MARIA MAGDALENA
14
Hay una palabra al borde
de ser pronunciada, un hombre
que se sabe incompleto y calla,
una angustia que estremece
como una caricia,
un éxtasis que no da miedo,
esta entrega, religiosa.
Hay fuegos artificiales,
la algarabía del tango,
una alegría obscena,
y una mujer ausente.
Soy yo, en silencio y hablando
con una palabra
muda.
¿Qué es un padre? Un desayuno, la radio de fondo, la mueca en el rostro, un libro necesario a tiempo. El rasgo definitivo.
16
Un duelo perpetuo de
mujeres sin nombre,
lloran niños no nacidos,
con el agua roja,
y el sexo mutilado,
la palabra callada,
la carne de fuego,
la memoria robada,
y el espanto mudo
de llorar sin voz.
Somos un canto inconcluso.
Hubiese deseado un “ha muerto tu padre” con gestos discretos y ánimo mortuorio. El anuncio de mi orfandad.
Sin embargo, fue un “se murió” tembloroso mientras me sacudía en la penumbra, en el intento de hacerme despertar.
El anuncio de mi vigilia.
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Dieciocho años
de vos.
El retorno de
una caricia,
y saber que no hay
más allá del padre.
Dieciocho años
sin vos.
Me ocupé de matarte
en la ausencia del llamado
que significaba
morir en tu nombre.
Morir de tu muerte.
Y yo morí de un orgasmo
celebrando haberte
perdido. Quise vivir.
Dieciocho años
sabiendo que no hay
María que alcance
ni Madre que pueda
sobrevivir a la tragedia
de tu imposibilidad.
No hubo perdón
y de todos los cuerpos
posibles fue el mío
virgen, una vez más.
Y son tantas las vidas
que vivimos, y tantas
las muertes que celebramos,
que ahora podemos descansar.
Dieciocho años
y nunca más.
Fuiste tan romántico que quisiste morir bebiendo un perfume barato como si fuese un elixir. Aprendí de vos.
LOS NOMBRES DEL PADRE
Hay una palabra al borde
de ser pronunciada, un hombre
que se sabe incompleto y calla,
una angustia que estremece
como una caricia,
un éxtasis que no da miedo,
esta entrega, religiosa.
Hay fuegos artificiales,
la algarabía del tango,
una alegría obscena,
y una mujer ausente.
Soy yo, en silencio y hablando
con una palabra
muda.
(C) MARIA MAGDALENA
Prólogo –
Está escrito en los Evangelios que María, la
de Magdala, fue testigo de la crucifixión de un hombre. Veló el cuerpo
del muerto y luego presenció su resurrección. El resurrecto le
dijo: no me toques, porque aún no
he subido a mi Padre, pero cuenta que me has visto.
Dar testimonio de estos hechos hizo que la Magdalena, en los diferentes
libros, de acuerdo a la versión de cada evangelista, fuera calificada
alternativamente como prostituta, adúltera apedreada por la muchedumbre
o compañera de Jesús de Nazaret. Tuvo el dudoso privilegio de ser
destacada como la única mujer entre los apóstoles. Estos hechos, por
cierto improbables, conforman lo que podría denominarse como
arquetipo. La historia de la humanidad suele repetir los libretos de sus
mejores personajes, apenas con sutiles diferencias.
Los nombres del padre, el
nuevo libro de la poeta María Magdalena, es un texto desgarrado, pero a
la vez festivo y musical. De estructura tripartita, podemos decir, no
obstante, que constituye un continuo.
Es decir, estamos ante un único poema, como una pieza musical sujeta a
variaciones. El primer movimiento nos enfrenta a un recorrido circular
donde la autora intenta trazar una línea de fuga: me
escapo / de las ciudades ajenas
(…) donde alguna vez prometimos /
derrumbarlo todo y sólo persistió / el silencio (…). La
segunda parte lleva la marca de la pérdida y el sacrificio pero también
de la denuncia: ¿Fueron mis hijos
en algún lugar, / en algún cuerpo? –interroga
la poeta, como si la pregunta por el padre hallara su contraparte en la
pregunta por el hijo. Confluencia de imágenes:
¿Qué es un padre?, preguntamos mientras nos
despedíamos. Los poemas denuncian
los poderes que operan sobre el cuerpo de la mujer. El movimiento, más
allá de estas estructuras, lo hallamos en la tercera parte del libro,
donde la consumación del sacrificio permite la celebración. Indagar a la
ley para bailar en torno a ella. El final es coral, como un clímax o un
cenit. Nos preguntamos entonces: ¿Qué cuerpos veló la poeta? ¿En cuántas
vigilias? ¿Qué testimonios debió dar y a qué precio hasta alumbrar su
palabra? Me voy desvestida, nunca desnuda escribe María, porque cualquier verdad o ficción debe conservar un velo, eso que la poesía descorre o desoculta para darle a la palabra un nuevo poder. Es la autora misma quien nos proporciona, a través de uno de sus versos, la clave de lectura para Los nombres del padre: un recorrido tembloroso pero exacto. (c)Javier Galarza
Javier Galarza, nació en 1968 en Buenos Aires. Entre 1997 y 2000 dirigió la revista Vestite y Andate. Publicó los libros “Pequeña guía para sobrevivir en las ciudades” (2001) con arte de Gastón Pérsico, “El silencio continente” (2008), “Reversión” (2010, Tropofonia, Belo Horizonte), “Refracción” (añosluz, 2012) y “Lo atenuado” (Audisea., 2014). Dirigió la Revista del Festival Poesía en la Escuela (2011) y compiló la antología Infancias (añosluz, 2012). Desde el año 2004 es Profesor Asociado de la Fundación Centro Psicoanalítico Argentino donde dio cursos sobre Hölderlin, Rilke y Paul Celan. Escribió notas y ensayos sobre Osip Mandelstam y Alejandra Pizarnik. Junto a Natalia Litvinova escribió el libro “Cuerpos textualizados”, publicado en 2014 por la editorial Letra viva.
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María Magdalena (Buenos Aires, 1984). Es escritora y poeta. Estudia Psicología. Su primer libro, Spleen, fue editado en diciembre de 2013 por editorial Letra Viva. En 2015 publicó la plaquette La pequeña muerte. Recientemente ha publicado el poemario Los nombres del padre, coleccion Pippa Passes Ediciones Buenos Aires Poetry. Fue seleccionada para integrar la antología de poesía 2015 de APOA La Juntada (Asociación de Poetas Argentinos). Junto a Flor Codagnone forma el proyecto poético Trémulas, que pone a dialogar a mujeres poetas alrededor de la escritura y la feminidad. Realiza trabajos de edición y corrección para la editorial Letra Viva.
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