LAS CALLES DE TU PIEL

 

Mario Meléndez

 

Qué le diré a la luna

cuando sepa que tú y yo

somos de otro planeta

 

 

 

1

 

Un día volveré a tus ojos y comenzaré de nuevo, volveré con un sonido hueco de metal y sol mojado, buscaré entre los papeles del tiempo tu cuerpo verde y tus cabellos de uva, te coronaré en silencio con mi boca y con mis manos que no terminan. Volveré por ti y por tu sangre estrellada, viendo pasar la tarde como una sombra antigua; algo se romperá allá arriba y no seremos nosotros, algo se quemará de pronto con el eco de tus sábanas. Y volveré más vivo, más puro, más hambriento, y volveré volando y desgarrando plumas, todo lo haré por ti, todo en silencio, que hasta los gallos prolongarán la noche cuando te vean desnuda.

 

2

 

Llévame hacia el sur de tus caderas, donde la humedad envuelve los árboles que brotan de tu cuerpo. Llévame a la tierra profunda que asoma entre tus piernas, a ese pequeño norte de tus senos. Llévame al desierto frío que amenaza tu boca, al desterrado oasis de tu ombligo. Llévame al oeste de aquellos pies que fueron míos, de aquellas manos que encerraron el mar y las montañas. Llévame a otros pueblos con el primer beso, a la región interminable de lengua y flores, a ese camino genital, a ese río de ceniza que derramas. Llévame a todas partes, amor, y a todas partes conduce mis dedos, como si tú fueras la patria, y yo, tu único habitante.

 

3

Si fueras calva también te amaría, me volvería loco besando tu cabeza, tu pequeña luna dorada. Si fueras calva, oh, si fueras calva, te llevaría por el río de la memoria, me sentaría junto al fuego de tus ojos callados, derramaría un cisne en medio de tu frente. Pero la larga y ciega cabellera, el largo aliento de cristal, la larga hebra de ceniza y polen que tú eres, todo lo que la vida se guarda para sí en tus cabellos, lo que la noche te roba en suspiros, todo lo que el color del éxtasis te lame como en un vuelo relámpago, como en un sol prolongado, como en un juego de luces apiladas en tu cuello, todo eso, amor, y más arriba esta ola, esta corriente, este aire, este racimo de algas enjuagadas al viento, este cordón humano amontonado a ti, esta marea, este soplo, este susurro que me ata hasta las últimas raíces, y lo que nace, y lo que acaba, y lo que cae al gran abismo de tu sangre, lo que no ha sido escrito, amor, todo el misterio, porque en la sombra de tu pelo yo me ahogo para siempre.

4

 

Gracias te doy por tan poco y por tanto a la vez, gracias te quiero dar por esta boca que no olvida, por este abecedario de pechos que se tocan y que arden cuando besas. Tú solamente me conoces, tú solamente sabes quién soy, hacia dónde van mis manos y mis pasos. Tú solamente llegas con arrugas y sábanas, tú sólo llegas a buscarme, tú llegas a fuego lento y me divides y me arañas y me traes toda la sangre nueva de mi alma. Qué importa amor si ya no somos, qué importa si venimos o nos vamos. A cada lado del sueño respiramos hondo, y se nos fue la vida en el sueño, todo pasó entre gotas blancas, todo sucedió desde nosotros. Porque a través de siglos y edades, a través del misterio que me dio tu sonrisa, fui desenterrando la herradura seca del olvido, con una mano tuya hecha de agua y un racimo del amor que no tuvimos.

 

5

Quién apagará los árboles cuando ella muera de frío, cuando mi corazón la cubra en una lluvia de palomas y el amor resbale como un trapo viejo. Quién deshuesará lombrices en señal de luto, cuando en los jardines llore una niña hasta partir la noche en dos y la tierra se abra de una sola estocada. Quién amanecerá contigo cuando el sol reviente, y por la lengua del olvido corra un río de pies sin patria o una sopa de ojos tristes que al rozar el cielo se desgranen. Quién se mirará por ti al espejo. Quién se acostará en tus sueños. Quién derramará la sal sobre esa gran ausencia. Quién recordará tus manos cuando ya no sangres y este beso herido jamás llegue a destino.

 

6

Será debajo de la cama, amor, haremos a un lado lo que sea necesario, tal vez un par de botas perdidas en el fondo o la infaltable bacinica con olor a océano. Será debajo de la cama y no podremos revolcarnos, nadie estará sobre nadie, amor, porque en un sólo movimiento nos comeremos el aire, en una sola caricia se apagarán nuestras vidas. Será debajo de la cama, amor, yo rozaré como pueda tus caderas apretadas, rozaré tu herida abierta si me enseñas el camino. Pero no debes gritar o hablar porque nos escucharán. Sólo el latido de tus piernas bastarán por esta noche, tu boca pegada al polvo será la enredadera que inundará mis paredes, y yo, debajo de la cama, me arrastraré dentro de ti.

7

 

La loca guardó el amor en una cartera, quiso dejarlo allí por años, que se pudriera entre las costuras atormentadas de su existencia, en el veneno de su delirio. Pero no pudo. En esos instantes de lucidez en que se miraba al espejo para encontrarse, para enumerar sus gestos abandonados, ella recordaba aquel amor y suspiraba, entonces lo sacaba de su cartera para quitarle las telarañas, para vestirlo y para afeitarlo y para ordenar sus cabellos y salir con él tomados de la mano hacia la eternidad de los atardeceres, y recorrer los hoteles y los teatros y los puentes, y recorrer aquellos lugares donde los sueños quedaron tatuados, donde la ausencia sembró de caricias los espejismos incurables. Y ella fue feliz, ingenuamente feliz, perdidamente feliz. Y ya no escondió el amor en una cartera, esta vez se lo regaló a la noche para que todas las estrellas se acurrucaran en él.

8

Todos amaban a Cristina porque tenía los senos blancos, porque su vientre semejaba un dulce cáliz donde se ahogaban las oraciones y los salmos. “Yo soy la eternidad y la vida”, decía Cristina, mientras los días comulgaban en su cuerpo y un río de hostias florecía entre sus piernas, iluminando las aguas del recuerdo y del olvido. “Todos amaban a Cristina”, repetían los pájaros. “Todos amaban a Cristina”, garabateaban los peces al desangrarse en la arena. Y ella se descolgaba de su sombra como una mariposa de miel, llenando el aire de caricias y de pétalos azules, quemando con su aliento la camisa de los siglos, desenterrando el esqueleto del viento en una plegaria de besos, en un canto de amapolas tristes que sólo sonreían al verla. Porque ella era la paz en la carne de los templos, era el vino en la misa del domingo, era el pan en la mesa de los sueños. Todos amaban a Cristina, porque clavada desnuda en la cruz sus senos blancos iluminaban el mundo.

 

9

La niña del vestido abierto se levanta a la hora en que las palabras están de fiesta, porque ella misma es una fiesta cuando tiende sus muslos al sol y el viento la recorre con sus dedos infinitos. Un triciclo de cristal la espera junto a las flores del patio, y un nido de mariposas ciegas se desnuda entre sus huesos de miel. Y en su lecho de plumas azules, ella cuelga sus trenzas de trigo y cuenta sus abejas muertas hasta quedarse dormida, mientras la tarde la envuelve con sus labios amarillos. La niña del vestido abierto se despierta a la hora en que los relojes sueñan, porque ella misma es un sueño cuando abre su vestido y los gorriones se amontonan, locos de amor, sobre sus pechos de papel.

10

 

Una mujer está parada sobre un puente que no existió jamás. Su piel que jamás fue besada flota sobre las aguas del tiempo como un recuerdo sin rostro. Una carta que jamás fue leída lucha por alcanzar la orilla para que alguien la descubra. Un hombre que jamás ha leído, que no sabe leer, que no aprendió jamás, halla la carta y el cuerpo debajo de ese puente. El hombre llora de impotencia mientras la carta se deshace entre sus dedos. El río que está lleno de lágrimas se apiada de aquel hombre y le revela el secreto de esa carta. Y el hombre, loco de amor, junta sus noches y delirios, para arrojarse de ese puente que no existió jamás.

 

11

Amiga: ya no te enojes conmigo. Yo soy así y a veces soy otro, y tal vez mi sabiduría de tábano no es lo mejor que guardo en esta vida. Pero debo confesar que existo, no a la manera de los murciélagos que ya han tenido bastante con ser ellos mismos, sino como una gran pregunta, distinta y abierta a todo tipo de interrogaciones.

Amiga: quién soy en este respiradero amargo, en este amanecer de tantas despedidas, que cuando te hablo se escucha mi corazón enfermo y ya no recuerdo el lugar, el hueco donde enterré mis lombrices o donde quedaron los nombres malgastados por esta juventud arbitraria, por este creer que el cielo no vale la pena y esperar sentado en una nube la recompensa de los álamos.

Amiga: todo lo que llevo de viento y lo que llevo de piedra te lo debo a ti, todo lo que soy y sueño te lo dedico, porque haz dejado en mi equipaje una sonrisa inmóvil, haz revelado en la tierra mi pequeño testamento que madura y sangra en los jardines y en los muebles. Por eso te regalo la mitad de mi alma, para que tú la escondas o la quemes si te da la gana, yo por mi parte seguiré cantando hasta que alguien se aburra de mi voz o no la entienda.

 

12

 

Soy un fans de tu recuerdo, y a veces me sorprendo pintando lienzos o rayando las paredes con tu nombre. En otras me da por hacer afiches donde apareces de cuerpo entero y luego los amarro a los semáforos y a los alumbrados. O reparto volantes por toda la cuadra y los vecinos al ver tu rostro se envenenan de nostalgia. O cuando llega el domingo y me paro en las esquinas y en los puentes, donde te alabo y te canto y te celebro con gritos y salmos, y regalo a la gente que pasa bellos poemas que cuentan tu vida. Y hablo de ti en los mercados y en los autobuses, y hablo de ti en las iglesias, cuando el cura se descuida, y hablo de ti en los estadios, en los cines, en las poblaciones o a la salida del trabajo o regresando de mil cosas. Y cuando pierdo la calma y la tempestad en mí se hace intensa, arrojo lágrimas desde los edificios para que el viento las disperse y la ciudad se llene de ti. Soy un fans de tu recuerdo, el que guarda cada noche tus fotos en el álbum de la muerte.

 

13

Espérame detrás de tu sonrisa, desnuda en el umbral donde te arropan los recuerdos. Espérame que yo llegaré con mis sueños volando a ras de suelo, llegaré con mi boca para saciar tu hambre, llegaré con mi aliento para calmar tu sed, y no importará lo que dirán las palomas cuando me vean acercarme a ti, ellas sabrán de antemano quién soy y a quién busco, reconocerán a otros que como yo se acostumbraron a tus ojos, se alimentaron de tu sombra, se consumieron en tu piel, revisarán el inventario de tu vientre donde mis labios se emborracharon sin tregua, donde mi sangre olvidó su color como homenaje a tu alegría. Y ellas repetirán: “no eres el único, ni el último, ni el más deseado en las noches que la abrazan y enloquecen, pero te ama, todos lo saben, te ama, y es algo que tal vez ya no podamos soportar, porque nosotras también te amamos”.

14

Cuando el mundo nos cierre la puerta y no tengamos ya donde vivir, donde esconder una pequeña casa para pasar lo que nos queda de tiempo, lo que nos queda de aire, lo que nos queda de sueño, entonces arrendaremos una estrella, arrendaremos una estrella, amor, y cuando todos se den cuenta que las estrellas son habitables y se muden con sus enseres y sus máquinas y sus mascotas, nosotros regresaremos para esperar la cosecha, para pintar de verde las calles, para mirarte desnuda en las vitrinas, regresaremos a devorar los últimos duraznos olvidados en el huerto o para amarnos en algún supermercado sin clientes ni vendedores, pero por sobre todo regresaremos para cavar una gran fosa, una fosa inmensa como las estrellas, porque la casa más segura y definitiva será la tierra que cubrirá nuestros huesos.

15

He izado frente a mi lecho los estandartes de tu ausencia. En mi bolsillo llevo las cartas que jamás me atreví a entregarte y que ahora me gustaría las tuvieses para que me prolongaras debajo de la tierra. Quiero decir palabras, sólo unas cuantas, las necesarias para recordar que alguna vez pasaste por mi vida. Estoy solo, me siento solo, y para acompañarme extraigo un poema escrito la noche en que te deshuesaste. Lo leo en voz alta, lo releo esperando una caricia, una señal, un gesto, algo que te devuelva intacta desde todos los abismos, desde todas las agonías posibles. Y no hay respuesta. (Tal vez nunca la halla). Sólo el silencio que me aplaude con los ojos llorosos, sólo el viento que se alejó tantas veces con nuestras miradas.

16

 

Tú me recuerdas a esa mujer que enjuagaba sus pies en un estanque de lágrimas. Esto me sucedió en un sueño, en un largo y maldito sueño. Ella me llamaba a gritos con sus labios embrujados, sus ojos no tenían color, su piel no tenía edad, su sombra se arrastraba frente a mí enumerando mis pasos, adivinando mis movimientos. Y cuando al fin pude acercarme lo suficiente para rozar sus cabellos, para reconocerla, algo invadió mi esqueleto, anestesiando mis sentidos, envolviéndome en un sueño más absurdo y delirante que el primero. Al despertar de mi incesante paranoia, ya no encontré a la mujer, ni a sus pies interminables, ni a su sombra traicionera, sólo unas cuantas lágrimas al interior del estanque, mis propias lágrimas al fondo ciego del estanque, mis lágrimas ahogando tus cenizas en un ritual salvaje y desquiciado. Desesperadamente arranqué el tapón para liberarme de aquella pesadilla. Entonces me di cuenta de mi error irreparable, al escurrirnos tú y yo para siempre por el triste desagüe del olvido.

 

17

En una micro se fue mi amor, por esos campos que nadie olvida, por esos campos y sin maletas, llena de dudas se fue mi amor. Yo la dejé por esos campos, en una tarde que nadie olvida, tan distraída como una piedra, entre fantasmas se fue mi amor. Y yo no sé si estaba en lo cierto cuando le dije que la quería, cuando le dije: “Tú eres mi vida”, y la dejé partir. Yo sólo sé que ahora la extraño, yo sólo sé que ahora la espero, mientras mi sombra sangra y la busca por esos campos ciegos de amor.

18

Mujer: juventud de piedra, regálame el sonido de tu boca, envuélveme como una telaraña o como un grito, déjame participar de tus besos, moja mi sangre, haz de este sueño que nos ha consumido un foso profundo, más hondo que el sabor de tus caderas, más subterráneo y eterno. No tengas miedo, amaré con cuidado cada rincón de tus huesos, cada fibra de piel, de senos, de muslos, de piernas conjugadas, te daré mis años y mi tiempo, te haré semilla, te prolongaré bebiendo de tu vientre. Seré otra lágrima perdida en tus ojos, otra ventana fecunda y clara.