Reflexiones acerca de la influencia de la obra y la vida de Paulo Freire
1. Acerca de lo colectivo
En ocasión de ponerle a una escuela primaria el nombre de
un gran pensador del Siglo XX, en Villa Cañas, Santa Fe, Argentina, mi
prioridad es mandarles mis más calurosas felicitaciones por dicha
iniciativa. Y también agradecerles vuestra generosa invitación a decir
hoy unas pocas palabras.
Nos convoca hoy el pensar en la extraordinaria influencia
que la obra de Paulo Freire ha tenido en vastas regiones del planeta,
siendo diseminada en varios idiomas. Asumo, con todo, que dicha
dimensión social, aplicada a lo local, será comentada hoy por ustedes, y
seguro que lo será de una manera mucho mejor de lo que yo podría hacerlo
aquí.
No obstante, siento como que me asaltan la memoria un
conjunto de frases y de anécdotas,
que en parte sintetizan
lo que experimentara al trabajar con tan ilustre brasilero.
Como filósofo, Don Paulo irrumpió en 1967, con la suya,
en mi visión del mundo, para ampliarla. Como mujer y feminista,
era yo una ardiente admiradora de Simone de Beauvoir.
Como economista y revolucionaria,
había seguido con gran atención el trabajo profesional y las
ideas del Che, Ernesto Guevara Lynch. Rosarino lo mismo que yo. Pero el
pensamiento de este humanista cristiano, Paulo Freire, cuadró
perfectamente en mi marco conceptual.
Y contribuyó a transformar para siempre, mi manera de ejercer la
tarea educadora, trabajo al que he dedicado la mayor parte de mi carrera
profesional.
Aquella pieza clave de su método de alfabetización y
concientización de adultos: “Nadie educa a nadie, cada cual se educa a
sí mismo”, fue criticada vivamente por mi primero es sus clases en
Chile, y luego durante mis
10 años de estudios de posgrado aquí, en el Reino Unido. Discutí
nuevamente con Paulo Freire mi intención de volverla más universal, pero
ahora por correspondencia. Porque en 1979 e
Entonces, a aquel pionero concepto del ‘nadie educa a
nadie, cada cual se educa a sí mismo’, que tanto usaba Paulo Freire en
sus cursos, procuré extenderlo para que abarcara una dimensión que
consideraba invisible, en el famoso método de alfabetización y
concientización de Paulo Freire.
Y desde entonces, pienso que nadie educa a nadie, sino que
cada persona se educa a sí
misma o a sí mismo.
Por eso, también creo que eso deben tratar de entenderlo
muy bien, quienes están a cargo de toda educación formal, y no solo
quienes alfabetizan a adultas/os. Es decir, que ya desde la misma
escuela primaria, si no se quiere caer en la tradicional educación
bancaria que Freire tanto criticaba,
se debe trabajar en la formación de la conciencia crítica de las
nuevas generaciones. Y espero que al darle su nombre a esta escuela, eso
lo hará explícito cada día.
Por supuesto, Don Paulo explicaba que todas sus ideas
abarcaban las diferencias de clase, de raza y de creencias religiosas.
Por ello, y por ejemplo, en sus cursos – a
varios de los cuales, como he dicho, me tocó evaluar en Chile
- el Maestro solía
mencionar dos cosas que tenia que tener siempre en mente un educador o
una educadora. Una, era la igualdad entre todos los seres humanos, a
despecho de sus distintos
colores de su piel. La otra, era pensar que en cada cual vivía
Jesucristo hecho dios.
Eso hacia que yo , que no
adscribo a ninguna religión, asimilara la presencia de Paulo Freire a la
que nos cuentan que era la del histórico Jesucristo. Trabajar en un
círculo de lectura con Freire era, suponía, solo comparable a trabajar
con Jesús. Y no creo que haya habido dos personas más parecidas entre sí
que Jesucristo y Paulo Freire. Suiza.
Yo pensaba que los tipos de
conciencia social que Freire reconocía, no daban cuenta del supuesto
conservadorismo per se de las
mujeres a través de la historia de nuestro continente, que nos han
atribuido investigadoras/es y políticas/os por igual, hasta muy
recientemente. Ni explicaban tampoco la manipulación de nuestras
conciencias de que éramos y somos objeto las mujeres, por parte de los
partidos políticos, las religiones, del acoso sexista de la media y el
de los hombres, etc.
Fue entonces que Don Paulo
aceptó actuar como mi principal referente cuando me inscribí para hacer
un doctorado acerca de qué tipo de conciencia social tenemos las
mujeres. En mi tesis de doctorado de filosofía argumenté el tema en base
al caso de las mujeres de Argentina, entre 1943 y 55, comparándolas
entre si, y con los hombres de su misma clase social.
Quería además tratar de entender por qué me han
reprimido, y tan violentamente,
por razones políticas y a lo largo de mi vida. Por ejemplo, en San
Nicolás, Argentina, donde estuve presa por primera vez durante ese mismo
período (1954), a pesar de ser aun menor
de edad, y de no apoyar ni repudiar a ningún partido político.
En última instancia, quería tal vez entender cuales fueron
los elementos que
influenciaron decididamente la formación de mi propia conciencia
crítica, como la llamaba Freire. Y cuál fue la lógica socioeconómica
subyacente en la decisión de las fuerzas armadas de sacarme de Chile
luego del golpe de 1973. Y de ser sacada de Argentina con un destino
también impuesto y por la fuerza, luego del golpe 1976.
Además, cuando llegué aquí, y a pesar de tener muchos años
de escolaridad, me convertí en analfabeta. ¡Casi sorda y muda! Porque
resultó que al bajar del avión comprendí que yo no manejaba el inglés
coloquial y con acento oficial que se usaba aquí. Ni mucho menos el
acento de Glasgow, o de Liverpool, o peor, el cokney del Eastender de
Londres. Solo sabía leer de corrido textos de economía, filosofía,
demografía, estadística, por ejemplo.
Paulo Freire era también un ser humano fuera de lo común.
Su dulzura, sensatez, humildad, carisma, ternura, bondad e inteligencia
lo hacían extraordinario. Siempre estaba plácido y casi sonriente. Era
la suya la imagen de alguien que se ama y esta en paz consigo mismo. Y
que por eso, amaba a todas las demás personas. Y lo hacia un excelente
colega en el trabajo de oficina, en ICIRA.
A nivel personal, Paulo y su primera esposa, Elsa, también
educadora y brasilera de Recife, me hicieron sentir parte de su
hogar. Con ellos, familiares y otras amistades, compartí
comidas y fiestas domingueras en su casa de Santiago. Y allí,
además de aprender a comer fijoada, aprendí mucho sobre
Don Paulo, mi amigo. Vayan estas
anécdotas como ejemplo.
Cuando llegué, una de esas indescriptiblemente bellas
mañanas de Santiago, casi cordilleranas, a su casa en la zona norte de
la capital, Elsa, bastante afligida, y al abrirme la puerta, me comentó
en portugués que habían entrado ladrones a la casa.
Luego apareció Paulo, quien me abrazó y me hizo pasar a su
escritorio, mientra Elsa volvía a la cocina, a retocar la sencilla, pero
cálida, ceremonia del almuerzo.
-Toma asiento- dijo Paulo- Quiero que veas, Marta, los
dibujos originales que para mi libro (La
educación como práctica de la libertad),
hizo un amigo mío, un artista de mi lugar natal.
Y mientras pasaban ante mis ojos láminas en blanco y negro
que representaban las distintas situaciones y palabras generadoras
básicas de su método, comenzando con la palabra CASA, y el dibujo de la
pareja de un hombre y una mujer frente a una modesta casita, yo esperaba
ansiosa que Don Paulo me explicara que pasó con el robo.
Nada de eso sucedió.
Ahora recuerdo que todavía guardo aquí, en mi propia
casita del exilio, un dibujo que Paulo me regaló ese día, también
autoría del artista que ilustró ese libro de Don Paulo. Tanta era su
generosidad.
La conversación se perdió detrás de aquellos detalles.
Yo estaba encargada por esos días en el ICIRA (Instituto
de Capacitación e Investigación en Reforma Agraria), Santiago,
1967, de evaluar como he dicho,
cómo usaban los organismos del estado el método de Freire en el campo
chileno. Porque en la FAO y la OIT existían
sospechas de que lo usaban para hacer propaganda para el gobierno
del demócrata cristiano Frei.
Pero ese día era domingo. Y era nuestro turno de
descansar. De inundarme de la paz familiar, que para mí, joven mujer
profesional extranjera que vivía sola en Chile, era algo de gran
importancia.
No obstante, y como era lógico, quería también saber que
había pasado con el robo. Pero nadie habló de eso durante la comida. Ni
después.
Ese atardecer, cuando me acompañó hasta la puerta,
consciente de estar con una de esas personas que la humanidad solo
produce una vez cada cientos de años, le sonreí a Don Paulo, mientras le
decía: ¿Y qué pasó con el ratero, Don Paulo?
Y el me respondió que la conversación había sido grata.
Que lo invitó a sentarse, como antes a mí, en esa misma
silla de su escritorio, y
que conversaron un rato largo, mientras le explicaba por qué existen los
ladrones.
(c) DRA MARTA ZABALETA
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