1
Un
día volveré a tus ojos y comenzaré de nuevo, volveré con un sonido hueco
de metal y sol mojado, buscaré entre los papeles del tiempo tu cuerpo
verde y tus cabellos de uva, te coronaré en silencio con mi boca y con
mis manos que no terminan. Volveré por ti y por tu sangre estrellada,
viendo pasar la tarde como una sombra antigua; algo se romperá allá
arriba y no seremos nosotros, algo se quemará de pronto con el eco de
tus sábanas. Y volveré más vivo, más puro, más hambriento, y volveré
volando y desgarrando plumas, todo lo haré por ti, todo en silencio, que
hasta los gallos prolongarán la noche cuando te vean desnuda.
2
Llévame hacia el sur de tus caderas, donde la humedad envuelve los
árboles que brotan de tu cuerpo. Llévame a la tierra profunda que asoma
entre tus piernas, a ese pequeño norte de tus senos. Llévame al desierto
frío que amenaza tu boca, al desterrado oasis de tu ombligo. Llévame al
oeste de aquellos pies que fueron míos, de aquellas manos que encerraron
el mar y las montañas. Llévame a otros pueblos con el primer beso, a la
región interminable de lengua y flores, a ese camino genital, a ese río
de ceniza que derramas. Llévame a todas partes, amor, y a todas partes
conduce mis dedos, como si tú fueras la patria, y yo, tu único
habitante.
3
Si
fueras calva también te amaría, me volvería loco besando tu cabeza, tu
pequeña luna dorada. Si fueras calva, oh, si fueras calva, te llevaría
por el río de la memoria, me sentaría junto al fuego de tus ojos
callados, derramaría un cisne en medio de tu frente. Pero la larga y
ciega cabellera, el largo aliento de cristal, la larga hebra de ceniza y
polen que tú eres, todo lo que la vida se guarda para sí en tus
cabellos, lo que la noche te roba en suspiros, todo lo que el color del
éxtasis te lame como en un vuelo relámpago, como en un sol prolongado,
como en un juego de luces apiladas en tu cuello, todo eso, amor, y más
arriba esta ola, esta corriente, este aire, este racimo de algas
enjuagadas al viento, este cordón humano amontonado a ti, esta marea,
este soplo, este susurro que me ata hasta las últimas raíces, y lo que
nace, y lo que acaba, y lo que cae al gran abismo de tu sangre, lo que
no ha sido escrito, amor, todo el misterio, porque en la sombra de tu
pelo yo me ahogo para siempre.
4
Gracias te doy por tan poco y por tanto a la vez, gracias te quiero dar
por esta boca que no olvida, por este abecedario de pechos que se tocan
y que arden cuando besas. Tú solamente me conoces, tú solamente sabes
quién soy, hacia dónde van mis manos y mis pasos. Tú solamente llegas
con arrugas y sábanas, tú sólo llegas a buscarme, tú llegas a fuego
lento y me divides y me arañas y me traes toda la sangre nueva de mi
alma. Qué importa amor si ya no somos, qué importa si venimos o nos
vamos. A cada lado del sueño respiramos hondo, y se nos fue la vida en
el sueño, todo pasó entre gotas blancas, todo sucedió desde nosotros.
Porque a través de siglos y edades, a través del misterio que me dio tu
sonrisa, fui desenterrando la herradura seca del olvido, con una mano
tuya hecha de agua y un racimo del amor que no tuvimos.
5
Quién
apagará los árboles cuando ella muera de frío, cuando mi corazón la
cubra en una lluvia de palomas y el amor resbale como un trapo viejo.
Quién deshuesará lombrices en señal de luto, cuando en los jardines
llore una niña hasta partir la noche en dos y la tierra se abra de una
sola estocada. Quién amanecerá contigo cuando el sol reviente, y por la
lengua del olvido corra un río de pies sin patria o una sopa de ojos
tristes que al rozar el cielo se desgranen. Quién se mirará por ti al
espejo. Quién se acostará en tus sueños. Quién derramará la sal sobre
esa gran ausencia. Quién recordará tus manos cuando ya no sangres y este
beso herido jamás llegue a destino.
6
Será
debajo de la cama, amor, haremos a un lado lo que sea necesario, tal vez
un par de botas perdidas en el fondo o la infaltable bacinica con olor a
océano. Será debajo de la cama y no podremos revolcarnos, nadie estará
sobre nadie, amor, porque en un sólo movimiento nos comeremos el aire,
en una sola caricia se apagarán nuestras vidas. Será debajo de la cama,
amor, yo rozaré como pueda tus caderas apretadas, rozaré tu herida
abierta si me enseñas el camino. Pero no debes gritar o hablar porque
nos escucharán. Sólo el latido de tus piernas bastarán por esta noche,
tu boca pegada al polvo será la enredadera que inundará mis paredes, y
yo, debajo de la cama, me arrastraré dentro de ti.
7
La
loca guardó el amor en una cartera, quiso dejarlo allí por años, que se
pudriera entre las costuras atormentadas de su existencia, en el veneno
de su delirio. Pero no pudo. En esos instantes de lucidez en que se
miraba al espejo para encontrarse, para enumerar sus gestos abandonados,
ella recordaba aquel amor y suspiraba, entonces lo sacaba de su cartera
para quitarle las telarañas, para vestirlo y para afeitarlo y para
ordenar sus cabellos y salir con él tomados de la mano hacia la
eternidad de los atardeceres, y recorrer los hoteles y los teatros y los
puentes, y recorrer aquellos lugares donde los sueños quedaron tatuados,
donde la ausencia sembró de caricias los espejismos incurables. Y ella
fue feliz, ingenuamente feliz, perdidamente feliz. Y ya no escondió el
amor en una cartera, esta vez se lo regaló a la noche para que todas las
estrellas se acurrucaran en él.
8
Todos
amaban a Cristina porque tenía los senos blancos, porque su vientre
semejaba un dulce cáliz donde se ahogaban las oraciones y los salmos.
“Yo soy la eternidad y la vida”, decía Cristina, mientras los días
comulgaban en su cuerpo y un río de hostias florecía entre sus piernas,
iluminando las aguas del recuerdo y del olvido. “Todos amaban a
Cristina”, repetían los pájaros. “Todos amaban a Cristina”, garabateaban
los peces al desangrarse en la arena. Y ella se descolgaba de su sombra
como una mariposa de miel, llenando el aire de caricias y de pétalos
azules, quemando con su aliento la camisa de los siglos, desenterrando
el esqueleto del viento en una plegaria de besos, en un canto de
amapolas tristes que sólo sonreían al verla. Porque ella era la paz en
la carne de los templos, era el vino en la misa del domingo, era el pan
en la mesa de los sueños. Todos amaban a Cristina, porque clavada
desnuda en la cruz sus senos blancos iluminaban el mundo.
9
La niña
del vestido abierto se levanta a la hora en que las palabras están de
fiesta, porque ella misma es una fiesta cuando tiende sus muslos al sol
y el viento la recorre con sus dedos infinitos. Un triciclo de cristal
la espera junto a las flores del patio, y un nido de mariposas ciegas se
desnuda entre sus huesos de miel. Y en su lecho de plumas azules, ella
cuelga sus trenzas de trigo y cuenta sus abejas muertas hasta quedarse
dormida, mientras la tarde la envuelve con sus labios amarillos. La niña
del vestido abierto se despierta a la hora en que los relojes sueñan,
porque ella misma es un sueño cuando abre su vestido y los gorriones se
amontonan, locos de amor, sobre sus pechos de papel.
10
Una
mujer está parada sobre un puente que no existió jamás. Su piel que
jamás fue besada flota sobre las aguas del tiempo como un recuerdo sin
rostro. Una carta que jamás fue leída lucha por alcanzar la orilla para
que alguien la descubra. Un hombre que jamás ha leído, que no sabe leer,
que no aprendió jamás, halla la carta y el cuerpo debajo de ese puente.
El hombre llora de impotencia mientras la carta se deshace entre sus
dedos. El río que está lleno de lágrimas se apiada de aquel hombre y le
revela el secreto de esa carta. Y el hombre, loco de amor, junta sus
noches y delirios, para arrojarse de ese puente que no existió jamás.
11
Amiga:
ya no te enojes conmigo. Yo soy así y a veces soy otro, y tal vez mi
sabiduría de tábano no es lo mejor que guardo en esta vida. Pero debo
confesar que existo, no a la manera de los murciélagos que ya han tenido
bastante con ser ellos mismos, sino como una gran pregunta, distinta y
abierta a todo tipo de interrogaciones.
Amiga:
quién soy en este respiradero amargo, en este amanecer de tantas
despedidas, que cuando te hablo se escucha mi corazón enfermo y ya no
recuerdo el lugar, el hueco donde enterré mis lombrices o donde quedaron
los nombres malgastados por esta juventud arbitraria, por este creer que
el cielo no vale la pena y esperar sentado en una nube la recompensa de
los álamos.
Amiga:
todo lo que llevo de viento y lo que llevo de piedra te lo debo a ti,
todo lo que soy y sueño te lo dedico, porque haz dejado en mi equipaje
una sonrisa inmóvil, haz revelado en la tierra mi pequeño testamento que
madura y sangra en los jardines y en los muebles. Por eso te regalo la
mitad de mi alma, para que tú la escondas o la quemes si te da la gana,
yo por mi parte seguiré cantando hasta que alguien se aburra de mi voz o
no la entienda.
12
Soy un fans de tu recuerdo, y a veces
me sorprendo pintando lienzos o rayando las paredes con tu nombre. En
otras me da por hacer afiches donde apareces de cuerpo entero y luego
los amarro a los semáforos y a los alumbrados. O reparto volantes por
toda la cuadra y los vecinos al ver tu rostro se envenenan de nostalgia.
O cuando llega el domingo y me paro en las esquinas y en los puentes,
donde te alabo y te canto y te celebro con gritos y salmos, y regalo a
la gente que pasa bellos poemas que cuentan tu vida. Y hablo de ti en
los mercados y en los autobuses, y hablo de ti en las iglesias, cuando
el cura se descuida, y hablo de ti en los estadios, en los cines, en las
poblaciones o a la salida del trabajo o regresando de mil cosas. Y
cuando pierdo la calma y la tempestad en mí se hace intensa, arrojo
lágrimas desde los edificios para que el viento las disperse y la ciudad
se llene de ti. Soy un fans de tu recuerdo, el que guarda cada noche tus
fotos en el álbum de la muerte.
13
Espérame
detrás de tu sonrisa, desnuda en el umbral donde te arropan los
recuerdos. Espérame que yo llegaré con mis sueños volando a ras de
suelo, llegaré con mi boca para saciar tu hambre, llegaré con mi aliento
para calmar tu sed, y no importará lo que dirán las palomas cuando me
vean acercarme a ti, ellas sabrán de antemano quién soy y a quién busco,
reconocerán a otros que como yo se acostumbraron a tus ojos, se
alimentaron de tu sombra, se consumieron en tu piel, revisarán el
inventario de tu vientre donde mis labios se emborracharon sin tregua,
donde mi sangre olvidó su color como homenaje a tu alegría. Y ellas
repetirán: “no eres el único, ni el último, ni el más deseado en las
noches que la abrazan y enloquecen, pero te ama, todos lo saben, te ama,
y es algo que tal vez ya no podamos soportar, porque nosotras también te
amamos”.
14
Cuando
el mundo nos cierre la puerta y no tengamos ya donde vivir, donde
esconder una pequeña casa para pasar lo que nos queda de tiempo, lo que
nos queda de aire, lo que nos queda de sueño, entonces arrendaremos una
estrella, arrendaremos una estrella, amor, y cuando todos se den cuenta
que las estrellas son habitables y se muden con sus enseres y sus
máquinas y sus mascotas, nosotros regresaremos para esperar la cosecha,
para pintar de verde las calles, para mirarte desnuda en las vitrinas,
regresaremos a devorar los últimos duraznos olvidados en el huerto o
para amarnos en algún supermercado sin clientes ni vendedores, pero por
sobre todo regresaremos para cavar una gran fosa, una fosa inmensa como
las estrellas, porque la casa más segura y definitiva será la tierra que
cubrirá nuestros huesos.
15
He izado
frente a mi lecho los estandartes de tu ausencia. En mi bolsillo llevo
las cartas que jamás me atreví a entregarte y que ahora me gustaría las
tuvieses para que me prolongaras debajo de la tierra. Quiero decir
palabras, sólo unas cuantas, las necesarias para recordar que alguna vez
pasaste por mi vida. Estoy solo, me siento solo, y para acompañarme
extraigo un poema escrito la noche en que te deshuesaste. Lo leo en voz
alta, lo releo esperando una caricia, una señal, un gesto, algo que te
devuelva intacta desde todos los abismos, desde todas las agonías
posibles. Y no hay respuesta. (Tal vez nunca la halla). Sólo el silencio
que me aplaude con los ojos llorosos, sólo el viento que se alejó tantas
veces con nuestras miradas.
16
Tú me recuerdas a esa mujer que
enjuagaba sus pies en un estanque de lágrimas. Esto me sucedió en un
sueño, en un largo y maldito sueño. Ella me llamaba a gritos con sus
labios embrujados, sus ojos no tenían color, su piel no tenía edad, su
sombra se arrastraba frente a mí enumerando mis pasos, adivinando mis
movimientos. Y cuando al fin pude acercarme lo suficiente para rozar sus
cabellos, para reconocerla, algo invadió mi esqueleto, anestesiando mis
sentidos, envolviéndome en un sueño más absurdo y delirante que el
primero. Al despertar de mi incesante paranoia, ya no encontré a la
mujer, ni a sus pies interminables, ni a su sombra traicionera, sólo
unas cuantas lágrimas al interior del estanque, mis propias lágrimas al
fondo ciego del estanque, mis lágrimas ahogando tus cenizas en un ritual
salvaje y desquiciado. Desesperadamente arranqué el tapón para liberarme
de aquella pesadilla. Entonces me di cuenta de mi error irreparable, al
escurrirnos tú y yo para siempre por el triste desagüe del olvido.
17
En una
micro se fue mi amor, por esos campos que nadie olvida, por esos campos
y sin maletas, llena de dudas se fue mi amor. Yo la dejé por esos
campos, en una tarde que nadie olvida, tan distraída como una piedra,
entre fantasmas se fue mi amor. Y yo no sé si estaba en lo cierto cuando
le dije que la quería, cuando le dije: “Tú eres mi vida”, y la dejé
partir. Yo sólo sé que ahora la extraño, yo sólo sé que ahora la espero,
mientras mi sombra sangra y la busca por esos campos ciegos de amor.
18
Mujer:
juventud de piedra, regálame el sonido de tu boca, envuélveme como una
telaraña o como un grito, déjame participar de tus besos, moja mi
sangre, haz de este sueño que nos ha consumido un foso profundo, más
hondo que el sabor de tus caderas, más subterráneo y eterno. No tengas
miedo, amaré con cuidado cada rincón de tus huesos, cada fibra de piel,
de senos, de muslos, de piernas conjugadas, te daré mis años y mi
tiempo, te haré semilla, te prolongaré bebiendo de tu vientre. Seré otra
lágrima perdida en tus ojos, otra ventana fecunda y clara.