuré en hacerlo. Es
probable que lo necesitara (no lo dudo) para cortar el cordón
que me unía a la experiencia primeriza. Reconozco que el
poemario “El momento de ahogarse” describe un segundo esfuerzo destinado a
sacar la cabeza del agua, dejar atrás la ironía.
Simón Esain en 1996 con Alicia Gallegos, Mirta Dans y
Rolando Revagliatti
En el lago Perito Moreno
6 — La trilogía de
El Año Inútil, comenzada con
“Indignación de noviembre”, ve su continuación en
“Mayo de 1989 o El humo”,
y allí tu “Introducción” determina que se trata de
“otro libro extraído de
los borradores de El Año Inútil”. Y llega después la
culminación de la trilogía con
“Musa interventora”,
dedicado “a la mujer más
despreciable de la República Argentina”.
SE — Escribí
lo que llamo los “Borradores del Año Inútil” desde fines de
octubre de 1988 hasta octubre del ’89. A fines del ’88 otras
cuestiones me frustraban, además del fracaso del Plan Primavera.
Lo grave que nos pasaba, a mi entender, fue la tardía llegada al
gobierno (uno de los regalos o lastres que nos dejaba cada
dictadura militar) de Raúl Alfonsín, su discurso, sus promesas.
Sobre todo tardía porque coincidió con el embate de la ola
neoliberal Reagan-Thatcher. Electo Menem en mayo de un ’89 que
ya arde y quema, muchas cosas humean en el horno de la
hiperinflación sin dinero. Quien no la vivió, ¿puede imaginarse
la hiperinflación sin dinero? Menem, un simple oportunista, se
subió en julio, anticipadamente, al tren que venía marchando en
otra dirección. Designada la hija de Álvaro Alsogaray (uno de
mis tradicionales detestables) interventora en la empresa
pública de teléfonos, para rifar su privatización, el asco se me
volvió completo; en María Julia Alsogaray resumo mi desprecio a
una sarta de mujeres que luego se hizo cada vez más larga y
pútrida, desgraciadamente (y eso que considero a la mujer como
el verdadero sujeto protagonista del cambio histórico en los
últimos 45 años).
Ya
había sufrido este tipo de cólicos proféticos en el ’62 y en el
’73. Ahora era distinto: dejaba los rastros escriturales de mi
desesperación. Aquellos tres primeros poemarios fueron extraídos
de los chorreantes borradores sugeridos por Sánchez, y nada
parecía suceder por casualidad. Cavallo ministro de economía,
Bussi gobernador de Tucumán, Aldo Rico ministro de seguridad de
la provincia de Buenos Aires, eran porotos comparados a la
grosura de lo precedente.
Finalizado
el trabajo sobre esos borradores, tuve dos sueños que debieron
ser productores de sendas prosas. Uno se titula “La Espadaña”;
el otro “La Valija”. No fui capaz de escribirlos y es una cuenta
pendiente que no me perdono, porque me enredé en pretensiones en
lugar de dar cauce a una creatividad que, es evidente, no tengo.
Digo en mi descargo, que mi vida particular de entonces no era
fácil. Considero anticipatorios a ambos sueños, es decir, que
debieron ser escritos y difundidos oportunamente. Mi consuelo es
que, de haberlos escrito oportunamente su difusión hubiera
resultado del todo utópica. Han quedado en su condición de
anécdotas de sobremesa. Luego traté de resolver algún problema
ubicando “La Valija” como relato de un sueño propio que en el
otro narrara el protagonista de “La Espadaña”, pero ni así he
podido dedicarme a escribirlos. Ahí están, apagados, juntando
moho, volviéndose ellos sí, inútiles. Creo que no me dan las
fuerzas con que natura me dotó, para trabajos de enjundia, de
largo aliento. Con ellos llegué al borde de mi destino
literario.
Simòn Esain en 1994
Esain pintando un mural
7 — Mientras
conveníamos este método de diálogo me enviaste un texto
redactado por vos en tercera persona, sarcástico-biográfico, del
que yo he capturado el detalle curricular. Transcribo un
fragmento: “Por romper las
pelotas, adopta progresivamente la acentuación conjugacional en
los enclíticos finales, como un tiempo antes lo hiciera José
Hernández y hasta el mismísimo Mempo Giardinelli. Esto le
impidió ganar numerosísimos concursos literarios en los que, por
lo general, no participa. Pero dice que procura la consolidación
de un idioma netamente argentino.” ¿Qué otras apreciaciones
respecto de tu escritura nos podrías brindar? Y
extemporáneamente, algo más: ¿intentaste aventurarte en la
dramaturgia o en el guión cinematográfico?
SE — Permitime
incursionar en el amplio terreno de las decepciones a mi cargo,
ya que mis respuestas al respecto no saldrán de ese solar. Pasó
que observé, no recuerdo a partir de qué antecedente, el modo en
que pronunciamos los enclíticos finales, supongo que en razón de
ensayar diálogos coloquiales en mis intentos por alcanzar la
prosa narrativa. Una frase como:
Se quedó mirandolá…
permanece enquistada en mi memoria y ha obtenido carácter
paradigmático, indesvirtuable. Puse y pongo atención cuando
escucho hablar a mis vecinos, a los funcionarios políticos, y al
cabo transformé en norma esa acentuación, que es real. Sobre
todo porque mostramos poner el peso fonético en la partícula que
señala a la persona. Me llama mucho la atención esa
singularidad: el acento sobre el lá, el ló, el mé, el lés…
También advertir que, al menos hace un tiempo, Giardinelli usaba
ese modo en uno de sus cuentos. Más luego paré mientes en que
Hernández había cometido la trampita de utilizar ambas
acentuaciones, la castiza y la nuestra. Y bueno…, tengo una
excusa para consolarme: me descalifican a priori por escribir
incorrectamente. Siguiendo esa línea, a veces el diálogo
coloquial me tienta a imitar otras innovaciones que ya no lo son
mucho: yuvia, eya, yegar, güeno. Escribí un cuento (“De regreso
al zoológico”) donde a título de muestra gratis, abundé en la
transcripción de estos modismos. ¿Porqué en ese cuento?… Porque
converso con una víbora y sucede en el futuro. Es como una
manera de trasladar, de extrañar de entrada nomás, al lector. Me
gusta, pero no lo he repetido. El castellano es un prodigio
lingüístico y tienta. Las lenguas criollas, las añadiduras
indígenas, los modismos campiranos, todo tienta. Y tiene que
dejar de ser tentación para ser asumido como identitario.
Después de todo, allá en España se enfrentan a algo bastante
similar. Creo que uno de los compromisos de un escritor pasa por
mantener vivo su idioma, y muy sujeto a su tiempo y a sus
personajes. Uno también es un personaje. Por su lado, la
globalización pretende homogeneizar y neutralizar lenguajes.
Creo que, como siempre ha sucedido, vamos a seguir creando y
manejandonós con dos maneras lingüísticas, la espontánea y la
intencional; la del poder y la insurreccional. Recuerdo que al
idioma inglés lo hablaban los siervos, que la aristocracia
normanda hablaba en francés, y lo mismo sucedía en Rusia: al
ruso lo hablaban los mujiks.
Sí, hace
muchos años, traté de escribir algo parecido al teatro. Muy
difícil, muy peliagudo. Creo que di la vuelta y volví adonde
había estado; uno no se merece fracasar tanto. Respecto del
cine, del lenguaje cinematográfico, tengo por ahí algo sin
terminar. También surgió en ocasión de un sueño donde uno que
era yo pero que no lo era, tenía la capacidad de moverse en un
tiempo distinto al de los demás. Eso le permitía delinquir,
atacar, huir sin obstáculos. La única explicación a mano fue que
se trataba de la compaginación de dos películas. Por el momento
es un relato en ciernes.
En la laguna Chascomús
8 — Ocupaste
diversos puestos en entidades sociales. ¿Nos contás de algunas,
qué has sido y cómo han resultado esas experiencias? Sos miembro
fundador del Círculo de Ajedrez Chascomús en 2005: ¿La
literatura y el ajedrez contactan entre sí en vos?
SE — La
cuestión de participar a nivel social comenzó con la creación
del MAYA (Movimiento de Artistas y Artesanos de Chascomús) en la
primavera democrática. Funcionábamos en estado de asamblea y a
veces asumíamos tareas de promoción y difusión. Una escisión en
ese movimiento provocó la continuidad y práctica de cierta línea
cuasi ideológica, muy unida a la praxis. De resultas, un grupo
más nucleado dio lugar a la creación de una agrupación política
informal. A pesar de su pequeñez, impulsamos la creación de una
comisión de derechos humanos para Chascomús y cuando, a veinte
años, por primera vez se conformó aquí una multipartidaria y se
memoró entre nosotros el 24 de Marzo, gestamos la Delegación
Chascomús de la APDH. Como premio fui su secretario coordinador
ad límine. La actuación de una entidad de derechos humanos
resultó tan notoria que era convocada a integrar otros
organismos participativos. Así me tocó ser secretario del Foro
Vecinal de Seguridad, electo durante cuatro períodos
consecutivos, y cuando quise retirarme me nombraron tesorero.
Desde este otro peldaño también integré el Foro Municipal y el
Interforos regional. Todas experiencias enriquecedoras. Pero a
la vez (yo había quedado sin trabajo a fines de 1997) integré la
CTA local. Nuestro pequeño grupo político actuó bajo el rótulo
de otras minorías formalizadas en frentes electorales, y al cabo
de idas y vueltas siempre esclarecedoras, nos dimos el gusto con
otros grupos, de parir un partido vecinal con todas las de la
ley que, desde hace años tiene en su haber el principal bloque
de concejales municipales. E intacta la esperanza de ocupar el
ejecutivo municipal.
La
actividad política (por la que toda persona debiera transitar en
serio y alguna vez en la vida, así cuando opina tan alegremente
sabe un poco de qué cuernos habla) expande tu visión y
comprensión de muchas situaciones sociales y culturales. Con el
SUTEBA local, que tanto nos apoyó siempre, pude enseñar ajedrez
a niños en ese gremio y en varias escuelas. Lo hice
gratuitamente durante cinco años. Mi idea era que no destruyeran
al ajedrez en Chascomús en nombre y colofón de algo que se veía
venir. Pero al cabo, creo que lo destruyeron exitosamente. El
Círculo de Ajedrez fue un intento, no más, durante dos o tres
años, de extender hacia arriba lo que se producía por debajo.
Vino gente de la provincia, prometió mucho, no cumplió nada. Me
ha quedado el dulce, reconfortante recuerdo, de haber trabajado
con los chicos.
El ajedrez
es un hobby bastante común a la gente que escribe. Tiene fama de
serlo. Lo que el ajedrez enseña viene bien para casi todo. Un
buen cuento es comparable a una buena partida. En los últimos
años he participado jugando a las damas en torneos de mayores
(cantera en donde persisten los mejores jugadores) y he llegado
cuatro veces a las finales en Mar del Plata. Cuarto en la
provincia es mi mejor clasificación, pero lo principal es haber
entendido que las damas no es un simple juego de mesa; que toda
actividad es compleja y proclive a la especialización.
Simón Esain en Chascomús, 2006, con Mirta Dans
9 — Fuimos
incluidos vos y yo en una Antología —concurso en 1998, impulsado
por la Revista del diario “La Nación”, de la ciudad de Buenos
Aires, y con el auspicio de la empresa Metrovías, imitando una
iniciativa del Metro de París, socializada como volumen en 1999
a través de Ediciones de la Flor, y entre agosto del ’98 y
febrero del ’99, difundidos los poemas que iban siendo
seleccionados en la Revista y en simultánea en las carteleras de
las estaciones de subterráneos— que se tituló
“Poesía en el subte”.
¿Recordás otros emprendimientos (hayan prosperado o no)
originales en el género poesía? ¿Propondrías alguno?
¿Fantaseaste con ser el antologador de alguna muestra poética o
de prosa breve?
SE — Fijate
que, a pesar de mi antipatía por los concursos, participé en esa
iniciativa de “Poesía en
el subte” porque la difusión de las obras seleccionadas era
algo prioritario, y por suerte así ocurrió. Recuerdo lo que
hicieron un grupo de poetisas neoyorquinas hace unos años:
volantear la ciudad con poemas recortados. Con el MAYA
incluíamos a la poesía y la narrativa en nuestras mega muestras
anuales, material expuesto y lecturas de autores locales.
También me he encargado de microprogramas radiales con lectura
de poesía en FM locales. Sigo pensando que la radio es el medio
casi ideal para difundir literatura; pero sus dueños creen que
lo es para difundir publicidad.
Para
Chascomús me gustaría que los poetas del lugar tuvieran ocasión
anual de recorrer las aulas del secundario y leer personalmente
para los alumnos, y que estos
pudieran charlar con los autores. Creo que esa actividad
debiera ser rutinaria. Una vez fuimos a dos escuelas, y me gustó
mucho la experiencia. Pero no pasó de ahí. En los municipios se
designa “director de cultura” (un oxímoron) a gente que le
interesa un
soto la cultura,
en especial la literatura, que es pensamiento en libertad.
¿Antologador?: no (dios me libre), no se me ha ocurrido ni en
sueños meterme con la obra de otros escritores. A vos te constan
qué escasas pautas llevaba adelante “La Silla Tibia”. Ya
bastante deliro tratando de que me cuenten entre ellos.
*
Simón
Esain selecciona poemas de su autoría para acompañar esta
entrevista:
Antorchas
a la selva
La inteligencia se nos vuelve garra y
llega a borbotar
ácido digestivo utilizado en pruebas
externas
Laminados, aprendemos a sobrevolar el
panorama
y lanzarnos sobre cualquier presa a la
vista como halcones tenaces
golosos, hasta despedazarla en nombre
del arte
y después
sus harapos al sol
De tal aprendizaje se trata nuestro
presente hambre
Temas obras personajes un hecho
cualquiera ofrecible
una escena cualquiera ofrendable
Y otros escapan revelandosé bajo nuestro
pico para satisfacción plena
de la furia anidada en la peña matinal
adonde la bruma desfila
Y lo demás importa menos se convierta en
hierba lejana o polvo expeditivo
Haremos nueva desproporción nueva caza
nueva rapiña desde lo alto
desde lejos. Nos perfeccionaremos nos
afilaremos
Nuestro corazón funcionará al compás de
los desgarrones en la piel abajo
Interiorizada. Fotografiada. Y si el
ensañamiento se dispara se exacerba
las garras se dispararán tras él las
alas multiplicarán su ritmo
El paisaje se tiñe de rojo dos veces al
día y nos halaga
Gotea sangre de nuestros bolsillos
interiores
¿Por qué pensar en las flores nos da
asco?
¿Por qué nos da asco pensar en caricias?
¿Por qué nos subleva esta fragilidad?
¿Por qué tomamos por cobardía los gestos
o la falta de gestos?
No importa y no espanta. El otro lado es
la salud
Adelante. Es lo que significa
Tanta desatención
(de “Indignación de
noviembre”)
*
La
perspectiva
este es el anochecer del día que pasó
por su puerta
este es el silencio que flota sobre el
rumor de lo que dijo
esta es la cama donde su hija duerme
traslúcida bajo el rostro querido
aquí la iluminación que su mano
encendida que apagará para dormirse
la fiebre descansa
este es el rincón donde queda quieto su
paso más reciente y lúcido
que también suena a quieto y confundido
estos son los libros que lentamente
olvida
este el olvido es la música que suena
cada vez más lenta
ahí está la mismidad de la calle por
donde pasó una vez
y vio el lugar deshabitado
es este el mismo lugar donde depositó
sus afanes y amuró su desesperación
es ese el pavoroso paladar del cielo que
lo vio sudar que todo lo devora
sin relámpagos y sin relamerse
los gorriones que se duermen junto a la
ventana son los que anunciarán el día siguiente
mañana es el día que todo lo complica
adonde todo llega y espera
mezclado al efecto sin pasado al efecto
sin sentido y sin la rabia justa
que el hoy no alcanza a transmitirle por
causa de la perspectiva
esta es la perspectiva
esta es la perspectiva
esta es la perspectiva
(de
“Mayo de 1989 o El humo”)
*
A eso de
las 5 de la mañana me sobresalta
sentir que dormimos profundamente
Al despertar mi pesadilla es saber que
todos seguimos durmiendo
Oh, Musa Interventora de los Sueños
que atravesás las realidades en tu
helicóptero
y alquilás auténticas orquestas
tropicales pagandolés por adelantado
Mantenerme despierto para verte sin
maquillaje no tiene gracia
ya lo hacía a la salida de los bailes
cuando teníamos la misma edad
Los taxis ronroneaban hasta detenerse
ante tus zapatos y pantuflas doradas
y ahí debo bajarme del domingo
Todavía no han barrido de cenizas las
alfombras
y la luz café con leche se agrisa
en el interior de las grandes tazas y
oficinas
Camino por Moreno hasta Saavedra y doblo
hacia Rivadavia
Voy desde uno de tus tacones hasta la
puntera del otro zapato
alejado cinco o seis cuadras
Y para ocultar mi condición no alzo
la vista hacia la profundidad de tu
lencería en la aurora
como antes no lo hacía para medir el
Kavanagh
Vos estás buscando la misma Plaza para
acuclillarte y orinar
y salir orinando en la fotografía
Y a mí neocabecita blanco
me avergüenza meterme al bar
a volcar un desayuno en mi sollozo
(de
“Musa interventora”)
*
CASETE
TRISTE I
tendremos que fabricar nuestra primavera
con cuatro cartones
el recuerdo estadístico no duele
por lo tanto no crece por sí mismo
para sorprendernos su desagrado requiere
de nuevas estadísticas más completas
cada vez
uno puede ser ingresado a un hospital
para
un aumento en su pena o egresar
con una bufanda al cuello en estado
satisfactorio
quedará registrado
pero hoy /
sobre los cañaverales
ha brotado la primera luna llena de
primavera
nada es real bajo el ciruelo florecido
ni estando a su lado
y más allá tampoco
mi dolor no era dolor real
mi dolor no era dolor tampoco abajo
entre mis pies
nada es real bajo el ciruelo
ni siquiera la sombra de sus flores
ha brotado la primera luna llena de
primavera
por sobre las vainas que se desnudaban
en la pared
no hay dolor pero sí nostalgia en los
tajos
la paz lunar tajeada se derrama en mi
interior
y transforma mis certezas en agua fría
sana
está amaneciendo
¿quién registra el no-dolor?
donde sentía ardor siento nostalgia
y mi ansiedad se corre un puesto en el
banco
porque la sensación es idéntica a estar
amaneciendo
guardando un turno en la sala de espera
del hospital
y hubiera sol
y programas conocidos
bajo las tapas de las computadoras
luna quiero nostalgia maná de lo que
desaparece
quiero que levantés esa comodidad
flotante
desde los cajones llenos de sangre
tirados al río
(de
“El momento de ahogarse”)
*
Despedida
de los balnearios
¿Marzo ha vuelto de su viaje?
soplan cantidades del Este en la bolsa
oscura
asomarse al patio es como asomarse a la
vieja playa de San Clemente
en la hora de partir
cielo polvoriento
el polen solar enturbia la frescura de
la arena mojada
en la melancolía soportable, estirada,
desprejuiciada
se sacuden las fachadas acústicas
todavía anudado a ellas el insomnio de
la última noche
¿1970?
/ ¿2001?
¿Abril?
la luz cae sin compadecerse de los
cuadros
todo se presiente en soledad
hasta lo hundido
en un futuro lleno de turnos repetibles
cráteres de horas de antigüedad
producto de la caída
de pasados instantáneos
de paraísos artificiales
/ tiempo
hoy
o lo que
hoy sea
no
puede ser
nunca ha
sido
otra cosa
(de “U. S. Me
(Paraíso del acobardado)”)
*
19 de
Diciembre
volví de la ronda
son las 03:00 de la madrugada
sigue
el calor
he oído la campana del Cabildo a través
de la radio
a cada rato suben gorgoteos de agua al
tanque sediento
me
hacen
presentir un
grupo de
sombras
¿han
doblado mi
esquina?
estoy desvelado acosado por los
mosquitos
pero así y todo aguantaré
hasta las 05:00 por lo menos
(de “Tótem (La
mirada de Ulysses)”)
*
Entrevista
realizada a través del correo electrónico: Ciudades de Chascomús
y Buenos Aires, distantes entre sí unos 120 kilómetros, Simón
Esain y Rolando Revagliatti.
*
http://www.revagliatti.com/050414_esain.html
http://www.revagliatti.com/040315.html
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