RAUL GONZÁLEZ TUÑÓN
1905-1974 POETA ARGENTINO
EL CABALLO MUERTO
MEDIA NOCHE. Sobre las piedras
De la calzada hay un caballo muerto.
Aún faltan cinco horas
Para que venga el carro de “La Única”
Y se lo lleve. Ese caballo viejo,
hedoroso de sangre coagulada,
ese pobre vencido, fue un obrero.
Un hermano del pájaro, un hermano del perro.
Fue el hermano caballo que anduvo bajo el sol,
que anduvo bajo el agua, que anduvo entre los vientos
tirando de los carros
con los ojos cubiertos.
Fue el hermano caballo. Ninguno irá a su entierro.
ESCRITO EN UNA TRASTIENDA
EN TODOS los puertos del mundo
descansa la noche
sobre los navíos oscuros
y reza su rosario de lunas
el viejo lobo curtido y silencioso.
Palomas de las músicas vagabundas
picotean los fanales encendidos.
Tu recuerdo ha hecho hueco en mi mano sin luz.
Ah, llegar a tu cabellera rubia como a un puerto final.
Atracan los astros
y detrás de los grandes murallones de sombras
luces multicolores se roban las miradas
y las estrellas son afónicas
como la voz de la violinista tuberculosa
cuya tos en el bar es obligatoria.
El alcohol anda en zancos y las mujeres canallas
Pasean su olor a polvo y su cansancio.
En todos los puertos del mundo
hay alguien que está esperando.
Hasta muy cerca de los navíos
salen los patios
y entran por los oídos de los marinos.
Un sabor dulce, un amargo sabor.
En todos los puertos del mundo
hay vagabundos como yo
que asoman al asombro lejano
el corazón, como un barquito en la mano.
Hay una calle, larga borrachera,
pedazos de noche dispersada
y cuando llega el alba roja y con su clarín
revuela pájaros alucinados,
en todos los puertos del mundo
hay alguien que está esperando.
LA CALLE DEL AGUJERO EN LA MEDIA
YO CONOZCO una calle que hay en cualquier ciudad
y la mujer que amo con una boina azul.
Una calle que nadie conoce ni transita.
Yo conozco la música de un barracón de feria,
barquitos en botella y humo en el horizonte.
Yo conozco una calle que hay en cualquier ciudad.
Ni la noche tumbada sobre el ruido del bar
ni los labios sesgados sobre un viejo cantar
ni el affiche gastado del grotesco armazón
telaraña del mundo para mi corazón.
Ni las luces que siempre se van con otros hombres
de rodillas desnudas y de brazo tendidos.
Tenía unos pocos sueños iguales a los sueños
que acarician de noche a los niños queridos.
Tenía el resplandor de una felicidad
Y veía mi rostro fijado en las vidrieras
Y en un lugar del mundo era un hombre feliz.
¿Conoce usted paisajes pintados en los vidrios
y muñecas de trapo con alegres bonetes
y soldaditos juntos marchando en la mañana
y carros de verdura con colores alegres?
Yo conozco una calle de una ciudad cualquiera
y mi alma tan lejana y tan cerca de mí
y riendo de la muerte y de la suerte y
feliz como una rama de viento de primavera.
El ciego está cantando. Te digo, amo la guerra.
Esto es simple, querida, como el globo de luz
del hotel en que vives. Yo subo la escalera
y la música viene a mi lado, la música.
Los dos somos gitanos de una troupe vagabunda.
Alegres en lo alto de una calle cualquiera,
alegres las campanas con una nueva voz.
Tú crees todavía en la revolución
y por el agujero que coses en la media
sale el sol y se llena todo el cuarto de sol.
Yo conozco una calle que hay en cualquier ciudad,
una calle que nadie conoce ni transita.
Sólo yo voy por ella con mi dolor desnudo,
sólo con el recuerdo de una mujer querida.
Está en un puerto. ¿Un puerto? Yo he conocido un puerto.
Decir: Yo he conocido, es decir: Algo ha muerto.
COSAS QUE OCURRIERON EL 17 DE OCTUBRE
El automóvil se lanzó a la carrera con un ronquido impresionante.
El Intendente visitó esta tarde los barrios obreros húmedos y rencorosos.
A los 20 años sólo creíamos en el arte, sin la vida, sin la revolución.
Volveremos a las usina, al olor de la multitud y los descarrilamientos.
A las 5.7 estalló una bomba frente al Banco de Boston.
A las 5.17 el tranvía cayó al Riachuelo.
El Restaurant Reis queda en Río de Janeiro.
¿Nise o Nice, se llamaba la mujer de Mario Magalhaes?
El tranvía escapaba por el morro la oruga tierna, luminosa.
Pero al fin se dio vuelta en el recodo y se perdió.
Y así se perdió y así se pierde casi todo en el mundo.
Cuando volví mis viejos compañeros habían desaparecido.
Los niños juegan en la alfombras y ellos no saben nada;
por los ojos les entra la página del Veo y Leo.
(“¡Fuego, fuego! La casa se quema. Vienen los bomberos”).
Los enanos juegan en los calveros de los grandes bosques.
HA hecho de mi querida una verdadera camarada.
Me bebo un seco de Gordon, bailo un blues, me enamoro de algunas chimeneas
y me río de los millonarios.
El pobre hombre dijo cuatro palabras y cayó muerto acribillado.
El coronel entregó personalmente 5 pesos a cada soldado.
Le habían dicho: “Mañana, al alba, será usted fusilado”.
Los otros condenados aullaron agarrados a las rejas.
Tres niñas de la Sociedad van a ser presentadas al Príncipe de Gales.
El Parque amaneció cubierto de preservativos.
Josefina II ha pasado recién como un silbido.
Se acercará al muelle y las lindas muchachas bajarán, de sombrilla.
¡Qué macanudo!
(“¡Fuego, fuego! La casa se quema. Vienen los bomberos.”
“Sofá. Cama. Sopa. Cada nabo soso. La bola va sola.”)
El hombre fusilado debe estar ya medio destruido en la Chacarita.
América Scarfó le llevará flores, y cuando estemos todos muertos muertos,
América Scarfó nos llevará flores.
BLUES DE LOS PEQUEÑOS DESHOLLINADORES
¿TE ACUERDAS de los turcos vendedores
de madapolán?
¿Y de los muñecos de trapo quemados en la
noche de San Juan?
¿Te acuerdas de los pequeños deshollinadores
y de los negros candomberos
y de mí que en las tardes de lluvia
detrás de los vidrios
miraba el paisaje caído en la zanja?
¿Te acuerdas del muro del día escalado, ardido,
mordido como una
fruta?
¿Te acuerdas de María Celeste?
Pues hoy María Celeste es una
prostituta.
¿Te acuerdas de la tienda fresca, violeta, rosa
y el torcido y verde farol?
Pues Juan el Broncero es hoy
un ladrón.
¿Te acuerdas de los pequeños deshollinadores
oscuros, oscuros?
Pues hoy los pequeños deshollinadores
son hombres maduros
que gritan en las cantinas
escupen polvo en las negras fábricas
y aguardan las yiras fugaces
en los baldíos y en las esquinas.
EL CEMENTERIO PATAGÓNICO
A VECES el viento patagónico es un cazador barbudo y alto.
Viene como la música, trae los ruidos del desierto y la
montaña.
Marcha de puesto en puesto entre balleneros, entre
quillangos.
Marcha de pueblo en pueblo entre gin, entre pescadores,
entre fulleros.
Marcha de campamento en campamento
entre canallas enriquecidos con la sangre de los
desgraciados.
Marcha de puerto en puerto entre rufianes, entre palomas
heladas y garúas,
entre asesinatos, entre monedas chilenas y argentinas,
trashumante.
Las prostitutas de los climas sureros lo siguen, alucinadas.
Todas las prostitutas -en su mayoría pelirrojas- lo
siguen.
El continúa su marcha, la escopeta al hombro, los ojos
llovidos.
Él, el vientre del cazador, continúa su marcha
y va a perderse hacia quién sabe qué archipiélago,
hacia quién sabe qué cinematógrafo,
hacia quién sabe qué enloquecida alcantarilla.
A veces, nuevo avatar, el viento patagónico es una sirena
del aire.
En los hangares de la madrugada atrae a los aviadores.
Los pequeños mecánicos comprueban con júbilo
la velocidad del viento a ras de tierra
y cuando arriba el altímetro señala una capa favorable
de aire
la sirena los lleva con su canto,
la terrible sirena los lleva con su canto de brumas y
lloviznas y nieve,
y ellos van a estrellarse
sobre enormes malolientes colonias de elefantes y lobos
marinos,
sobre plantas de petróleo, sobre columnas de asustados
guanacos,
sobre los rojos galpones de las curtidas villas del Sur.
Cazador o sirena el viento manda en la Patagonia.
Cazador o sirena se detiene en el corazón de Patagonia.
Él, cazador o sirena,
Camarada de los auténticos trabajadores de la Patagonia
se detiene
y va a rendir a la ceniza de los obreros asesinados por
el Gobierno,
un homenaje de silencio cargado de tormenta. Trashumante.
En Santa Cruz, entre el mar y los montes
yo he visto el pequeño cementerio de los huelguistas
fusilados.
Unos, mal enterrados, en la fosa abierta por ellos,
asoman la punta del zapato con tierra y lagartijas.
Otros, enterrados vivos quizá,
una mano de hueso implorante picoteada por los cuervos.
Y no es extraño ver a lo largo del camino restos de otros,
curioso contenido de la intemperie.
Las caravanas de los desposeídos de la tierra, las largas
filas de linyeras forzados,
la multitud de todos los países que se dirige al sur de la
tierra
en busca del pan y de la muerte,
la multitud de todos los países que se dirige al sur de la
tierra en busca de la nostalgia y el olvido,
se detiene ahí, donde, el oasis del viento patagónico, la tierra
estéril lanza
sus perros amarillos.
Allí donde la aullante tierra reseca desafía a las nubes,
viajeras de tres cielos
Allí, donde las brújulas de los barcos perdidos, ya fantasmas,
señalan contra las costas, al fin, el rumbo de una próxima
venganza.
Y es inútil, tuertos, sin pierna, todos los marineros ha partido.
Todos los petroleros han partido
y las calderas pueden estallar a la salida del gran golfo.
Todas las prostitutas han partido detrás del viento cazador.
Todos los aviadores de línea han despegados
y van detrás de la sirena viento.
Los peones del campo, las hormigas del cuero, el
frigorífico y la lana han partido.
Y los recaudadores de Tierras y Colonias han partido.
Y ellos quedaron solos con las blusas agujereadas
y con los agujeros de la carne sin la carne.
Únicamente el viento cazador o sirena, adormece dulcemente
su muerte.
Adormece delicadamente su putrefacta muerte, esa útil
muerte.
Ese violento arroyo de ceniza
Que subterráneamente ha desembocar en la revuelta
y en cuyas aguas, grises y calientes, mi voz templa un
acero conocido.
LOS NIÑOS MUERTOS
(“Por la Casa de Campo
y el Manzanares
quieren pasar los moros.
¡No pasa nadie!”
No pasa nadie, no,
no pasa nadie,
sólo pasa la muerte
que va a buscarles.)
MURIERON como todos los niños sin preguntar de qué y por
qué morían.
A las 10 de la noche los aviones negros arrojaron bengalas
como en la verbena.
Al espía que hizo señales desde una ventana le agujerearon
el cráneo.
La muerte, con traje de luces, dio varias vueltas por la
ciudad.
A las 10 y 2 minutos un estruendo redondo siguió a cada
silbido.
Los tranvías se lanzaron a la carrera y un espacial azul
agonizante.
El primer muerto falso fue un maniquí desvelado amarillo.
Todos los grifos de la ciudad fueron abiertos, todos los
vidrios se arrugaron.
El espía apretaba en su mano un plano del Museo y un
trabuco.
En las mansiones incautadas los señores de los óleos
parecían decir: “No nos dejéis”.
Los periodistas extranjeros hicieron cola para ver a la
primera señorita muerta.
Los pianos cerrados de pronto con el ruido del féretro
desplomado,
el olor del jardín mezclado al del humo y la carne
chamuscada,
el hombre que precisamente a esa hora va en busca de la
comadrona,
la estatua sin cabeza con un letrero que decía Peluquero
de Señoras,
el ladrido de los perros más solo que nunca al fondo de
los corredores,
todo pasó rápidamente, como en el cine, cuando aún se
oía el zumbido de la avispa gigante.
Los niños muertos por juguetes, asesinados por grandes
mecanos armados,
con los que ellos soñaban cada noche, fueron recogidos
al alba sin mercados,
sin máscaras sueltas, sin churros, sin canciones (fue la
primera vez),
sin caballos blancos, sin manicuras, sin timbres de relojes,
entre ambulancias,
linternas, sábanas, delegados del gobierno, funebreros y
vírgenes llorando.
La sangre de los primeros niños muertos corrió toda la
noche.
Cada niño tenía un número sobre el pecho, el 7, el 9,
el 104, el 1,
pero la sangre corrió y se hizo río y fue una sola entonces,
la primera que corrió por los canales del sobresalto y el
rencor.
En la tierra por ella regada en la noche creció la rosa
de la pólvora,
la rosa que hoy vigila las puertas de Madrid y cuando
se acerca la avispa
lanza contra ella sus furiosos pétalos junto a los hombres
que sonríen,
a nuestros bravos soldados que sonríen porque saben por
qué pelean y mueren.
LOS VOLUNTARIOS
(“Puente de los Franceses,
nadie te pasa,
porque los milicianos
¡qué bien te guardan!”
Qué bien te guardan, sí,
qué bien te guardan,
cubiertas de ceniza
la madrugada.)
NO PREGUNTARON
Vinieron de tierras subidas a los mapas.
Según la latitud agrias o dulces,
duras o fraternales.
Oh viajeros,
con puñales, con rosas, fotografías de jefes queridos,
de niños solos, lugares y muertes.
No preguntaron.
Así vinieron,
nadie los llamó.
Un día llegaron a morir en los muros de la ciudad
sitiada,
de la que sólo vieron sus orillas.
No preguntaron.
¡Tan delicadamente!
Qué aristocracia popular,
qué señores de la sangre y qué ilustre morir
cuya herida
explicaba el secreto de la pólvora.
No preguntaron.
Ellos,
los hombres de la primera columna voluntaria,
no preguntaron ¿cómo va el museo?
¿dónde están las mujeres y las coplas?
¿cómo se come aquí? ¿dónde está la taberna?
¿cómo se va a la catedral? ¿dónde está el cementerio?
ni cualquier otra cosa que pregunta un viajero
que conoce la sed, el hambre, el mundo.
No preguntaron.
LOS OBUSES
Una muerte, la muerte,
se alimenta a la noche de cadáveres suyos.
Olor dulce, horroroso, que fermenta la pólvora,
su digestión violeta se acompaña de estruendo.
Por la mañana un viento desprevenido
lleva la muerte vomitada por la boca redonda.
Son los obuses.
Cargados de relámpagos, navajas, ambulancias,
sobre una soledad de evacuación distante
pasan rozando las últimas veletas
de enloquecidos gallos ciegos ya silenciosos,
pasan sobre negocios llenos de nadie
buscando un hospital y el corazón de un niño.
Son los obuses.
Cargados de mentira, de miseria, de metralla,
como una enorme M de miedo y muerte oscura.
Son los obuses.
Yo vi el árbol desnudo, el foco abierto,
la reventada piedra, el vidrio herido,
la sangre todavía
como no se ve nunca en los museos
ni en los teatros.
Son los obuses.
Son las panteras del aire desatadas
que vienen de la selva de acero y pólvora amarilla,
la muerte hecha pedazos buscando la inocencia
y su paloma.
Son los obuses.
Una mitad de novia contra el balcón ardido,
Sus manos, ya lejanas, estrelladas, perdidas, estrelladas;
luego la masa sola del niño y el caballo,
la muerte por la boca redonda vomitada.
Son los obuses.
LOS OBUSES (2)
TODO pareció quedar en orden pero era terrible.
Dos manos cortadas dentro de una guitarra,
un tiesto en el sombrero de novia, un árbol en el cuarto,
las fotografías sin el menor rasguño
prolongando la falsa vida de los parientes, el recuerdo de
la Exposición,
Joselito, Lenin, todo mezclado al olor del relámpago.
Esa tremenda mancha en la pared como un ladrido pintado,
como un ladrido de perro enfermo y solo,
ese caballo de madera orgulloso, intacto,
llevado a la más alta ruina por el viento de los obuses.
Donde nacieron los pequeños, donde velaron a los muertos
-cuando era posible morirse con las manos juntas-,
donde crecieron las telarañas
y se fueron inclinando a la tierra los más viejos,
donde yace el corazón,
el reloj del hogar que vio pasar los días y los rostros,
allí no es posible ver otra cosa que el vacío,
el primero y más firme cimiento de una casa.
Ya pasaron viniendo del Oeste y he aquí su obra
-ni el tiempo la hubiera hecho tan perfecta-,
muchos otros muros no ceden pero éste se cayó de pronto
como una encina demasiado vieja,
el mismo aire del obús que pasa enloquecido la hubiera
derribado.
Así cayó, así cayeron con él las buenas gentes, las palomas,
la veleta,
y el sol que estaba entonces dorando los canarios.
La noche de ceniza se hizo sobre la casa, de súbito cubrió
los restos,
las cosas que quedaron.
Así fue, mientras nuestros bravos soldados
combaten en la cintura de la ciudad maravillosa.
Muertos sin hospital, sin velatorio, sin entierro; muertos
anónimos, sí,
pero amados, es por vosotros que nosotros vivimos
para esperar que crezca la flor nueva del mundo, en
vuestras ruinas.
EN EL PUERTO
A una señal dejaron de moverse las grúas,
el pájaro de hierro plegó sus alas grises
y en los oscuros barcos de los países
sólo se oía el pálido rumor de las garúas.
En cercanas recobas de reverberos crudos,
de ásperos impermeables y cáscaras de fruta,
comen agrios pescados los marineros rudos.
Rasca un violín insomne la joven prostituta.
Sus dulces nombres mecen las barcas de la orilla,
sin carbón, sin aceite, sin guía, sin destino.
De los amplios galpones llega el olor del vino.
La fugitiva rata corre a la alcantarilla.
Ya sus perros de niebla lanza el viento en el puerto.
Rondan los barcos mudos invisibles gaviotas.
Los mascarones sueñan con ciudades remotas.
Llueve sobre la gorra del marinero muerto.
¡SALUD las viejas barcas! Deja el crimen que el ciego
relata junto al órgano con arañas dormidas.
Ya está podrida, muerta, la pobre estrangulada.
Eh, tú, dile al patrón que venga con nosotros.
¿Dónde enterrarla, en qué fina tumba del aire?
Ella, que amó partidas y retornos y tuvo
esa delicadeza de morir en la proa
donde los mascarones cayeron para siempre.
Allí donde están ellos descansando, entumidos,
verdes, hinchados, rígidos, de pie, como los ángeles.
En el fondo del mar donde está la botella
Con el mensaje último, de misteriosa cifra.
EL POETA MURIÓ AL AMANECER
Sin un céntimo, solo, tal como vino al mundo,
murió al fin en la plaza frente a la inquieta feria.
Velaron el cadáver del dulce vagabundo
Dos musas, la esperanza y la miseria.
Fue un completo de su vida y su obra.
Escribió versos casi celestes, casi mágicos,
de invención verdadera
y como hombre de su tiempo que era
también ardientes cantos y poemas civiles
de esquinas y banderas.
Algunos, los más viejos, lo negaron de entrada.
Algunos, los más jóvenes, lo negaron después.
Hoy irán a su entierro cuatro amigos de veras,
Los parroquianos del café,
Los artistas del circo ambulante,
unos cuantos obreros,
un antiguo editor,
una hermosa mujer,
y mañana, mañana,
florecerá la tierra que caiga sobre él.
Deja muy pocas cosas, libros, un Heine, un Withman,
un Quevedo, un Darío, un Rimbaud, un Baudelaire,
un Schiller, un Bertrand, un Bécquer, un Machado,
versos de un ser querido que se fue antes que él,
muchas cuentas impagas, un mapa, una veleta
y una antigua fragata dentro de una botella.
Los que le vieron dicen que murió como un niño.
Para él fue la muerte como el último asombro.
Tenía una estrella muerta sobre el pecho vencido,
y un pájaro en el hombro.
BLUES DEL BARCO ABANDONADO
A Evita Botana
AQUÍ estoy desde el día en que varó la rosa.
Nadie podrá saber quién distrajo su rumbo.
Aquí fui destruyéndome y hoy, casi vuelto al árbol,
sólo la fiel madera permanece en su forma
La tempestad me trajo del pedrusco y el limo
que arrebaté al secreto de las aguas atroces.
Los náufragos partieron y el capitán, sin novia,
quedó en los arrecifes lejanos del olvido.
Cuando la luna saca mi mascarón a flote
la aventura vacía se puebla de recuerdos,
donde en el remolino de las ondas amargas
una paloma besa la frente de la noche.
Vuelvo a ver hondos puertos de carbón y de sal,
tiestos en la ventana del aduanero triste,
y oigo los acordeones que en los barcos de sombra
dicen dulces Italias en nostalgia de mar.
Vuelvo a ver marineros que cantan en las fondas,
deliciosos tatuajes con nombres de mujeres,
la cajita de música y el pontón fatigado
en donde el ángel vela su sueño de gaviota.
Vuelvo a ver horizontes de aldeas sumergidas,
lavanderas que lloran a los maridos muertos,
callejones con fondos de silueta de ahorcado
y el muelle, cuando atracan las ratas perseguidas.
He bordeado la isla de florida fragancia
la tarde en que me vieron pasar los pescadores.
Yo iba a recoger a sus hijos perdidos
en el feroz remanso que devoró la balsa.
Vencedor de la niebla, timonel del ojo astuto,
por los ríos famosos cargué placer y pena,
alegres contrabandos de amores fugitivos,
el jugador fullero y el leñador oscuro.
Ni los soles tremendos ni la bruma enervante
consiguen abatir mi esqueleto solemne.
Sólo turban la paz de mi prisión mecida
los asaltos furtivos de los niños salvajes.
Quisiera ser un puente, un andamio, un refugio
en la lluvia o el féretro de los exploradores.
No estar aquí tumbado, deshabitado, eterno.
Quisiera ser el arca del último diluvio.
A veces desde el tiempo, por la playa desnuda
viene Mary Celeste. Su adolescencia errante
bajo la Cruz del Sur se tiñe extrañamente
y me contempla, solo, desierto de la espuma.
Su clara aparición me hace amar esta orilla,
el otoño mojado y mi antigua congoja.
Entonces un albatros nace en alguna parte,
y se torna dorada mi magnífica ruina.
EL CEMENTERIO DE LOS TRANVÍAS
(Loria y Carlos Calvo)
En un galpón enorme -donde estuvo la fábrica-
ese armazón oscuro con el techo llovido,
cual carros amarillos que mascaritas pálidas
de extintos carnavales ahora habitarían,
duermen, esperan ¿qué? los vacíos tranvías,
esqueléticos, sucios. Los miro y los comprendo.
Como ellos, así fueron arrumbados un día,
por inservibles, hijos del bíblico dolor,
los nevados obreros, las máquinas vencidas,
los juguetes usados por niños que partieron,
los tristes jubilados y los gorriones muertos,
fotografías borrosas, viejas cartas de amor.
Una esquina en el barrio, tristona y pintoresca
como un destartalado, gris, espectral telón,
cayendo en un teatro de suburbio sombrío,
cuando todos han muerto, sin el apuntador…
Y ahí están, los saludo, la calle solitaria,
esta noche y los árboles del otoño que hablan,
con su sombra, un dialecto que sólo entenderían
Chaplin, los faroleros, las gaviotas y vos.
EDGAR POE
Peter Brueghel, Iernimus Bosch, y Patinir,
Goya y Petrus Borel lo hubieran comprendido
(¿quién dijo que el delirio de la razón
engendra monstruos?).
La sociedad de los Rotarios,
los linchadores de negros y de rosas,
los verdugos de niños y de sueños
le daban asco y él bebía, ¿para olvidar?,
cuando aún no existían
las letras de los tangos tristes.
BAUDELARIE
Fue un profeta y vislumbraba el siglo
en que la acción fuera hermana del sueño
y reinventó la poesía, una manera
de recordar que el poeta es un hombre
al que a veces agobian la incomprensión, el barro,
el alquiler, la luna.
Pero él fue poeta, inmenso como un río.
Un río puro impuro
que arrastró légamo y estrellas.
RIMBAUD
…¿PERO por qué murió allá en Marsella
tan cerca de la luz atrevida del muelle,
la Canabière, la sopa de pescado,
las rosadas mujeres de la feria
y el viejo olor que viene de los barcos
sin confesar dónde enterró la poesía
-como a un pájaro loco-, en qué baldío,
en qué lámpara pura, en qué ventana,
en qué lluvia crecida con violetas?
Donde el futuro está esperando
EPITAFIO PARA LA TUMBA DEL POETA DESCONOCIDO
FUE UN poeta de su vida y de la vida.
Porque además del diálogo del hombre con su tiempo
la poesía es un estado de ánimo,
fue siempre el suyo un vago amar
y sentir y esperar no se sabe qué cosas:
y no pudo escribir ni un solo verso.
La muerte, la inquirida “Tía de las muchachas”,
Se lo llevó una tarde de azul desprevenido.
Murió de inanición, como Meg Merrillies,
la que en vez de cenar contemplaba
fijamente la luna sobre el bosque.
Tanta es su soledad que el olvido se toca
DESPUÉS DE LA MUDANZA
EL NIÑO triste mira con asombro
el patio donde había cielo.
La marca que dejó en el muro
la fotografía de la boda.
El sitio donde estuvo el piano
(su música, como la lluvia).
La ventana donde el otoño
daba su luz a los malvones.
¿Y cómo la verá un día,
vaga, distante, en el recuerdo?
La carta que cayó del mueble
como una hoja del tiempo.
LA MUERTE DE LA MUÑECA PINTADA
(“Todo el mundo está siempre tiro-
neando de una. Todos parecen querer
un pedazo de una. MARILYN MONROE.)
TODOS la tironeaban.
Hollywood le arrancó el pedazo más grande.
Sólo quedaba de ella el corazón
-Un Desolado Corazón-,
la lluvia pródiga de su cabellera,
la última claridad de su mirada
y una calle de infancia y abandono.
Construida en la fábrica de sueños
se rompió como un sueño
rodando en pesadilla al césped donde yacen
los gorriones caídos y el verano.
Y fue el tocante Réquiem para una Marilyn:
Los extras acunaron la muerte de la estrella
con un terrible blues de lágrimas oscuras.
LO
L
L
SL
LOS SUEÑOS DE LOS NIÑOS INVENTANDO PAÍSES
“Cuando paso frente de un local don-
de exponen pinturas de niños, sigo de
largo.”
BATLLE PLANAS
PORQUE el niño conserva todos los libres bríos
de la invención, baraja sus monstruos increíbles
y sus enloquecidos ángeles.
La bárbara inocencia sin prejuicios de la primera pureza
y el espléndido caos, el delirio de la razón, la fantasía.
El niño es el primer surrealista.
Y crece es hombre, y sigue viviendo más no sabe
y quien lo lleva adentro así lo ignora.
A veces, de manera sutil, eso supongo,
en cada acto adulto la infancia nos vigila
-una voz, un suceso rotundo, familiar, una lámpara,
una paloma herida con mensaje-.
Todo hombre en el final minuto de su invierno
piensa en algo lejano cuando muere.
Y la muerte es el último país que el niño inventa.
BLUES DE LA BOHARDILLA
Estoy solo en mi cuarto y por eso viene la fiebre
verde a devorarme.
¿Cómo te diré mi más bello poema? ¿Qué hará mi
corazón tan solo?
Los tejados deslizan hasta el suelo musgo y cantos
de pájaros.
Otras tantas muertes ruedan en la canaleta del día.
Las lavanderas inclinadas en las bateas y los chi-
quillos pecosos que crecerán sin cultura.
Los obreros que vuelven de los talleres sólo recuer-
dan ruidos.
El rumor de la ciudad achicado, perdido en el
rumor de las alcantarillas.
El muro del asilo fresco y sonoro y dos árboles y
dos ventanas y dos luces y dos pesos. Solamente dos
pesos.
Y el reloj que no quiere detenerse para aguardar-
te y sigue palpitando el tiempo.
Y los libros ya manoseados llenos del drama que
superamos.
Y los retratos, otras tantas muertes colgadas.
Otras tantas ruedan por la canaleta del
día.
Y el penúltimo cigarrillo que arrojamos sin sentir
por el ojo de buey de la soledad.
Y el trepidar del tren asombrando la entraña de
la tierra.
Un grupo de croatas ha invadido la zona de Ber-
chold en busca de oro.
Los hombres dentro del túnel buscan el oro que
nace sucio y socavan la sociedad cuya base no podrá
ser el dinero sucio.
Los cadáveres marchan con una linterna en la
frente.
Así murió el padre de Catalina.
Un hilo de sangre le salía de la boca al asesino.
Nada se sabe del submarino hundido.
Señores profesores: el materialismo dialéctico es
también poesía.
Piensa que en el fondo de los mares andaba y ape-
nas salía a flote para ver con su único ojo terrible
los navíos a la distancia.
Piensa que fue afilado y sereno y tuvo gracia de
perfectos tornillos.
75 hombres están agonizando dentro del sub-
marino.
A la hora de cerrar esta edición.
A semejante profundidad no llegarán los buzos, el
cable de oxígeno, el discurso del Almirante, los so-
llozos de los parientes, los nombres de las tabernas,
las mujerzuelas de los muelles, el hinchado viento
del puerto, nuestro viejo amigo.
¿Paciencia?
Ayer enterraron al tercer pistolero muerto. (Los
policías dispararon sobre él mientras dormía.)
Es tiempo de ocuparse del hombre.
De Dios nos ocuparemos más tarde.
Y cada uno puede cultivarlo a su hora.
¡Viva Nicolás Lenín!
A los quince años me decidí por la aventura y
soy en potencia el más grande de los aventureros.
Mis camaradas no lo saben y a mí me importa un
comino que ni siquiera digan como la dueña de mi
casa: -“Si él quisiera…”
Es tremendo pensar en la vida microscópica que
se realiza en las aguas estancadas.
En el Instituto Osvaldo Cruz, de Río de Janeiro,
pude comprobarlo.
La intimidad de mi esperanza no conoce el reposo.
Mi sueño no tiene límite y está siempre despierto.
Escucha ahora el silencio, la noche de mármol, la
línea oscura del horizonte, la estatua de la plazoleta,
el canto del borracho conocido.
Amiga, pequeña amiga, qué horrible es estar tris-
te y los poetas creen lo contrario.
El sulfato de cobre se disuelve en un litro de agua.
La lluvia ha venido con todos sus tambores.
Un ejército de burbujas se ha instalado en el techo.
Me martiriza la soledad, me ahoga, me devora
una fiebre verde, como si estuviera en el corazón
misterioso de Africa.
RAUL GONZALEZ TUÑON
© Francisco A. Chiroleu -2005
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RAUL GONZALEZ TUÑÓN BUENOS AIRES, 1905-1974.
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