Susana Szwarc: sus respuestas y poemas
Entrevista realizada por Rolando Revagliatti
Susana Szwarc
nació en Quitilipi, provincia de Chaco, la Argentina, en 1954.
Reside en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Ha publicado la
novela “Trenzas”
(Legasa, 1991), así como en narrativa breve
“El artista del sueño y
otros cuentos” (Tres Tiempos, 1981),
“El azar cruje”
(Catálogos, 2006), “Una
felicidad liviana” (Ediciones Ross, 2007); en el género
poesía “En lo separado”
(Último Reino, 1988),
“Bailen las estepas” (De la Flor, 1999),
“Bárbara dice”
(Alción, 2004), “Aves de
paso” (Ed. Cilc, 2009); y en literatura infantil
“Había una vez una gota”,
“Había una vez un circo”,
“Salirse del camino y
otros cuentos”,
“Tres gatos locos”, entre 1996 y 2010. Entre otras antologías de la
que es responsable, citamos
“Cuentos ecológicos”
(con colaboración de Adolfo Colombres, Ediciones Unesco, 1996) y
“Mujeres 3, Visiones en el
siglo” (IMFC, 1998). También el volumen
“La mesa roja”,
antología personal de su narrativa. Sus piezas teatrales
“Paisaje
después de los trenes”,
“Trenzas, el secreto robado”,
“Justo en lo perdido”,
fueron representadas entre 1985 y 2003. Cuentos y poemas de su
autoría se tradujeron al alemán, inglés, catalán, mandarín y
francés. En 2013 se editó
“Bárbara dice / Barbara dit” completo, bilingüe (Abra Pampa
Editions, París, Francia). Además de haber sido incluido su
quehacer en diversas antologías, colaboró con artículos, reseñas
literarias, poemas y cuentos en publicaciones periódicas
nacionales y extranjeras. Desde 1985 coordina seminarios y
talleres de lectura y escritura en instituciones públicas y
privadas, en varias provincias de su país y en España. Entre los
reconocimientos recibidos destacan el Primer Premio Nacional
Iniciación de Poesía (1987), el Premio Unesco (Buenos Aires,
1984), Premio Antorchas a la Creación Artística (1990), Premio
Único de Poesía de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires
(1998), Premio de Honor en la categoría Libro para Niños,
otorgado por la Municipalidad de San Miguel de Tucumán (1996).
Fue becaria del Fondo Nacional de las Artes por su proyecto de
escritura de novela (1995) y recibió el Subsidio Fondo Creadores
del Gobierno Autónomo de la Ciudad de Buenos Aires por su
proyecto de escritura de libro de cuentos (2005).
1 — Porque
no he visto representaciones de tus piezas teatrales ni las he
leído, comienzo interesándome por ellas. ¿De qué tratan las
estrenadas? ¿Tenés alguna sin estrenar? ¿Qué dramaturgos te
atraen? ¿Fantaseaste con la concepción de guiones
cinematográficos?
SS — Ahora que me hacés esta pregunta, además de
sorprenderme (es como si me olvidara de mis obras de teatro) me
doy cuenta de que no hay registros de las puestas. Las
directoras y directores tendrán fotos, algún video, pero no lo
han subido a internet. Es que cuando se estrenó la primera obra,
no había aún internet. Lo mismo con la segunda. Con la tercera
sí, pero no nos habremos dado cuenta de registrar. Ahora estoy
viendo el afiche de “Justo
en lo perdido” que dirigió Irene Rotemberg; se dio unos
meses en el Camarín de las Musas y en el Centro Cultural de la
Cooperación, en la sala Tuñón. Esta obra está basada en un
cuento de mi autoría. Así como
“Trenzas, el secreto robado”, se basó en la novela
“Trenzas”.
La primera sí estuvo escrita como obra de teatro y otras
también. La última: “La
resolana”, sin estrenar aún, sucede en una kermese de pueblo
(una especie de parque de diversiones muy “del interior”) y dos
mujeres hablan como recordando, pasan por un mismo lugar pero
por segunda vez, juegan para soportar ciertos horrores (se sabe
que se está en Napalpí, en el lugar de la masacre de
trabajadores rurales en su mayoría qoms).
Podría
decir que tanto las obras de teatro como la poesía y los cuentos
tienen “un aire” en común. El aire de los pueblos del interior
es lo que va abrazando (y abrasando) a los personajes, siempre
marginales, siempre en “la frontera”, sobrevivientes (lo que no
implica sólo un “aire de tristeza” sino la alegría de descubrir,
de conocer y de estar viviendo —que también hay— en estas
situaciones).
Dramaturgos: Beatriz Pustilnik, Maruja Bustamante, Ciela Asad,
la maravillosa Griselda Gambaro (o sea, dramaturgas). Y
ahora recuerdo también
a Susana Poujol, poeta y dramaturga.
Y me preguntás por guiones cinematográficos. Por lo general en
las críticas y también
algunos lectores, me hablan de “la película” que aparece en mis
textos, como que algo de lo cinematográfico está allí. Por la
novela “Trenzas”,
Rodolfo Modern decía en 1992, en “La Gaceta de Tucumán”:
“Y cabe agregar lo mucho que la autora puede haber asimilado del
lenguaje cinematográfico, con sus secuencias aparentemente
deshilvanadas, pero que hacen al asunto, y de las más modernas
técnicas de composición musical, lo que otorga a sus páginas
una complejidad creciente y un interés renovado para quienes
ansían la elaboración de una prosa alejada de las convenciones
al uso.”
En
la presentación de
“Bárbara dice”, en julio del 2004, dijo Amalia Sato:
“Susana Szwarc pisa: en
ese espacio que es el Chaco, la selva de América… las estepas de
Polonia, los campos de escarcha, y se vuelve desafiante con
imágenes que de ser filmadas provocarían terror, en una sucesión
de fotomontajes con perspectivas dignas de una sala de espejos
deformantes: la materia de un huevo chorreando por una montaña,
dos que juegan a
la luz oscilante de una lámpara de 25W a un crucigrama y gritan
que Holocausto es una bonita palabra por su diptongo. Eso que
Susana se atreve a pisar, después de tomar decisiones visuales
en un territorio que es todos los mapas, con un giro dadá,
amparado por el cabaret excéntrico, es un nuevo suelo donde
instilar con una síncopa las sentencias de Adorno, de Primo
Levi, de Celan, con una pequeña
muesca que es coma, que es ofrenda hecha con palabras.”
Tal vez en algún momento, alguien desee llevar alguno de mis
textos al cine. Y eso sería un placer. Ahora que digo placer,
para mí fue una inmensa alegría que el compositor Cristian
Varela basara una ópera suya en el cuento “No camines en el
barro”.
2 — Que hayas participado en las funciones del ciclo
“Kamishibai”, el Teatro de Papel de origen japonés que coordinó
Amalia Sato, merecería que nos ilustres sobre esas incursiones.
SS — Amalia fue la que nos trasmitió, nos contó,
nos “dio” el Teatro de Papel. Ella tenía en la casa de sus
padres las láminas y un teatro. Luego, cada uno de sus
“conocidos” que
deseamos formar parte del Club Kamishibai, “nos hicimos” de un
teatro. Comenzamos a hacer las funciones por diversos sitios
(Centro de España, Malba, El Ecléctico, Biblioteca Nacional,
Notorius, etc.). Algunos de los integrantes: Nicolás Prior,
Sergio Pángaro, Delius. Cada uno llevó luego sus funciones a
otros espacios (escuelas, bibliotecas, centros comunitarios). Yo
hice algunas representaciones en Resistencia, Chaco, en el
Cecual. Y esas incursiones continúan. Es muy hermoso ver cómo se
produce, cada vez, ante este hecho que llamaría poético, una
comunión entre los actores (los que narran y mueven las láminas)
y los espectadores.
Dan ganas de subirse a una bicicleta (que fue la primera forma
de transporte en Japón del kamishibai) y recorrer diversos
sitios para contar, mostrar, compartir este Teatro de Papel.
3 — Desde que comenzabas a ser una treintañera coordinás
talleres de escritura.
SS
— ¡Qué joven fui un día!, dice el personaje de “Hiroshima mon
amour” y era una treintañera. Es cierto, empecé a coordinar
talleres sin que hubiera sido —podría decir—
mi intención. Estaba
trabajando en escuelas de la provincia de Buenos Aires (Rafael
Castillo, Isidro Casanova) cuando salió mi primer libro de
cuentos (“El artista del sueño”) y varios lectores empezaron a preguntarme
si daba talleres de escritura. Ante esa hermosa demanda, comencé
a dialogar con el poeta Mario Morales, que tenía una práctica de
talleres, con Aída Bortnik, que me había hecho el prólogo del
libro. Ambos me animaron, me dieron elementos para reflexionar y
hacer. Comencé entonces a trabajar “con” los otros en eso que se
ha dado en llamar taller literario o taller de escritura. Por
supuesto, decía entonces y digo ahora, que no se enseña a
escribir, que ninguna facultad faculta al escritor. Que en el
taller se lee, se amplía el universo de la lectura, se da lo que
se dio en llamar consignas (pre-textos) como “disparadores”.
Creo que se trata de una trasmisión y que ese estar de otro (u
otra, en mi caso) produce, lleva al hacer. En la infancia
pensaba que leer a otros en voz alta era una tarea hermosa y de
algún modo me dediqué a eso. Creo que coordinar un taller de
escritura es un trabajo (tarea, oficio) muy especial. Viene
alguien a mostrarnos eso íntimo que implica componer un texto y
quien coordina recibe este dar, esto nuevo que alguien puso
en el mundo. Y habrá de sugerir, mirar, decir con
absoluto cuidado. Y a veces, leyendo con el otro un poema,
alguna frase, se produce una comunión, un captar juntos la
música del texto.
Susana Szwarc en 2015 con C. Barbarito, L. A. Ponce, H.
Toscadaray, M. Pugliese, etc.
4 — “La Sin Rival” se llamará la Biblioteca Popular
que en Quitilipi estás empeñada en fundar. ¿El nombre fue una
propuesta tuya? Desde tu infancia de quitilipense hasta la
actualidad, ¿cómo se fue transformando esa ciudad? ¿Hay allá
parientes tuyos? ¿Es desde que comenzaste el colegio secundario
que residís en la Cabeza de Goliat, desaseada y
derechosa Capital Federal?
SS
— Es buena la palabra que usás; “empeñada” en fundar. Es que
exista esa posibilidad en nuestro país, en todo lugar del país,
en el pueblo más pequeño y en la ciudad más grande, de crear una
biblioteca, de recibir ayuda material para su funcionamiento,
que sea totalmente autónoma (son los habitantes del lugar con su
comisión de biblioteca, la única que decide), y que no se
utilice, es no sólo una pena sino una necedad, o simplemente se
ignora. En Quitilipi ya están todos los pasos dados, faltaría
que se habilite el lugar (que también ya está habilitado en los
papeles). El nombre fue decisión de la comisión. Querían poner
el apellido de mi padre (que es también el mío) pero me opuse. Y
mis padres tenían en el pueblo una tienda que se llamaba “La Sin
Rival”. Votaron por ese nombre. Pensé, después, que es bonito
que una biblioteca no se maneje con rivalidades. Las bibliotecas
populares ofrecen la posibilidad de realizar talleres,
seminarios, charlas, ciclos. CONABIP colabora con el envío de
coordinadores así como con el envío de libros. Y contribuye
económicamente para que las cosas sean posibles.
Los pueblos “del interior” son otro mundo, existen los mismos
códigos que en la gran ciudad pero también otros. Y como el
lugar es pequeño, salta a la vista la diferencia de clases y a
la vez las ayudas entre unas y otras como también la exclusión,
el maltrato. Pero si bien todo está a la vista, se oculta. Y el
poderoso es quien se impone.
No
hay familiares allí. Mis padres “cayeron” a Quitilipi en el ‘49.
Se conocieron en Buenos Aires; podría decir se re-conocieron
porque estaban hablando la misma lengua. Ambos venían de
Polonia. Ambos sobrevivientes. Y por esas cosas, llegaron hasta
el pueblito. Quitilipi esta al lado de Napalpí, donde en 1924 se
produjo una masacre feroz.
Los obreros qoms pedían mejoras salariales y se produjo
una matanza. Una locura criminal que se oculta aún, que no
aparece en los libros de historia. Fijate que coincide
aproximadamente con la fecha de la Patagonia Trágica y cómo los
terratenientes actuaron como asesinos. Esto lo digo por tu
pregunta de si hubo cambios en el pueblo. (Y tal vez estoy
respondiendo que no hubo.) En mi infancia allí, no había
pavimento. Llovía y el barro divertía a los chicos si no era
torrencial y asustaba. Después llegó el pavimento. Pero el
supuesto progreso trajo progreso y atraso. El tren que pasaba,
dejó de pasar (como en casi todo el país en la década de los ‘90
con el auge del neoliberalismo. Y eso fue un golpe para los
habitantes de los pueblos de todo el país). Pero Quitilipi no es
un pueblo abandonado. Se sigue cosechando por allí, y el pueblo
funciona. Así como los pueblos vecinos, por ejemplo Machagai
está muy bonita con sus diagonales y árboles y flores.
En estos pueblos (en estas provincias)
sucede algo que no sucede
en la capital. Hay habitantes indígenas. Cuando era chica
estaban en “La Reducción” que luego se llamó “La Reservación”.
Fijate estas horrorosas palabras. Después eso cambió,
supuestamente. Fueron a barrios “cerrados”, se convirtieron en
la mano de obra más barata. Qué increíble cómo se naturaliza lo
que no es natural. Cómo esas tierras que pertenecían a los
quoms, a los wichís, a los guaraníes, pero que estaban sin
alambrar porque “quién
puede pensar que la tierra es algo que se compre o que se
vende”? (dice Luis Benítez en
“Manhattan Song”),
ahora tienen sus dueños (que explotan la tierra y a los que la
trabajan). (A veces hay algún interludio).
En
Quitilipi está el maestro Belén que tiene una radio, la mejor y
que escribe también en diario “El Norte”. Tuvimos muy buenos
maestros, la escuela pública funcionó de maravillas y algo de
eso queda aún. Hay dos bibliotecas públicas (diferentes a las
populares) que están hace años, el pueblo tiene sus lapachos y
laureles, también jazmines magnos. Había un cine en mi infancia
que luego dejó de funcionar y ahora es un centro cultural.
También funciona un cine nuevo. Hasta el año pasado se
preparaban comparsas para el carnaval que daba trabajo a muchos
habitantes.
Por algún motivo, los padres nos mandaron a las hermanas mayores
a la capital. Lugar gigante. Y sí, derechoso. Sin embargo, no
logró la ciudad atraparnos en esa vorágine sino que encontramos
la grieta para percibir “el otro lado de las cosas”. De todos
modos, pasar de un lugar pequeño, viviendo amontonados, a la
gran ciudad a los diez y doce años, solas dos niñas, habrá sido
de lo más interesante.
5 — No sólo te voy a preguntar qué estás escribiendo en la
actualidad, en qué géneros, sino también si prevés algún tipo de
obra de esas que requieren mucha investigación, o si no deja de
rondarte algún tipo de trabajo literario que temés que no puedas
realizar o que realizándolo imaginás que pudiera no
satisfacerte, renegar de él y nunca publicarlo.
SS —
Actualmente estoy con un libro de poesía casi terminado, me
falta volver a revisar, a ubicar los poemas espacialmente. Y por
ahora creo que se llamará “El ojo de Celan”. Tengo empezada una novela y otra terminada, se
llama “La muertita”. Y
me ronda otra, donde quiero investigar sobre los lugares que
visitó Sara Gallardo y ficcionalizar sobre ella. Pero no sé si
me pondré a escribirla. También me rondan otras ideas en teatro.
Y tengo un libro de poemas en literatura infantil, se llama “En
un lugar de la mancha”
(porque hay manchitas, por ejemplo de tinta). Es curioso cómo la
propuesta de escritura aparece con su “forma”. Por ejemplo, no
me rondan cuentos en este último tiempo. De todos modos creo que
se está siempre renegando (me gusta esa palabra).
Susana Szwarc en 2004 con Florencia Abbate, Rolando Revagliatti,
Marta Braier, Andi Nachon y María Cristina Santiago - Foto
Daniel Grad
6 — Has sido
invitada más de una vez a la Feria del Libro de Resistencia,
Chaco. ¿En qué han consistido tus participaciones y cómo las
evaluás?
SS — Ir a las
ferias de distintas ciudades, me gusta mucho. Ir a la Feria del
Libro Regional del Chaco, me es, cada vez, un placer. Me hace
feliz llegar a esa provincia. Es como que el cuerpo reconociera
los cuerpos de los árboles, de los pájaros y también de las
amistades, y se alegrara de estar allí. He participado
presentando libros: por ejemplo “Tres
gatos locos”, libro de cuentos para chicos con ilustraciones
de Eugenio Led. Este libro fue editado por la Secretaría de
Cultura de la provincia y se entregó gratuitamente a escuelas y
bibliotecas. Este año presenté la antología personal “La mesa roja” y el libro traducido al francés. Además se entregaron
los premios a los ganadores del concurso Veiravé, del que fui
jurado. El primer premio fue para el poeta Luis Argañarás. Las
actividades son múltiples, cada año la feria tiene un país
homenajeado (este año fue Bolivia). Y cada vez hay diferencias
que la enriquecen. Todo lo que se hace en Cultura en el Chaco es
abundante y de nivel. La Feria del Libro es una parte de las
múltiples actividades (hay buen cine, exposiciones de pintura,
danza, la fiesta de la escultura, talleres). Mientras respondo
pienso que es una provincia especial: montones de cosas que
faltan, cosas para
“quejarse” y —a la vez— logros muy grandes:
escuelas bilingües (se aprende toba, wichí), hospitales que
funcionan muy bien, etc.
Susana Szwarc con el poeta Luis María Cumbreño
7 — Has mentado un
insoslayable clásico del cine francés. ¿Qué otros filmes
recordás o has visto más de una vez o volverías a eventualmente
disfrutar en los próximos quince días (o meses, o años)? ¿“Te
tira” más lo francés?
SS — Es
cierto, recordé “Hiroshima...”, pero lo pensé por quien escribió
el guión, lo pensé por Marguerite Duras. Tuve un momento en que
me era imprescindible leerla. Pero volviendo a tu pregunta, sí,
me gustaba el cine francés. Hasta que conocí a Tarcovsky,
recuerdo aún cuando vi “El Espejo”. Y “Stalker”. Y “Nostalgia”.
Me tiraba lo francés. También el cine ruso, el checoeslovaco, y
¿te acordás de la maravillosa “Cuernos de Cabra”, esa película
búlgara, creo? También me tiraba el cine italiano. Por supuesto
Fellini. El otro día vi “Amor y Anarquía” de Lina Wertmüller, y
me enterneció. Aunque me pareció exageradamente romántica, algo
inverosímil y preciosa, al fin. Pero acercándonos, me ha gustado
mucho el mexicano Ripstein. Su ferocidad me ha hecho reír,
supongo que defensivamente. Siguiendo con México, me gustó
muchísimo “Japón”, de Carlos Reygadas. (Algo de la mirada de
Tarcovsky hay por momentos allí, y a la vez otras cosas. Y logra
escenas no vistas antes.) Y el cine argentino también ha dado
grandes películas: pienso en “La Casa del Ángel”, “La Ciénaga”,
“El Hombre de al Lado”, “Historias Mínimas”, “Bolivia”, “Un
Cuento Chino”… Por supuesto que no podemos obviar las maravillas
que logró el cine alemán de pre-guerra, esa iluminación, porque
tal vez se trate sobre todo de la luz en el cine. Y ¿de qué se
trataría en la escritura? ¿También sería de la iluminación?
8 — En la Biblioteca Nacional estás coordinando con Laura Szwarc
—¿nos la presentás a Laura?—, un Taller Performático, el que
también se promueve como Poesía en Acción: ¿en qué consiste?
SS — Un gusto
presentar a Laura Szwarc; ella se dedica al arte y a la
educación, es directora de “Akántaros”, está en el grupo
performático “Las parientas” y pronto saldrá su libro de poesía
“Harina en vuelo”. Con
Laura venimos investigando ciertas cuestiones juntas,
coincidimos en los interrogantes y me da gusto que sea mi hija.
Te diré que las performances adornan y remodelan el cuerpo,
cuentan historias, permiten que la gente juegue con conductas
repetidas (se presenten y re-presenten esas conductas). Cada
performance es única, distinta de las demás. Hay repetición,
pero lo mismo no es lo mismo. Y el cuerpo es metáfora y materia;
sujeto y objeto; texto y lienzo; significado y significante. Las
performances, en las sociedades que reprimen los deseos,
expanden significación. Trabajamos en el taller con el material
que cada uno trae pero también, como lo enfocamos a lo poético,
el taller se basa especialmente en el lenguaje escrito sin
perder de vista el otro cuerpo.
Susana Szwarc con Daniel Barroso, Esther Pagano y
Rolando Revagliatti
9 — En un artículo de Alberto Luis Ponzo que acabo de releer
—publicado en la revista “Poética” (1986)—, cita a Lawrence
Durrel: “No es el arte, en
realidad, lo que perseguimos, sino a nosotros mismos”. ¿Qué
reflexión te provoca esta cita?
SS
—
¿Somos nuestros propios perseguidores? El arte, “esa cosa” que
fue sembrando la historia de la humanidad, demostrando, acaso,
que el progreso es una farsa. Y así, con el arte, tal vez nos
hayamos prometido mejorar el mundo. Recordé a Girri, lo cito
creo que textualmente: “Ya
no es tiempo de prometer/ sino de recibir lo merecido”.
*
Susana Szwarc selecciona poemas de su autoría para esta
entrevista:
Invitación
I
Alguien, como un teorema, nos ha cercado
con una magia suave, todavía.
Casi nada sabemos
sólo el ruido —musical— que dejan los trapecios
y confunden.
Toda la historia entra en una copa,
suspendida por la ventana en su equilibrio.
Una tos aleja del ensueño.
Nos avisan: no leer ya tragedias,
evitar la inquietud.
Mi pura verdad vacila y la copa se mueve.
Caerá,
se hará trizas en la vereda de las grandes ciudades
donde nunca (nunca, que recuerde) he comido.
(—¿qué comíamos?
—letras.)
Se nos escapa la risa como un huevo
pasado por agua que evita el incendio
de la casa,
(a todos a veces se nos rompe).
II
Recordar. He mirado los árboles vacíos del invierno
y los he visto completos otra vez.
También la otra
—niña— ajena, los ha visto.
Árboles nos permitían el saludo, el adentro y el afuera,
y la prohibición encubierta que separa
las toses.
Qué hace, en la luz de la mañana, el milagro
de la diferencia.
En esa luz alguien sueña con un padre que bendice,
que alimenta,
y que no sabe de la desmesura del sentido.
Porque alguien sueña
yo también.
Un país no es un solo lugar para el derroche de pasiones.
La vuelta al mundo recomienza su andar
y todo el pueblo
entra en nuestros ojos como un fruto maduro,
a punto de morder.
Justo en lo perdido, una migración.
(de
“Bailen las estepas”)
*
¿Sonreía?
Alguien arroja un huevo
crudo (podría ser también por agua),
hacia la zona de montañas, altísima,
justo en el lugar de las nieves eternas.
Ese gesto es trivial, tan cruel (casi)
como el gesto del asesino que arroja
cuerpos
al océano
pero que, por algún motivo del azar, se ve
en los ojos de la víctima, que le sonríe.
¡Ah!, cada día, cada noche,
la misma inconcebible pregunta:
¿por qué sonreía?
o aun: ¿por qué me sonreía?
Y cada vez
el verdugo cierra los ojos, aprieta los oídos
como esos niños atormentados por los gritos
de una madre todavía inexplorada, y se muerde
los labios.
—No hay que aceptar la pregunta— piensa.
No le dice a nadie lo que piensa.
Mientras la frase no le salga de la boca
nadie (nadie) contará el cuento.
Ahora (que alguna vez es siempre),
la dignidad de la montaña
resbala junto con la yema.
Hay manchas de luz.
La noche es negra y blanca:
como no saber si es de día
o se hizo pedazos la montaña.
Ninguna jarra para guardar un trazo
de la nieve, ni regazo.
Si algún tierno, tesoro,
deforme (¿yo, vos?)
mirara hacia allí diría,
entre lágrimas claro,
—¿cómo cuelga así? Cáscara, yema,
montaña.
La caída de qué letra, o paisaje
sin reparo.
¡Ah!, pero el tiempo no se queda quieto. Sopla.
(de
“Bailen las estepas”)
*
Bárbara
Ese cuerpo excesivo
aún después del strip-tease
es tan leve como el mejor
afiche ante mis ojos.
La estética del poster
me hace sonreír
y mecerme en la silla de mi casa
(al compás del ritmo ajeno).
¡Ah! es exactamente igual
que ofrezca Bárbara su carne
—de verdad, de mentira—
para mí.
Su nombre acerca a
mi memoria
el poema de Prevert
aunque ella insista: “mirá, también me llamo Sonia
y no hay en mis manos ni crimen ni castigo”.
Pero ninguno de estos recuerdos
sirve esta noche,
ella está allí, quitándose siempre
su ropa dorada, justamente para llevarnos al olvido
y su cuerpo es un mapa perfecto,
un territorio para abrazar,
arrojar monedas,
atrasar relojes.
De pronto ya no sé
qué sucede.
No hay ruido de pulseras en la habitación de al lado
y la música que sale de la radio,
que despierta a los vecinos,
me afecta el sentido del gusto, la clarividencia.
Un hombre, otro hombre,
abraza a Bárbara.
Bárbara tristeza la
del hombre
que la abraza y no apaga así
sus lágrimas de carne.
Pero el llanto es de los dos
y valen nuestras monedas.
(de
“Bárbara dice:”)
*
Quisiera enterarme
Quisiera enterarme de que nada
tiene forma, decías. Y acepté,
hasta el fondo de la copa del árbol,
de la copa del río.
Ninguna de las otras (creía)
se ahogaba como yo. (Me hundí.)
No hay placer, dijiste
mientras vaciabas al padre
en la botella y mi cuerpo te servía.
¿Te habías ido? ¿Y las otras?
Tuve vértigos
como si alguno más
se cayera del mundo.
Dormida, en la noche de fiesta,
alcancé a oír: ¿qué hay después?
Al despertar
había panes
en mi cama.
(de
“Bárbara dice:”)
*
Engaú
Estamos adentro del sueño.
Es bella la noche, tu partitura.
Sé que es mejor mantenernos
callados. Sin embargo
esa compulsión de llenar
me hace decir: “no me arrepiento de nada
ni siquiera de no haber probado cocaína”.
No sólo escucho sino que veo
cómo se ríen de mí.
Sobre la mesa, las sillas, la cama:
los libros apilados como “camisas
que no caben”.
Siempre esa misma dificultad
cuando alguno quiere sentarse,
porque se alejó de la ventana.
Entonces soy yo la que se ríe
y comienzo a cambiar las pilas de lugar.
Acomodo los libros en el suelo
con la misma delicadeza
con la que cambiaba los pañales.
De pronto, en la biblioteca, irrumpen las botellas:
vino, fernet, ginebra, anís, grapa.
Sé perfectamente que estamos adentro del sueño
y no creo que exista aquí, en esta ciudad,
en ninguna ciudad,
algo como la grapa del pueblo de la infancia.
Tampoco la niña que pregunta
y revuelve en la pregunta:
¿por qué los cosecheros golondrinas toman grapa
hasta el hartazgo?
¿Por qué si estuvieron días bajo el sol,
ellos, sus mujeres, los hijos,
arrojaron las monedas —no
a la fuente—
sino al paisaje de la zanja de la grapa?
Antes habían comprado una frazada con más colores
que el cielo. Más tarde, vacíos los bolsillos,
se acomodaron en mi umbral.
La frazada repartida entre sueños por los que también
caminé: algodonales, algodonales,
pero sólo mordíamos naranjas. ¡Ah!, cómo recuerdo
engaú, esa sed. Y después, mucho después —todavía—,
la frescura en las bocas.
Pero decía del sueño de esta noche. Es el momento justo
en que una ciudad se burla de mí.
No me arrepiento digo: he olido jazmines,
fresias, lirios. Si olí hasta las flores de loto
de una película vietnamita y presté —también— mis manos
cada vez que un amante
pronunciaba palabras
y las dejaba caer, sueltas, en la madrugada.
Yo corría a buscar hojas, más hojas:
anotaba como los viejos copistas.
Me vi llorar dentro del sueño,
me vi desierta, decirte: si supiera escribir tu música,
las notas exactas de la fiesta de la angustia.
Brilla (mi amor) tu amor en el agua del jarro.
Afeitan tus manos de mis lágrimas lo amargo
y convidan al mendigo.
—Ni una gota más—, dije en el sueño.
Estiré los ojos para mirar el pájaro de cada mañana.
Insistía: pío, pío, pío.
Y ellas (Bárbara, Sheila, Luva, Patricia) dijeron:
—lo descolocado nos excita.
Pagaste. Pagamos. Pagaron.
¿Quién se atrevió a decirles prostitutas, sólo para poder
separarse cada vez sin dolor?
Cerraron los monederos azules, rojos,
amarillos. Cerraron la puerta del sueño.
Adentro, ¿quién se atrevió a decirme?:
“es hermoso estar así, solo, con alguien.”
Disimuladamente, arrojé mis monedas,
engaú.
(de
“Bárbara dice:”)
*
El desorden de las relaciones de propiedad
a
Guada y José Kózer
Y yo, volví al hospital.
En el largo pasillo repleto esperaba
—esperaba de pie y te leía—.
En un solo movimiento: girar la cabeza la página
un dedo de la mano izquierda,
los anteojos de leer cayeron
—sobre el mosaico—.
Cada pedacito de vidrio mostraba
una garza
sin
sombra,
que empezó a recorrer el pasillo con sus zancos.
De lejos la vi apoyar su lomo
en el vendaje de una pierna. Despacio
me acerqué.
Es mi garza decía —un
poco
a los tumbos— pero cada uno deseaba a la sanadora.
Es mía, insistí, riéndome
por las cosquillas que me hacía —garza— en su desorden.
Salieron los médicos al pasillo —salieron por el revuelo—
y llamaron: Garzas.
Nos hicimos
—sombra—.
(Inédito)
Susana Szwarc en 2001 - Foto Daniel Grad
Susana Szwarc en 2001 con Carlos Spinedi, Rolando Revagliatti,
María Dolores Lucero, José Emilio Tallarico y Oliverio Coelho -
Foto Daniel Grad
Susana Szwarc con Máximo Simpson y Adolfo Marino Ponti.
Cuento publicado en Pagina 12
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Susana Szwarc y Rolando
Revagliatti.
http://www.revagliatti.com/040308.html
http://www.revagliatti.com.ar/011107.html
https://vimeo.com/78639248
https://vimeo.com/78639249
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