Un silbido largo, descorazonador como un suspiro desesperado, penetra
profundamente las almas de aquellos que se encuentran en las alas del
bulevar del centro de Bucarest. Cada parte del cuerpo se estremece.
Escalofríos atraviesan sucesivamente cada pulgada de la columna
vertebral. Si estabas feliz, tranquilo, pensativo, todo fue destruido en
un segundo... Sin embargo, es común para los residentes muy cerca de la
principal arteria de la ciudad. A quince minutos, aproximadamente, te
envuelve una tal explosión de sonidos. Un coche de bomberos, una
ambulancia o un coche de policía... La intensidad del sonido hace vibrar
cada parte del cuerpo humano. ¿Tal vez debido a la increíble conexión
entre los sonidos dolorosos, agudos, que se te adentran instantáneamente
o del gemido que te hace temblar, prediciendo algo malo? Los sonidos son
más intensos por la noche. Durante la noche, rara vez, pasa algún coche.
Pero, seguramente, unos coches con pitido horripilante, te despegarán
repentinamente del dulce reino de los sueños, para meterte en las
pesadillas reales.
El tono de llamada del teléfono móvil ha parecido extremadamente
armonioso, aunque era el comienzo de una historia aterradora y muy
verdadera.
‒
Carmen, ¿eres tú? -me preguntó la persona con el móvil.
‒
¡Sí! -le respondí de inmediato.
‒
¡Soy Isabela! ¡Encontré una casa para comprar! ¡En realidad, un
apartamento en una casa! -dijo la mujer.
‒
¿No se tratará de alguna estafa? -le pregunté yo desconfiada.
¡Sería gran milagro que todo sea correcto!
¡Me dijo un notario que, en los últimos años, no ha visto venta
correcta! Los estafadores más pobres quieren cobrar sólo el anticipo,
pero permanecer en la casa. Te dicen, sin vergüenza, que no tienen a
donde ir, es decir no quieren venderte nada. La mafia inmobiliaria, a
contrario, toma tu dinero para la propiedad entera y no te da nada. Y no
te queda ninguna oportunidad más para recuperarlo.
‒
¡Espero que todo esté bien! Tú ¿dónde estás? -me preguntó Isabela.
‒
¡En la Universidad! -le dije. Acabo de salir de clase.
‒
¡Coge la línea 16 y ya te diré yo dónde tienes que bajar! Mi marido
tiene muchas clases con los estudiantes durante este semestre y no puede
venir ahora.
Yo quiero ver hoy mismo la casa. ¡Por favor, ven conmigo!
‒
¡Vale! Acepté sin decir nada más.
Y no lo he lamentado en absoluto.
La ruta del tranvía es un espacio donde se entretejan, de modo extraño,
las historias de los últimos dos siglos, petrificadas, confusamente, en
un collage misterioso.
El recorrido del tranvía 16 es un viaje en esquife por Aqueronte, y el
conductor siendo un triste guía. El camino te ofrece las experiencias
más inéditas.
Apenas viajas cien metros y entras en otro
mundo, como si fuera un
Valle del Lamento
intemporal. Un reino gris, como un lienzo pintado en tonos de gris,
creación de un artista deprimido.
Desde la acera vestida en tonos oscuros al gris azulado del cielo...
Aparecen edificios construidos al comienzo del siglo, en mal estado, sin
ventanas, con paredes desnudas que revelan, sin pudor, el ladrillo
carmesí, que parece haber atravesado la niebla del tiempo, restos de los
muros. Destruidos...como después de un cataclismo o algún ataque armado.
¡Parecen imágenes de Beirut, durante la guerra! Entre ellos, algunas
construcciones nuevas: gigantes de vidrio, de azul intenso, puro, y
metal plateado, que albergan unos dos bancos y la sede de una
corporación. Aparece incluso el esqueleto aterrador de un edificio
nuevo. Pero la sensación es similar a la vista de un esqueleto humano.
Y, de un lugar a otro, terrenos cubiertos de malezas altas,
filiformes... Entre ellas, aparece delicadamente, alguna espiral
ascendente de hojas alternantes, cortadas en formas interesantes, que se
simplifican sólo reduciéndose cada vez más, hacia el ápice de la planta,
donde terminan por convertirse en los sépalos del cáliz, dispuestos en
un círculo. Es la vuelta de su inicio y al mismo tiempo un nuevo
comienzo, el de la flor mágica. Porque cualquier flor te déjà revelar,
si la estudias con atención, su milagro. Incluso si es una simple
maleza...
Me doy cuenta que el tranvía me ofrece una oportunidad que no tendría
como simple peatón que pasa a través de esta ruta. Como un eterno
buscador de la belleza, puedo admirar, entre montones de escombros y
paredes, la delicadeza del detalle de encaje, que se encuentran por
encima de las arcadas elípticas. Quedo encantada del misterio de las
estatuas frías de mármol blanco, que dominan con superioridad las
frágiles paredes de los edificios, haciendo abstracción del resto del
paisaje. Como simple peatón, creo, sin embargo, que no admiraría
demasiado tranquila la espada de piedra -preparada para la batalla- del
valiente soldado romano, que está de guardia encima de la entrada de un
edificio, delante de mí, izado de paredes, que resisten milagrosamente,
ya que podrían volar por encima de mí, en cualquier momento. Me
estremecería la maravillosa cabeza de la inmortal Venus, suspendida en
una arcada de un balcón, porque, en cualquier momento, podría arrojarme,
como simple mortal, en otras esferas, del misterioso reino de las
sombras gris... ¿Más extraños, acaso, que el camino que atravieso? Como
si estuviera en un túnel del tiempo, en el que yo había sido proyectado,
instantáneamente, en el Bucarest del comienzo de siglo, siendo
consciente, sin embargo, del presente. Pienso que para los apasionados
de sensaciones fuertes del Occidente sería algo inédito. Pero para
nosotros, que encontramos permanentemente este tipo de cosas, tal
experimento parece tan común, insignificante.
Un pequeño parque se revela y en medio, un
fuego con llamas rojizo-naranja, guardado por extrañas figuras, un Jean
Valjean1
de nuestros tiempos, de estos lugares
y algunos personajes miserables, andrajosos, con rostros marcados por un
odio diabólico, como si fueran desprendidos de las novelas de Dickens...
Con los cuales nunca desearías encontrarte cara a cara.
Extremadamente pocas casas han sido reformadas. Aquellas que han sido
transformadas en refugio por algún partido, alguna asociación... Las
construcciones tomadas por empresas son las más impactantes, por la
combinación totalmente inapropiada de la mezcla de moderno, con
elementos de arquitectura antigua.
Mis ojos vuelan entusiasmados hacia la arquitectura fascinante del
edificio del frente, intentando disfrutar de cada detalle... Mi mirada
busca con avidez ansiosa este abismo del paraíso de las intersecciones
entre las delicadas arcadas elípticas, con las maravillosas vías
parabólicas, de las frágiles columnas hiperbólicas sobre las cuales
dominan, de un lugar a otro, esferas perfectas. Mi iris se convierte en
el origen del sistema de referencia, contra el cual se puede calcular
cualquier radio o longitud de arco, cualquier superficie. El instante se
convierte en el origen del sistema de referencia temporal, el momento
cuando le das la vuelta al reloj de arena, y las partículas finas y
doradas comienzan tímidamente a arrastrarse. En este mundo del infinito,
no permaneces demasiado... Te despierta a la realidad el anuncio seco,
glacial, montado en la pared frontal: "Tienda social". A la izquierda,
domina un pequeño castillo pintado de verde primaveral, que te deleita.
El radio de la mirada busca de nuevo, con sed, cada detalle, cada
redondeando de los maravillosos capiteles de mármol. El espectáculo se
desvanece rápidamente.
Porque la mirada cae sobre la panoplia rígida, fijada sobre la fachada
de la construcción, a la derecha, a dos metros del suelo ¡"Tienda -
ARMAS Y MUNICIONES"!
Examiné sorprendida a los viajeros del tranvía, sincronizados
perfectamente con el reino gris de fuera. Con su ropa, con sus
pensamientos... Todos miran al vacío. Flotan todos en el inmenso océano
de los pensamientos personales, de los problemas cotidianos, como si
todo alrededor es algo ordinario, algo normal... El exterior no les
importa desde hace tiempo...
Entre paredes demolidas, en un comienzo de calle, tipo arco parabólico
deformado, figuras miserables, andrajosas, con rostros oscuros...
Piensas sin a querer a Dante, viajando
mediante uno de los
círculos del Infierno.
Uno que aún no ha descubierto. Un Infierno terrenal.
Una niña juguetona atrae en su huir un perro feroz, como un Cerbero. Su
ladrido entrena una manada de perros callejeros de las cercanías. Las
bestias descontroladas la rodean y saltan hacia la niña, mostrándose los
dientes brillantes. La envuelven con sus zarpas nerviosas. Y entonces, a
la vuelta de la esquina, un hombre tira hacia ellos con un palo. Grita y
los aleja...
Enfrente de esta escena domina piadosamente una iglesia. Y la misma
extraña comunión entre lo nuevo de la distinguida cúpula, recientemente
renovada, de la entrada lateral recién pintada y la antigüedad de los
muros que dan en el bulevar, pelados desordenadamente, perforados
violentamente por la tubería moderna de la calefacción, recientemente
instalada y en que aparece una hoja, con la especificación "MONUMENTO
HISTÓRICO".
El pensamiento me corre nostálgico a los pobres ancianos, que viven en
las antiguas casas, las que están aún enteras, en las que se encuentran
-probablemente- libros de valor y objetos de arte inestimables, así como
elementos arquitectónicos que les decoran al exterior; al temor que
viven estas personas diariamente, impotentes ante los peligros. Porque
el grupo de Jean Valjean del pequeño parque parecía dispuesto a realizar
grandes hazañas. Planificaba acciones de largo alcance...
Hemos llegado en la zona donde se situaba la casa en venta, media hora
antes. Pensamos en ese momento que teníamos que buscar la casa, según
los indicios que nos había dado el agente inmobiliario: la antigüedad
del edificio, el tipo de construcción, el aspecto. Suponiendo que los
informaciones que nos había facilitado correspondían a la realidad...
Dos viviendas enormes correspondían a la descripción. Las estudiamos,
pero desde lejos. Especialmente que, a una de ellas, una persona que
estaba sometida a la ventana del ático, nos perseguía con la mirada,
tras una cortina de encajes, densa y amarillenta por el tiempo. No
logramos verle bien el rostro. Hemos supuesto que se trataba de una
persona mayor.
Isabela era pensativa. Sus pensamientos estaban volando
involuntariamente al día anterior. ¡Cómo deseaba que todo fuese real!
Poder comprar el apartamento. Pensó ansiosa en todo lo que había
sucedido.
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Paúl la esperaba en la puerta del hospital. Vio a Isabela saliendo
precipitadamente y la
encontró con la voz emocionada por la noticia:
‒
¡Espera, hay algo que te quiero decir! Es una noticia excelente: ¡He
encontrado una
casa para comprar!
Isabela no dijo nada y lo miró sin reacción, ausente.
‒
¿Isabela, tú me escuchas? ¡He encontrado una casa! -repitió Paúl.
Como despertada del sueño, Isabela contestó finalmente:
‒
¿Casa? ¿Has encontrado casa de comprar? ¿Nos la permitimos? -preguntó
ella.
‒
¡Sí! ¡Tiene un buen precio! -dijo con alegría Pedro.
‒
¿Y dónde estaría situada? -preguntó Isabela sin creer.
‒
Aquí, cerca, a pocas cuadras. Hablé con el agente inmobiliario y dijo
que el lunes,
podríamos ir a visitarla. Sólo sé el nombre de la calle.
‒
¡Vamos a verla ahora! -dijo Isabela impaciente. ¡Seguro nos daremos
cuenta cuál es!
‒
¡Bueno! -aceptó Paúl. ¡Nos vamos ahora, si quieres!
Caminaron algunas calles, cruzaron el bulevar y entraron en un callejón.
‒
¡Mira, una casa más antigua!
¿Ésta sería? ¿Pero no es demasiado grande?
En la planta baja y en el primer piso no vive nadie. Pero fíjate en el
ático, ¿una vieja nos mira? –dijo Paúl.
Miraron los dos curiosamente hacia la ventana, estudiando, al mismo
tiempo, con atención el edificio.
En la planta baja, las ventanas de PVC, recientemente montadas,
contrastaban fuertemente con el resto del edificio. La planta baja había
sido pintada recientemente,pero los pisos estaban con yeso descamación,
en un estado fuerte de degradación. Si te fijabas en el ático, no
necesitabas mucha imaginación para verlo destrozado por cualquier
movimiento producido en las inmediaciones. ¡Simplemente te daba miedo!
¡Tenías la sensación que en el momento siguiente se te caerá en la
cabeza!
La vieja huyó asustada de la ventana.
‒
Vamos a ver otras casas también. ¡Quizás adivinamos cuál es la nuestra!
-dijo Isabela.
¡No sería justo esta!
Después de atravesar el callejón, aun la vieja casa se acercaba más a la
descripción y
presentación del agente inmobiliario.
‒
Ya nos enteraremos el lunes cuál es, dijo Paúl. ¡Tengamos un poquito de
paciencia!
‒
Vale, aceptó Isabela también.
…………………………………………………………………………………………………..
El agente inmobiliario nos llamó y apareció inmediatamente -en su coche-
al lugar de encuentro. Nos fuimos juntos a casa. Frente a la casa, nos
esperaba una mujer que debía de tener más de cincuenta años, corpulenta,
con la piel de oliva y el pelo largo, liso, de color negro-azul. La
acompañaba un joven regordete, con características qué marcaban, de
manera evidente, retraso intelectual.
La mujer se presentó, muy segura de sí misma, como dentista en un pueblo
alrededor de Bucarest, donde decía que también vivía con su hijo. De
esta manera se nos quitaron un poco las dudas aparecidas en nuestros
pensamientos, al ver la cara oscura.
‒
¡Tenemos una casa en construcción! -dijo la mujer. Y este es mi hijo. El
también finalizó la carrera de medicina, en una universidad privada,
dijo la habladora señora. Durante su época de estudiante, le compré el
apartamento de esta casa, que ahora quiero venderlo.
Entramos en el patio. El exterior del edificio se veía bastante bien
para su paso a través de las nieblas del tiempo.
‒
¡Hubiera sido mejor si habría sido localizado frente a la calle!
-exclamó Isabela.
En el patio, trozos de acera rotos y basura expandida del interior del
cubo. Subimos todos, sucesivamente, por una escalera estrecha, en
espiral, hasta el primer piso de la casa. Una puerta de PVC, recién
instalada, nos apareció frente a los ojos. El agente inmobiliario la
abrió.
El apartamento era relativamente pequeño en comparación con los espacios
con los cuales estábamos acostumbrados y en que habíamos vivido hasta
entonces. Pero estaban en los casas de los padres. El interior viejo era
completado con ventanas de PVC, azulejos nuevos, instalaciones
sanitarias modernas. El precio era aceptable.
‒
El apartamento era deseado por la vecina de arriba. Pero nosotros no
queremos vendérselo. ¡No hablen con ella! Está un poco loca, nos dijo la
dama oscura.
‒
¿Y con el notario, cómo hacemos? -preguntó Isabela.
‒
Pueden elegirlo ustedes.
Nosotros tenemos nuestros notarios. Y abogados, y relaciones... Podemos
encargarles a ellos los papeles. ¡Si así lo quieren, por supuesto!
‒
No, no. Mejor elegimos nosotros el notario, dijo Isabela, pensando que
así serán más
seguros de la equidad de la transacción que iban a realizar. Muchos
conocidos le habían contado que habían tenido muchos problemas con los
notarios. Aun una amiga notario le había contado situaciones de otros
notarios que autenticaban documentos falsos.
A la salida, la doña rubicunda les ofreció, generosamente, un CD con
música popular.
‒
Este es el CD con mis canciones. Soy muy apasionada por la música
folclórica. Salí también en la televisión, nos dijo sonriendo la mujer.
Tres días después, Isabela me llaman otra vez:
‒
¡Hola! ¡Mañana me compro la casa! ¡Ya he pagado la señal! Y firmé el
precontrato, me dijo ella apresuradamente.
‒
¿Va todo bien? -le pregunté yo. ¡Cuidado, el peligro de ser estafado es
muy grande!
‒
Sí, he visto yo también en la televisión algunos casos de fraude.
‒
¿Has tenido cuidado con el notario? -le pregunté.
‒
Somos nosotros los que hemos encontrado a la señora notario, me
contestó.
‒
Un compañero de la universidad, me contó cómo él junto con un amigo,
montaron una empresa inmobiliaria, inmediatamente después de la
revolución y les han quitado las casas a todos los que se habían
dirigido a ellos. La gente había confiado en ellos y les había dado los
papeles para vender sus propiedades. ¡Ni siquiera se imaginaba que
podría ser estafada! ¡Sólo en películas había visto semejante cosa! -le
conté a Isabela.
‒
Y ahora, supongo que tu compañero es muy rico, me dijo Isabela.
‒
¡De ningún modo! Su amigo huyó con todo el dinero que habían ganado y mi
compañero se quedó con las deudas a pagar, se lo aclaró yo
inmediatamente.
Paúl e Isabela habían vuelto para visitar la casa. El día siguiente
tenían que firmar los documentos de compra-venta.
‒
Isabela, tenemos que hablar con los vecinos también y ver cuál es la
situación. Con la única vecina que hemos visto no se puede hablar. Y los
propietarios nos aconsejaron no hablar con ella. Vamos a ver lo que hay
de las otras personas. Ya que cada vez que hemos pasado por aquí, no
hemos visto a nadie, excepto a la extraña vecina que vive arriba. ¿No te
parece extraño? dijo Paúl.
Entraron por la puerta principal, en la parte que da hacia la calle.
Subieron las escaleras hasta el primer piso y apareció una puerta de
metal recién instalada. Una puerta idéntica con la del apartamento que
les había presentado el agente inmobiliario. Trozos de películas azules
que la envolvía para el transporte, aún se observaban sobre la
superficie de la puerta, tal como en la otra. Golpearon a la puerta,
llamaron, pero nadie les contestó. ¡En la planta, estupor! ¡Una puerta
idéntica! Llamaron, golpearon a la puerta. Otra vez, ningún resultado.
Paúl e Isabela eran tanto sorprendidos, que no dijeron ninguna palabra.
Ni siquiera sus propias opiniones, tal como siempre procedían. Quizá
porque deseaban tanto una casa suya... Y hasta ahora sólo habían
encontrado estafadores. La madre de Paúl había intentado comprarle un
estudio, en Bucarest, desde que él era un estudiante. Y había fracasado.
Había encontrado ya sea personas privadas, ya sean agencias que sólo
querían estafarla. "¿Me pregunto cómo logran algunos comprarse realmente
una casa o un apartamento?" pensaba Paúl. "Probablemente te la tienen
que vender personas conocidas o conocer personas serias que trabajen en
las agencias inmobiliarias.", pensó él. En realidad, algunos han
conseguido hacer transacciones. ¡Pero cuántos son aquellos que han sido
engañados! Un compañero más viejo, de la Universidad, le dijo que una ex
compañera, casada con un empleado de una televisión, había sido engañada
y ya no podía resolver nada. Incluso su vecina, directora de un colegio,
había sido estafada. Había comprado un apartamento en un complejo
residencial y había pagado una gran cantidad de dinero.
Cuando vio que no existía ninguna posibilidad de mudarse en el
apartamento, quiso resolver el problema en el juicio. Pero todos los
trámites resultaron ser inútiles, porque el contrato era tan bien
redactado por los abogados de la empresa que vendía la propiedad, que
ellos, según las cláusulas de los documentos, no estaban obligados a
devolver nada, aunque habían cobrado el dinero por el apartamento. Paúl
e Isabela habían dejado de pensar que, algún día, se podrían comprar su
propio apartamento. Y que aquí, sin embargo, y ahora, parece que
apareció la oportunidad de una transacción exitosa. Paúl buscó
nuevamente anuncios inmobiliarios, obligado por la situación existente
en la residencia donde vivían, y donde había empezado la renovación
completa. Los asistentes y los lectores universitarios jóvenes, de la
provincia, estaban alojados en las mismas residencias con los
estudiantes. Estaban contentos, ya que pagaban menos de lo que tendrían
que gastar en los alquileres normales y además, tenían la posibilidad de
sentirse aún estudiantes. Ahora, sin embargo, tenían que encontrar
urgentemente un lugar dónde mudarse. Desde la aparición de la crisis
financiera, todas las residencias de estudiantes en las universidades e
institutos, habían recibido enormes fondos para la renovación. Y todas,
por supuesto, habían sido cerradas. "Así que esta oportunidad", pensó
Paúl, "aparecía en el momento adecuado." Isabela y Paúl bajaron y luego
caminaron hasta el segundo cuerpo, donde se encontraba su apartamento.
‒
Vamos a intentar en los edificios vecinos, dijo Paúl. Ambos salieron a
la calle y vieron la escuela de la vecindad del inmueble.
‒
¿Intentamos aquí? -preguntó Paúl. Y ambos se dirigieron hacia la
entrada. En la puerta estaban dos mujeres, de mediana edad.
‒
Si no sería mucha molestia, ¿conocen la situación del inmueble vecino?
–preguntó educadamente Isabela. Queremos comprar un apartamento en la
parte trasera del edificio. Hemos pagado ya el anticipo, dijo Isabela
alegremente, sin poder ocultar su alegría.
‒
Yo trabajo desde hace muchos años en esta escuela, le dijo una de las
mujeres. La propiedad estuvo en disputa y fue ganada en los tribunales
por un anciano que al parecer era el anterior propietario. La inquilina
abrió proceso también, pero se sabe que perdió. El viejo tenía dos
hijas. La primera chica tomó la parte delantera de la casa. La otra no
sé qué ha hecho. Lo que sí sé es que no es nada correcto, es que el
anciano vive y ellas lo declararon muerto, para hacer registrar los
documentos a sus nombres. En realidad, sobre un apartamento de la casa,
creo que el de la parte trasera, existe usufructo. Al viejo lo han
ingresado en una residencia de ancianos cerca de Bucarest. Paúl e
Isabela pensaron de inmediato que se trataba de su apartamento.
‒
¡Sobre el nuestro se hizo usufructo! -dijeron ellos a la vez.
‒
Dígame, por favor, ¿es el propietario el que se le haya sido
nacionalizada la casa? preguntó curiosa Isabela.
‒
¡Oh, no! -le contestó la mujer mayor. ¡El
propietario ha sido un gran agente de Securitate2
en su vida! Cuando los comunistas tomaron el poder, su nivel de estudios
era solamente el cuarto de primaria. Era un sencillo carpintero. Pero el
régimen necesita gente como él. El hombre les ayudó a sancionar los
"enemigos del proletariado". Como recompensa, fue nombrado, rápidamente,
coronel. Por sus servicios recibió esta casa, después de ser
nacionalizada. ¡No todo el mundo recibía una casa tan grande! Acerca de
su verdadero propietario nadie sabe nada. Más que probablemente murió...
‒
¿Pero, tuvo hijos? Quizá reivindican ellos la casa, preguntó Paúl.
‒
Eh... Sobre ellos, se trata de una vieja historia. El propietario tenía
un hijo al que quería mucho. Cuando estaba en la universidad el joven se
enamoró de una compañera de clase, la hija de un sacerdote y quería
casarse con ella. ¡Los padres, sin embargo, se opusieron con vehemencia!
Decían que tenía que elegir a una chica proletaria, si quería tener el
futuro asegurado. De este modo, quizás, conseguían salvar la casa. Las
hijas de obreros y campesinos estaban matriculadas en la Universidad
inmediatamente. Incluso sin tener el título de bachiller. A cambio,
estudiaban en la Universidad de los Trabajadores. La hija del sacerdote,
en vano era inteligente y estudiosa. Para aquellos como ella existían
muy pocas plazas en la facultad. ¡Había diez concursantes para una
plaza! Y aunque finalizaba la carrera, aun así lo hubiera llevado muy
duro.
El joven, en cambio, no ha escuchado. Amaba demasiado a Alina.
Se casaron sin esperar el consentimiento de los padres. Y entonces, en
la
primera noche, después de decirles a los padres sobre el matrimonio,
sucedió algo terrible. Por la noche, mientras los jóvenes enamorados
dormían, fueron asesinados durante el sueño, con muchos golpes de
martillo... Desde entonces, la gente dice que la casa está embrujada. Se
oyen siempre gritos horripilantes, desesperados en la noche...
‒
¡Qué tragedia! -se mostraron asombrados Paúl e Isabela. ¡Muchas gracias
por las informaciones!, dijeron a la vez los dos jóvenes.
"¡Qué extraño!" -pensó Paúl. ¿Por qué esa historia fue un shock para él?
Tan chocante que parece haberlo sacado de una amnesia. ¿Por qué tiene la
sensación de que lo que se le había contado conocía desde hace tiempo?
¿Quizás porque a él también le había sucedido lo mismo? Los padres se
opusieron al matrimonio con Isabela. Querían como nuera a la hija de un
agente de Securitate, vecino de la comunidad. Pero no era tan hermosa e
inteligente como Isabela. Además, en esa época, antes de 1989, la hija
del agente no había estudiado nada más después del 2º de ESO. La mente
no le ayuda a aprender. Y tampoco tenía alguna posibilidad de ir a la
escuela otra vez. Después de la revolución, sin embargo, el agente hizo
los trámites necesarios para que su hija siguiera los cursos nocturnos,
incluso le consiguió el diploma de facultad, una particular, abierta en
un estudio, por una de las personas con la cual colaboraba en la
Securitate. Después, con dinero, su hija fue contratada de inmediato en
la Fiscalía.
Paúl pensó que tal vez con las relaciones del hombre de la Securitate no
lo tendría tan mal ahora en la Universidad. El actual jefe de
departamento era nombrado, de un simple trabajador, profesor
universitario por los comunistas. Cuando él era estudiante, este era el
peor profesor en la Universidad. Tenía, en cambio, actividad intensa
como soplón de la Policía Secreta. Y como consecuencia, ahora sólo él
había quedado entre los viejos. Los mejores desde el punto de vista
profesional se han ido a otros lugares mejores - o han emigrado al
extranjero o han muerto, por vejez... El jefe de departamento contrató,
en la universidad, a su hija, su yerno, a sus dos hijos y a la esposa.
El hijo mayor, Andrei, fue compañero de Paúl. Estaba entre los últimos
del año. Apenas aprobaba los exámenes en la sesión excepcional. Pero
como Andrei tenía como jefe a su propio padre, claro que pasó
rápidamente, sin esfuerzo, al puesto de profesor asociado...
Paúl creía que su amigo Mihai se encontraba en una situación mejor,
puesto que estaba en otro departamento. Y porque su jefe de departamento
no había contratado a su familia en la Universidad. Pero Mihai le
explicó, que no se encontraba mejor que él. El señor profesor, jefe del
departamento tenía otros puntos débiles. Había traído a sus amantes, a
quienes promovió en diversos cargos. A Mihai, por haber sido el mejor
estudiante, ni siquiera lo soportaba. Paúl lo preguntó una vez,
curiosamente, si los amantes estaban solos. ¡Y se encontró algo
sorprendente! ¡Todos estaban casados, tenían niños, así como el
profesor, fingían! Para que nadie sospechara nada. Y, sin embargo,
muchos saben la verdad...
Sus pensamientos fueron interrumpidos por la voz melodiosa de Isabela.
‒
¿Qué es el usufructo? -le preguntó ella.
‒
Vamos a preguntarle a la señora Notario, ya que nosotros la encontramos,
dijo Paúl.
‒
¡Preguntémosle por teléfono! -dijo Isabela.
‒
Pero primero hablemos con el agente inmobiliario. Luego, iremos al
Ayuntamiento de sector para ver si está registrada la defunción del
viejo.
Paúl cogió el teléfono móvil y marcó un número.
‒
Buenos días, somos la pareja con casa en venta. Nos hemos enterado de
que el antiguo propietario no está muerto. Vamos al Ayuntamiento a
comprobarlo.
‒
¡Sí, está vivo! ¡Pero les aconsejo no ir tras la pista! -les dijo, con
la voz amenazante, el agente inmobiliario. ¡Si comprueban algo más,
tendrán problemas con nosotros!
¡Hablaremos mañana al Notario, cuando nos encontremos! Y colgó
nerviosamente el teléfono. Paúl se quedó asombrado.
‒
Hablemos con la señora Notario también, le animó Isabela.
‒
Hola señora, somos los que quieren comprar el apartamento de la casa,
tenemos cita para mañana. Nos hemos enterado de que existe usufructo
sobre la propiedad. ¿Qué quiere decir esto? El primer propietario
todavía vive, aunque fue declarado muerto por las hijas.
‒
Si existe usufructo, el contrato de
compraventa no tiene ningún valor. Pero creo que el viejo está muerto. Y
si no es así, si ellos tienen actas de defunción, entonces ¿qué importa?
¡La gente es muy influyente, con
muchas propiedades, se saben arreglar todo! Quedamos para mañana, para
poner fin a los papeles, les dijo la mujer como si les ordenara. ¡No
acepto que renuncien bajo ninguna circunstancia! ¿Pero quién se les
dijo?
‒
¡El agente inmobiliario en persona! -dijo Isabela.
‒
Creo que, en este momento, la señora Notario llama al agente
inmobiliario y le dice que sabemos que el viejo vive y le enseña a
mentir. Que no reconozca más que vive, dijo Paúl.
Paúl e Isabela volvieron al apartamento. Habían traído parte de sus
cosas, ya que los propietarios les habían dicho que se podían mudar en
la casa. Habían pagado ya el anticipo. Y como estaban presionados por el
hecho de que en la residencia habían empezado las reformas, no se
quedaron mucho tiempo a pensar. Y Paúl, esa noche tuvo una idea loca...
‒
¡Vamos a pasar la noche aquí! Tenemos las tumbonas y otras cosas que
hemos traído. ¡Qué bueno que el hijo de la señora nos dejó traerlas!
¡Estoy un poco cansado después el día de hoy! ¡He tenido un día difícil
en la universidad! ¿Qué dices? -propuso Paúl.
‒
Vale, si es lo que quieres, aceptó Isabela. Al menos veremos lo que
compramos. Pero, ¿estará en orden? Espere, vamos a ver lo que dice el
contrato previo. ¿Cómo se llamaba la persona a la que el viejo vendió
por prima vez el apartamento? ¡He aquí el nombre de su esposa, Madelene!
No decía la señora de la escuela que una de las hijas se llamaba Mady?
¡Vendió el apartamento al yerno! -dijo Isabela.
‒
A ver quién redactó el acto de compraventa. Seguramente estará muerto,
dijo Paúl. Y abrió el portátil para averiguarlo.
‒
¡Sí, el Notario está muerto! ¿Y el siguiente acto? No estará muerto
también el segundo Notario, el que concluyó la venta entre el yerno y la
señora morena, exclamó el exaltado.
Continuó buscando febrilmente en Internet.
‒
El segundo, seguramente está muerto también, le dijo Isabela. Está muy
claro. Los actos no están en orden.
‒
¡Isabela, el segundo, también, esta muerto! ¡Es una mujer Notario, en
realidad! - exclamó, en voz alta, Paúl.
‒
Otra vez hemos chocado con una estafa, dijo Isabela decepcionada.
Mañana temprano recogemos las cosas de aquí. ¡Y anulamos la venta!
Llamaré ahora mismo al camionero que nos ayudó a traer las cosas.
Se quedaron dormidos, rápidamente, angustiados, después del día difícil
que habían tenido. A la una de la noche, fueron despertados por unos
gritos espeluznantes. Isabela empezó a temblar.
‒ Tranquila, estás conmigo, le dijo Paúl.
Pero el también había sentido escalofríos por todo el cuerpo.
Sus ojos buscaron, rápidamente, al martillo que habían visto arrojado,
cuando visitaron por primera vez la casa, como si hubiera sido una
solución...
‒ ¿Qué será? -preguntó, en un susurro, asustada, Isabela.
‒ Tal vez vive alguna loca en el edificio de enfrente, la calmó Paúl.
Pero los gritos se escuchaban más fuertes, más espeluznantes.
El cuento con las fantasmas no se lo habían creído en absoluto, pero
ahora...
¡Tal vez vive alguien en el ático! Allí donde había una puerta de metal
nueva, igual que la nuestra, e igual que todas de la casa.
‒ Pero la horrible historia... susurró Isabela, temblando de miedo.
‒ Eh, ¿tú sigues creyendo en los cuentos de hadas? -trató de sonreír
Paúl. Pero su sonrisa se vio forzada, limitada por el miedo.
Por la mañana, a las diez, suena el teléfono.
‒ ¡Soy yo, María! Perdone, ¿sabes algo de Isabela? No la encuentro desde
anoche, ni a ella, ni a Paúl. Estuve esta mañana en su casa y no me
respondieron. ¡Ni siquiera al teléfono contestan! ¡Ninguno de ellos!
-dijo preocupada la mujer.
María era la madre de Isabela, médico, como su hija.
‒ ¡Tengo entendido que se quedaron en el apartamento de la casa que
querían comprar!
Me llamó Isabela anoche, respondí.
‒ Vale, pero ¿por qué no contestan el teléfono ahora? -preguntó la
mujer.
‒ ¡No lo sé, sigue intentándolo! ¡Lo intentaré yo también! -le dije.
‒ ¿Tienes, sin embargo, un poco de tiempo? -me preguntó desesperada
María
‒ Tengo clases con los estudiantes a los 11, le respondí.
‒ ¡Por favor, ven conmigo al apartamento! -me pidió ella.
‒ De acuerdo, acepté yo.
Una hora después estábamos en el callejón. La extraña casa me parecía un
lugar imposible de definir geométricamente, en coordenadas x, z, y
accesible sólo mediante la introducción de un código secreto que sólo
algunos lo conocen. Y las extrañas puertas metálicas, idénticas... Sin
embargo, pronto, apareció la fachada de la casa. María me estaba
esperando en la entrada. Entramos en el pequeño patio y abrimos la
puerta del cuerpo interior del edificio. Subíamos la escalera helicoidal
hasta el primer piso y apareció la puerta de metal, recién montada,
sobre la cual aún permanecían colgados trozos transparentes de hojas
azules. Dimos golpes en la puerta, llamamos y... silencio. Entonces,
María colocó la mano en el pomo de la puerta y la puerta se abrió
ligeramente. Un martillo bañado en un líquido rojo como la sangre estaba
arrojado en el camino. En el sofá Paúl e Isabela estaban sumergidos en
el dulce sueño de la inmensidad. Sobre las sábanas blancas, parecía como
si alguien había arrojado pétalos de amapolas rojas como el fuego.
Parecían pintados por alguien en un color intenso, como la púrpura, rojo
como la sangre...
María se desmayó frente a mí. Cogí el teléfono y llamé.
Un siseo largo, desgarrador, como una endecha desesperada, penetra
profundamente en nosotros que estábamos en las alas del bulevar del
centro de Bucarest. Cada partícula del cuerpo se estremece y sientes
como los escalofríos pasan sucesivamente por cada centímetro de la
columna vertebral. Si eras feliz, tranquilo, soñador, todo se hizo
añicos en
un segundo...
1El
personaje principal de la novela "Los miserables" del escritor francés
Víctor Hugo. (N.del T.)
DRA CORNELIA PAUN HEINZEL
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