Eduardo Romano: sus respuestas y poemas
Entrevista realizada por Rolando Revagliatti
Eduardo Romano
nació el 8 de junio de 1938 en la ciudad de Avellaneda,
provincia de Buenos Aires, la Argentina, y reside en la Capital Federal.
En 1965 egresó de
la Facultad
de Filosofía y Letras de
la Universidad de Buenos Aires, donde en la
carrera de Letras fue profesor adjunto de la cátedra de
Literatura Argentina, cuyo profesor titular era David Viñas, así
como Asociado de
Literatura Argentina II, a cargo de Beatriz Sarlo. Entre 2001 y
2012 dictó Problemas de Literatura Argentina. En la misma
Universidad fue profesor titular del Seminario de Cultura
Popular y Masiva en la Facultad de Ciencias
Sociales. Entre otros medios gráficos, como periodista
colaboró con los diarios “La Opinión”, “Clarín”, “Tiempo
Argentino”, “Página
12”; con crítica literaria, artículos,
poemas, con las revistas “Crisis”, “Hoy en la Cultura”, “El Escarabajo de
Oro”, “Zona”, “El Barrilete”. Entre 1967 y 2008 publicó, por
ejemplo, los siguientes volúmenes en el género ensayo:
“Análisis de Don Segundo
Sombra”, “Sobre poesía
popular argentina”,
“Medios de comunicación y cultura popular” (con Jorge B.
Rivera y Aníbal Ford),
“Claves del periodismo argentino actual” (con Jorge B.
Rivera), “Las huellas de
la imaginación”,
“Voces e imágenes en la ciudad. Aproximaciones a nuestra cultura
popular urbana”,
“Revolución en la lectura. El discurso periodístico-literario de
las primeras revistas ilustradas rioplatenses”,
“Haroldo Conti, alias
Mascaró, alias la vida”. A través del sello
La Crujía, en 2012, como principal redactor y
director de un equipo de investigadores, se editó
“Intelectuales, escritores
e industria cultural en la Argentina”. Y éstos son sus poemarios:
“18 poemas” (1961),
“Entrada prohibida” (1963),
“Algunas vidas, ciertos amores” (1965),
“Mishiadura” (1978),
“Doblando el codo”
(1986), “Entre
sobrevivientes y amores difíciles” (2004),
“Puro biógrafo y otras
inconveniencias” (Ediciones Activo Puente, Buenos Aires,
2013). En 1997 el Fondo Nacional de las Artes, en su colección
Poetas Argentinos Contemporáneos, edita
“Eduardo Romano –
Antología Poética”.
1 — Precede este
contacto una presentación formal. Te propongo otra.
ER
— De los comienzos, las canciones (tangos, boleros) a las cuales
les cambiaba su letra mientras caminaba por la finca de mis
tíos, en San Rafael, provincia de Mendoza, donde pasé todos los
veranos entre los cinco y los diez años. A los quince las
escribía (creo que desde el día en que cerré la tapa del piano),
y a los veinte reuní mi primer poemario. Consecuencia de haber
conocido a Jorge Rivera y al Movimiento Madí, cuya retórica
consideré de vanguardia —en cierto modo lo era—, fueron los
“Poemas para la carne
heroica” (1960), que luego extirpé de mi bibliografía. La
que admito se inicia con
“18 poemas”, por el sello Aguaviva, nombre de una revista
—hoja impresa de los dos lados y doblada— de la que editamos
seis números con Rivera, Alejandro Vignati, Susana Thénon y Juan
Carlos Martelli. Un conjunto heterogéneo, tanto que cuando
incluí mi editorial “Contra todo”, los dos últimos hicieron
constar al pie que no coincidían (claro, eran miembros del
Partido Comunista y mi alegato estaba entre el anarquismo y la beat
generation). El
más entusiasta era Vignati y fue a través de él que nos
relacionamos con Allen Ginsberg, Lawrence Ferlinghetti, etc.
Editamos una traducción del poema de Ferlinghetti en contra de
Eisenhower y lo repartíamos gratuitamente por la calle cuando
nos visitó el presidente norteamericano (la
Coca-Cola se le había adelantado). También le
enviamos al juzgado del fiscal Guillermo De
la Riestra respuestas tajantes contra la
censura: él era funcionario en la dictadura de Juan Carlos
Onganía —“¡el onganiato!”—, y había ordenado secuestrar libros y
películas como “Los
amantes”…
Yo estaba estudiando en
la Facultad de Filosofía y Letras desde 1957.
Allí hicimos un par de lecturas públicas. Trabé amistad con
Alberto Szpunberg, conocí a Juana Bignozzi y nos reuníamos los
tres para leer lo que andábamos escribiendo. Las lecturas
públicas eran frecuentes y en los reductos más dispares. La más
importante fue en 1962 en
la Facultad de Medicina de la UBA, en cuyo Auditorio habría unas doscientas
personas: inusitado. Varios cuadernillos con los diferentes
autores invitados por el Centro de Estudiantes de esa Facultad
conservan testimonio del suceso. Conservo el que incluye mi
participación junto a Juan Gelman, Héctor Yánover, etc. Época en
la que concurríamos semanalmente a casa de la “tana” Marcella
Milano, quien nos reveló las entretelas de Cesare Pavese (yo la
ayudé en una traducción de
“Dialoghi co Lucò” que editó Siglo Veinte). Por entonces se
produjo el acercamiento de sectores de la izquierda y del
peronismo: por ejemplo, en el Movimiento Nacional de Liberación,
de Ismael Viñas, con el que me vinculé a través de Rivera; y en
ANDE (Agrupación Nacional de Estudiantes) de Filosofía y Letras,
adonde llegué detrás del poeta Horacio Pilar. Otro poeta, y
editor, José Luis Mangieri, me incorporó al sello Nueva
Expresión: “Entrada
prohibida” y “Algunas
vidas, ciertos amores”. Este último corrió la suerte del
depósito donde Mangieri guardaba sus ediciones: llegó la policía
y secuestró todo, buscando libros políticos, claro, incluida
casi la edición completa de mi libro, del que sólo conservo un
ejemplar con la impresión de tapa sin colores. Colaboré con “La Rosa Blindada”, la
revista del maoísmo naciente en Buenos Aires. Pero también lo
hice en “18 de Marzo”, periódico del peronismo combativo. Con
Rivera, René Palacios More y Luisa Futoransky, otra mezcla rara
de “Museta y de Mimí”, editamos dos números de una revistita
abrochada, “Cuadernos de Poesía Hoy”. Y debuto con mi primer
artículo crítico (aunque ya había borroneado algo de crítica en
breves notas de “La
Gaceta de Mariano Moreno”, en el colegio
secundario, sobre Pablo Neruda y Vicente Huidobro), titulado
“¿Qué es eso de una generación del ’40?”. Allí manifestaba mi
admiración por el lenguaje coloquial de algunos poetas del tango
y la oponía a ciertas retóricas de la poesía letrada (para ser
leída). Acababa de recibirme de Profesor de Letras, me iniciaba
como docente y me fue absorbiendo la crítica literario-cultural.
Escribía poemas que quedaban rigurosamente guardados y leía,
además de Pavese, a T. S. Eliot, a Antonio Machado, y por sobre
todos, a César Vallejo. Pero sin privarme de Paul Valéry, de
muchos españoles y latinoamericanos, de la poesía lunfarda —me
deslumbró, por cierto, “La
crencha engrasada” de Carlos de la Púa—. En tanto la
política y el periodismo me atrajeron, colaboré mayoritariamente
con bibliográficas en “Clarín Cultura y Nación”, en “La Opinión Cultural”,
en “Crisis”, etc., donde también me difundieron artículos y
poemas.
Eduardo Romano en compañía
2 — Más de diez
años transcurrieron hasta
“Mishiadura” (traduzcamos a nuestros lectores lejanos al
dialecto local: indigencia, miseria).
ER
— Sí, reaparecí respaldado por Colihue-Hachette, quienes
irrumpían con mucho entusiasmo en el mercado editorial. Yo
trabajaba intensamente en la revisión de productos y géneros
populares con el ya viejo amigo Rivera y con Aníbal Ford,
narrador y ensayista. Publicamos mucho desde comienzos de los
’70 hasta 1982 (y una parte conformó
“Medios de comunicación y
cultura popular” en el 83). Con muy buena repercusión,
aunque diletantes y ortodoxos (de varias biblias) nos
calificaban de “populistas”, por interesarnos en canciones,
historietas, fotonovelas, programas radiales, cine nacional,
etc. En la década siguiente enarbolarían la bandera de los
“estudios culturales” para ocuparse de asuntos parecidos —según
Williams, Anderson, Richard Hoggarth (fallecido en abril de este
año), Thompson…— e ignorar o disimular lo que veníamos
investigando nosotros.
Y bueno…
soy argentino, diría el
siempre socarrón César Fernández Moreno. En una de aquellas
lecturas mencionadas, esa vez en una Galería céntrica, se burló
de un poeta joven, creo que Marcelo Fox, y discutí airadamente
con él. Años después nos reconciliamos, intercambiamos un
interesante epistolario cuando yo estaba preparando la edición
de su “Argentino hasta la
muerte”, selección, estudio preliminar y notas para el
Centro Editor de América Latina. Hasta me propuso suplantarlo en
la Universidad de Caen, porque se iba como funcionario del
presidente Alfonsín a Cuba; mi situación familiar era complicada
pero sólo al año siguiente me divorcié. Si hubiera aceptado,
seguro que mi vida hubiera sido distinta, pero como siempre es
una sola (por desgracia o por mezquindad divina), aquí estoy.
Recuperé parte de dicho epistolario en un
dossier del
“Diario de Poesía” dedicado a César. Bueno, creo que desde
“Doblando el codo” en
adelante mi poesía cobra más contacto con la suya, puesto que
ambos articulamos un poco de narrativa y otro poco de ensayo
valiéndonos de los “renglones cortitos”, aunque de forma
diferente, incluso por razones ideológicas. Y también por
concebir series de poemas sobre ciertos asuntos: él, por
ejemplo, sus automóviles; yo (que no manejo, ni siquiera mi
vida), las fotos familiares o los lugares y casas en los que he
residido. Mi poemario del ’86 estuvo muy vinculado con la
experiencia periodística en “Tiempo Argentino”, la de mayor
inserción en un diario: coordinaba la doble página de
bibliográficas de los domingos y hasta alguna vez, de paso,
redacté un obituario (el de la narradora Marta Lynch) y varios
artículos para “Tiempo Cultura”, al cual Osvaldo Cherkasky,
Miguel Briante y Matilde Sánchez, entre otros, le habían dado un
nivel poco habitual. En la redacción armé, con Alberto Perrone,
al que había conocido como empleado en la Universidad de Morón,
una tapa collage con dibujo, foto, viñeta de fotonovela, que me
sigue gustando.
Eduardo Romano con Alberto Szpunberg
3 — Y más o menos
desde aquí nos quedaría tu derrotero en los últimos veinticinco
años.
ER
— Con otro formato. Porque después de haber entrado y salido por
las puertas de la Universidad de Buenos Aires al son de las
marchas partidarias o de las marchas militares, gané en 1986 un
concurso de Adjunto en Literatura Argentina I y tres años
después el de Asociado de Literatura Argentina II: me radiqué en
el ámbito académico. Con su estabilidad y sus miserias. Como la
condición de docente universitario se extendió, primero a la
Universidad de Lomas de Zamora, después a la Universidad de La
Matanza, dejé otras tareas, en especial las periodísticas o
editoriales (para el Centro Editor había escrito mucho, durante
mediados de los setenta y de los ochenta). Una experiencia
interesante fueron los doce o más programas que asesoré, y en
los cuales hacía intervenciones críticas de un par de minutos,
para la señal Educable, y que en un momento difundió ATC.
Incluyó a algunos poetas, como Almafuerte o Sor Juana Inés de la
Cruz.
Todo eso me restó tiempo para la poesía, nunca
abandonada, siempre acumulada en servilletas, hojas rayadas
sueltas, copias mecanografiadas, y al fin la bendita era de la
computación, cortar y copiar. Fantaseé que le dejaría ese legado
a mi viuda (Miriam) o a mis dos hijas (Laura y Constanza, una de
cada matrimonio), para que resolvieran si era editable o
combustible contra el frío. De pronto, un joven salteño que
había sido alumno mío en dos oportunidades y lugares (la carrera
de Letras y la carrera en Ciencias de la
Comunicación Social de la
UBA —ah, me estaba olvidando de contarte que entre 1989 y 2001
inauguré allí un Seminario de Cultura Popular y Cultura de
Masas—), me propuso editar un tomo en su colección El Suri
Porfiado. No entraba lo escrito a lo largo de casi veinte años
en libros de formato manuable y austero. Pero, ante una
posibilidad así, no te vas a hacer el estrecho o el larguirucho…
Corté varias secciones de lo que tenía guardado, porque en todos
mis libros agrupé siempre los poemas en series bajo un título
particular, y se las remití como
“Entre sobrevivientes y
amores difíciles”.
4 — Y unos años
después surge la posibilidad de volver a editar.
ER
— Concluyendo 2012. Raúl Santana, el “negro” Santana, con el que
habíamos compartido días de francachela y mishiadura allá por
nuestros veinte años —no por esa década, aclaro—, me propone
telefónicamente una antología en la colección que dirigía para
el sello Activo Puente. “No”, le contesté, “ya que el Fondo
Nacional de las Artes me publicó una de la etapa que llega a los
’80, prefiero mostrarte un libro inédito y añejo de veinticinco
años.” Por supuesto que excluí casi todo lo que ya estaba en la
edición de El Suri y armé el resto. Para fortificarlo o qué sé
yo, le sumé, con añadidos, una sección, la de “Viejas Fotos
Familiares” de “Doblando
el codo”, pero con otro título. Y así se fue conformando (y
confirmando) “Puro biógrafo y otras inconveniencias”, título que, entre otras
virtudes, tiene el de no parecer propio de un volumen de poemas.
Con “biógrafo”, tal vez esté de más aclararlo, aludo a la vida y
también al cine como un componente inexcusable de esa vida —lo
que hoy les sucede a los más jóvenes con la televisión—, pero
también a la ensoñación. Cines de barrio (les dediqué un
radiopoema), de pueblo (en Escobar), de rambla marplatense, de
auditorio al aire libre… películas vistas, entrevistas,
narradas, recordadas y mezcladas, perdidas en el desván de la
memoria… y divinas divas (Marylin, Brigitte, Sofía, la
Cardinale) que te dejaban insomne, entre otras cosas.
5
— Y además de la Antología personal del Fondo, fuiste difundido
en otras.
ER
— Me alegra figurar en varias, que no me tomo el trabajo de
contar pero son alrededor de diez. Las últimas,
“200 años de poesía
argentina” (selección y prólogo de Jorge Monteleone,
Editorial Alfaguara, 2010) ,
“El cine y la poesía
argentina” (selección y ensayo de Héctor Freire, Ediciones
en Danza, 2011) y “Antología
de poesía argentina contemporánea, 18 poetas” (bilingüe,
co-edición Reflet des Lettres / Alción Editora, 2012). Ellas
abren la posibilidad de ser leído por un público heterogéneo e
imprevisto. El libro de poemas de autor es una rareza, cada vez
se editan menos ejemplares y acaban por desaparecer nadie sabe
exactamente dónde, pero desaparecen… Y, entre ensayo y ensayo,
entre artículo y artículo, entre investigación e investigación,
dirigida o elaborada, a pesar de que el viento jubilatorio ya me
esparció, escribo algunos poemas. Generalmente en un rapto o en
un rato. Y guardo. Tal vez…
6 — Tengo cerca mi
ejemplar de tu cuarto poemario. En la contratapa se informa
sobre otras antologías en las que figurás:
“Buenos Aires dos por
cuatro” de Osvaldo Rossler,
“Los mejores poemas de la
poesía argentina” de Juan Carlos Martini Real… Y se informa
también que esta edición de
“Mishiadura” alberga
una selección —once— de los textos que escribieras para la
audición “Latitud Buenos Aires” de LS4 Radio Splendid, entre
setiembre y diciembre de 1977.
ER —
Esa oportunidad llegó, como todas, inesperadamente. Una amiga,
docente de música y locutora, me dijo que el interventor militar
de la radio, tanguero y poeta (en la Argentina, como verán, todo
puede suceder), se marchaba y hasta allí había escrito las
glosas para una audición con tangos de Gardel. Aníbal Cufré, que
leyó al efecto algunos poemas míos, me ofrecía reemplazarlo. Le
contesté que sí pero con poemas, no con glosas. Escribí una
cortina fija, que iniciaba el programa todos los días al
anochecer, y luego un texto poético para cada audición que se
iba intercalando entre las versiones del “mudo”. Mudo me quedé
yo el día que viajando en un colectivo me escuché, junto con el
colectivero y algunos pasajeros. La voz de Cufré era
impresionante, hasta cuando no sabía lo que estaba diciendo.
Inauguré una rutina de trabajo poético: sábados y domingos
escribía los cinco textos de la semana, siempre precedidos por
alguna cita. Me acuerdo que cuando usé una de Luis Luchi, Cufré
me la mandó de vuelta, porque eso no le parecía poético. Yo tuve
ganas de contestarle que, si supiera ya lo que era la poesía,
habría dejado de escribir. Luego recuperé una selección de esos
textos para incluirla en mi libro “Mishiadura”,
como “Radiopoemas 77”.
7 — Entresaco unos
versos de distintos poemas tuyos:
“no deben arrojarse los
restos del amor dentro del
mundo”, “qué haré con
su costumbre lenta de hablar y
envejecer?”,
“el gato pasea por el ocio rollizo de mi hermana mayor”,
“y por ti, pero
más por mí, pormigo mismo”,
“Es la hora de la preñez extrema del aire”,
“lucía las bananas
podridas del sombrero”,
“y su terrible renguera de
conciencia”, “Me
gustaría encontrarte hace diez años”. Aquí están. Y entonces pregunto: ¿en
qué términos resumirías tu poética?
ER —
Esas cosas son más fáciles de decir acerca de otros que de uno y
haciendo eso me he ganado en gran parte la vida. Pero… bueno, me
tiro a la pileta como poeta de la palabra conversada, del
diálogo. Algo que nos vino (uno nunca está solo, aunque se lo
imagine) seguro que de Pavese, pero también del tango, de “Eche,
amigo, nomás, écheme y llene…” y tantos otros ejemplos.
“Empecé a escribir
argentino”, dice Cortázar, hacia 1950. Yo sentía que los de
Movimiento Poesía Buenos Aires, algunos, excelentes poetas,
parecían, muchas veces, traducidos. Y si no podía escribir
argentino, al menos lo haría en porteño y sin
tergiversar mi habla cotidiana. Sentía que en el poema,
como en los mejores tangos, se podía contar de manera breve e
intensa y que eso era un desafío. En ocasiones debo de haberlo
conseguido. Con el tiempo, las series poéticas me permitieron
ampliar el relato, los momentos fulgurantes de ciertas
situaciones vividas, imaginadas, soñadas… o todo un poco a la
vez.
Eduardo Romano con Miriam Goldstein, Germán Ferrari y Marcelo
Mendez
8 — Por un lado, en tu último poemario leo estos dos
versos: “con Horacio Pilar
(del peronismo mágico) que era capaz / de disertar hasta dos
días sobre una araña pensativa”.
Y por el otro, yo, que tarde —en 2002— descubrí en su
totalidad la obra poética de Horacio Pilar (1935-1999) y quedé
asombrado, organicé y conduje en mayo y junio de 2003 el Ciclo
de Poesía “Horacio Pilar” —cinco encuentros: entre los poetas
invitados estuvieron José Peroni, Jorge Quiroga, Hilda Rais,
Francisco (Pancho) Muñoz, Raúl Santana—. Has sido su amigo. ¿Lo
evocarías para nosotros?
ER —
Claro, cómo no. Horacio había cursado el Liceo Militar y
comenzado Medicina. Era inesperadamente marcial y
sorpresivamente gastronómico. Me acuerdo de haber comido en
algún boliche de los que frecuentábamos,
gasolineros, y
pedir primero sopa y luego dos bananas; explicarle al mozo, sin
duda desconcertado, las virtudes de esa dieta. Sin mencionar la
principal: gastar poco. Tenía una labia espontánea y generosa;
una vez, en mitad de uno de tales discursos, a propósito de
cualquier cosa, se detuvo y nos preguntó sobre qué estaba
hablando, se le había perdido el asunto. Charlamos mucho de
filosofía, de calle, de señoritas, de política. Era el mejor
ejemplo de que cada peronista tiene su propio peronismo y él te
convencía del suyo. Un poeta reflexivo y modesto; siempre me
decía que formábamos una segunda línea y que eso no debía
desalentarnos. Un gran tipo, de ésos que te dejan mucho y
haberlos conocido justifica también un poco haber vivido.
Valdría la pena reencontrarlo para seguir charlando, seguro nos
quedaron cuestiones pendientes.
Eduardo Romano con Miriam Goldstein, Germán Ferrari y Marcelo
Mendez
9 — Sé que para “Francisco Urondo, la palabra en acción – Biografía de un poeta y
militante” de Pablo Montanaro (Homo Sapiens Editora,
Rosario, Santa Fe, 2003), has participado con tu testimonio.
Para quienes no hemos accedido al libro en cuestión, ¿nos lo
ofrecerías?
ER —
Mi relación con Paco Urondo fue especial, con largas
intermitencias y mucho afecto. Lo conocí cuando vino a una
lectura de poemas (participamos Jorge Rivera, Alejandro Vignati,
el petiso Alfredo Carlino y yo): creo que en el salón de un
diario sobre la avenida de Mayo. Leí textos que pasarían a
“18 poemas”. A la salida se acercó y me comentó que le habían
interesado, quedamos en vernos en otro momento, almorzamos a los
pocos días con Noé Jitrik, de Souza y otros amigos, me presentó
a Clarita Fernández Moreno, y por ella conocería luego a Haroldo
Conti… Otra instantánea es de cuando él vivía en el barrio de
San Telmo, en una de aquellas casas colectivas de los setenta y
a la que acompañé a Lola Thorne. Charlamos largo, me presentó a
uno de sus hijos, intercambiamos libros. Tercera foto: una noche
lo esperé con dos amigas, en el viejo bar “Unión” que tanto
frecuentaba y me encantaba, allá en la avenida Paseo Colón,
cerca de Independencia, hasta que salió de trabajar en “La
Opinión” y cada uno por su lado, pero otra vez buena charla,
agradecimiento por el “aguante”. También nos encontramos en lo
de Rivera: ambos militaban en el Movimiento de Liberación
Nacional (MLN - Malena) y discutimos un poco, en buenos
términos. Después coincidimos en la Facultad de Filosofía y
Letras, donde vino como Director del Departamento y yo quedé a
cargo del Instituto de Literatura Argentina. Allí no discutimos,
exactamente, pero diferíamos en cuanto a lo que esa intervención
debía producir en la carrera de Letras. Tengo presente una larga
caminata por Rivadavia estrecha, desde la Plaza de Mayo, y
olvidar lo político para hablar de poesía, lo que siempre nos
había acercado. Bueno, a partir del ‘76 sabemos lo que pasó.
Pero lo vi una última vez, en el barrio Caballito: yo estaba
parado en la esquina de Rosario y José María Moreno, y desde un
auto agitó la mano y su sonrisa, que era muy particular. Tuvo la
valentía de sostener hasta el final lo que creía, a diferencia
de tantos otros.
10 — Mas allá de los consagrados poetas del tango —Homero
Manzi, Enrique Santos Discépolo, Celedonio Esteban Flores,
Enrique Cadícamo, Homero Expósito, Eladia Blázquez, Horacio
Ferrer, Héctor Negro…—, ¿estás al tanto de la letrística
tanguera más reciente— ¿Hay algún tipo de música que juzgues
“mala” y que te atraiga (o te haya atraído)?
ER —
Estoy al tanto, porque soy miembro de la Academia Nacional del
Tango, pero creo que cada ritmo tiene su época y la del tango ya
fue. He dado clases sobre letras de tango en la Academia y en la
Universidad acerca de la canción, en las cuales incluí también
al llamado folklore, al rock nacional y a cantantes que no
tuvieron mucho que ver con la poesía, pero cuyo humor los
justificaba. Estoy pensando en Rodolfo Zapata, el de la
chacarera “La Gorda”, que manejaba un uso del doble sentido muy
gracioso y que los folkloreros comprometidos despreciaban.
Claro, para ellos
“Si se calla el cantor calla la vida” y me imagino que, para el
cantautor Zapata, “si se calla el cantor calla la risa”. Y el
humor es un combustible irremplazable para sobrevivir, sobre
todo en el mundo periférico. A la poesía argentina le ha faltado
humor, sus cultores prefirieron la seriedad, la gravedad, aunque
estuviera hueca. Nicolás Olivari, Conrado Nalé Roxlo, Luis Cané,
César Fernández Moreno… son de los pocos, en una cuerda que va
del humor sutil al sarcástico. Si me dejan, me subo al carro,
por lo menos por el costado del humor irónico. Hoy día el gran
público está en contacto con la poesía de las canciones,
acompañadas de música. Así como lee novelas acompañadas de
imágenes (telenovelas, pero obvia el prefijo). La lectura en
silencio y recoleta está avejentada, aunque nunca va a
desaparecer del todo. Yo convertí un poema (Cartas II) en el
tango “La zorra tristeza” (con música de Alberto Garralda), que
tuvo dos grabaciones, pero no seguí adelante con la experiencia.
Está entre las cosas que me debo para el
ballotage.
Eduardo Romano en 2001 - Foto Daniel Grad
11 —
En un número de
la revista de poesía “El Jabalí”, que estuve releyendo,
reprodujeron parte de una entrevista realizada a Orson Welles
(originariamente difundida en su totalidad en una revista
extranjera): Me apropio yo de algunas, y adaptándolas te las
despliego: Si hubieras podido escoger el país y período en que
te hubiera gustado nacer, ¿hubieras escogido qué país, qué
período? ¿Hay algunas figuras de la historia argentina con las
que te identificás? ¿A quién escogerías como modelo de
comportamiento masculino hacia las mujeres?
ER
— ¡Esto
ya no es una entrevista sino un bombardeo! Me pongo el casco y
voy contestando.
1: Me gustaría vivir en el mismo lugar y en el mismo
tiempo pero de nuevo, para reincidir en algunas cosas y para
rectificar otras. Vivir de nuevo, varias veces, entre los veinte
y los sesenta, en lo posible descartando la inexperiencia o las
malas experiencias anteriores y la excesiva experiencia
posterior (dejémosle este placer a los orientales).
2: Me identifico con los muchos que construyeron nuestro
país y con los pocos que lo siguen haciendo; ¡lástima que los
otros eran más!
3: A mí, por supuesto. Pero preferiría hablar de lo mal y
de lo bien que me han tratado, porque sería hacer el resumen de
mi vida. Si unas me abandonaron, desde el comienzo, otras me
recogieron y me cuidaron. En
“Entrada prohibida”
hay una cita de Pavese que dice, en parte,
“mis buenas compañeras estarán siempre vivas, / sufriendo en silencio y
pagando por todos”. Sin ellas faltaría en mi CV la poesía y
estaría de más este diálogo.
12 —
Alejandra Pizarnik le expresó en una carta a la poeta bonaerense Ida
Julia Casella, a propósito del poemario de ésta cuyo título es
“Antes de nacer” (1ª
Edición, Ed. Colombo, 1966):
“...sus poemas son, entre
otras cosas, modos de conocimiento (es evidente el ‘yo me he
vuelto del revés / me he vuelto del derecho’), de conocimiento
de usted, naturalmente, pero cuando el modo es auténtico y
necesario (esto sobre todo), el lector se conoce en la comunión
poética: un simple y terrible espacio de encuentro perfecto...”
¿Te provocan estas líneas alguna apreciación?
ED
— Si la
literatura —incluida la poesía— no es conocimiento, es apenas
palabras sueltas, cháchara, nada… Uno aspira a la experiencia
compartida, a que algo resuene en el otro y lo transforme, lo
cambie de lugar, de posición, de ánimo, se le haga carne viva…
Por lo menos son las vivencias que nos transmitieron algunos de
esos escritores que preferimos y que seguimos leyendo a través
del tiempo. Una novela de Benito Pérez Galdós, pero también otra
de Paul Auster y, para cambiar de registro, un poema del
Arcipreste de Hita y otro de Homero Manzi. Y lo que hicimos
siempre, incluso sin saberlo, reescribir las palabras que se
reagrupaban, de otra manera, entre las ya leídas y escuchadas,
entre las que dijimos y las que nos dijeron. La literatura es,
en definitiva, el lugar de cruce donde los otros nos hablan, o
se hablan a través de nosotros, aunque ilusionemos poseer “el
uso de la palabra”.
*
Eduardo Romano selecciona poemas de su autoría para acompañar esta
entrevista:
BRINDIS
Por la mano que hundo y arranca el poema
por el verbo que comunica como una llave
por el hijo pródigo que vendió su corazón al contado
por la joven madre que no abortó de perezosa
por los que de tanto en tanto se dicen algo al espejo
por los que sólo recuerdan a garrotazos
por la ventana cerrada de los muertos
y por el que desde mucho antes fue cadáver.
Por el ojo sin importancia de la risa
por los que hoy aquí y mañana no se sabe
por la noticia falseada en treinta idiomas
por el que pide permiso en todas partes
por el que usa apenas mujeres usadas
por el que brilla una noche y catequiza
por el silbido que se perdió en la boca
y por la triste escalera que solamente baja.
Por una blusa roja hasta la sangre
por la firme respuesta del seno adolescente
por la manzana madre de este mundo
por el que tira sus besos al retrete
por el que perdió la cabeza en el griterío
y por el hueso auténtico el hueso duro de roer.
Por el hueco de los que ya se resignaron
por la fiel amistad de las enfermedades incurables
por la que todavía aguarda hecho preguntas
por la felicidad del hombre amaestrado
por la palabra que nos dará el olvido
por un cielo de puentes y llegadas
y por una verdad a cada rato.
Por el marinero que no aprendió a desembarcar
por el clavo caliente de estar vivo
por la alegría exacta de los tristes
por el vino de rostros que nadie puede arrebatarnos
y por la desesperación del vaso en la garganta.
Por los que mercan cada día tu trabajo
por los que “sí, cómo no, de cualquier modo”,
por los principios con que algunos terminan sus
crímenes
por todas las maneras de andar al descubierto
por los que memorizan cada día de sus años
y por ti, pero más por mí, pormigo mismo,
junto a esos zapatos caminando sin dueño a medianoche
brindo, tal vez de manera vulgar,
levanto mi copa enardecida
por los que ya nombré y por los que no me acuerdo,
dejo paga mi última sonrisa,
toco fondo.
(de
“18 poemas”)
*
LA LOCA
Me decían sentate al lado de la
loca
y dale cuerda.
La loca, a todas horas
destrozada,
y después —si existe algún después
bajo las ruedas—
dibujaba muñecos en el vidrio,
cantaba letras sucias,
daba pena,
Me decían recitale a la loca
tus poemas.
La loca consumía
el café más amargo con leche
y apagado,
se sonaba los huesos
traqueteados en camas informes
o en baldíos,
se daba una medida de esperanza.
Sentada en un rincón,
lucía las bananas podridas del sombrero,
un perfume bien rancio, recocido,
su careta de humo,
su cuello pergamino.
Me decían conversá con la loca
de la vida en orsai,
de su hijo roto.
La loca masticaba estampitas lentamente
preguntando si el sol
seguía afuera
o lo habían llevado, en bandeja,
hasta su cuarto.
Me decían con guiños, por lo bajo,
explicale a la loca que está muerta.
(de “Entrada prohibida”)
*
CAMINATA
Tengo veintiocho años cumplidos
esta hermosa tarde que ahora desciende
por la avenida viento norte, Palermo,
pensando qué hacer con lo que resta.
Ya no soporto los gestos de Francisco,
según las circunstancias.
No me alcanzan las palabras de Luis,
el estudiante de izquierda
que me quiere explicar causa remotas.
No quiero más los proyectos comunes y promesas
que nunca les pedí, ni equivocada.
He visto y oído sus trabajos,
los oficios delicados, inútiles, vacíos,
humillantes o alegres, de los hombres amados.
Los adolescentes que se concentran
hasta la seriedad en mis piernas delgadas
apenas casi me entretienen.
Las amigas que recitan siempre,
hasta el cansancio,
comienzos o restos de aventuras
ocultas por el humo y sus caras mundanas,
no pueden disimular la soledad que las desborda.
Quedan, es claro, el arte y los paisajes,
pero una ha comprendido el mecanismo
y para qué engañarse en estos tiempos.
Veintiocho años al sol,
camino sostenida por esta escasa juventud
y la incipiente madurez de mis recuerdos.
Sólo deseo tomar un poco de noche,
cara al húmedo cielo,
jugar a la paz, al deseo, a la ternura,
tener una larga conversación sobre estrategia
con algún general que nunca hizo la guerra.
(de
“Algunas vidas, ciertos amores”)
*
TERCERA FOTOGRAFIA DE AMOR
Es peligroso vivir una última noche con vos.
Hay, por ejemplo, rápidos incendios
sobre los pastos secos de tus ojos.
Hay un aborto reciente y desdichado
—la careta señores los guantes señorita—
que dejó en tu sonrisa enorme cicatriz.
Yo la recorro con paciencia de domingo lluvioso
bajo los pliegues de nuestra lenta soledad.
Crecen hongos salvajes en tu pelo
cuando hablás del marido y los dos hijos
envenenados por la vida en común.
Tiritan nuestras ropas por el suelo,
la tarde se arrodilla y en la pieza desnuda
contra tantos, somos apenas dos.
A las catorce y treinta se incorpora
para decirme nadie
debe saber que aquí estuvimos juntos
porque el amor voló desde el balcón.
A las catorce y treinta años perdidos
sos apenas tu sombra sobre la palma abierta del
andén.
(de “Mishiadura”)
*
NI TAN DERECHOS NI TAN HUMANOS III
Cuando oyó la primera sirena se apartó
un poco del alféizar y cerró las persianas.
Era una lástima renunciar a esa luna
tenue y meliflua, ingenuamente pálida,
pero los gases tóxicos enturbiaban
tanta dulzura y al parecer la noche ardía ya
por los cuatro costados.
A los primeros tiros dio un paso atrás
y entornó la puerta —casi recién pintada—
de su habitación interior.
En las tinieblas se oía el crepitar
lujurioso de la violencia desatada.
Ahora forzaban una entrada gritos roncos
puteadas subrepticias órdenes silbatos
estallaban quién sabe desde dónde desde cuántos.
Empujado por los primeros sollozos ahogados
se metió en el baño, echó la doble llave,
se acurrucó en un rincón los brazos
sobre la cabeza los ojos hacia adentro.
Tras una breve pausa en que creyó —lo principal
es la fe, Dios te sonríe— haberse aislado
sintió un líquido espeso que goteaba
justo encima justo arriba justo no soy
se dijo en un susurro, casi tartamudo.
Entonces se encendió la luz potente luz de la
crueldad
y al suave al apartado al buen muchacho
al nunca te metás en esas cosas al hijo de mamá
al siga siempre así felicitado
también lo desaparecieron brutalmente.
(de “Doblando el codo”)
*
AVERGONZADO
¿Sabe una cosa usted que a lo mejor me lee
en una larga tarde de domingo sin nada
o en algún otro hueco semejante?
Me da tanta vergüenza ensuciar con versitos
esta hoja impoluta (mentira, apenas si se trata
de una vulgar y servicial servilletita)
y en especial porque murmuro
unas palabras llanas sin metafísica legibles
carenciadas de notas o aparato erudito
sin un despliegue intertextual muy pobretonas.
Y no le cuento, amigo lectorcito amodorrado,
si pienso que en lugar de ganar a toda costa
de apostar de transar de aplastar con denuedo
pierdo mi tiempo así alumbro frases sueltas
la culpa que me da saber el alfabeto
pasear por el lenguaje gratuita suficiencia.
Al menos debería hipotecar tal perversión
en lujuriosos avisos masticables
que un músico por horas, alquilado,
supiera a la sazón sonorizar
para el sagaz público medio (¿o ya
electrocutado del todo y aún consume?).
Me sonrojo realmente, no se extrañe,
cuando sopeso una por una las palabras
las pongo boca arriba en el platillo
me detengo a escucharles viejos ecos
como si fueran rumorosos caracoles.
Es un oficio antiguo, otrora respetable,
pero que ha ido cayendo en el descrédito
en sonrisitas de burla rápidos codazos
una especie de vicio solitario
que hoy practican tan sólo idiotas de la casa.
Por eso acepto caminar hasta el patio
desolado sentarme en un banquito lánguido
esperar que repartan esa sopa mugrienta
que se supone mata los huevos empollados
de todas las metáforas.
(de “Entre sobrevivientes
y amores difíciles”)
*
EL POETA DEVUELVE LA PALABRA
“Para
morir mejor
hay que
estar sano”
(anónimo callejero)
Le entregan sus análisis completos
bajo colesterol sin índice de riesgo
glucemia uremia y uricemia
(no es el medio campo de la selección bratislava
ni una suntuosa aliteración esteticista)
con valores normales adecuados millones
de leucocitos y hematíes como para empedrar
las joyas de varias coronas coronarias
en buen funcionamiento vespertino
(de noche lo asaltan imágenes compactas
que pueden provocarle taquicardia a un dinosaurio)
y camina derecho por lugares torcidos
se busca buenos tragos los malos vienen solos
sigue fiel al Azar que lo guía desvía recombina
empieza a salirse de la ví(d)a a pesar de todos y de
todo
de lo que informan estos laboratorios alcahuetes
porque la máquina ha comenzado a ratear
es el momento justo de tomar esa curva
(me parece que ya tomaste demasiado).
Resultas de lo cual lo felicitan por haber elegido
morir saludable en buen estado con el humor erecto
de cara a tan adversas circunstancias convencido
de que fue bueno rebajar las grasas los empachos
las borracheras y resacas aquellas dos mujeres en un
día
los ratos de mirar nomás mirar hasta perderse
el horizonte los devastados espacios interiores.
Lo felicitan —reitero y no es una ironía—
porque ha llegado al cruce de caminos saludable
ni se le nota el austero carcinoma que lo convierte
en candidato seguro en colaborador anticipado
de la página oscura del Gran Diario donde otrora
incluyeran artículos suyos a veces ponderados
sesudas bibliográficas anónimas o nomás discutibles
que con los vientos
light se disiparon.
Algún periodista apresurado querrá corroborar
si es cierto que escribía fascículos seriados
escritores de acá de ahí de más al fondo
para el sueño de Boris en el saber distributivo
si compartió con Paco los destinos de una carrera
donde enseñaban las formas de las letras
que nunca coincidieron pero igual dialogaban
si una vez despertó con la que hubiera amado
entre los brazos prefirió que durmiera tan cansada.
Igual se irá pensando por el viaje —algunos gurúes
afirman
que no es largo— las mejores respuestas las posibles
al máximo misterio de este confuso crucigrama.
(de
“Puro biógrafo y otras inconveniencias”)
*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Eduardo Romano y Rolando
Revagliatti.
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http://www.revagliatti.com.ar/010822.html
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