ESCENA

 

 

Nosotros esperábamos jinetes, jinetes no sabíamos de quién,

jinetes quizá de nadie. Alguien tenía que enviar jinetes,

eso nos dijeron, por eso los esperábamos. En calmar llagas

con vendas de silencio

matábamos el tiempo. Así

esperábamos jinetes. Pero

ya no esperamos. Porque en esto

se nos fue la vida, pueden

reírse, en esta escena.

Todo era un engaño.

 

                                             (c) Santiago Montobbio

 

EL TEÓLOGO DISIDENTE

 

No existe la muerte, no ha existido nunca.

Aunque bajo su amenaza haya vivido el hombre,

en su mentira, no existe la muerte, no existe,

y si adivináis tras la luna el exacto rostro

de la ausencia, si con olvido miráis

la pupila oscura de la espera

entenderéis que no existe, que de verdad no existe

y que cómo iba a existir ella y qué nombre

hubiéramos podido darle entonces a esta tierra.

 

                                                      (c) Santiago Montobbio

 


 

BIS

 

Es la historia de siempre y también

en la que hay más enredaderas: una vez

nos dieron la tierra, pero

como nos dio la sensación de que no era

sino otra forma de engañarnos y hacernos perder

el tiempo entretejiendo

la ilusión de que algún día

íbamos a poder hacer algo con ella

dejamos que se nos muriera.

                                             Sin llegar siquiera

a ser un inútil consuelo nos queda

la literatura como forma

de tomarle el pulso a las miserias.

 

                                                  (c) Santiago Montobbio

 

 

VUELTA

 

Crepusculaba amenazas y con fingidos jazmines

carne daba a miserias o batallas

por conseguir ponerse nombre

a través de papeles o misterios sepultados:

cinturas con livianas mordeduras de hambre,

martillos, rojos, clavados adioses y ojos

con demasiadas tortugas como para ser fotografiados:

crepusculaba, del cielo precisamente huérfano

nostalgias de sí o de nada

crepusculaba.

 

                                                            (c) Santiago Montobbio


ÚNICA EDAD

 

 Porque alguien fue un instante hermoso

y de antiguos, nunca escritos libros rescató

palabras parecidas a piedad -o casi tan extrañas-

ante la impasibilidad estéril de los muros

como en un final cualquiera comprendimos

que la única edad del hombre es la que calla.

                                                                          (c) Santiago Montobbio

 

 

¿FÁBULA Y SIGNO?

 

Como jamás habíamos pensado que Dios podía ser tan pequeño

como para dudar de su propia existencia

nos sorprendió encontrarlo con los dientes desnudos

en las orillas del frío.

 

Dichosos por saber que lo teníamos dentro,

lo tendimos al sol, como si fuera una fiesta.

 

                                                                 (c) Santiago Montobbio

 

UNA MUJER

 

 

Una mujer se hace así: sobre las espinas del sueño,

con un poco de luna y como escogida cárcel

donde la luz se amanse. Una mujer se hace así,

y si no debería hacerse de un modo parecido.

 

(                                                                        c) Santiago Montobbio

 

HISTORIA GRIEGA

 

Noche ni con más noche se consuela. Después

que un árbol arrancado probó a con sus

sombras congraciarse ofreciendo a las pequeñas,

diarias muertes caramelos exilio

de nadie se ha hecho el verso:

hasta el estúpido oficio de leerle al tiempo

las líneas crueles de su mano se ha perdido.

                                                                                     (c) Santiago Montobbio

 

TODA HISTORIA

 

 

Toda historia es simple y se me olvida.

Quizá me fui a tomar café, quizá la amaba

y me perdí entre jardines de piernas esmaltadas

que fueron juncos trenzados de palabras

y después retama que mi lengua de trapo

había hecho trizas. Quizá fue el amor,

quizá el café, tal vez la noche. El recinto

sin madrugadas, con sangre y lunas rotas,

el recinto, el barranco de dientes oxidados

o el valle de hojas de afeitar dulcísimas

no hería o no existía. Quizá fue el café

o fueron sus piernas, o quizá la amaba.

Toda historia es simple y se me olvida

en las axilas de mi ciudad tristísima.

Sabedlo ya: mis ojos no se acuerdan de qué miran.

 

                                                                    (c) Santiago Montobbio

 

 

URBE

 

Me han dicho que por aquí vive un poeta

que a fuer de humano ha llegado a celestial, dije.

Y añadí: si cree que es broma, ahora viene lo bueno:

lo digo totalmente en serio. En antiguas hojas

crepitaba el silencio. Completé rompiéndolo:

nombre no tiene, porque vive

precisamente en su busca. !Ah, ese!,

contestó el mesonero. Dicen que se hizo unos andamios

con sonetos celestes, pero la verdad es que nadie

sabe bien dónde para. Probaré si hay suerte, dije.

Y así vi sujetos, telarañas trenzadas por ellos

con sus misterios y cómo entre todos reunían

la leña de los verbos para irse juntos

al fuego del Gran Verbo. Pero no. No

he podido verlo: está ya muy lejos,

y ha llegado a ciudad extraña, una ciudad

fundada por él o sus sueños y donde

yo me pierdo porque en ella las calles

trazan su cara. Algunos sí que tienen

buenas artes poéticas, pensé al saberlo,

y al pensarlo sentí al momento

que a mí me quedaban derrotadas

las noches, sus imbéciles desiertos.

 

                                                                            (c) Santiago Montobbio

 

 

 

EL ANARQUISTA DE LAS BENGALAS

 

Yo soy el anarquista de las bengalas,

el anarquista único, el que permanece y pasa:

he tenido nombres en los que dormían las frutas

de los corazones raros. A todas horas trabajo,

y en especial cuando la gente afirma

que no hago nada. Sé lavarme el alma

sobre papel y nada, colocar bombas de relojería

en las ciudades que siento en las espaldas,

buscarle y con olvido las cosquillas a un amor

que prefiguro con distancia y a través de todo eso

seguir estando en todas partes habiéndome

marchado.

                 Porque yo soy

el anarquista de las bengalas. Cada vez

que enciendo una tu corazón

y mi corazón se apagan.

 

                                               (c) Santiago Montobbio

 

 

PÓSTUMO

 

De todos mis amigos

yo tuve la muerte más extraña:

 

con el alma dislocada

fui silencio por la página.

 

                                                  (c) Santiago Montobbio

 

 

 

¿DE PARTE DE QUIÉN?

 

En nombre de Dios abandonamos las señales en el aire.

Nos quedaba el vivir, el vivir sin trabas,

en nombre de nadie. No apostamos por él

(nosotros, jamás apostamos), pero éramos jóvenes

o tenían aún luz las palabras

de unos versos extraños

que el corazón cifraba.

La tarde era una niña a quien abrazábamos

riendo en la mañana falsa, y el alcohol

y su excitante plata, que luego fatiga y araña,

nos hacía andar sin camino, mas fuera de prisa.

Era dulce no tener principio y menos aún destino.

Era dulce estar en el aire, atravesar el tiempo,

ser el vivir que no sabe o sólo nace

cultivando cuerpos que dormían como naranjas buenas

tras los ojos.

                    Pero llegó la noche, última, terrible y sin aviso,

para segarnos las miradas y del amor dejar asfalto.

Fueron las ciudades un insomnio y cualquier alma

se hacía pequeña en sus estanques. Adiós y sangre,

adiós continuo los gestos, los verbos y los días.

No teníamos nada: ni cornisas torpes, ni palabras caducas,

sólo ciudad e insomnio, un cartón sin colores

para recortarnos en él y no tener padre.

Entonces mordimos el cartón y miramos al aire.

Qué buscábamos pájaros muertos lo saben:

un olor de mañana sobre una risa afable.

Quizá no debíamos, nosotros, los perdidos.

Pero lo hicimos, e intentamos que una lluvia volviera

sobre las derrotadas estancias, y para vivir nomás,

para vivir sin tener que hacerlo en nombre de nadie.

Hablo en plural para fingir no estar tan solo,

o quizá es que en esta noche ya soy todos.

 

                                                                  (c) Santiago Montobbio

 

 

CONFESIÓN ÚLTIMA

 

De entre la mentiras una de las que prefiero

es la luna. Antigua o perdida, ni los locos

la creen, y con sus torpes palabras pueden

fabricársele torpes vestiduras. Porque

el poeta -gata falsa- a veces no está

para cielos o pájaros es por los que os hago

una confesión última. De la noche

no hablo. Porque sin engaño o niño

cómo osar decirte

que la noche es mentira.

 

                                                       (c) Santiago Montobbio

 

 

LO DIJO EL POLICÍA

 

Las memorias se venden bien, pero su precio oscila.

Depende de si guardan árboles, lagos, travesuras de infancia,

columpios o lunas, algo que se llamó ideales

y también amores, abuelas tiernas, huesos, frutas.

Sí: los sueños ya suben mucho, y sobre todo algunos.

Y para poco gasto tenemos las de algunos que sólo cuentan

tiempos perdidos y que a los sumo fingen

llagas de sombra con rostros de tarde o de tortuga.

Nada es. Pero alcanza a cualquier bolsillo.

Yo ya siempre lo había dicho: las memorias

de los poetas castrados

nunca valdrán un duro.

 

                                         (c) Santiago Montobbio


 

 

EL MENDIGO

 

Al pie de una cuesta olvidada o llovida,

al pie de una ajena infancia acaso, detrás de la tierra

y muchísimos años después de que tuviera nombre todo

olvidado o llovido sólo pide en su entierro el mendigo

que en monedas le sean dadas las limosnas, pocas o muchas.

En monedas. De cobre o de espanto y, a veces, con el sonido

de los abrazos perdidos, en monedas siempre, en monedas raídas.

 

Pues si alguien se olvidó de los relojes

y otra noche aquí aún llega

se las pondrá en los ojos, para no ver,

una por una. Para no ver -noche vacía-,     

para no ver o para recordar saberse

tan muerto como su sonido.

 

                                                               (c) Santiago Montobbio

 

DETRÁS DEL CRISTAL

 

Pero se ve, pero se mira e, incluso,

aunque sólo sea sombra, se respira.

Lo sé al compás del silencio y con madre lluvia.

Lo sé y lo sé dormido. Detrás del cristal, de nuevo alcohol

los astillados ojos y siendo otro en un bar gris

o absurdo: ahora es otro nombre de nunca,

ahora te lo regalo, ahora es mentira,

acaso para mí ya no tú sino nadie abraza

y aunque ceniza es cada amor, cada palabra,

aún se ve o se mira, se ve, mira, se mira

y acaso mañana descubra similares castigos

en la infamia de una vida

que incansablemente

me atardece.

 

                                                       (c) Santiago Montobbio

 

 

NO ES NINGÚN SECRETO

 

Detrás de cada noche se esconde una amenaza

y ante una amenaza sólo queda el balcón abierto

o sus labios eran juncos que por un momento detenían

el incesante llover de la tristeza

o nuestra historia es tan pequeña y además ya tiene tanto frío

que en su único verso ahogado

resume por entero al mundo

o no debemos olvidarnos de recordar a la mañana

que para que sigamos viviendo es del todo imprescindible

que se refleje alguna vez

en los sueños del estanque.

A veces quizá mejor un “a pesar de todo tú y yo tendremos

una casa sólo que de aire”, y en caso de que tengamos

que volver a casa y que olvidadas mamás

vayan a reñirnos por llegar tan tarde

probablemente será más acertado algo así como “cualquier nombre

que escribamos tendrá forma de ausencia o de ceniza”

y después, con vocación de final, y más simplemente:

“herejías del fuego, sobre una estrella un amor se ha disecado,

no puede ser más triste la menopausia de la espera, la memoria

sin espinas no es de nadie, ahora sí que no han de llegar los barcos”.

Y, ya por último: “dedos de sombra sobre naipes huérfanos”.

 

Sí. Lo diremos así, a la fuerza tendremos nosotros

que vivir así esta tarde, hasta el fin del tiempo.

 

Y si entonces alguien a quien hubiéramos engañado o perdido,

alguien antiguo que volviera como de un olvidado sueño se vuelve

nos preguntara por todo esto, nada más podríamos decirle,

como excusa torpe temblando en manos huecas:

“Señor, tendréis que perdonarnos,

pero no es ningún secreto. Aquí,

en esta inútil tierra que nos dieron,

todos somos poetas (con más o con menos tretas)”.

 

                                                                       (c) Santiago Montobbio

                                                      --------

 

10 poemas de Santiago Montobbio (de "Hospital de Inocentes" y "Tierras")

 

 

 

                               EX-LIBRIS

 

No es bueno apretar el alma, por ver si sale tinta.

El papel sigue siendo el asesino -el asesino de ti-

y quizá es mejor que la sombra y que sus dagas

por antiguas voces descalzas vayan. Por antiguas voces,

muy lejos del número y sus cárceles, entre nieblas

olvidadas. Pero también pienso que con todo esto

tal vez puedas hacer algún día un cuadernillo;

que con todo esto -rojos, nieblas y niños

que se dicen adiós por las esquinas- quizá sí puedas

reunir unos ilegibles pedazos de diario

para con paciencia zurcirlos, tarde adentro,

hasta que torpemente formen un libro hecho de frío.

Y quizá sobre sus grises tapas de lluvia

puedas tú poner también mi nombre antiguo

y, justo debajo, las sabidas fechas

de mi nacimiento y muerte. Y entonces

mi nombre pequeño allí, mi nombre -pobre-

que no sé ya si da pena o si da risa

así grabado en unas tapas

ante las que puedas abrazar las evaporadas siluetas

de unos tristes fantasmas sentimentales que no soy

pero que los viejos papeles tercamente dicen que sí fui.

 

                                            (c) Santiago Montobbio

 

 

 

PARA UNA TEOLOGÍA DEL INSOMNIO

 

Minuciosamente sueño a Dios durante el día

para por la noche poder creer que me perdona.

 

Desde la culpa de no ser feliz, de no haberlo sido,

desencuaderno mis ojos huecos y de sobras sé

que no dormir es un rastro del infierno.

 

                                (c) Santiago Montobbio

 

 

 

MANIFIESTO INICIAL DEL HUMANISTA

 

La causa de las palabras, que para nada sirven,

o para vivir tan sólo, es una causa pequeña.

Pero si cada día sabes con mayor certeza

que no sólo repudias las coronas

sino que cada vez te dan más asco;

si en verdad no quieres hacer de tu ya arruinada inteligencia

una prostituta mercenaria que venda sus pechos o su alma

a cualquier hijastro del dinero o si, sencillamente,

poco necesitas y tan sólo te importa soportar

con dignidad la vida y sus tristezas

mejor será que asumas desde ahora

la inevitable condena de la soledad y del fracaso

y que como luminoso o ciego abandono de estrellas

a esa pequeña, muy ridícula causa ya te abraces,

que del todo lo hagas y que en tu habitación vacía

las palabras del fuego sean ceniza, que se asalten

y persigan, que tengan frío, en su noche

a solas, por decir tu nombre.

 

                                       (c) Santiago Montobbio

 

 

MEMORIAL PARA MI ÚNICO AGRAVIO

 

Haber perdido la vida ya muy pronto,

y en cualquier esquina; haber sentido

cómo escapaba poco a poco

el agua de los ojos,

haber tenido tanto miedo y tanto frío

como para acabar siendo nada más

que miedo y frío. Haber tenido

sombra y garganta seca, haber

tenido o no haber tenido

y no haber sido nunca nada fuera de unos dedos,

no haber, no, no haber conseguido jamás salir

de esta ciudad oscura y siendo sólo

que de la derrota el heredero

únicamente arrepentirme por no haber compuesto,

cuando sobraba el tiempo, un poema que no tuviera

cristal en exceso, un poema sencillo y sin motivo

pero en el cual vaciara el agua su sentido

y que una vez enviado por el invisible correo de los huesos

pudieras para siempre ya tenerlo como olvidado amigo

o azulado perro que te diera

buenas noches con la irreprochable

puntualidad de las ausencias.

 

                                          (c) Santiago Montobbio

 

 

 

LA CALIGRAFÍA DEL AMOR

 

La caligrafía del amor está hecha de mariposas y de sangre,

mientras se redondea una o masculla un lobo, en el palito de la t un tonto jazmín suspira,

y asimismo hay que decir que la caligrafía del amor se parece a la de la vida

porque es bastante más que extraña, que la caligrafía y el amor

son peores que la tristeza y que la lluvia, mucho peores, sí,

y que ningún destino es tan horrible y tan hermoso

como el de quienes se envían sueños de pechos y cinturas

aprisionados bajo sellos de diecisiete o sesenta y pico pesetas

-eso depende de la urgencia, también del sitio-

y que en los abortados celofanes del adiós y sus distancias

con gran terquedad fingen creer que para cosas como éstas

aún resulta mínimamente útil el correo.

 

Desde luego: la caligrafía del amor está hecha de mariposas y de sangre,

mientras se redondea una o sí que más de una vez masculla un lobo, etcétera.

Pero no me habléis de eso, de eso no me digáis nada, por favor,

nada de nada. Porque en tiempos como ése yo llegué a estar muerto

varias veces en un día, y por otra parte muy bien sé

que no existe mayor ruina

que la de saberse condenado al extrañísimo oficio

del ir sin ningún eco levantando

innumerables actas de cómo

tu propia vida te fracasa.

 

                                                        (c) Santiago Montobbio

 

 

 

SÓLO UN NOMBRE PODRÍA LLEVAR LA DEDICATORIA

 

Supongo que por ser casi lo único que estaba abierto los domingos

en el acuario municipal que están estos días derribando

habíamos pasado no sé qué desmesurado número de tardes,

y recuerdo cómo sólo llegar nos dirigíamos

a saludar a tío Alfonso convertido en un besugo,

aquel besugo afable, exacto a él y que creíamos

que a la fuerza tenía ya que conocernos.

 

El tiempo del que hablo era entonces tan extraño

que aún no se habían inventado

esas modernas variantes de los parkings

que creo que se llaman guarderías, y si me esforzara

podría de mañanas y tardes trazar un prolija geografía

-la catedral y los paseos, la feria de belenes y de libros,

jardines cerca de las autopistas o autos de choque

o museos infinitos: calles, rosas y cuadros

probablemente más hermosos pero también

un poquitín más aburridos que el besugo-.

Pero no me interesa y entonces no me esfuerzo.

Porque más que eso son los pequeños y diarios infiernos

que salpican lo que se dice una vida de familia,

ese modo de estar siempre un cazador oculto y fiero en casa

y los insoportables ritos de la estupidez y de la histeria

de los que muy pronto tuve que aprender

a huir íntimamente, para seguir viviendo,

lo que siempre recuerdo y lo que me hace pensar siempre

que puede no haber modo más titánico de ganarse a pulso el cielo

ni oficio más gravoso que el buen oficio de ser madre

y pensar también que cuando pienso eso mejor es que me calle

sino quiero acabar enhebrando una con otra las cursilerías

y más que nada estar convencido de que si algún día consiguiera

cifrar en un cuadri, en media página o en cualquier otra

imposible forma del tiempo o de la música

alguna sombra de mi despedazada vida

sólo un nombre podría llevar la dedicatoria.

 

                                                           (c) Santiago Montobbio

 

 

 

 

EN EL ORDEN QUE PREFIERA

 

A veces empiezan bien mis sueños, y entonces

pueden llegar a ser playas de África

o improbable pasajes de avión hacia el deseo.

A veces empiezan bien mis sueños, a veces me recuerdan

lugares que no he visto y en los que fuimos tan felices,

lugares anónimos, antiguas cartas, aventuradas huidas

y si hay suerte pueden llegar a ser incluso

unas cuerdas vocales que afinan su voz

entre unas piernas.

                            Porque a veces empiezan bien mis sueños.

Pero otras se despistan, por lo común se cansan y así

suelen acabar teniendo el mismo rostro

que la casa Batlló, pues ociosos y torpes se recuestan

en demasiados bares, en demasiadas tardes,

estúpidamente llenos de Rambla Cataluña y Paseo de Gracia,

hasta batiendo palmas los benditos

mientras ni pueden evitar que de las gabardinas

del fracaso y del alcohol les crezcan

abatidos pájaros

que vagamente me recuerdan

a la hirsuta soledad

de la que no he conseguido salir nunca.

 

Quizá en esta tierra el hombre sólo puede amarse y detestarse,

amarse y detestarse, sucesivamente, en el orden que prefiera.

Pero esta materia da apenas para un cuento,

y además creo que ya Borges -un fastidio-

escribió mejor de todo esto.

 

                                                 (c) Santiago Montobbio

 

 

 

PRAGA

 

Yo nunca he estado en Praga, pero le sueño jardines,

escaparates llenos de temblorosos misterios y también

que los tranvías se alejan justo con la extraña forma

que cursi como soy siempre me ha hecho

llorar por los falsos recuerdos.

Si llega la noche populoso soy y la atravieso

o me pierdo en una fiesta y no entiendo

por qué estoy ante las ventanas

que se esconden en las anónimas piernas

preguntándome con insistencia cómo fue

que le crecieron a nuestro amor tantos nenúfares

y a la vez dándome por fin perfecta cuenta

de que la soledad siempre ha sido una flor seca

que alguien se dejó olvidada en un ojal.

Y es que aunque yo nunca he estado en Praga

le sueño -ya lo ves- jardindes, tranvías,

baile y despedida y cosas parecidas;

y sueño también que con tan frágil materia

un día hago un poema, que tú lo lees

y que con cualquier motivo me traes -sorpresa-

dos billetes de tren para el sitio

que me ha dado por llamar de esta manera

y que entonces yo tengo que aúnar

afecto y paciencia para decirte aquello

de no despertéis al amor con vuestros pasos,

aquello que no sé ahora quién lo ha escrito

pero sí que dice distinto según el ánimo o el día

y que quizá simplemente es -¿lo entiendes

ya, estúpida mía?- aquello mismo.

 

                                                      (c) Santiago Montobbio

 

 

ESE TÁCITO RITO QUE ME HE IMPUESTO

 

Si el hombre tuviera tiempo de sobras

es posible que hiciera grandes cosas.

Pero tras su espesa piel el tiempo alienta

una sutil maraña de trampas y estrategias;

tras su espesa piel o en su disperso puzzle

ocasionalmente brinda adoquín de besos

para que torpes como somos

nos demos menos cuenta

de que a través de ajedreces, adioses,

inutilidades, esperas y otros juegos

poco a poco y sin saber

se vaya haciendo teoría confirmada

el que la vida nos aplasta

(y esto me gusta decirlo con un verbo que suena

como un saco de patatas).

 

En el momento en que subo en el ascensor

es una nocturna hora intermedia.

El espejo adivina el alcohol

y parece decir que tengo aire

de guardar alguna historia

perdida por algún lado del abrigo

y también varias posguerras. (Quizá

porque a veces pienso que es probables

que yo hubiera sido más leve o más feliz

en la polvorienta Barcelona de los años cincuenta,

y aunque haya procurado no abusar nunca

mucho de ellas, este tipo de imágenes

siempre me atrayeron con firmeza).

La nostalgia realquilada d emi cara

va a proyectarse ahora en otro espejo,

fien el cumplir ese tácito rito que me he impuesto

y que consiste en observarme como un actor retirado

mientras fumo y bebo a solas

frente a la pica del lavabo.

Y para poblar esta habitual circunstancia

van a cruzarme desamparadas imágenes

hechas con recalentadas infancias,

recuerdos o posturas que me cansaría escribir

pero que si lo hiciera acabarían entercándose

en intentar explicar por qué nuestro amor merece

un lugar señero en la anónima enciclopedia

de las historias ridículas.

 

Historias que me cansaría escribir,

con las que perdería el tiempo.

 

Porque todo es pasado -no sé si cierto-,

todo es presente -esta tonta mancha de polvo-

y además aquí, en el lavabo de mi cuarto,

sobre esta ya como ajeno rostro ajado

y con tonadilla de tango

sospecho o sé que no he perdido la vida

(que eso ya sería algo); que no la he perdido, no,

que estúpidamente sólo la voy perdiendo

y que tampoco me produce un especial descanso

el saber que voy a poder dejar por unas horas

mis canosas miserias en suspenso.

 

 

                              (c) Santiago Montobbio

 

 

VIDA SENTIMENTAL

 

Demasiados modos de interpretar la lluvia

ofrecen las películas; demasiados modos, demasiados ojos

y del todo excesiva esa facilidad como de postal ridícula

con que a medias entre copa y cigarrillo

los maquillados gestos de una imagen

sopesan, trituran, absorben y administran

distancia de muchacha; excesiva y también ridícula, eso,

más o menos eso es lo que me digo

cuando repaso el manual de adioses de mi vida

y desde él comprendo que es del todo cierto aquello

de que no suicidarme es algo que siempre me dio mucho trabajo,

que no suicidarme -ausencia, clínica y demás patéticos

retratos desbocados- en verdad ha sido para mí

la diaria gran tarea

y que por causa del afónico equipaje

que ha tenido a bien irme imponiendo el tiempo

a estas alturas ya sólo podría doctorarme

con una absurda colección de vaguedades que intentara hacer ver

a qué ruinosos extremos puede llevarnos la torpeza

si desde siempre ha dominado

la expresión de los afectos.

 

 

                                                      (c) Santiago Montobbio

 

 

 

 

 

 

Santiago Montobbio.

 

 Barcelona, 1966. Licenciado en Derecho y en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona. Profesor de Teoría de la Literatura y Crítica literaria de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). Publicó por primera vez como escritor en la REVISTA DE OCCIDENTE en mayo de 1988 (Madrid, Nº 84). Su libro "Hospital de Inocentes" mereció el reconocimiento de ilustres autores. Cabe destacar, especialmente, los testimonios de Juan Carlos Onetti y Ernesto Sabato. Ha publicado también "Ética confirmada" y "Tierras" (Francia, 1996). Sus obras en prosa se han editado con frecuencia en EL NORTE DE CASTILLA (Valladolid) por decisión de Miguel Delibes. Ha sido traducido a varios idiomas. Ocupa la vicepresidencia de España de la Association pour le Rayonnement des Langues Européennes (ARLE), de Neuilly-sur-Seine, y es corresponsal en Barcelona de su revista EUROPE PLURILINGUE, que publican las Éditions Université Paris 8 (París).

 

Bibliografía mínima

 

Hospital de Inocentes, Editorial Devenir, Madrid, Enero 1989

Ética confirmada, Editorial Devenir, Madrid, Junio 1990

Cartas sin dirección, Suplemento "Artes y Letras", EL NORTE DE CASTILLA, Valladolid, 1993-1995

Tierras, collection "le Tourbillon Suspendu", Éditions AIOU, Saint-Étienne-des-Vallées-Françaises, France, 1996