LA IGUALDAD DEL CAOS: LA ETERNIDAD DEL TANGO
Variedades de la eternidad según la medida que adoptamos, como ya lo sospechaba el finado Protágoras, primer postulante del homo mensura según mis seguimientos. Nunca dejaré de recomendar en este mundo u otro la deliciosa lectura de Diógenes Laercio: “Vida de los filósofos más ilustres de la antigüedad” les juro por mí mismo que disfrutarán el humor que alfombra la lectura de los cruzados pensamientos de los hombres y mujeres más relevantes de la Grecia Clásica.
1) LA INDIGENCIA LITERARIA DEL CHAMAMÉ.
Hemos estado planeando por encima de lo cotidiano. Reconozcamos que no vivimos entre ángeles, metafísicos, ontólogos y teólogos. Nuestro mundo se acomoda más a las trivialidades de una taza de café por las mañanas, el periódico donde se nos puede engañar descaradamente (y conste que pagamos por ello), el trabajo, los domingos por la tarde y las medialunas. Antes de proseguir me gustaría detenerme un momento en la eternidad verbal del tango en contraste con la penuria intelectual de las letras del chamamé que vendría a ser mi identidad geográfica. Nunca alcancé a entender del todo qué es ser correntino y las diferencias intrínsecas que debería exhibir respecto de un afgano, un maorí, un marsellés o un canadiense. Si dejásemos en suspenso fenomenológico el color de la piel, la estatura o el arte culinario poco queda de esa diferencia intrínseca: todos comemos, dormimos, trabajamos para vivir, soñamos y tal vez canturreemos alguna melodía cuando nos sentimos píos o desdichados. Se me opondrá el idioma y allí reconozco que deberíamos detenernos; más allá de los accidentes fonéticos la construcción cultural del idioma delimita y determina el campo semántico que es el continente del universo simbólico; pero entonces, al ser el español mi idioma materno, paterno, el de mi cuñado, tías y parientes en nada debería diferenciarse un correntino de un valenciano, mejicano, dominicano, madrileño o filipino.
Considerando la dimensión del mundo que delimita el lenguaje, quiero recordar una observación que recientemente me vino en sueños. Alguien, entre la bruma de imágenes confusas de una pesadilla me maltrató porque “siendo correntino, escuchaba tangos”. Al despertar, la supuesta traición musical seguía dándome vueltas en la cabeza y como hago siempre en estos casos busco la salida racional para escapar de la prisión de la culpa. ¿Por qué siempre recelé del chamamé, el rasguito doble y el valseado que fueron las músicas que acunaron mi feliz niñez? Me detuve a pensar que salvo excepciones que no hacen sino confirmar la regla, (Teresa Parodi es una de ellas) ¿qué puedo encontrar en el chamamé que proclame y retenga mi débil atención aturdida por el tumor? Repasemos algunas letras de conocidos temas. Una de ellas dice “La vestido celeste todas la llaman y para ella va mi canción” obviamente despierta un nulo interés en mí estas cuestiones cromáticas del vecindario. “En Bañado Norte tengo el rancho que te ofrecí, allí justos los dos, en mi Taragüi, volverá a renacer el cariño que te di”, ahora la ubicación del inmueble parece determinar la felicidad de los enamorados, cosa que me parece estupenda pero en nada me implica, quieran los dioses que sigan felices en cualquier bañado pero honestamente poco me interesan los domicilios de las parejas. Otro tema clásico “en el Puente Pexoa, querida del alma no existe el dolor”. Ignoro qué virtudes analgésicas tendrá el famoso puente pero no conmueve mis sentimientos esta preposición afirmativa de la que por otra parte dudo. Tal vez no exista para el inspirado enamorado pero si alguien con una artritis reumatoidea cruza el Puente Pessoa no creo que deje de sufrir. Por otra parte, según José Carlos, ni jazmineros ni orquídeas en flor, el polvoriento camino rumbo al Puente Pexoa está plagado de malezas y maleantes. Ni el archifamoso Kilómetro 11 se salva de mi iconoclastia correntina. “Sólo hay tristeza y dolor al hallarme lejos de ti, culpable tan solo soy de todo lo que he sufrido por eso es que ahora he venido a implorar tu perdón” es una traducción algo precaria pero que no trastorna del todo el fondo de la misión masoquista que predica el autor. ¿Alguien puede encontrar atractivas estas puerilidades? Tal vez la música se salve a sí misma pero entonces habría que silenciar a los cantantes, lo que no es tan mala idea considerando que uno escuchó alguna vez esos lamentos caninos de las siestas en el programa “Pampa y cielo” que desde su origen traiciona la tradición ya que Corrientes no está en La Pampa. Los letristas del chamamé no parecen haber conocido la poesía y como si fuese en un juego de naipes marcadas, la sortean a cambio de versificaciones visiblemente impostadas como las que acechan detrás del Homenaje a las Malvinas: “la estepa cubre la superficie de este terruño”, nos insta a preguntarnos, ¿entenderá doña Celia, que está sentada bajo un lapacho tomando mate el significado de “estepa”, “terruño” “pendón” y otras bravuconadas de diccionario Peuser que asesta el autor de estos malogrados versos? Cuando se quiere parecer ingenioso, se recurre a terminología rimbombante porque lo desconocido sirve de ocultación. Para decirlo en otros términos, los malos autores se esconden detrás de palabras difíciles lo que difícilmente los salve de ser malos autores. Por alguna razón que ignoro pero convendría indagar, las letras del chamamé (salvo escasa excepciones) no pasan de ser simples descripciones geográficas, rurales o costumbristas. Veamos la letra de Pedro Di Ciervi “El sancosmeño”. “Señores yo soy / el sancosmeño / un hombre formal / a carta cabal / también servicial / y sin interés” ignoro por qué usar ese lenguaje financiero y crediticio para contarnos algo tan intrascendente pero debo reconocer que E. Duarte lo superó con “El mapa de mi Corrientes” especie de cartografía musical a escala: “Qué cosas lindas tiene mi provincia / Corrientes, Caseros, Goya, Curuzú, / Libres, Virasoro, Loreto, Mercedes, / Concepción, San Cosme, Cofre, Yapeyú…” en esta enumeración agota el mapa de Corrientes en una lección de geografía inesperada para una peña. En “El dominguero” Oscar Valles reitera el recurso pero esta vez describiendo minuciosamente la indumentaria del hombre de campo como en una propaganda de los viejos almacenes de ramos generales: “Me voy pal pueblo con mi pilcha dominguera / camisa blanca, bombacha negra, / de alpargatas (sic), faja roja corralera / haciendo juego con mi cinto e`yacaré. / Allí me espera mi guainita enamorada / pollera verde, blusa floreada” y para no seguir martirizando al lector con estas proezas geográficas, textiles y castrenses (demasiados chamamés glorifican nuestras malogradas militadas comparándolas con las campañas de la Independencia) me limito a citar algunos títulos de letras que desaconsejan el resto de la cantata:
1) Quiero casarme con vos. 2) Retorno chamamecero. 3) Quiero calmar mis antojos. 4) Si te digo que no te extraño, te miento. 5) Tenés otro dueño pero igual te quiero. 6) Te deseo mucho y eres mi amiga 7) Te quiero mucho pero no te perdono. ¿No nos recuerdan estas frases los mensajes que nuestros adolescentes envían a través del chat o el celular? ¿No soy igualmente anodinas, simplificadas convencionales y vacías? ¿No suenan a impostura? Con razón don Isaco Abitbol recelaba de las letras y se dedicaba a fondo a la música, igual que don Tránsito, E. Montiel y los grandes fundadores del chamamé. Pocas veces cometieron la imprudencia de hacer lo que sospechaban que no sabrían resolver con la misma solvencia con la que componían sus músicas. Desgraciadamente delegaban el trabajo de escribir en amanuenses alquilados, y es sintomático que poesía y música pocas veces se hayan dado la mano en Corrientes. No he escuchado temas de David Martínez, Gordiola Niella, Francisco Madariaga, Marta Quiles y tantos otros poetas con oficio que tengan música de los grandes maestros. Miro el Brasil y el panorama es totalmente diferente; de hecho, en los bares de Río se juntaban músicos y poetas y de allí nació la bossa nova. Que con palabras simples va más allá de los atuendos, los puentes milagrosos y la toponimia. Plugo a los dioses que ese milagro se produzca de una vez en Corrientes para bien de la música, de la poesía y del pensamiento de la gente que de la trivialización se invite a pensar con profundidad el sitio que ocupa en el universo.
(C)Alejandro Maciel.
LOS MOVIMIENTOS DEL ARTE
El escritor naturalmente tiende a reproducir en palabras lo que observa en su mundo; este movimiento natural está siempre en los inicios de la expresión. Analizando una letra de chamamé, cualquiera, no se nos pierde de vista este aspecto descriptivo que predomina en casi todas. “En tus veredas, aromas de azahares que perfumaron mi loca juventud” aquí se reúnen memoria y aroma. “En noches primaverales, al reflejo de la luna dibujada en la laguna, cantaba mis madrigales”, “Cuando en verano el jazminero, vuelca su aroma sobre el jardín”, “Los gurises, en la costa qué lindos son, melenita despeinada sonrisa al sol. Puerto Sánchez es un paisaje, donde el cielo azul bajó”, “Oh pago viejo cuánto te añoro, sendero largo camino del arenal, junto al estero del agua mansa”. Sería ocioso continuar esta galería de pueblos descriptos minuciosamente con paciencia forense; cualquiera puede comprobar fácilmente lo que afirmo atendiendo las letras de los temas más conocidos.
En un segundo momento de la poesía el paisaje exterior se refleja en el interior por medio de emociones, sentimientos, evocaciones cargadas de significaciones. Es como si el artista incorporara la geografía o la sociedad en la que vive y nos la devolviera envuelta en su propia visión, rodeada del misterio de lo ajeno. En este segundo plano de la poesía el paisaje deja de ser real para convertirse en un pretexto que sirve al escritor o la escritora para desnudar su mundo interior cargado de ecos y reverberaciones. En letras de canciones más elaboradas se puede leer, por ejemplo, “De allá ité, donde la noche poriahú[1][1] no tiene penas”. El autor está transformando a través de su mundo interior las palabras con las que quiere describirnos algo inédito de las noches de allá ité (allá lejos). En este otro ejemplo creo que se puede ver más claramente el proceso: “se duerme tu cambá bolsa borracho con vino dulce de guaporú”. Creo, si no me equivoco, que los versos son de González Vedoya.
En un tercer paso el paisaje geográfico y humano en las resonancias internas del autor vuelven a dar un giro sobre sí mismas para investirse de poesía por medio de recursos que aunque los describamos con la frialdad de un entomólogo despanzurrando langostas, jamás podríamos llegar a transferir la emoción que implican: ¿qué nos dicen si no aliteración, metáfora, metonimia, paranofrasia, metadiégesis? Dicen poco o casi nada salvo que entre en el campo de los expertos, pero al común de los mortales les suenan a tecnicismos cuando no a pornografía. En esta tercera etapa nace la poesía en toda su actualidad y no como estado potencial en las dos fases anteriores. Para ejemplificar, el archivo chamamecero me resulta estrecho, la falta de coalición inteligente entre músicos y poetas decayó en indigencia en nuestra zona: tenemos por un lado música de jerarquía como la de los hermanos Flores y por el otro un contenido poético menesteroso que desmiente el nivel musical. Vayamos al tango porque aunque se pueden separar estos dos niveles (música y letra) cuando entre ambos se da la unidad tan esperada impregnan lo íntimo de cada uno con la fuerza de gotas de oro cayendo en un estanque de cristal. En el tango “A Homero” escribió Cátulo castillo “Eran tiempos de cercos y glicinas / de la vida en orsay y el tiempo loco / Tu frente triste de pensar la vida / tiraba madrugada por los ojos”. ¿Se puede describir un hombre atribulado con tanta precisión como pocas palabras? Empieza con la evocación nostálgica del barrio que ya no es, del tiempo devorado por el tiempo y después en ese mínimo retrato de Homero Manzi el poeta que nos lo venía escatimando, lo devuelve eterno. Podrán pasar siglos pero la lectura de estos versos seguirá envuelta en las sugerencias de un significado que va más allá de lo que enuncian. En “Garúa” el poeta Enrique Cadícamo describe una típica noche de invierno porteño, el frío, el viento, las calles solitarias “y en esta noche tan fría y tan mía / pensando siempre en lo mismo me abismo / y aunque quiera yo arrancarla o olvidarla / la recuerdo más”, hasta aquí nos acompaña ese segundo momento en el que el ámbito exterior (la noche de llovizna) y el interior (la soledad) se confunden e identifican; pero Cadícamo da un paso más. Describe su lento caminar por la acera, compara su corazón con una tapera a la que el olvido de la mujer que ama atravesó abriéndole una gotera. No olvidemos que afuera, en la calle sombría de invierno, está lloviendo también. En ese momento Cadícamo inviste la música de poesía: “Garúa, / tristeza, / ¡Si hasta el cielo se ha puesto a llorar!”. Podrán pasar los años transformándose en siglos y milenios pero mientras haya una sola criatura como la humana, sensible a la humillación, el desprecio y el abandono, estos versos seguirán diciéndole exactamente lo mismo que nos dicen hoy a todos nosotros. ¿No es eso acaso la eternidad? ¿El tiempo inmóvil? ¿El arte, que no muda como la materia de la que está hecho? Tratemos de explicar por qué estos inquietantes versos de “La última curda” de Cátulo Castillo, nos dejan una impresión extraña de atravesar la nebulosa de una borrachera? “¿No ves que vengo de un país / que está de olvido, siempre gris, / tras el alcohol…?” En “Desencuentro”, el mismo Cátulo Castillo en una agobiante confesión de pesimismo no alcanza a describir el ambiente porque la poesía se impone: “¡Qué desencuentro! / Si hasta Dios está lejano, / Quisiste con ternura / y el amor te devoró / de atrás, hasta el riñón, /se rieron de tu abrazo / y ahí nomás / te hundieron con rencor / todo el arpón. / Amargo desencuentro / porque ves que es la revés / creíste en la honradez / y en la moral, ¡qué estupidez!, / por eso en tu total / fracaso de vivir, / ni el tiro del final, / te va a salir” ¿Puede alguien denunciar con tanta profundidad la traición, el desengaño, el conflicto entre el bien y el mal, entre el deber y el hacer? ¿Puede perder vigencia esta inventiva feroz? Tal vez sirvan para sanar tanto pesimismo los versos de Homero Manzi en “De barro” “Y hoy que no vale mi vida / ni este pucho de cigarro / recién sé que son de barro / el desprecio y el rencor / vuelven tus ojos lejanos / con el llanto de aquel día / pensar que puse en tus manos / una culpa que era mía”.
Los verdaderos poetas del tango reniegan de las descripciones pintorescas, saben que los vestidos celestes y las pilchas domingueras y las orquídeas en flor son simples detalles ornamentales de los que pueden prescindir porque no les interesa enviar postales turísticas para describir su mundo. ¿Será que el mundo del arrabal porteño es mucho menos simple que los naranjales correntinos? ¿O será que el arrabal encontró su voz en escritores y escritoras que supieron traducirlo en poesía sin necesidad de tomar por asalto el diccionario Peuser? Busquen una sola palabra extraña en los fragmentos que les facilité y no la encontrarán. Con la simplicidad de la verdad, nos dijeron las cosas más crudas y más sublimes. Y esto desafiará al tiempo, al desgaste, a la usura de los siglos. Seguirá teniendo un significado dentro de mil años cuando haya un ser sufriendo o maravillándose. Los atuendos, las carretas, la toponimia correntina, el amorío banal de los nuevos conjuntos chamameceros pasarán con el tiempo, porque están hechos de una sustancia endeble que no resiste las comparaciones con la verdad de la poesía. Con esas versificaciones, glosas y palabras atadas que tejieron los amanuenses del chamamé se cumplirá la profecía de Cadícamo: “Muchachos, todo se lo ha llevado el almanaque, / todo, todo ya se fue…” No resistirán la ordalía del tiempo o quedarán como esos fósiles prehistóricos expuestos al público como objetos de distracción.
El tango está en la eternidad inmóvil, ya nunca nadie podrá devaluar su forma; por desgracia nuestro chamamé (recuerden que siempre estoy refiriéndome a las letras) se quedó en el camino y será arrasado por el paso del tiempo que no perdona héroes ni traidores; todos sucumben en el tormento de su cruz. Todo se lo llevará el almanaque, todo, todo se irá.
(C)Alejandro Maciel.
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