Nacido en París
el 21 de junio de 1905, filósofo, dramaturgo, novelista,
narrador y ensayista, Jean-Paul Sartre fue, qué duda
cabe, el animador más importante de uno de los
movimientos filosóficos de mayor repercusión en los
ambientes académicos, políticos e intelectuales de
Francia de posguerra.
Pero con
el existencialismo -rótulo impuesto por el filósofo
católico Gabriel Marcel-, ocurrirá lo mismo que con
otras modas culturales: tras una eclosión apoteósica
devendrá el olvido. Ya incluso antes, en tiempos de su
mayor auge, había sido bajado del pedestal de la
filosofía por los positivistas lógicos que, como Rudolf
Carnap, lo catalogaron como ideología y no como
filosofía. No obstante ello, el aparato conceptual del
movimiento -angustia, náusea, nada, absurdo- fue
enquistándose en el uso cotidiano hasta hacerse parte
del folklore citadino francés.
Tal vez en él,
como no en muchos otros, pese al intelectualismo
indolente que marcara su primera etapa, podemos
reconocer al filósofo de la libertad sin concesiones, de
la consecuencia extrema, del compromiso político y de la
praxis, alguien que -como Bertrand Russell y su
infatigable lucha contra los crímenes de guerra- a pesar
de la vejez y el lastre de la ceguera -aunque sus
enemigos hayan divulgado con maledicencia que había sido
echado fuera y hasta escupido por los insurgentes de la
Sorbona-, tomara partido por los jóvenes en las
revueltas estudiantiles de mayo del 68.
Pero Sartre no solo fue
solo la caricatura que muchos han querido hacer de él o
aquel activista de postal, cercano al clamor de las
revueltas sociales o al impulso vivo de las masas, sino
fue también un intelectual humanista y filósofo de la
existencia que, durante la segunda mitad de su siglo,
llegara a ser considerado por muchos como la conciencia
moral de su tiempo. Un anticolonialista que se
pronunció, contradiciendo los intereses franceses, a
favor de la independencia de Argelia, o un francés que a
inicios de 1980, al ser cuestionado algunas semanas
antes de su muerte sobre el por qué gran parte de los
intelectuales de su época se habían dejado seducir por
los ideales y utopías comunistas, respondiera: “Porque
se trataba de encontrar un porvenir a la sociedad. La
sociedad tenía que dejar de ser la porquería que es hoy
en todas partes. Yo no pensaba en cambiar el mundo por
mi solo y por mi propio pensamiento, pero divisaba
fuerzas sociales que intentaban avanzar y yo me
convencía de que mi puesto estaba en medio de ellas”.
Sartre vino al mundo
cuando éste alcanzaba apenas el primer lustro del
convulsionado siglo XX -siglo marcado por dos guerras
mundiales, explosiones atómicas y un neocolonialismo
galopante-, y quedó huérfano de padre solo
un año después, en 1906. Dicha ausencia marcará su niñez
al lado de su madre, una viuda que se volverá a casar
años después. Algunos dicen que tras la
revelación de su fealdad decidirá hacerse genial, o
abstraerse al universo conceptual que dominará las
dimensiones de su pensamiento. Quizás algo de ello pueda
intuirse en uno de sus textos confesionales incluido en
Las palabras, donde escribe: “mi primera
relación con el mundo fueron los libros”.
En 1924, al
ingresar a la Escuela Normal Superior, conocerá a Paul
Nizan, a Merleau-Ponty y Raymond Aron, sociólogo y
teórico de la historia con quien trabará una especial
amistad, que terminará tras un pleito político que los
distanciará a ambos, y quién luego le “dedicará” un
libro y los capítulos de Los marxismos imaginarios,
en el que Sartre es criticado, al lado de Althusser, por
“su revolucionarismo verbal”, y donde, con un poco de
mala leche, el existencialismo y el estructuralismo
marxista, son tratados como “sectas, contemporáneas y
rivales, del izquierdismo parisiense”.
Un año fundamental en
su itinerario biográfico será 1929, año en el que tras
obtener la agregation en filosofía, conocerá a
Simone de Beauvoir, que ocupará el segundo lugar tras de
Sartre. A partir de ello, ella se convertirá en la
compañera de su vida, y llegará a escribir en sus Memorias..: “Cuando yo lo dejé a comienzos de 1929,
sabía que Sartre jamás saldría de mi vida”. Y ellos
serán el centro de aquel movimiento cuyo auge entre
1945-50, convulsionará el bohemio barrio Saint
Germain de Près.
Pero el existencialismo no
fue sólo una moda de boulevard o cafetines parisienses,
sino fue también una corriente de una dispendiosa
tradición filosófica que podría remontarse a los
precursores postulados filosófico-teológicos de Blas
Pascal, los de Soren Kierkegaard, y extenderse luego a
pensadores tan disímiles como Heidegger, Karl Jasper,
Gabriel Marcel, Albert Camus, Miguel de Unamuno y otros
autores referenciales, que fueron dejando una
importante huella en la historia del pensamiento.
Su filosofía
giró en torno a dos de sus más importantes obras El
ser y la nada, de 1945, y Crítica de la razón
dialéctica, de 1960. En su etapa fenomenológica, que
se extiende a la primera, en contra de los determinismos
esencialistas, que plantean la idea de una “naturaleza
humana”, Sartre ve al hombre condenado a la libertad, y
con la necesidad de construir su propia esencia para
seguir existiendo. Pero con un posicionamiento del
sujeto, que resulta hostil ante la presencia del otro,
que tiende a objetuarlo, transformando el mundo en una
tensión de “pesadilla”.
Sartre ha
dicho que, luego de la comprensión teórica ya no se
puede ser el mismo de antes, pues la comprensión implica
transformación. Su comprensión de Marx llegará recién
tras una relectura que hiciera de él en la década del
cincuenta. A partir de ello, asumirá el compromiso
político como horizonte teórico y estrategia de praxis,
entendiendo las libertades alienadas en situaciones
concretas, para afirmar, en asonancia con algunas de sus
predilecciones de la primera etapa, que la libertad del
sujeto no significará nada sin la libertad social.
Combatiendo a partir de ello, contra todo el
colonialismo y matiz totalitario, lo cual ocasionará los
atentados contra su vida ocurridos en su departamento de
la rue Bonaparte.
Hacia el año 1964 Sartre rechazará el
Premio Nobel, aduciendo razones ético-políticas: “Yo
sé bien que el premio Nobel en sí mismo, no es un premio
literario del bloque del oeste, pero es una realidad lo
que han hecho de él (...) En la situación actual, se
presenta objetivamente este premio como una distinción
reservada solo a los escritores del oeste y a los
rebeldes del este.
Bernard-Henri Lévy, en un ensayo
laudatorio, ha llamado al siglo XX, El siglo de
Sartre. Pero Sartre también tuvo detractores,
quienes le criticaron su inercia ante la ocupación
alemana en Francia, pese a que en 1940 fuera recluido en
un campo de prisioneros de guerra nazi.
En 1974, ante el avance de la ceguera,
se verá forzado a dejar de escribir. No obstante seguirá
hurgando en pos de formas novedosas de indagación
teórica, sin temor a la originalidad y a desdecirse.
Acercándose paulatinamente, mientras trabajaba en un
libro sobre la “teoría de los conjuntos prácticos”,
que nunca terminó, a lo que metodológicamente llamó
“pensamiento plural”. E insólitamente hablará de
la esperanza, la moral y la fraternidad.
En su último texto.
La esperanza
ahora.., un diálogo con Benny Lévy, publicado en
Marzo de 1980, explica esto: “dos hombres, poco
importa la diferencia de edad, que conocen bien la
historia de la filosofía y la historia de mis
pensamientos, y que se asocian para trabajar sobre la
moral. Moral que además entrará en contradicción con
algunas ideas que tuve.
Al no poder escribir, tuvo la
necesidad de dialogar. Buscó un secretario para eso, y
encontró a Benny Lévy, que se había iniciado en la
filosofía a los 15 años, a partir de sus obras. Y lo
invitó a participar en la meditación, experimentando en
esa nueva forma de indagación teórica. “Esto resulta
abominable, mi pensamiento diluido a través de otro”,
decía, pero pensaba que la ventaja de un pensamiento
plural está en que no posee una entrada
privilegiada, sino varias, que cada quien aborda a su
manera.
Sartre morirá la noche del 15 de abril
de 1980, tras ser internado por un edema pulmonar en el
hospital de Broussai, pero sus ideas finales -quizás
marcadas por los acontecimientos de Mayo del 68- sobre
las fuerzas sociales, que en solo unas décadas lucharán
como movimientos de masas, fragmentados en pos de fines
definidos y particulares, nos dará las pautas para una
agenda que recién ahora nos detiene: el ideal del
“progreso” sustentado solo en parcialidades.
(C)RAFAEL OJEDA
2007