Graciela Perosio: sus respuestas y poemas
Entrevista realizada por Rolando Revagliatti
Graciela Perosio
nació el 14 de junio de 1950 en Buenos Aires, ciudad en la que
reside, la Argentina. Egresada en 1972 de la Facultad de
Historia y Letras de la Universidad del Salvador, ejerció la
docencia universitaria y dirigió el Departamento de Extensión
Cultural del Instituto de Cultura Religiosa Superior. En 1995
obtuvo la Beca Nacional de Investigación del Fondo Nacional de
las Artes, para estudiar la obra del poeta argentino Carlos
Latorre. Entre 1982 y 2014 ha publicado los poemarios
“Del luminoso error”, “Brechas
del muro”, “La varita
del mago”, “La vida
espera”, “La entrada secreta”, “Regreso
a la fuente”, “Sin
andarivel”, “Balandro”.
Además de haber sido traducida al italiano y al portugués, fue
incluida en numerosas antologías nacionales y extranjeras, tanto
en soporte papel como electrónico. Participó en la segunda
edición de la Historia de la Literatura Argentina, publicada por
el C. E. A. L. (Centro Editor de América Latina). De sus
trabajos de investigación citamos “Olvido y reminiscencias en
‘Los pasos perdidos’”
en “Historia y mito en la
obra de Alejo Carpentier” (1972); “Ricardo Rojas. Primer
profesor de literatura argentina” en
“Capítulo. Historia de la
literatura argentina” (en colaboración con Nannina Rivarola,
1980); “La
profesionalización de la crítica literaria” (selección,
prólogo y notas, C. E. A. L., 1980). Permanecen inéditos “Juan
Rulfo y la cultura de la pobreza”, “Los libros finales de
Alfonsina Storni. Reformulación del deseo”, “La poesía de Norah
Lange. ‘Un rosario de cuentas blancas’”, etc. Fue en 1994 cuando
presentó en la Fundación Del Viso una muestra de pintura
titulada “Causas Desaparecidas”. Mientras que en 1999, Aroldo
Lewy —en el Museo Luis Perlotti—,
dedicó una muestra escultórica a su obra, trabajando en
especial el poemario de 1995. Un año antes, los artistas
plásticos Silvana Perl y Enrique Banfi, integraron poemas de su
autoría a la instalación urbana “Fuente de Poesía”, la que ha
quedado como monumento de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires,
frente a la Biblioteca Nacional. Sobre su
“Regreso a la fuente”
fueron realizadas dos muestras performáticas multimediáticas,
una en la Sala Solidaridad del Centro Cultural de la Cooperación
y la otra en La Casa de la Lectura. Un poema de
“Sin andarivel” fue
seleccionado por la Secretaría de Cultura del Gobierno de Buenos
Aires, para realizar un afiche ilustrado por Alexiev Gandman que
se expuso en las veredas de la ciudad.
1 — En parte
porque descubrí
www.familiaperosio.com.ar es que te propongo que nos cuentes sobre
ella, la nuclear, tu niñez, tu educación, tu inserción
universitaria, la familia actual…
GP —
Hay dos sucesos trágicos que marcaron mi vida: el suicidio de
mamá y el secuestro, tortura y asesinato de mi hermana Beatriz.
Beatriz era tres años mayor que yo y fue Presidenta
de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires y de la
Federación de Psicólogos de la República Argentina. Un grupo de
tareas de la Dictadura la secuestró el 8 de agosto de 1978 y
creemos que fue asesinada no mucho tiempo después. Cinco años
antes, mamá se había suicidado. En la última charla que mantuve
con mi vieja, apenas elegido Héctor Cámpora como Presidente de
la República, me había dicho: “¿Sabés qué va a pasar ahora? Los
militantes van a salir a la superficie y los otros van a anotar
en sus libretitas. Y después los van a matar a todos. Tu hermana
de ésta, no pasa… Y vos tenés que sobrevivir. Porque alguien
tiene que contar cómo fueron las cosas. Yo, me hago cargo de
cómo las eduqué, pero no tengo resto para bancar lo que
viene. No soy la Virgen María para quedarme esperando que
me entreguen el cuerpo.” Y efectivamente aún hoy no hemos
recuperado los restos de mi hermana, ni siquiera tenemos certeza
del momento y modo de su muerte.
Ahora sí te puedo contar otras cosas… Tanto la familia de
mi madre como la paterna provienen de la Liguria en Italia. Mis
dos abuelos se dedicaron a negocios vinculados a la comida. Mi
abuelo paterno junto con papá fueron propietarios del
Restaurante “Perosio” que funcionaba en Suipacha y Diagonal. Un
lugar muy tradicional del centro porteño, frecuentado por
personalidades de la política, la cultura, las artes, el
deporte. Bioy Casares lo menciona en su
“Diccionario del argentino
exquisito”.
Por parte de mi abuela materna estoy emparentada con Benedetto
Croce, cuya existencia, de chica, consideraba una leyenda, su
propio nombre y más aún el de su hermana —Santa Croce— me hacían
pensar en una invención de mi vieja que era una bromista
irredenta. Entonces una tarde, bastante ofendida, me leyó la
biografía de Croce en la Enciclopedia : “Ahora vas a ver si es
un invento mío.” Así terminó con mi desconfianza. También Croce
sufrió momentos
trágicos de pérdidas familiares. A los 16 años en un viaje a
Ischia y a consecuencia de un terremoto, pierde a su padre, a su
madre y a su hermana. Él mismo es rescatado después de pasar
varios días bajo los escombros… En fin, otra historia de
sobrevivencia.
Tanto mi hermana como yo nos educamos en un colegio de
monjas y la familiaridad con las enseñanzas evangélicas y con la
figura de Jesucristo nos iba a marcar hondo. En mi niñez, ante
un mundo que se me antojaba hostil, fui hipersensible, buscaba
refugio en un universo de fantasía: dibujaba, bailaba, componía
canciones que repetía hasta aprenderlas de memoria, porque aún
no sabía escribir. Después, mi hermana me enseñó. Estudié danzas
españolas, algo común en esos años, e integré la Compañía de
Marisabel. Bailé en el Teatro “Cómico” de la calle Corrientes, y
en el “Casino”. Las disciplinas corporales —la danza, la
gimnasia artística, el yoga, el taichí— me acompañaron y
ayudaron a lo largo de toda mi vida. Para subsistir en Argentina
hay que ser realmente acróbata. Tengo un poema inédito sobre
este tema.
Cuando llegó el momento de ir a la Universidad, quise
entrar a la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, pero la
Dictadura de Juan Carlos Onganía la mantuvo cerrada a partir
de la acción represiva del 29 de julio de 1966, conocida
como la “Noche de los Bastones Largos”, que significó el
alejamiento para
muchos intelectuales, no solo de la cátedra, sino del país. Opté
entonces por asistir a la Universidad del Salvador, con el
propósito de cambiarme después, pero por las diferencias de
programas resultó imposible.
Me recibí a los veintidós años. Había empezado a enseñar
desde el segundo año de mi carrera como Auxiliar Docente en la
Cátedra de Filosofía de Agustín De la Riega. Podrás imaginarte
lo doloroso que resultó, cuando, ya nombrada y rentada en la
Universidad de Buenos Aires, perdí
mi puesto por la Intervención de Alberto Ottalagano, que
nos echó a todos. En la UBA, por fin en la universidad pública,
me había integrado a la Cátedra de Literatura Colonial
Argentina, cuyo titular era Ángel Núñez —acaso recordás que nos
invitaste a ambos en 1999, a leer
poemas en el Ciclo “Nicolás Olivari”—. Con su adjunta,
Nannina Rivarola, que se convertiría en
amiga entrañable, escribimos después algunos trabajos
para la Historia de la Literatura Argentina que publicara el
Centro Editor Latinoamericano. Pero nunca más volví a retomar la
docencia universitaria. Como también te imaginarás, tampoco
volví a bailar en la calle Corrientes. Aunque quién te dice,
todavía… (Risas.)
En la Biblioteca Popular de Martínez, durante 1979,
empecé a coordinar los talleres de escritura que había fundado
Nicolás Bratosevich. “Las Voces”, mi taller de creatividad,
había tomado forma a instancias de mi hermana Beatriz y su
primera sede fue el Jardín de Infantes que ella dirigía y que se
cerró a consecuencia de su secuestro. Continué con esta
actividad en la Biblioteca y después pasé a hacerlo en mi casa
en la provincia de Buenos Aires, en la localidad de Florida.
Me había casado a la misma edad que me recibí, y de ese
matrimonio que duraría quince años, nacieron mis dos hijos,
Lucas y Milagros. Lucas está casado y es padre de Laura y Gael.
Él eligió la carrera de Historia y se licenció en la UBA.
Milagros pinta y publicó el poemario
“(queda entre nosotros)”
(Milagros King, Editorial Libros de Tierra Firme, Buenos Aires,
2006).
Leonor Podestá ( mamá de Graciela) y Beatriz Perosio ( hermana)
2 — Y vos ¿qué te
acordás de tu primer libro? Hablemos de tus libros.
GP —
En los ochenta ni me imaginaba que la escritura de poesía se
convertiría con el tiempo en mi actividad principal. Pensaba, en
cambio, que en algún momento iba a
reanudar la tarea académica, pero sentí que tenía que sacar un
libro como respuesta a la Dictadura, una forma de afirmar que
seguía viva. Entonces, bastante a las apuradas, reuní un grupo
de textos escritos sin la menor idea de ser publicados, escritos
muy íntimos ¿entendés? Así nació “Del
luminoso error”, que es del 82. Aún así y con toda su
desprolijidad, rescato de ese conjunto visceral, alguna página
como “Lluvia”, en cierto modo un autorretrato válido.
Siguió “Brechas del
muro” de 1986 (mi hijo decía que yo publicaba para los
mundiales de fútbol), con un poema dedicado a Beatriz. Mucho
tiempo después de la edición tomé conciencia de que lo había
concebido a partir de un encargo que ella me había hecho en
vida. Me pidió un texto que expresara los sentimientos de un
preso político, algo para una revista militante. Y la verdad, no
me salía, quedaba panfletario, obvio, no lo pude resolver en
aquel momento. Y después terminó por darse este texto que surge
casi como jugando, alrededor de un verso de Alejandra Pizarnik.
Se difundió por primera vez en “Punto de
Vista”, y toda la revista estuvo ilustrada por Luis
Felipe Noé. Yo ya venía trabajando con la obra de Noé, pero allí
decidí conocerlo personalmente. Una figura magistral, de fuerte
ascendencia sobre mí y cuya pintura va a seguir generándome
escritos. Mi libro posterior,
“La varita del mago”, es una reflexión sobre el vínculo
entre las generaciones del ’60 y del ’70. Algunos poemas nacen
de la visión de un cuadro de Noé y los otros parten de la
lectura de un verso de Juan Gelman. La escritura y publicación
de ese libro coincidió además con la disolución de mi
matrimonio. Y operó como bisagra para separarme también de mi
pasado, de los amados maestros, del heroísmo como forma de vida.
Lleva una dedicatoria que me trajo más de un problema:
“A los hombres del ‘60 por cuyas ideas mi generación puso el cuerpo.”
Lo cual no pretendió decir que la generación del ‘60 no puso el
cuerpo como se interpretó, sino que no es lo mismo dar la vida a
los veinte años, cuando difícilmente tus ideas se puedan
considerar cabalmente propias.
En 1995 se publica el poemario que ronda la figura
materna y reflexiona también sobre el suicidio:
“La vida espera”. Lo
materno en sí mismo y la femineidad son temas que reaparecen de
modo más sesgado en el quinto libro:
“La entrada secreta”,
un trabajo con mucha intertextualidad. Alude a las leyendas de
la gesta artúrica, al imaginario celta. Aquí importa decir que
para los chicos argentinos nacidos en los ’40 y los ’50 el
imaginario celta, el rey Arturo y sus caballeros, personajes
como Ivanhoe o el Príncipe Valiente fueron lecturas habituales.
E integraban la famosa Colección Robin Hood que acompañó nuestra
infancia. Con este
libro inicio mi experimentación en las
performances: se
presentó en la Sala de Representantes de la Manzana de las Luces
y leí el último poema, “Canto de alabanza”, desde el escenario a
oscuras y con un único reflector sobre el atril donde estaba el
libro. Concluida mi lectura, desde el fondo de la sala empezaron
a oírse voces que cantaban los versos y que el público no podía
ver. Un efecto “fantasmal” que resultó interesante. Hoy esta
forma de presentar un poema se ha vuelto habitual pero en aquel
momento fue novedosa y
justamente por lo inesperado, causó mayor emoción en el
público.
A “Regreso a la fuente”,
mi sexto libro, la
considero una obra aún irresuelta. Creo que debiera
reescribirla, pero por ahora la voy completando con puestas en
escena. Su escritura me sumergió en una investigación de la
mística renacentista y los escritos de las academias italianas.
Me apasionó la lectura de la
“Hypnerotomachia
Poliphili” (“Sueño de
Políphilo”) atribuida a Francesco Colonna, aunque me acerco
más a la tesis de Kretzulesco-Quaranta de que se trata de un
texto colectivo cuyo compilador fue León Battista Alberti. Un
texto en clave redactado por los humanistas de las academias. De
alto contenido ecológico, en él se advierte el peligro de
olvidar que provenimos del agua. Profetiza como especialmente
riesgoso el momento en que nuestra civilización gire alrededor
de las “fuentes negras de
la muerte en las tierras donde se inició la humanidad”.
Fijate que leí esto a mediados del 2002, faltaban pocos meses
para que Estados Unidos invadiera Irak. Una coincidencia
conmocionante.
Después vino
“Sin andarivel”, donde
se puede leer entre líneas mi incursión en la meditación
budista. Después, “Balandro”.
Y tengo inédito un
poemario titulado “El privilegio de los años”.
3 — El título del
poemario inédito me da en el plexo. Ya lo quiero leer. Introito
éste para solicitarte que nos adelantes algo sobre su
estructura. Y, de paso, también sobre
“Balandro”.
GP
— El título
“El privilegio de los años” lo tomo de la película “El
maestro de música”. La esposa del maestro habla a la alumna joven, deslumbrada por
su profesor, y le dice:
“Usted tiene la ventaja de la edad, yo tengo el privilegio de
los años”. Fijate
que son expresiones que fuera de contexto pueden parecer
sinónimas pero no lo son.
Por otra parte, para alguien nacido en los ‘50 y de mis
ideas, haber llegado a los 63 en Argentina es un privilegio.
Pero además, una —a fuerza de vivir y equivocarse— adquiere una
mirada privilegiada sobre la vida. Ahora, me han preguntado si
el título tenía que ver con la escritura y hay que decir que
este privilegio no implica una facilidad mayor para escribir,
porque a medida que se aprende el oficio también aumenta la
exigencia, el desafío de lo que se pretende. La distancia entre
lo que se quiere lograr al escribir y lo que realmente se puede,
es infinita siempre.
El libro habla de estas cosas, de lo que cambia con
los años y de lo que no. El ansia de amor no cesa, el abismo
frente al otro no cesa. Nunca se sabe cómo cruzar la calle y
comprender o hacerse comprender… También llegan las generaciones
nuevas, el ser abuela y ver que en algunas cosas volvés a
empezar, a acompañar el crecimiento de un niño, verlo asomarse
al mundo, otro mundo, no el que sentiste tuyo. Inevitablemente
comparás tu infancia con el ser niño de estos días y hay algunas
coincidencias y también abismos de distancia.
En cuanto a “Balandro”,
está dividido en dos secciones: “la
necesidad de pintar” y “la
necesidad de narrar”.
La primera la integran poemas más breves, escenitas, cuadros. La
segunda es una novedad en mi obra: aparece el poema largo
narrativo. Se busca el sentido de ciertos acontecimientos del
pasado. Una va tratando de armar un rompecabezas, descubrir el
revés de la trama que se escribió con la vida. El título nombra
la más pequeña de las embarcaciones a vela, un navío que Fabio
Morábito en su contratapa, asocia a los naufragios, al
transcurrir de los sobrevivientes.
4 — “Punto de
Vista”, “Hablar de Poesía”, “Feminaria”, importantes
—sustanciosas— revistas te han publicado.
GP —
Una espera el reconocimiento, esa mirada del colega que nos
confirma en el camino, por supuesto, y no siempre se da. Pero
aun cuando sí se da, forma parte del trabajo. En cambio hay
otras cosas que te desbordan. Fijate que en un sitio de la Red,
leí de pura
casualidad, una anécdota de un preso en la cárcel de Río Negro
que cuenta esto: “Yo me
sostenía leyendo el poema ‘Tiempo de familia’ de Graciela
Perosio; pensaba voy a salir de acá y vamos a volver a estar
todos juntos.” Eso es algo más allá de lo esperable. ¿Y
sabés cómo le llegó el texto? Porque lógicamente necesité
averiguar: el hijo de una ex alumna del taller, que es
psicólogo, hace un trabajo de lectura en presidios y cuando
falleció su mamá, se había quedado con mi primer libro que es
donde está ese poema.
Hay reconocimientos íntimos que para mí valen
infinitamente, comentarios de lectores, de personas que pasaron
por mis clases. Me parece que si los repito violo el encanto del
secreto. También fue fuerte ver mi poema en un cartel de la
avenida 9 de Julio. Y tuve la alegría de que a pesar de que en
ese momento fuimos sólo cinco poetas seleccionados por la
Secretaría de Cultura de la Ciudad, uno de ellos había asistido
a mi taller, Gustavo Álvarez Núñez. ¡Cartón lleno!
Graciela Perosio con Sylvia Cirilho, Pamela Terlizzi Prina,
Alicia B. Pastore, Valeria Cervero y Marta Ortiz
5 — Que te hayas
ocupado de escudriñar la obra de Carlos Latorre, el autor de
“La ley de gravedad”,
“La línea de flotación”,
“La vida a muerte”,
“Cabeza o triste
páramo”, prologado por Juan Antonio Vasco (Ediciones Botella al Mar,
Buenos Aires, 1979), me incita a reclamarte una semblanza de ese
admirado poeta. Y como también has escudriñado a Ricardo Rojas y
a Norah Lange, tu visión es bienvenida.
GP —
Latorre era una persona que vivía con el pie en el acelerador,
la vida a pleno costo y la poesía a pleno costo. La palabra
“conveniencia” no entraba en su vocabulario. Pero te tengo que
contar mi historia con él. Tendría yo unos siete u ocho años y
encuentro en un Suplemento Literario, probablemente el de “La
Nación”, un largo poema de versos extensos. Y lo copio en un
cuadernito. De allí en más no iba a ningún lado sin ese
cuaderno. Mi vieja lo llamaba “el talismán de Graciela”. Un día,
intrigada, me preguntó si lo podía leer, entonces se lo di lo
más contenta y me dijo: “Pero Gracielita, ¿vos entendés esto?”
“Entenderlo no, mami
¡pero cómo suena!” Y allí mi vieja me miró de una manera como si
pensara: no hay nada qué hacerle, está perdida. Ahora,
pasaron los años y en una presentación de libros de
Editorial Tsé-Tsé, Reynaldo Jiménez informa que en el público se
encuentra Mariluz Luna, la viuda de Latorre. Me acerco y le
cuento la historia anterior, y ella exclama: “Tuve que compartir
a Latorre con tantas mujeres, ¡pero también con una nena!”.
Después Mariluz vino a mi casa sorpresivamente y me trajo todos
los papeles de su marido con la finalidad de que escribiera
sobre él. Terminé presentándome a la Beca del Fondo Nacional de
las Artes, con los auspicios de Enrique Molina y de Juan Gelman,
y la gané. Entre los archivos de Latorre iba a encontrar guiones
de radioteatro, escritos bajo el seudónimo de Osvaldo Prada.
¿Sabés qué eran?: las adaptaciones de films para la radio que
pasaban los sábados por la noche en el radioteatro “Lux” y que
no me los perdía nunca. Me acuerdo que hasta dieron una
radionovela ¡basada en Bergman! Y me pasé la infancia siguiendo
ese programa; al final, Latorre había estado en mi niñez de
distintas maneras.
Pero, más allá de mis motivos personales, creo que es
imprescindible advertir su importancia a la crítica. La obra
poética de Latorre marca un paso entre el cincuenta y el
sesenta, él es un precursor de hallazgos del coloquialismo, del
uso de jergas en el poema, por ejemplo, expresiones tomadas de
la publicidad. Así
como Eduardo Romano destaca el poemario “Sentimientos”
de César Fernández Moreno, yo insisto en que en su poesía,
especialmente en los poemas amatorios de Latorre, hay un
antecedente de lo que va a hacer el ’60.
Me parece que hay que subrayar que ocupa ese lugar de puente
en la Historia de la Literatura Argentina.
En cuanto a Ricardo Rojas, hay mucha gente que lo único
que sabe de él es que escribió “El
santo de la espada”,
su libro sobre el general José de San Martín, y la verdad es que
me parece lo menos valioso. Rojas nos ofrece un pensamiento
original para comprender la cultura de América Hispana. “Eurindia”,
hasta dónde yo sé, es nuestra primera Estética. Rojas crea la
Literatura Argentina como disciplina. Hace un trabajo
extraordinario recopilando su Historia Literaria que abreva en
múltiples fuentes coloniales. Siempre reflexioné sobre los dos
textos pioneros que él señala y el peso que tienen sobre nuestra
construcción de identidad y de imaginario. La “Carta
de Doña Isabel de Guevara”, una pensionada que le reclama al
Rey el pago de su pensión, y el poema “La
Argentina” de Martín del Barco Centenera: un poema escrito
por un funcionario oscuro de la Inquisición del que no sabemos
con certeza ni los datos de su nacimiento ni de su muerte en
España. Sabemos sí todas las tropelías que hizo en nuestras
tierras. Dejándonos, como dice Rojas,
“el nombre inmortal de una
obra muerta”. Su escritura, mala imitación del chileno
Alonso de Ercilla, es farragosa, ilegible, irresponsable, cuenta
las cosas “más o menos”, manda las medidas de la isla Martín
García —para zanjar un problema limítrofe con Portugal— diciendo
“a ojos vista de aquí para allá mide…” Corrupto, “chanta”,
plagiario…, así es el
padre que nos nombra. Pero, por otra parte, aún no sé de otro
país que tenga nombre dado por un poeta. Un poeta desastroso
pero poeta al fin. Con Elsa Osorio, narradora de mi misma
generación, nos planteamos más de una vez hacer el guión de una
película histórica sobre Centenera. El problema es que sería un
film de muy alto presupuesto. Pero a mí me parece interesante
preguntarse si la “legendaria” riqueza de nuestro país, además
de radicar en su ubérrima pampa húmeda, no está también en su
inextinguible capacidad de leyenda…
Respecto a Norah Lange, me llamó la atención la coyuntura
histórica que le tocó como poeta. Algo de esto ya lo había
señalado Beatriz Sarlo. Lange quiere pertenecer a la vanguardia
prestigiosa y separarse del aplastante modelo de Alfonsina
Storni, pero por otro lado está la figura gigantesca de Oliverio
Girondo, y creo que no lo puede resolver desde el género
poético, no encuentra espacio para un decir propio y acaba
haciendo una excelente obra narrativa. En sus breves poemarios
hay muestras de la gran escritora que será, muestras sueltas,
poemas que vale la pena revisar, no digo todos, ella era muy
joven, su plenitud se dio en la prosa, sin duda.
Graciela Perosio con Inés Manzano, Pedro Nazar, M. Monente,
M. Tabares, M. Martínez Naón, Marcos Silber, Graciela Zanini,
Alfredo Luna, etc.
6 — Dos décadas se
cumplen de aquella muestra tuya de pintura: “Causas
desaparecidas”.
GP —
La especialización en creatividad me llevó a practicar distintas
posibilidades: bailar, cantar, pintar. Pero sólo me considero
autorizada a enseñar escritura y muy relativamente.
Guardo esas vertientes creativas como lugar de juego donde
no hay una carrera profesional a la que responder; en esos
sitios no siento la exigencia y los transito por puro placer.
Pero en un momento la pintura creció y necesité detenerla,
porque no podía llevar adelante dos carreras artísticas más la
docencia. Los cuadros de esa muestra estaban dentro del
informalismo, pero no todo lo que he pintado es así, creo que
cuando tomo algunos elementos de la figuración mi pintura crece,
se complejiza. Esa serie de la muestra nació en el taller de
Eduardo Médici y no estaba en nuestros planes —ni míos ni de
Eduardo— que se hiciera una muestra. Eso fue una casualidad que
me sobrepasó y no sé si considero hoy una buena idea haber
permitido que se muestren esos trabajos aún muy primitivos.
Graciela Perosio con Daniel Amiano,Liliana Aguilar,Ángel
Núñez,Cristina Siri,Amadeo Gravino,Rolando Revagliatti, Cristian
De Nápoli, etc., en 1999 - Foto Daniel Grad
7 y 8 — Se me
ocurren dos preguntas. Una, acerca del Encuentro Nacional de
Escritoras, realizado en el Centro Cultural General San Martin y
del que participaste en
el 2000. ¿En qué consistió?... La otra, sobre el escritor
y sus reflexiones sobre la escritura. Como sabemos, Graciela,
hay autores más propensos a hablar de sí mismos, a divulgar en
público sus hábitos y sus vicisitudes a la hora de enfrascarse
en el trabajo, a confesar sus encontronazos con las limitaciones
subjetivas y objetivas. Están aquellos que han escrito ensayos y
aun libros íntegramente consagrados a revelar la intimidad
cotidiana. Y están los que optan por no ofrecer pistas. ¿Qué
escritores te enseñaron más, en este sentido, a través de sus
análisis, y de sus declaraciones en reportajes o conferencias o
mesas de debate?
GP —
Escritores que me hayan enseñado desde su actitud, seguramente
muchos; ahora, que yo haya aprendido, es otra cosa. Siento que
una nunca sabe lo que tiene que hacer, ¿no? Qué tiene que decir,
qué espera el lector, qué puede serle útil. Esto es un oficio y
a la vez no es un oficio, porque no cuenta con ninguna de las
certezas de un oficio. Aquí nada es preciso, taxativo.
Lo que sí quiero comentar es que a lo largo del proceso
de esta entrevista me llama poderosamente la atención todo lo
que he olvidado. Me preguntabas por allí acerca del Congreso de
Escritoras en el año 2000, por ejemplo, y me vuelven fogonazos.
Me vuelve y ni siquiera estoy
segura de que fuera esa vez que la escuché, la voz de Graciela
Safranchick leyendo un texto que me volvió loca y nunca tuve
oportunidad de decírselo; después busqué obra de ella pero
encontré muy poco. Me acuerdo casi sólo eso… Entonces, una tiene
que creer que lo vivido permanece de alguna manera, que aunque
no me acuerde, las personas, los libros que leí (y hay tantos
que no recuerdo en lo más mínimo), los acontecimientos están
constituyéndote y que lo que dejaron es igual de valioso como
inhallable, irrepetible. Una debe hacer profesión de fe y
entregar su vida como puede, que es viviéndola.
¿Vos sabés que desde hace dos años me reúno con
poetas en encuentros mensuales que llamamos Casa Abierta? Bueno,
en uno de los últimos, gracias a un texto que leyó Alejandro
Archain, un poema suyo muy bueno que habla de huellas en el
pasto que le sirven al otro para caminar; gracias a eso me
acordé de una cita de Luis Felipe Noé, creo que de la
“Antiestética”, que
dice más o menos así: para el artista lo importante es el
camino, ese camino se hace con obras. Las obras, dice Yuyo Noé,
son en realidad las huellas del andar y resultan importantes
para los otros, mucho más que para el artista mismo. ¿Se
entiende a dónde voy? Yo te puedo contar más o menos lo que me
acuerdo, lo que registré y siempre es mínimo; pero el sentido de
lo que te cuento está en mañana, en lo que vamos a hacer, en
seguir andando. ¿Estas huellas que voy dejando lo quiera o no,
alguien las va a seguir? ¿Señalarán algún destino? ¿Aliviarán
una búsqueda? No sé.
Sólo mañana sabremos si tuvo sentido hacer esta entrevista.
Y me preguntabas por entrevistadores que recuerde...; y,
la uruguaya María Esther
Gilio, esos reportajes publicados en la revista
“Crisis” eran
deliciosos; y otro material excelente: los tomos de
“Confesiones de escritores”, editados por El Ateneo, recopilaciones
de artículos de
“Paris Review”.
Graciela Perosio con Ángel Núñez en 1999 - Foto Daniel Grad
9 — “En este rincón” el romántico concepto de la
“inspiración” para escribir (las Musas, “el espíritu”); y “en
este otro rincón” Edgar Allan Poe, Plinio, Camilo José Cela,
Uslar Pietri, o William Faulkner y su
“He oído hablar de ella,
pero nunca la he visto.” Los púgiles, cada uno en su rincón:
los hemos presentado. ¿Por cuál te inclinás? O, ¿con quién más
te identificás?
GP —
Vos estás hablando de distintos personajes internos que
intervienen en el acto creativo (y aquí sigo a Martínez Bouquet
con su esquema de los seis personajes de la creatividad). Todos
esos personajes son necesarios. Hay uno que es el que escribe,
que a veces se conecta con el personaje del deseante y cuando
ocurre eso, la persona no puede dejar de escribir, no le importa
no ser Borges, ni Cervantes. Escribe, escribe, se devora el
papel. Pero en el mejor de los casos esa fiebre pasa, si no las
obras no tendrían límites (y cuando sucede es una “patología”
grave). Cuando pasa, una examina el resultado sobre el papel y
descarta, a veces todo, a veces salva un verso o un poco más y
comienza el trabajo del personaje enemigo que se conecta con el
amigo y entre ambos trabajan, corrigen, reflexionan. Hay otros
modos de escritura, por ejemplo, vos estás leyendo y se te
ocurre que ahí hay algo que te interesa, algo desde el
pensamiento, una ocurrencia teórica, tomás notas, investigás.
Puede pasar que en el proceso se desate el deseante y
arranquemos de nuevo, pero también puede que no suceda y sea
sólo un proyecto inteligente pero sin fuerza. ¿Por qué no tiene
fuerza? Porque nació de un modo exclusivamente teórico,
programático, racional. Y esto es así: cuando empezás con el
deseo (la inspiración) después podés podar, pero cuando empezás
desde lo programático y sin entraña es muy difícil insuflar en
segunda instancia ese desborde del impulso. Éste es el problema
más común que se me presentaba en el taller con las personas que
venían de la Carrera de Letras. El crítico era tan fuerte que
siempre le ganaba al deseo…, y cuando la crítica ya interviene
limitando la gestación, la escritura no resulta vigorosa. Es
como intentar educar un feto dándole palmadas, lo más probable
será que abortes o que nazca deformado. Primero la criatura
tiene que nacer. Cuando se inicia con un excesivo nivel de
crítica, de inseguridad, de dudas, el camino es riesgoso. Al
comenzar es bueno un poco de descontrol, hay que sentirse
potente, entusiasmada, infinita y acto seguido decaer y ver la
realidad de lo que quedó. En el medio, un sinfín de variantes,
de consultas, de búsquedas, pero el sueño inicial ayuda y
desespera porque una sabe que se acaba y hay que releer y
enfrentarse a la verdad.
10 — El argentino Rafael
Freda, para la edición de su poemario
“Mundo tenaz”
(sonetos; Alicia Gallegos Editora, Buenos Aires, 1993), concibió
un Estudio Preliminar de 24 páginas, interesantísimo (como el
propio poemario lo es). Entresaco lo siguiente:
“Adoptar un lenguaje
poético es lo tradicional; probar a ver qué pasa es
experimentar. Tomar lo aceptado e introducirle elementos
inesperados es innovar”;
“Me gusta imitar. Reconozco mis fuentes. Prefiero el verso
medido al verso libre, el verso rimado al verso libre, el verso
suelto al verso libre”;
“No rechazo la irracionalidad; pero quiero que mi poesía tenga
porqués, para compensar las sinrazones de las que se nutre”;
“El estudio preliminar lo escribí para que este libro imitara a los
libros de texto”; “La
poesía agoniza sin lectores, y cada vez hay menos lectores de
poesía”. ¿Añadirías, refutarías, comentarías?
GP
— La poesía no agoniza nada. En todo caso, lo
que agoniza en nuestro país es la política cultural. No hay
gestores culturales o hay muy pocos, hablo especialmente a nivel
institucional, y sobre todo escasean gestores que se ocupen del
género poético.
Para
contestarte
necesito considerar algunas características de este momento
histórico. Creo que el neoliberalismo se ha introducido con
fuerza en los comportamientos sociales y el mundo de la poesía
no es ajeno al fenómeno. Algunas características neoliberales
son el no respeto por el trabajo,
la incentivación de la competencia, el individualismo a
ultranza. Entonces respecto de la valoración del trabajo
poético, a mí me puede gustar esta propuesta y no aquélla, eso
es válido y siempre ha sido así, pero cuando una persona
sostiene una vocación durante años con un trabajo entusiasta,
con obra, con estudio, con lecturas, ese trabajo debe ser
respetado.
La poesía no va a morir si nosotros no la matamos. Pero,
¿le damos vida suficiente? La vida surge y se promueve en la
reunión de lo diverso. Una gran riqueza literaria no puede
provenir de un grupito de personas y de una o dos poéticas nada
más, de actitudes sectarias en extremo. Mucho menos en un país
como el nuestro con complejidad de regiones muy diferentes entre
sí.
Por otra parte, la política cultural no debe estar
limitada por las miserias de la política partidaria. Hay que
diseñarla como política de estado y sostenerla en el tiempo. Y
es muy poco lo que hay: pocos concursos, pocos subsidios, poca
difusión. También ante la escasez, la competencia se vuelve
feroz. Y la competencia entre nosotros no va a mejorar las
condiciones de la producción cultural, ni la va a incrementar ni
a difundir. Cada esfuerzo serio que se pierde nos debilita a
todos.
Es justo destacar el esfuerzo de los blogs de poesía. Ya
hace una década o un poco más, algunos escritores, entonces muy
jóvenes, empezaron a difundir mucha producción y a conectar a
los poetas entre sí a través de la red, esta tarea continúa hoy
(nombro a Alejandro Méndez, Selva Dipasquale, Valeria Cervero ,
Franco Castignani, María Belén Aguirre, de Tucumán,
y son muchos más, más de los que yo alcanzo a leer
seriamente y con asiduidad). En la actualidad hay poetas de muy
distintas
generaciones trabajando en blogs para difundir
nuestra poesía y la extranjera, a veces con traducciones
propias. Como es el caso de Jorge Aulicino, que siempre propone
versiones nuevas de poemas clásicos y contemporáneos, o los
sitios de poetas como María del Carmen Colombo, Irene Gruss,
Marcelo Leites, Gustavo
Tisocco, Catalina Boccardo; son incontables. Esperemos que este
empeño no se debilite a futuro. Porque eso es lo que se ve, que
muchas veces el entusiasmo decae porque al ser escaso el apoyo
desde lugares institucionales, entonces los proyectos dispersos
por todo el país, de blogs, de ciclos, de festivales, no
encuentran algo que los aglutine, que los interconecte, que los
ayude a sedimentar y perfeccionarse con el paso de los años. Es
una pena que no haya prosperado el proyecto de Casa de la
Poesía, como la Casa de Poesía Silva, de Colombia. Nosotros
tuvimos distintos intentos pero lo cierto es que la Biblioteca,
la única especializada en poesía, que tuviera como sede la Casa
de Evaristo Carriego en la calle Honduras, hoy
desafortunadamente está cerrada, y no contamos con una Casa de
Poesía ni en el Gobierno de la Ciudad ni en el Nacional. Tampoco
sé en qué quedó el esfuerzo de montar un Museo de la Poesía en
la casa de Lafinur, en la provincia de San Luis. El Museo se
hizo, pero ignoro qué trascendencia ha conseguido. En general,
creo que ni siquiera se sabe que el Museo existe.
De repente aparecen algunas excepciones como la creación
del Premio Rosa de Cobre a la Trayectoria Poética, una
iniciativa reciente de la Biblioteca Nacional, que esperemos
continúe. Pero la riqueza de nuestro movimiento poético actual,
que es enorme,
merece mucha más atención y cuidado de los existentes.
*
Graciela Perosio selecciona poemas de su autoría para acompañar
esta entrevista:
LLUVIA
Estoy oyendo llover. Y
me desintegro, pierdo las formas que me limitan para diluirme en
el agua. Estoy lloviendo y choco estrepitosamente contra el
alero del quincho y me resbalo por las canaletas, me filtro en
el jardín, arrastro la tierra de las barranquitas, me encharco
en los desagües. Asumo tantos ruidos diferentes, colores,
transparencias. Chorreo, goteo. Golpeteo contra las aplanadas
hojas del filodendro y salpico los vidrios. Me enfurezco en los
techos buscando sus fallas, sus grietas escondidas.
Yo no puedo dejar de llover. La sensatez indica el intento de
cimentarse en una casa. Una casa acogedora, de grandes
ventanales con prudentes y castas persianas, con avizores
cerrojos nocturnos. Pero no puedo abandonar la intemperie, no
ser lluvia. Lluvia. Desordenada lluvia que no admite forma
global, que está y no está en la gota, en el canto, en la nube,
que forma napas y alimenta ríos pero no está ni en lo uno ni en
lo otro.
Soy la que se derrama, se regala, penetra, fertiliza, moja,
empapa, limpia o ensucia, según.
Sólo sé caer, desparramarme, deslizarme y permanezco únicamente
en el oído de los hombres como una música de orígenes que los
empuja hacia dentro de su corazón en busca de un techo no existe
para mí, que soy la lluvia, la que está fuera. Deshilvanada,
deshilachada, descabellada, desnuda. La que está fuera llorando
su exilio.
(De “ Del
luminoso error”
(1982))
Brechas del Muro
para Beatriz, con el amor viejo
“es mero muro es mudo
mira muere”
Alejandra
Pizarnick
es
muro un
mero muro
un muro para
morir un muro
mudo
es miedo mudo de la muerte
muerdo el muro
el muro miente
MIERDA el muro
muro de muerte
siento el musgo del muro el mero musgo muelo mi mente
contra el muro el
muro es un muelle que se hunde en
oscuros mares mero
musgo mero musgo del
muro para mi
muerte Mierda
es muro es mero muro es mudo mira muere
la
vida por los amigos di
la vida di mi
muerte
mi
mera muerte mi
mera vida contra el muro contra el
muro
siempre
mira es mero muro
mira el
muro muere
(De
“Brechas del muro”
(1986))
*
sol edad es el tiempo que nos queda
soles que viajan solos rigiendo
en
tristes centros sistemas planetarios
llamaradas de vos destruyen las voces
estallan la palabra y el encuentro
mientras la vida va y va y va.
(De
“La varita del mago”
(1990))
*
IV
noche
quedóse exhausto el mar que tanto bufó el viento.
una
desmesurada noche disemina ecos de fukuyama.
y tu
voz, un susurro en la espuma del mar,
batiendo, sin embargo, duramente.
el
único problema ideológico,
verdaderamente serio
que
nos queda por debatir,
es
la muerte.
pensar, legislar, engendrar
desde su perfil estricto.
pero
¿qué si desvanecemos el luto?
¿qué
si disfrazamos la obra
del
dibujante eximio en nuestro rostro?
¿qué
podrá saber quien no empuñe
—como triunfante bandera por la vida—
la
epifanía del ritmo de la disolución?
tu
sabia disolución te hará invencible.
honra, pacientemente,
la
sacralidad del instante
y el
milagro austero de la precariedad,
ardua llave del arte,
que
siempre, aunque te abrume,
es
la orfebrería de lo mínimo.
contracara del poder.
en
fin, hija
esa
hendidura leve
del
escueto diálogo
con
la más fiel de las amantes.
(De
“La vida espera”
(1995) )
*
Caudaloso río iluminado por enervante sol
del desierto se revuelca y me revuelca de olas de juncos de
algas de arco iris de barro y remolino burbujas caracoles
movimiento la forma de las formas se perfila crece crecen
plateados peces translúcidos almibarados crustáceos del inicio
quelonios pétreos escondidos vamos hacia la orilla desbordada
vamos venimos nos golpeamos recalamos y nuevamente una potencia
nos arranca nos lleva nos deshace nos hace nos renueva nos forma
y nos deforma vamos a un tobogán túnel de limo subimos rodamos
más allá no se detiene marcha al galope el río desbocado marcha
en torrentes corre y se abre se abre y abraza al mar al mar al
que se vierte hacia él nos vence nos envía burbujas remolinos
olas que se van aquietando se deslizan por la arena de plata de
diamante de bronce de corales madreperla infinita la playa
disemina y en ella la silueta apenas pura luz que descarta con
suaves movimientos de medusa con espasmódicos ritmos de delfines
la bella hija de Urano la Dorada está naciendo ved del proceloso
océano el espejismo de horizonte invulnerable y trae el regalo
el don que ha de otorgarnos el erótico sexo que define al ser
que llegará y habrá de amarla
victoriosa por siempre la divina Afrodita
(De
“Regreso
a la fuente” (2005))
*
Para disfrutar enero en Buenos Aires,
a pesar del calor subtropical,
conviene que aguces el oído.
Hay mucho menos tránsito,
menos ruido.
Y eso permite leer
en los balcones con la fresca.
Pasear por el parque de
Palermo
sintiendo que es un parque.
Si prestas atención,
en algún momento cierto,
descubrirás un par de
cardenales,
buscándose comida
a los saltitos por el pasto.
Puede que la suerte te sonría
y veas también algún pichón,
generalmente el penacho aún no
es rojo rubí
sino sepia o ladrillo,
después pareciera que el color
virara hacia la sangre.
Te recomiendo, además,
que entres al Rosedal y hacia
la isla:
hay pocas garzas blancas,
sólo algunas volando cielo
arriba,
muy lejos de la fronda,
pero, en compensación,
en enero, sólo entonces,
puede que descubras una sabacú
o tal vez una real, o una
mora,
tienen alas gris verdoso
y sólo blanco el pecho,
pero una línea de tiza
vibrante
les cruza la cabeza negra,
mira con cuidado entre las
ramas
porque estando quietas
se funden con el árbol.
También hay un arbusto
de hojas ovales y brillantes
de un verde muy oscuro,
almenado de flores blancas por
decenas,
parecen gardenias con pocos
pétalos,
y completamente abiertos
como margaritas,
eso sí, sin aroma.
Búscalo con el busto de Darío,
en el jardín de los poetas,
no podés confundirte,
la planta lo rodea en
homenaje.
La última recomendación es
culinaria:
a mediados del mes
aparecen las ciruelas Santa
Rosa
en sazón y son una delicia,
aprovéchalas,
suelen durar una o dos semanas
y desaparecen hasta el año
próximo.
No sé si las exportan o qué
sucede pero presta atención,
no hay postre que se iguale.
Y sobre todo recuerda:
apunta con tus ojos hacia el
cielo,
la luz es una gloria a
cualquier hora.
Con tiempo despejado o entre
nubes
y aún por las noches
el aire flota tan dulce…
que casi las ciruelas se
imaginan.
(De
“Balandro”
(2014))
Graciela Perosio con Santiago Espel
*
Entrevista realizada a través del correo electrónico:
En la ciudad de Buenos Aires, Graciela Perosio y Rolando
Revagliatti.
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www.about.me/rrevagliatti
http://www.revagliatti.com/030623.html
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