Nacido un 15 de julio de 1930, en El- Biar,
Argelia, hijo de una familia judía asentada en dicho país,
Jacques Derrida fue uno de los filósofos más importantes de
la segunda mitad del siglo XX. Aquí un breve homenaje al
profesor de la EHESS, al padre de la deconstrucción y al
enfant terrible de la filosofía, que partiera, afectado
por un cáncer de páncreas, la madrugada del 09 de 0ctubre
del 2004, en un hospital de Paris.
Generalmente
cuando un sistema de pensamiento nace puro o completo, empieza
el camino de su extinción, pues todo intento de aporte u
originalidad al interior de dicho movimiento podría resultar
reformador o deformador cuando no cancelatorio, esto porque la
aleatoriedad de las sumas, muchas veces, va contaminando los
continentes de ideas, sobredimensionándolos y llenándolos de
ripio hasta hacerlos estallar.
Algo de eso
ocurrió con la deconstrucción, uno de los movimientos que
mayores discusiones ha producido en los ámbitos académicos e
intelectuales franceses de posguerra, y cuyas líneas teóricas,
subversivas para el logocentrismo, la razón occidental y la
metafísica de la presencia, que contradictoriamente tendrán más
arraigo en Norteamérica que en Europa, sentarán las bases de
las luego llamadas “filosofías de la diferencia”.
Cuando se toma
partido por la originalidad y la coherencia, las exigencias que
ello implica, va imponiéndonos el abandono como recurso de
indagación. Deserción que nos va alejando, casi como una
tendencia natural, de aquel paradigma amado y a la vez negado,
que va abatiéndonos ante las dificultades de sobrepasarlo. Quizá
algo de
eso pueda achacársele al extremismo metodológico de Jacques
Derrida, autor de libros imprescindibles como De la
gramatología, La escritura y la diferencia, La
diseminación, y Márgenes de la filosofía, e
iniciador, fundando las líneas teóricas del posmodernismo, de
la deconstrucción, corriente teórica que, por paradojas de la
comprensión, nadie podría indicar si fue un avance o intento de
asesinar a la filosofía.
Cuando la
madrugada del 9 de octubre del 2004, Derrida partía consumido
por el cáncer, se iba también el último de los pensadores
posestructuralistas salidos del entorno Tel Quel, revista
que dirigiera Phillippe Soller, y por cuyas páginas también
pasaran Michel Foucault, Roland Barthes y Gilles Deleuze. El
posestructuralismo había implicado el primer embate demoledor,
inaugurado por las tesis derridarianas, de las estructuras y
filtros ideológicos impuestos por la modernidad sustentada en
prejuicios encubridores y logocentristas ante una idea
metafísica de representación que oculta las diferencias.
La
deconstrucción, tuvo su debut apoteósico en la conferencia
dictada por Derrida en 1966, en la universidad Johns Hopkins,
EE.UU: “La estructura, el signo y el juego en el discurso de
las ciencias humanas”, disertación en la que pone en tela de
juicio todas las estructuras y bases metodológicas de los
principales sistemas de pensamiento occidental –cuando el
estructuralismo aún estaba en auge-, planteando una lectura
subversiva de las obras referenciales de la historia de la
filosofía.
Pero, si
no se puede ir más allá, sólo queda la posibilidad de retorno.
Su idea, “Nada existe fuera del signo”, podría acercarse
a “Los límites del lenguaje son los límites de mi mundo”,
de Wittgenstein, con esa misma pretensión de exorcizar la
filosofía del embrujo de la metafísica y llevar al sistema de
signos hacia los extremos de la comprensión, para a partir de
ello subvertir los conceptos en significados subalternos,
corrigiendo el “destruccionismo” de Heidegger, para hacerlo más
radical en la deconstrucción.
Pero, esa
radicalidad, sostenida también por los deconstructores de Yale,
Paul de Man y Hillis Miller, no funcionaba como una forma
política de movilización –pese a influir, por sus críticas al
logocentrismo y su defensa de lo marginal, en grupos políticos
contrarios a la xenofobia y favorables a las minorías
nacionales, raciales, culturales y de todo tipo-, pues lo
edificado por Derrida no era necesariamente un sistema
filosófico, sino un método de indagación textual que negaba las
bases que sostenían los principales aparatos teóricos del
pensamiento occidental, acusándolos de partir de prejuicios
logocentristas que legitimaban las formas de dominación,
sustentados en oposiciones binarias, como claro y oscuro, bueno
y malo, que excluyen otros caracteres de la realidad al partir
de las categorías dominantes.
Mas, esa
imposibilidad crítica contra los totalitarismos, la pudimos ver
en la sesgada defensa que hiciera a Paul de Man, acusado,
después de muerto, de haber apoyado a los nazis. Hecho que
significaría el descrédito teórico de Jacques Derrida y su
movimiento, que será tachado de fanfarronería neosofista, por
sus detractores. Pero, a pesar de ello, cuando la muerte lo
alcanzó un 09 de octubre del año 2004, ya era uno de los
filósofos franceses más importantes de los últimos tiempos, y se
fue como se van todos los tipos buenos, cuando todavía
esperábamos mucho de él.