Carmen Iriondo responde
‘En cuestión: un
cuestionario’ de Rolando
Revagliatti
Carmen Iriondo
nació el 25 de septiembre de 1945 en la ciudad de Buenos Aires,
donde reside, capital de la República Argentina. Es Licenciada
en Psicología (1976), egresada de la Universidad Nacional de Mar
del Plata. Es psicoanalista, y en tal carácter ha colaborado con
artículos y columnas en medios gráficos, radiales y televisivos.
Obtuvo, entre otras distinciones, Mención de Honor del Fondo
Nacional de las Artes por su libro
“Rock de los limbos”.
Es bailarina y Profesora de Danzas Clásica y Contemporánea. Es
actriz y también cantante. Como intérprete y autora de las
letras, apareció, por ejemplo, el CD “Me da la gana”. Ha sido
incluida en “Antología
Poética Premio Juan Crisóstomo Lafinur” (2013) y en
“Antología temática de la poesía argentina” (2017). Publicó en 2009
el libro autobiográfico
“Memorias de una niña rehén” y, a partir de 1988, los
poemarios “Casa propia”, “Rara vez”,
“La niña pandereta”,
“Por el miedo te digo”,
“Egle & suertes
virgilianas”, “Syl y
Ted” (con segunda edición bilingüe; traducción de Rolando
Costa Picazo), “Animalitos de Dios”, “Prosas
de dormida”, “Vuelo de
fiebre”, “Animalitos
del cielo y del infierno”,
“Llamando al picaflor por
el nombre de pila”,
“Seamos nieve”, “El rock de los limbos”,
“Tilinga”, “Animalitos
del cielo, del infierno y del mar”,
“El carro de las letras”,
“Los míos”,
“Fantasmata” y “Menos”.
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Carmen Iriondo con Graciela Borges, Natalia Álvarez y Graciela
Camara
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1: ¿Cuál
fue tu primer acto de “creación”, a qué edad, de qué se trataba?
CI:
Tengo ocho años. El
micro de la escuela intenta atravesar con mucho ruido una
cantidad de agua que corre por la avenida del bajo. Miro por la
ventanilla, voy sentada adelante y antes de sentir miedo escucho
que el chofer se dice a sí mismo, pero en un murmullo: “pobre
gente, pensar que pierde todo, todo…”
No pudimos pasar la
inundación. Se veía el río a lo lejos moverse muy crecido.
El colectivo pega la
vuelta y llego a la casa de mis abuelos que es donde vivo. Se
sorprenden al verme, pero no demasiado. Voy a mi dormitorio,
abro la bolsa de la escuela, saco un cuaderno borrador, tomo una
lapicera y anoto: “Eran
las tres de la tarde/ el cielo tornóse muy negro. Luego/ como si
de pronto se abriese el infierno/ el viento nos trajo su silbido
lento.”
Es un poema bastante
largo, y lo llamo “poema” porque es lo que yo respondí cuando me
preguntaron quién lo había escrito… Tiene un final feliz teñido
de culpa religiosa: “A
empezar de nuevo que no hay más remedio/ la vida es muy triste.
Después/ está el cielo.”
Es la primera vez,
recuerdo, que no entendí de donde había salido ese borbotón de
palabras. Me preguntaban algo que yo no podía explicar. La
creación es un destello así de breve. No se juzga, no se
comprende, simplemente sucede.
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Carmen Iriondo con Magdalena González Álzaga, Dolores
Santamarina y Marta Gómez Álzaga
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Carmen Iriondo con Guillermo Saavedra, Débora Yanover y Valeria
Melchiore
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2: ¿Cómo
te llevás con la lluvia y cómo con las tormentas? ¿Cómo con la
sangre, con la velocidad, con las contrariedades?
CI:
Paso largas temporadas
en el campo. Por lo tanto, tengo una relación muy fuerte con la
naturaleza y la soledad, con espacios enormes de aire libre,
colaborando desde muy pequeña con las labores fuertes de ese
lugar de trabajo, y el coraje precoz de volver de noche y a
caballo, de estar sola en medio del campo recorriéndolo por si
sucedía algo irregular. Amo la lluvia. Su sonido revelador del
ritmo o el movimiento la va a definir: un adagio, un allegro o,
decididamente, un tercer movimiento trágico con timbales y
truenos sonando contra un cielo negro, a veces atravesado por
rayos. Hermoso siempre ver llover. En la ciudad se padece, en el
campo se disfruta.
Mi madre, una persona
con problemas de adicción, tenía pavor a las tormentas. Mis
primeros cinco años de vida con ella fueron muy difíciles y fui
testigo involuntaria de su terror no escuchado. Se tapaba los
oídos con desesperación. Como un animal con miedo caminaba en
trance por la casa y se sobresaltaba con los truenos. Sin
querer, a veces, hoy mismo, me llevo las manos a los oídos ante
un trueno o una explosión como reflejo nostálgico, o más bien
como un acto de brindarle compañía. Esté donde esté.
Vuelvo al campo.
Estuve presente siempre mientras se carneaban las ovejas
elegidas para comer. Por lo tanto, vi sangre desde muy niña,
presencié los degüellos con cierta naturalidad, aunque tenía
prohibido por mi abuelo acercarme demasiado, le llevaba a los
chanchos lo que no se guardaba de la oveja. Como andaba medio
sola, solía lastimarme bastante seguido. Nunca fui aprensiva.
Cuando me sacan sangre, no miro. Si se lastima un hijo o un
nieto, sí me desespero, pero eso es un descontrol tan natural
como el amor.
Cuando la velocidad es
manejada por otro, la detesto y me aterra. Me he bajado de autos
en medio de una ruta, he gritado como marrana porque alguien no
frenaba, me suelo bajar de colectivos desenfrenados, etc. Cuando
la que maneja soy yo, no me pasa eso. Lo hago desde niña y me
gusta manejar en ruta y andar relativamente rápido. Tampoco
tengo miedo si el caballo se apura, si tengo que correr, más
bien me gusta esa sensación vertiginosa. Cuando la velocidad
está ligada al tiempo, a veces elijo y prefiero la lentitud.
Para leer, por ejemplo, o para escribir. Libre de la ansiedad
que es tan enemiga del bienestar.
Las contrariedades no
son mi fuerte. Me ponen triste y tengo una inclinación casi
cómica a la paranoia, creyendo que alguien me lo está haciendo a
propósito. Esto es una confesión grave. Hoy (y siempre), los
trámites eternos, la tecnología que no depende de nosotros, los
cambios de horarios, la impuntualidad, lo difícil que es llegar
a tiempo a los lugares de trabajo, son situaciones muy
superficiales y poco graves, pero cuando se van acumulando, a mí
me trastorna.
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3: “En
este rincón” el romántico concepto de la “inspiración”; y “en
este otro rincón”, por ejemplo, William Faulkner y su
“He oído hablar de ella,
pero nunca la he visto.” ¿Tus consideraciones?
CI:
Un concepto como la
inspiración en un rincón y William Faulkner en el otro, nos
presenta un ring con un espacio a llenar entre rincones.
Faulkner, alguien que insistió en apuntar siempre más alto a la
hora de escribir, recuerdo que habló de la inspiración como un
fósforo en medio de la noche, que ilumina y coloca en la
conciencia la noción de oscuridad. Recuerdo que usaba la palabra
“endure” (resistir) para definir la exigencia que pretendía para
su obra. Sostén, suspenso, fuerza, casi resiliencia y esto es
una boutade de la que podría deducirse que para él la
“inspiración” es obviamente invisible.
En el otro rincón
Madame Inspiración piensa… “Yo aparezco
après coup, después del diario del lunes, alguien que escribe,
canta, o baila o pinta no ‘sabe’ que está inspirado.” Está
ocupado en el trabajo, preocupado en la tarea desconociendo casi
todo lo que quede afuera de ese universo privado.
¿Mis consideraciones?
Me cuesta mucho tomarme en serio ciertos mitos que circulan
detrás de las imaginarias conjeturas que hacen a un escritor
esperando Musas, a un pintor con una boina en la cabeza, o a un
bailarín con alas.
Un escritor puede
juzgar cuando revisa lo que escribió, si estaba lo
suficientemente concentrado como para no tener que investigar
con minuciosidad lo que hizo. La inspiración artística, en
cambio, sería un estado que no se puede controlar. Y para
sobrevivir, tomar aire es inspirar, sino simplemente morimos.
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Carmen Iriondo - Foto intervenida por Azul Zorraquín
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Carmen Iriondo con Valeria Melchiore, Laura Gómez Palma y Carlos
Vach en 2019
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4:
¿De qué artistas te
atraen más sus avatares que la obra?
CI:
Es una pregunta
interesante. No sé qué viene antes, nunca lo pensé así. Cuando
algún artista atrae mi atención por lo que produce, recién puede
ser que me despierte una curiosidad sobre sus avatares,
mayormente su origen, su infancia, sus transformaciones y
diferencias con el correr del tiempo. Para escribir un libro que
se llama “Syl & Ted”, un largo poema acerca de la relación entre Sylvia Plath
y Ted Hughes, comencé por leer con obsesión la poesía de ambos.
Eso me fue llevando al análisis de su relación intensa y
pasional, para descubrir ciertas identificaciones, en donde se
nota que uno quisiera escribir como el otro y viceversa. De allí
a descubrir la envidia y los celos mutuos fue un instante y de
allí a interesarme por los diarios de Sylvia Plath, un solo
salto. Reconozco así que esa vez me dejé llevar por los avatares
de esta talentosa chica norteamericana insegura, queriendo
convertirse en inglesa, escribiendo a su mamá lo contrario, día
por día, de lo escrito en su diario en donde aparece su dolor.
Con Ted Hughes no me pasó eso. La poesía de él fue suficiente,
me atrapa mucho; aunque llegué a escribirle un mail en esa
época, y me contestó un párrafo agradecido y escueto, muy bien
educado. Murió al año siguiente, y si me hubiese interesado su
vida o sus vicisitudes, deduzco que le habría escrito de nuevo.
Y no sentí para nada la necesidad de hacerlo.
Me interesó de Antonin
Artaud su historia personal, su infancia tan traumática, cierto
coraje, y cito una frase que me aparece manuscrita en un libro
suyo: “He estado enfermo
toda mi vida y no pido más que continuar estándolo, pues los
estados de privación me han dado siempre mejores indicios sobre
las plétoras de mi poder que las creencias pequeño burguesas de
que ‘basta la salud’”. Esta frase sintetizaría para mí en
qué momento podría surgir el interés por los avatares de un
artista. Y obviamente reconozco que reflejan aspectos de mi
propia identidad.
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5:
¿Lemas, chascarrillos,
refranes, proverbios que más veces te hayas escuchado divulgar?
CI:
No soy muy amiga de
repetir “enseñanzas o sentencias”. No me gustan las certezas
porque hay detrás una aseveración de verdad única que siempre me
espantó. El lema, sin embargo, me resuena más amplio y abierto,
implica una decisión, encubre un deseo: “mi lema en la vida
es…”.
El chascarrillo sería
como una “boutade” popular. Momentos de humor espontáneo que, si
suceden, me agradan. De hecho, yo soy contadora de historias por
las que, en general, cosecho risas y alegría. En algún momento
de mi vida, fui alguien que trasformaba reuniones depresivas en
fiestas. Ya no más.
Los proverbios me
suenan a religión, con un sesgo oriental. Cuando se dice
“proverbio chino”, parece menos estricto que uno católico.
De refranes sí estoy
hasta la coronilla, son como las propagandas que se pegan para
siempre, “El que quiere
celeste… que le cueste”,
“Al que madruga, Dios lo
ayuda”, “Todo va mejor
con Coca Cola”. Tengo muchos en la memoria, pero jamás ando
divulgando estas frases hechas. Creo, además, que son parte de
un pasado en donde se charlaba en la mesa diaria, y de vez en
cuando alguien desprogramado acudía a una sentencia mansa.
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Carmen Iriondo con Walter Cassara y, de espaldas, Sandro
Barrella
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6:
¿Qué obras artísticas te
han —cabal, inequívocamente— estremecido? ¿Y ante cuáles has
quedado, seguís quedando en estado de perplejidad?
CI:
Un escritor francés,
Marie-Henri Beyle, más conocido como Stendhal, describió una
experiencia que sufrió en la Basílica de Santa Croce al ver por
casualidad un fresco de Baldasarre Franceschini representando a
las Sibilas. Él mismo dice haber alcanzado un estado emocional
intenso y celestial ligado a la belleza del arte:
“...la vida salía a
borbotones, tenía miedo de desmayarme.” Estos estados que se
repiten aun hoy en los museos, dieron lugar a la creación del
nombre “Síndrome de Stendhal”, diagnosticado por una serie de
síntomas como palpitaciones, desorientación, pérdida de la
identidad, agotamiento físico posterior a la visión manifiesta
de una obra de arte.
En lo personal, me
sucedieron cosas muy extrañas; de muy niña, cuando veía ballet,
las veces que me llevaba mi abuela al Teatro Colón. Me brotaban
lágrimas que no eran de tristeza ni de miedo, era más bien un
estremecimiento producido en un ser vulnerable que aprendería un
camino por el que salvarse de algo tan temido como la infancia.
Ciertos instrumentos como el cello, el piano, cantantes de voces
medias, no muy agudas, eso también en la infancia me producía
piel de gallina y una sensación placentera de disociación de la
realidad.
No recuerdo adonde,
pero sé que me petrifiqué ante la obra de Francis Bacon, no
podía dejar de mirar un cuadro en particular, tampoco me acuerdo
de la imagen, ya que la verdadera creación no me fanatiza, sino
que me disocia. Muy adolescente, en España, un cuadro de Rubens,
“Heráclito llorando”, vaya uno a saber por qué, me inspiró un
poema que leí en voz alta por el micrófono del ómnibus en el que
viajábamos en una excursión.
Finalmente, ya a mis
casi treinta años, escuché un
impromptu de Chopin
que parecía una grabación impecable. Pero no me cerraba que
sonara tan real y ante mi estupor descubrí un pianista sentado
al piano. Me acerqué despacito, como ante un animal salvaje para
los que hay que simular tranquilidad y silencio. Él sonrió. Yo
lloré. Siguió tocando y realmente entré en una sensación de
trance y de incredulidad por semejante talento. Era Manuel Rego.
Un pianista de Mar del Plata que me brindó una de mis amistades
más preciadas. Todo lo que sé de música lo aprendí de él.
Mis perplejidades han
sido más bien ocasionales, no permanezco en estados de
fascinación por mucho tiempo. Es un riesgo que ya no estoy
dispuesta a experimentar.
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Con Guillermo Saavedra, Luis Bacigalupo, Marta Braier, Rita
Kratsman y Laura Dubrovsky
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7: ¿Tendrás
por allí alguna situación irrisoria de la que hayas sido más o
menos protagonista y que nos quieras contar?
CI:
He estado muchas veces
sobre un escenario, bailando clásico, cantando o trabajando en
una obra de teatro; en casi todas esas exposiciones suceden
anécdotas graciosas. También es cierto que uno busca reír para
no morir del pánico que nos inundaría si tuviéramos conciencia
de la exhibición ante el público. Recuerdo una vez, muy joven en
Mar del Plata, un cantante amigo me pidió que le diera vuelta
las páginas a su pianista que iba a hacer un recital de
canciones francesas en la Villa Victoria Ocampo al aire libre.
Accedí encantada y me vestí para la ocasión con una falda
cortita y de color fuerte, y una camisola arriba liviana ya que
hacía bastante calor. Ni bien comenzó el recital me di cuenta de
que mi silla se hundía en el pasto húmedo y yo tenía que
levantarme muy seguido ya que las partituras eran breves y
estaban escritas de un solo lado. Había viento. Como siempre en
Mar del Plata. Bastante viento. Mucho viento. Sonaba Debussy.
Hermoso. Mi amigo tenor venía superando el trance con solidez y
buen gusto. Me levanté para dar vuelta la página número 4 y la
pollera se me levantó hacia arriba y se pegó a mi cuerpo como
una flor al revés. Quedé en bombacha y traté de hacer como si
nada. Fue acrobacia después, hasta el final, tomarme la ropa con
una mano y seguir dando vuelta las hojas con la otra mientras la
silla se hundía en el rocío del espléndido jardín de la casa de
Victoria Ocampo. (Muchos se dieron cuenta y fue siempre tema de
risa, aun hoy me lo recuerdan.)
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Con Lucas Soares, Ana Pinotti, Fernando
Caniza, Pablo Queralt y Lisandro González
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Carmen Iriondo con Luis Alberto Ceravolo
y Eduardo López
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8:
¿Qué te promueve la
noción de posteridad?
CI:
Lo póstumo, no me ha
llamado mucho la atención. Tengo asociado el concepto a algo que
sucede cuando uno ya no está, pero no a un buen recuerdo sino
más bien a algo que no sucedió, por ejemplo, el reconocimiento
profesional o artístico que viene empaquetado en la forma de
homenajes y alabanzas post tumba. Creo que lo que permanece en
el tiempo más allá de una generación, se lo ha merecido de
alguna manera, por lo que significó entonces, y tanto por lo
bueno como por el daño que pueda haber causado.
Las misas, los
homenajes, los nombramientos, los premios in memoriam son un
poquito patéticos.
El concepto ligado, en
cambio, a la gratitud, por alguien que ya no está, el
reconocimiento póstumo ligado al afecto, a la emoción, a valorar
un objeto que represente esa ausencia, me conmueve. Pero esto
concierne a la intimidad y no a lo público.
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Carmen Iriondo con Agustín de Elia, su hijo, y con el músico
Damián Figueroa
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Carmen Iriondo con su hija, Paula de Elia
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9:
¿“La
rutina te aplasta”? ¿Qué rutinas te aplastan?
CI:
La rutina lleva
implícita la repetición. Esa compulsión a repetir es una
característica de la especie, es una defensa contra emociones,
terrores, angustias o lo siniestro que pueda aparecer como
desorden psíquico. Vale decir que toda rutina es, como costumbre
o hábito aprendido, defensiva, un cuidado natural para organizar
la vida con cierta certidumbre. Aunque la muerte aceche en el
horizonte y que también esto se olvide gracias a los rituales,
ensayos, repeticiones, que inventamos a diario para vivir
naturalmente.
En mi caso personal,
no solo no me aplasta, sino que me despierta. Trabajo en muchas
actividades desde que recuerdo, por lo tanto, la buena
organización me habilita para estar de mejor talante. El
entrenamiento físico, sobre todo cuando es fuerte, no se puede
ni debe interrumpir. Esto como ejemplo de que ciertas rutinas
obedecen al deseo más profundo y es mejor no proponerse
racionalizar demasiado.
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Carmen Iriondo - en 2013
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Carmen Iriondo con Paula de Elia
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10: ¿Para
vos, “Un estilo perfecto es una limitación perfecta”, como sostuvo el
escritor y periodista español Corpus Barga? Y siguió:
“… un estilo es una manera y un amaneramiento”.
CI:
No sabría qué
contestar a la opinión de Corpus Barga. He aquí mi limitación.
El estilo, lo peculiar en un modo de expresión, en lo creativo y
en el arte, y también en lo personal, estaría ligado a lo que
resume e identifica a una época, a una obra, a cierta estética.
En el caso de los escritores, es cierto que cuando son
reconocidos por lo que se llama estilo, en general es porque son
buenos en lo que hacen. Lo que no implica que uno adhiera por
esa virtud solamente. Pero el estilo acompaña a las
personalidades fuertes, las que se destacan y descubren muchas
veces con precocidad lo que va a venir como movimiento social o
previenen períodos catastróficos, o descubren modas triviales
que se imponen a pesar de lo que eso va generando.
En cuanto a la segunda
cita de Corpus Barga, “…un
estilo es una manera y un amaneramiento”, aquí sí concuerdo
con que las maneras se pueden amanerar, con lo que se consigue
una exageración, un “manierismo”.
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Carmen Iriondo con Agustín de Elia, su hijo, etc.
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Carmen Iriondo con Guillermo Saavedra y Valeria Melchiore
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11:
¿Qué sucesos te producen
mayor indignación? ¿Cuáles te despiertan algún grado de
violencia? ¿Y cuáles te hartan instantáneamente?
CI:
Mayor indignación me
produce la injusticia en general. Obvio que la injusticia social
me indigna más, me hace descontrolar a veces y me enoja
demasiado. También he sufrido en mi persona situaciones de mucha
injusticia de las cuales me defendí como pude, pero tragándome
la violencia que
finalmente recayó sobre mi persona siempre.
La llamada “justicia” actual es una verdadera vergüenza,
por eso trato de prescindir de ella y arreglar las cosas por mi
cuenta. La única vez que consulté por una cuestión familiar y
grave, me manipularon y no pude creer la impunidad con que la
justicia de familia se mueve en la Argentina. Estos eventos me
llevaron mucha energía, reprimiendo todo tipo de violencia, pero
pagando precios altos de índole emocional... No tengo miedo a
luchar, lo hago desde niña, tuve que cuidar gente mayor
aprendiendo muchos recursos para hacerlo. Pero la violencia me
parece horrible y creo en cierta alquimia y un buen
psicoanálisis para domesticarla.
Me hartan
instantáneamente la ligereza de opinión acerca de las acciones y
obras de otros. La deslealtad.
Carmen Iriondo con Agustina Sienra Martínez
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Carmen Iriondo con Marisa Ferri
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Carmen Iriondo - Lugar donde pasó los años más felices de su
vida
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12:
¿Qué postal (o postales)
de tu niñez o de tu adolescencia compartirías con nosotros?
CI:
Haciendo un esfuerzo
considerable puedo compartir alguna postal de mi niñez, pero muy
triste en cualquier imagen que recuerde. Por ejemplo, hay un
dibujo de mi abuelo en donde miro por una ventana cerrada a la
calle, el flequillo tupido que me tapa la frente y disimula la
ansiedad por encontrar a alguien que venga a buscarnos a mí y a
mi madre enferma.
Por esto mi
adolescencia transcurrió en casa de mis abuelos, sin hermanos, y
muy exigida en materia de logros y en reivindicar a una madre
que había trasgredido toda norma en un hogar muy conservador y
de alguna forma flojo de límites. Mis postales de esa época
obteniendo reconocimiento de mis
hazañas son: premios en la escuela, por el deporte, aplausos por la
danza, etc., pero la postal más linda sería junto al primer
chico que me gustó a los once años, un hermano de una compañera
de colegio. Se llamaba Miguel.
Carmen Iriondo con Marisa Ferri y Olga Ferri
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Carmen Iriondo con Mauricio Wainrot
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Carmen Iriondo con Elda Elena Bartolucci
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13:
¿En los universos de qué
artistas te gustaría perderte (o encontrarte)? O bien, ¿a qué
artistas hubieras elegido o elegirías para que te incluyeran en
cuáles de sus obras como personaje o de algún otro modo?
CI:
Le he dado muchos
significados distintos a la palabra arte con el paso del tiempo.
Muchos tienden a llamarse artistas sin tomar en cuenta
que eso es un don que entraña una vida. Otra cosa es la
creatividad, el ingenio, la imaginación, la gracia o la
destreza.
Desde muy niña, elegí
bailarinas como un ideal importante. Me llevaban muy seguido al
Teatro Colón, y yo me enamoré de la posibilidad de que Olga
Ferri, ella sí una artista de la danza, en el escenario, como
docente, y como persona sabia, viviera en las casitas de las
escenografías de ballet clásico. Hogares preciosos con una
ventanita, una puerta y una mamá con cofia que siempre salía
desde adentro, infatigable cuidadora de su hija, siempre
sufriente por algún príncipe o mendigo o lo que fuera que
bailaba con ella y la maltrataba. Me incluí en ese mundo rogando
por un estudio de danzas y comencé a bailar con una profesora de
barrio.
Deliré con irme a
estudiar actuación fuera del país, ya crecidita y rebelde, el
sueño era que algún director me eligiera como protagonista en
una película. Estudié piano, y aquí sí conocí a un artista
verdadero, un pianista inefable, Manuel Rego. El me incluyó en
un trabajo junto a su quinteto de piano y cuerdas para un
recital como cantante invitada en un homenaje a George Gershwin.
Al conocer de cerca
muchos ambientes de estudio, la idealización e ilusión van dando
lugar a aceptar cuánto hay que trabajar para que el duende
aparezca. Respecto de la literatura, que es lo que más nos
ocupa, crecí rodeada de libros y de familiares escritores y
conocí muy temprano la trastienda de todos, que me deslumbraban
con su gran sentido del humor. Leí muchos libros. Estudié
francés a los cuatro años, por lo tanto, no me di cuenta de que
había aprendido un idioma y fui al colegio inglés durante toda
mi escolaridad. Tuve que rendir libre casi todas las materias en
el colegio Nacional de Mar del Plata, como reválida para entrar
en la Facultad Pública. Leo a los autores en sus idiomas natales
si puedo. Me defiendo muy bien en portugués e italiano. A varios
escritores extranjeros les he mandado mails y todos me han
contestado con gran amabilidad. Esto contribuye a una menor
idealización y a un mayor respeto admirativo.
Carmen Iriondo con Osías Turman, Osvaldo Bossi, Natalia
Leiderman, etc.
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Carmen Iriondo con Osvaldo Bossi
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Carmen Iriondo con la bailarina Paloma Herrero
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14:
El silencio, la
gravitación de los gestos, la oscuridad, las sorpresas, la
desolación, el fervor, la intemperancia: ¿cómo te resultan?
¿Cómo recompondrías lo antes mencionado con algún criterio,
orientación o sentido?
CI:
INSOMNIO
En la oscuridad
percibo apenas la
gravitación de los gestos.
Gozo con el silencio
hasta que pido una
ración de fervor, de sorpresas.
Pero sin
intemperancia.
No quisiera advertir
tu desolación.
Carmen Iriondo con Ricardo Darín
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Con Daniel Cuevas, Federico Brollo, Débora Yanover y Sandro
Barrella en 2018
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15: ¿A
qué artistas, en cuya obra prime el sarcasmo, la mordacidad, el
ingenio, la acrimonia, la sorna, la causticidad… destacarías?
CI:
A los escritores P. G.
Wodehouse, Gerald Durrell, Nicanor Parra, Witold Gombrovicz y
Jonathan Swift. Son los primeros que se me ocurren. A Copi (“El
baile de las locas”).
Carmen Iriondo con Rudolph Nureyev
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Carmen Iriondo con Osvaldo Bossi y otros escritores
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16:
¿Qué apreciaciones no
apreciás? ¿Qué imprecisiones preferís?...
CI:
Para apreciar o no
apreciar tengo que conocer la apreciación, así decido. Las
imprecisiones forman parte de un universo tan amplio que no
podría “preferirlas”.
Carmen Iriondo con Agustín de Elia, su hijo
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Carmen Iriondo con Sandra Stagnaro y Liliana Stagnaro
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Carmen Iriondo con Rolando Costa Picaso, María Kodama, etc.
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17:
¿Viste que uno en ciertos casos quiere a personas que no valora
o valora poco, y que en otros casos valora a personas que no
quiere? ¿Esto te perturba, te entristece? ¿Cómo “lo resolvés?
CI:
Tengo una gran
libertad para soportar mis propias contradicciones y
ambivalencias. Crecí sabiendo que uno puede amar a gente mala y
odiar a lo que se considera universalmente como “bondadoso”. No
me perturba, no me entristece. Por lo tanto, sería en mí una
cosa menos para “resolver”.
Carmen Iriondo con Sandro Barrella
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Carmen Iriondo con Daniel Barenboim
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Carmen Iriondo con Valeria Melchiore y Vivian Lofiego
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18:
¿El mundo fue, es y será
una porquería, como aproximadamente así lo afirmara Enrique
Santos Discépolo en su tango Cambalache?
CI:
El Cambalache de Discépolo ha brindado, sin proponérselo, un universal para la
especie humana. Tendemos a rechazar lo que viene mezclado, la
vida misma, la frustración que nos genera darnos cuenta de que
no hay clasificaciones, ni cercos de protección, que todo está
en nuestro imaginario. Lo que es una porquería o lo que no. Lo
que está bien o mal. Se pierde mucha energía sosteniendo ideales
que se van derritiendo con el paso del tiempo. Queriendo que la
Verdad tenga la mayúscula que no lleva, la verdad única no
existe. Siempre es autorizada por otro. La verdad es a medias.
La Verdad Única es propiedad de las religiones, de Dios en sus
acepciones varias, de ciertas ideologías extremas… Y forma parte
así del terreno de lo invisible.
Carmen Iriondo con Graciela Borges
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Carmen Iriondo con Francisco Garamona
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Carmen Iriondo entre el público
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19:
Por la fidelidad y
entrega a una causa o proyecto ¿qué personas (de todos los
tiempos y todos los ámbitos) te asombran?
CI:
Paso por un momento
vital poco proclive a dejarme llevar por las “grandes” causas o
las “épicas” razones, o la “compasión” contada en voz alta, o el
“vivo por y para mi público”. Sí admiro y tiendo a sentir afecto
por gente cercana o conocida que se compromete con coherencia a
lo largo de una vida a cumplir una función en un trabajo, en lo
artístico, familiar, vocacional, profesional o político, no
necesariamente ligado al éxito o al reconocimiento público. A
pesar de que modelos como el de Teresa de Calcuta se llevan todo
mi respeto, también veo allí el deseo cumplido de una mujer en
una labor altruista y su goce: cómo ella descubre qué hacer con
su vida. Pero no necesito causas espectaculares para el asombro,
me asombran más bien las cosas pequeñas, valiosas y espontáneas.
Carmen Iriondo con Paula de Elia y Azul Zorraquín
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Carmen Iriondo con Serena, su nieta
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20:
¿Qué te hace “reír a mandíbula batiente”?
CI:
Soy de reírme muy
seguido. A carcajadas y también a tentarme de risa cuando no
debo. No puedo contestar qué me hace reír, ya que cuando es
placentero surge de algo que no pretende ser gracioso. En la
sorpresa estaría mi risa, un inesperado y hermoso manantial de
ese recurso fantástico, ahí nomás tan cerca del llanto. Risa y
llanto, dos formas de hacer catarsis de lo cotidiano.
Carmen Iriondo con su esposo, Pablo Larreta, en 2018
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Carmen Iriondo con su esposo, Pablo Larreta
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21:
¿Cómo afrontás lo que sea que te produzca suponerte o
advertirte, en algunos aspectos o metas, lejos de lo que para
vos constituya un ideal?
CI:
Descreo de la
existencia de los ideales y de las ilusiones. La vida en eso fue
generosa, me puso de frente al dolor en la infancia: la madre es
mentira, a nadie le importa, la gente no es buena, hay gente
violenta, la mayoría está en lo suyo y están en su derecho, uno
siempre busca lo que no está, lo que hay así sean tesoros y
virtudes, no se aprecia, insatisface por estructura. Porque lo
que hay está presente. Esto es algo que no se acepta, en
general, porque no responde a esas sentencias “positivas”,
clichés de la “felicidad” como estado y de lo “perfecto” como lo
posible. En cambio, me aferro al concepto de un deseo
inconsciente que termina por imponerse en sueños “cumplidos” o
cercanos al ideal forjado.
Carmen Iriondo con Silvina Chediek y la bailarina Paloma
Herrera
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Carmen Iriondo - en 2013
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22:
El amor, la
contemplación, el dinero, la religión, la política… ¿Cómo te has
ido relacionando con estos tópicos?
CI:
Me he ido relacionando
con esos tópicos mediante el mero hecho de vivir. El desamor que
sentí en mi infancia me transformó en querendona y “amorable”.
Amo mucho a gente que he elegido de manera no consciente, y creo
absolutamente en ese amor como una vía, tanto de sufrimiento
como de bienestar.
Contemplativa fui a lo
largo de mi vida naturalmente. Mi status de hija y nieta única
me convirtieron en una observadora en alerta y la contemplación
nació así de fácil.
Con el dinero siempre
tuve conflictos serios que me hicieron mucho daño.
No me llevo bien con
la religión como absoluto.
Lo mismo me pasa hoy
con la política cuando se trata de tomar posición en un extremo.
Rechazo la violencia implícita.
Con Fernando Gabriel Caniza, Irma Verolín, Natalia
Leiderman y Nicolás Alonso
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Carmen Iriondo con Fernando Gabriel Caniza e Irma Verolín
en 2019
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23:
¿A qué obras artísticas
—espectáculos coreográficos, films, esculturas, música.
pinturas, literatura, propuestas teatrales o arquitectónicas,
etc.— calificarías de “insufribles”?
CI:
Insufrible es un
calificativo que asocio directamente a mi libertad de elección.
En general, a esta altura de mi vida, me es fácil no asistir a
espectáculos o museos o propuestas teatrales o cinematográficas
que me coloquen en posición de sufrimiento, salvo que involucren
a algún amigo o familiar, en cuyo caso justifico la incomodidad
circunstancial y sostengo la amistad o afecto por la persona
involucrada y me hago presente para acompañarla. También es
cierto que habiendo trabajado mucho en escenarios teatrales y
presentado mis libros, sé lo que se puede poner en juego del
orden personal en esa devastadora entrega que, a veces, provoca
exhibirse.
Entonces, aunque no
coincida con mi estética ni con mi definición personal de obra
artística, trato de evaluarla por el esfuerzo y el trabajo que
eso llevó consigo. Y lo soporto, muchas veces, sin expresar en
voz alta lo que me resulta incómodo. Y si tengo que padecerlo,
seguramente termina por el lado del humor.
Carmen Iriondo con Débora Yanover en la librería Norte
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Carmen Iriondo con Débora Yanover
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24:
¿Qué calle, qué recorrido
de calles, qué pequeña zona transitada en tu infancia o en tu
adolescencia recordás con mayor nostalgia o cariño y por qué?
CI:
Con nostalgia recuerdo
mi caminar diario hasta la calle Montevideo, adonde vivía mi
mamá, desde lo de mi abuela a seis cuadras de distancia. Era muy
niña y hacía ese recorrido sola por el consejo de un psiquiatra
que decretó que era bueno para mi madre y mi abuela que esto
sucediera… A pesar aquí de lo “insufrible” de esa tortura
diaria, ya que mi madre estaba en un proceso difícil de
adicciones, tengo cariño por esas fugaces ganas de verla.
Por el contrario,
dejar Buenos Aires a los diecinueve años para irme a vivir al
campo y criar allí a mis tres hijos fue lo mejor que hice en mi
vida. Mi trayecto en ese lugar, como el de las ovejas, era un
sendero que yo misma hacía con el cochecito de mi primer hijo.
El amor por ese niño brotaba de los árboles, de los pájaros y de
la tierra que cambiaba de color según la estación del año. Y de
mi corazón agradecido.
Carmen Iriondo con Cristina Piña, Valeria Melchiore, Romina
Freschi, etc.
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Carmen Iriondo con Cecilia Feuerstein, Carlos Battilana y Mario
De Luca
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25: ¿Cómo
reordenarías esta serie?:
“La visión, el bosque, la ceremonia, las miniaturas, la ciudad,
la danza, el sacrificio, el sufrimiento, la lengua, el
pensamiento, la autenticidad, la muerte, el azar, el desajuste”.
Digamos que un reordenamiento, o dos. Y hasta podrías intentar,
por ejemplo, una microficción.
CI:
ENCIERRO
¿Serán las miniaturas
negras en la visión
presagio, el desajuste
cercano de la muerte?
La ceremonia en el
bosque del azar, la danza
primitiva, la
autenticidad, lo transparente.
Pero ya no se danza en
la ciudad, se han ido las
mujeres llevando el
sufrimiento, el sacrificio.
La lengua maternal ya
no te alcanza, queda
un nombre de flor: el
pensamiento.
Carmen Iriondo con Cecilia Carballo en 2020
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Carmen Iriondo con Arturo Carrera
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26.:
“Donde mueren las palabras” es el título de un film de 1946,
dirigido por Hugo Fregonese y protagonizado por Enrique Muiño.
¿Dónde mueren las palabras?
CI:
Las palabras, así como
las personas, mueren por cansancio. Cuando no son escuchadas y
se gastan. Cuando no encuentran ni una música para hacer de
letra y probar el sonido de una voz. Allí comienza a hablar el
cuerpo. Con idioma de síntomas y mudas referencias.
Hay escritores, no sé
por qué pienso en Charles Dickens, que con su obra iluminan o
dan sombra a una época, con la velocidad que crean, con los
tiempos que acompasan y marcan algo más allá de las palabras.
Los silencios. Los auténticos cambios de época.
Carmen Iriondo con Américo Cristófalo, Arturo Carrera y
Guillermo Saavedra
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27:
¿Podés disfrutar de obras de artistas con los que te adviertas
en las antípodas ideológicas? ¿Pudiste en alguna época y ya no?
CI:
Pienso diferente a mi
familia, crecí sabiendo callar, ya que no pretendo convencer a
nadie de mis construcciones personales e ideológicas, pero las
respeto porque sé cómo fueron tomando forma a lo largo de una
vida. Siempre y cuando no sea una ideología extrema,
nazi-fascista, violenta y asesina o una verdad única excluyente
y dañina, las ideas del otro no serían obstáculo para disfrutar
de cualquier obra que pueda admirar o escuchar o leer para el
caso.
Carmen Iriondo con alumnas suyas de danza
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Carmen Iriondo con Mariana Coria, Tatjana Kucic y
Montserrat Otegui
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28:
¿Cómo te cae, cómo
procesás la decepción (o lo que corresponda) que te infiere la
persona que te promete algo que a vos te interesa —y hasta
podría ser que no lo hubieras solicitado—, y luego no sólo no
cumple, sino que jamás alude a la promesa?
CI:
He vivido siempre en
Argentina, y es un lugar en donde las promesas no se cumplen con
frecuencia. Me acostumbré a no decepcionarme mediante un sistema
defensivo que pone en marcha de inmediato la actitud de no
esperar nada. También me acostumbré a escuchar propuestas de
trabajo que no existen.
Carmen Iriondo con su nieta
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Carmen Iriondo con Vivian Lofiego, Graciela Perosio,
Liliana Ponce y Rita Kratsman en 2018
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29:
No concerniendo al área
de lo artístico, ¿a quiénes admirás?
CI:
Admiro —junto al amor
infinito que siento por ellos— a mis hijos y a mi compañero. Por
las actividades variadas y virtuosas que todos han sabido
desarrollar, por defender sus criterios, por ser tan buenos
hijos e incondicionales en los momentos difíciles, porque me
hacen sentir querida, porque son hermosos, y me contagian risas.
Admiro a mis maestros
de danza, canto y profesores de la facultad. También tengo
amigos entrañables y muy admirados y talentosos.
Carmen Iriondo con Valeria Melchiore
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Carmen Iriondo con Javier Abeledo
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30:
¿Tus pasiones te
pertenecen o sos de tus pasiones? Pasiones y entusiasmos.
¿Dirías que has ido consiguiendo, en general, distinguirlos y
entregarte a ellos acorde a la gravitación?
CI:
Una pasión que me
perteneciera, sería una suerte de oxímoron. La pasión, al menos
para mí, se caracteriza por no poder asirla, se escapa, se
instala y nos lleva puestos. Alguna vez, de joven, me he dejado
llevar por alguna obsesión pasional, pero aprendí rápidamente a
retomar el control. El entusiasmo es otra cosa. Lo distingo
perfectamente. El entusiasmo es de duración limitada. Las
pasiones no tienen fin. Hoy día, si hay pasión, me va a
pertenecer.
Carmen Iriondo con Teté Coustarot, Marcela Tinayre, Lucía
Galán, Susana Giménez, etc.
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Carmen Iriondo con sus nietos
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31: ¿Qué
artistas estimás que han sido alabados desmesuradamente?
CI:
No me agrada hablar
bien o mal de alguien que a lo mejor deja su alma en lo que hace
y porque a mí no me gusta decido que ha sido sobrevalorado.
Ya respondí una
pregunta sobre lo ideológico. Allí existen muchos sesgos de
alabanzas y críticas de acuerdo a poderes que utilizan al arte
como vía de intereses. Tiendo más bien a fijarme en artistas
que, por el contrario, han sido o son poco difundidos, o no
valorados porque no se saben promocionar.
Carmen Iriondo con Tef Herlein Nanni, Agustina Sienra Martínez,
Laura Gismondi, etc.
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32:
¿Acordarías, o algo así,
con que es, efectivamente,
“El amor, asimétrico por
naturaleza”, tal como
leemos en el poema “Cielito lindo” de Luisa Futoransky?
CI:
Lamento no haber leído
el poema de Luisa Futoransky y no quisiera responder algo que no
lo tuviese en cuenta. Tampoco quiero buscarlo por internet y
leerlo rápido y fuera de contexto debido al gran respeto que
tengo por Luisa.
El amor es una palabra
tan subjetiva y abarcadora que más bien se aplica a un
territorio compulsivo ligado a las emociones más primitivas y
sensibles. Me parece que no admite demasiada racionalidad como
para contestar esta pregunta seriamente. Es un adjetivo difícil
porque describe y presupone una relación. Pero así, nombrado,
habita una vida humana plena de símbolos, sueños, imaginación y
realidades. Se trataría aquí de un caso por caso y preguntar de
manera personal. Mi respuesta sería: “Depende…”.
Pero, en principio,
coincido absolutamente con ese concepto. Es más, creo que en la
naturaleza humana, animal o mineral no hay simetría. La simetría
es más bien, y para mí, un invento exitoso y desesperado de la
humanidad para encontrarle equilibrio a la desazón e
incertidumbre de vivir sabiendo que hay muerte. Indefectible.
A diferencia del reino
animal, al que jamás se le ocurriría buscar que algo sea igual a
otra cosa para quedarse más tranquilos.
La inclusión social
por la que peleamos todos en esta época tiene que ver con
reconocer las asimetrías y, en tal caso, hacer con ellas lo más
justo y saludable para con “todes les asimetríes” y aceptarlas
con naturalidad. Y a la “igualdad” tan buscada no separarla de
la equivalencia de derechos, que aceptando las tantas
diferencias igualaría conceptualmente lo que siempre fue
fundamental y ha devenido urgente.
Con Luis Fernando Lanza, Carlos Enrique Cartolano y Gustavo
Álvarez Nuñez en 2019
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Carmen Iriondo con Luli, su nieta
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33:
¿El amanecer, la franca
mañana, el mediodía, la hora de la siesta, el crepúsculo
vespertino, la noche plena o la madrugada?
CI:
La noche plena.
Carmen Iriondo con Juan Carlos Maldonado, Carlos Battilana
y Mario Javier de Luca
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Carmen Iriondo con Luis Chitarroni y Valeria Melchiore
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34:
¿Qué dos o tres o cuatro
reuniones cumbres integradas por artistas de todos los tiempos y
de todas las artes propondrías?
CI:
Siempre me gustó
juntar gente muy diversa y logré encuentros muy increíbles por
las diferencias. Por lo tanto, me sentaría a escuchar y observar
todo en estas cumbres imaginarias y verdaderamente imposibles.
Por soñables.
1 - Raymond Roussel,
Marceline Desbordes-Valmore, Paul Verlaine, John Ashbery, Marina
Tsvietáieva, Djuna Barnes.
2 - Sylvia Plath, Ted
Hughes, John Cage, Manuel Rego, Macedonio Fernández, Baldomero
Fernández Moreno, Stendhal, Vaslav Nijinsky.
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Carmen Iriondo con Azul, su nieta, en 2019
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35:
Seas o no ajedrecista, ¿qué partida estás jugando ahora?
CI:
No sé jugar al
ajedrez.
Me gusta mirar sus
piezas en madera.
No juego partidas ya.
Bailo. Canto. Trabajo. Escribo. Amo.
Vivo.
Carmen Iriondo con Paula de Elia
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Carmen Iriondo con su padre
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Carmen Iriondo- Foto intervenida por Azul Zorraquín
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Cuestionario respondido a
través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires, Carmen Iriondo y Rolando Revagliatti, octubre 2020.
www.revagliatti.com
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