Silvia
Mazar: sus respuestas y poemas
Entrevista realizada por Rolando Revagliatti
Silvia
Mazar nació el 2
de abril de 1937 en Buenos Aires, ciudad en la que reside, la
Argentina. En 1957 se recibió de Técnica en Fonoaudiología por
la Universidad de Buenos Aires. Colaboró, entre otros medios
gráficos, con el diario “La Capital” de Rosario, Santa Fe, en su
país, y en las revistas “La Espada Rota” de Venezuela y “Norte”
de México. A partir de 1982 ha sido incluida en antologías de
poesía y de narrativa:
“Hojas nuevas”,
“Cuentos encogidos” (I y II),
“Antología del taller
literario de la Casa de la Poesía” (I y II),
“Rojas de vergüenza”,
“Antología del empedrado”
(I y II), “La poesía
entra en casa”, “El
amor en todas sus formas”, etc. En 1987 obtuvo el Primer
Premio del Concurso de Microrrelatos organizado por la revista
“Puro Cuento”. Además de una decena de plaquetas publicó los
poemarios “Amuletos”
(Ediciones Filofalsía, 1989),
“Otras son de arena”
(Libretas del Rojas, 1990) y el volumen de narrativa
“Cuentos del loco amor”
(2008).
1 — Naciste en un barrio ubicado más o menos en el centro
geográfico de nuestra ciudad.
SM — Tal
cual. En Caballito. Residíamos en una bellísima casa que había
construido mi padre, arquitecto, en un refinado estilo
art déco. En su
enorme jardín yo desplegaba toda mi imaginación de niña
solitaria. Allí observaba, además de las plantas, a las
hormigas, el accionar de los insectos, y los relacionaba con la
conducta de los adultos y las similitudes en algunas de sus
reacciones. Me encantaba leer los cuentos clásicos y mirar mil
veces los libros de pintura de papá: conocía detalle por detalle
cada cuadro de Goya. A mis nueve años, vendida esa casa, nos
mudamos a un departamento en el barrio Recoleta. Allí mi
trascurrir se tornó aún más solitario, extrañaba el jardín.
Aunque era un piso enorme no tenía recovecos donde esconderme.
Me marcó profundamente ser hija de un matrimonio mixto: mamá era
católica y papá judío. Yo era la única nena del grado que no iba
a misa y no había tomado la comunión: comportamiento inusual,
residiendo en un barrio de clase alta y en los años ‘40.
Antes de terminar la
escuela primaria empecé a escribir: poemas y pequeñas historias
que guardaba en libretas y anotadores.
Después llegó el secundario, en el Liceo de Señoritas Nº
1. Allí aterricé sin conocer a nadie y bastante perdida. Algo
habrán visto en mí desde el primer día un grupo de tres chicas,
compañeras de la primaria: me sentaron con ellas y me adoptaron.
Una era —y llegó a ser, notable poeta— Susana Thénon. Siempre
juntas las cuatro, divirtiéndonos en nuestras diferencias y
estudiando poco. En el Liceo había muchas chicas judías, se
separaban las materias Moral y Religión. La madre de Susana era
judía y su padre católico. Tuvimos gran afinidad, porque
escribíamos poesía y, sobre todo, por el humor: disparatado,
paródico y burlón con el que satirizábamos el universo escolar;
ella poniendo el cuerpo y todo su histrionismo; yo, en cambio,
discreta y de bajo perfil. Y así seguimos hasta que falleció,
recordarás, en 1991.
Silvia Mazar y compañeras aproximadamente en 1954
2 — Discreta y de
bajo perfil aunque escribiendo.
SM
— De un modo más
dramático, más comprometido. Y al tiempo que llegó mi primer
novio, que luego sería el primer marido. Tuve una actuación muy
breve en mi profesión: abandoné a los veintitrés años para
dedicarme a mi primer bebé. Profesión la mía que, aunque no me
diera cuenta, también estaba ligada a la palabra. Tuve dos hijos
más, el primer divorcio, un segundo marido, la muerte de mis
padres y la literatura siempre, cobijándome, amparándome, dando
a mi existencia el sentido poético del que carecía. En marzo de
1982 empezó todo: en serio, de verdad. Me inscribo en mi primer
taller literario con Jorge Hacker, director de teatro y
traductor. Él supo
revelarme. Hacia
fin de año organicé una publicación con los textos producidos
por el grupo. Hacker confió tanto en mí que me propuso
participar en una muestra suya encarnando a Yerma en una escena
del drama homónimo de Federico García Lorca. Con esta
representación mi entusiasmo creció al punto de inscribirme en
1983 en la escuela del uruguayo Villanueva Cosse, pero… no era
lo mío: fracaso total. No obstante, el profesor que tuve, Néstor
Romero (sí, quién dirigiera la pieza teatral de Harold Pinter en
la que vos debutaste como actor), advirtió que yo tenía
aptitudes para armar los textos de las improvisaciones y ahí me
fui afirmando. Llegó la democracia, y esas enormes puertas que
se abrieron para el país también se abrieron para mí. El Centro
Cultural General San Martín promovió cursos y talleres por
doquier y mi vida dio una vuelta de 180 grados. Accedí a la
felicidad. Cursé con Silvia Plager, Rodolfo Alonso, Orfilia
Polemann, Nicolás Bratosevich, Elsa Osorio, Ignacio Xurxo, Jorge
Santiago Perednik y Roberto Cignoni. Con estos dos últimos
poetas y ensayistas pasé luego al Centro Cultural Ricardo Rojas,
donde perduré en poesía escrita y vivida por más de una década.
Son más de treinta años de integrar grupos de estudio, de
creación, de aprendizaje; si tuviera que elegir uno en el que me
haya sentido más feliz, sería sin dudarlo el de Roberto Cignoni;
he conocido pocas personas con la calidad humana que él irradia,
y como poeta y maestro acompaña suavemente a los que se acercan
a él. Lo conocí en el CCGSM haciendo una suplencia en el taller
de Perednik. Durante los meses que duró la suplencia
consolidamos una amistad honda y divertida, la que prolongábamos
en cafés y pizzerías. Fue tan firme el lazo que establecimos,
que junto a otros compañeros, al regresar Perednik, continuamos
con Roberto el taller en mi casa.
Cuando con Norma Fumero, Gladis Márquez y Norma Soccol formamos
el grupo “Rojas de Vergüenza”, nos apoyó, estuvo cerca con su
proverbial ternura y buen humor. Hicimos una performance,
dirigida por él, en el Centro Cultural Ricardo Rojas, que
consistía en responder con un poema improvisado a las preguntas
que nos iban formulando las personas del público a cada una de
nosotras. Fue algo inolvidable; el mejor recuerdo que atesoro de
la gran cantidad de presentaciones en las que intervine. Creo
también que la apertura que obtuve en mi poesía, la libertad y
el desapego a toda forma preestablecida que adquirí, se lo debo
a esa etapa de mi vida y a la profunda reflexión. Mucho de ese
espíritu tuve la suerte de poder aplicarlo en los dieciséis años
que llevo coordinando “Gente de Lunes”,
a partir de que el director
de la Casa de la Poesía, Daniel García Helder, me lo propusiera.
Se trata de un grupo abierto que pierde unos integrantes y se
enriquece con otros en forma constante.
Silvia Mazar con P. Ortiz, L. Díaz Mindurry, R. Revagliatti, S.
Cattaneo, J. Figueroa, A. Peyrano, L. R. Calvo, R. Rubio, M. A.
Díaz, A. Zacoutegui, L. Varela, M. Ballester, etc.
3 — Tenés una
anécdota que has contado infinidad de veces.
SM — De
los noventa. Modificó la forma de plantarme en el mundo. En una
excursión a la ciudad de La Plata, veo en el ómnibus al narrador
y periodista Ignacio Xurxo. Cuando llegamos, me acerco a
saludarlo y él confiesa:
“No sé quién sos”, pero cuando le digo cómo me llamo pegó un
grito de alegría y emoción. Pocas personas entendieron el
significado de esa respuesta, de esa reacción: no recordaba mi
rostro: recordaba mi obra. Luego fuimos a almorzar y hablaba de
mí con los compañeros de excursión como si fuéramos colegas. No
volví a verlo y él nunca supo que esa actitud suya me dio el
espaldarazo que yo no encontraba.
Silvia Mazar con Rolando Revagliatti, Estella Kallay, Mario Kon,
María Malusardi y Simón Esain en 2004 -
Foto de Daniel Grad
4 — Xurxo murió a
fines de 2010, a los ochenta años.
SM — Y no
es el único de mis maestros que ha fallecido. También he tenido
grandes pérdidas de seres queridos en mi familia, grandes
ganancias de amigos, alumnos, compañeros de la vida y dos
nietos: un muchacho de catorce años con el que comparto cuentos
de Osvaldo Soriano, además de haikus y algún juego en Red. Y una
hermosa chilena de veintiséis que reside en Isla de Pascua, es
Licenciada en Educación Física y campeona de fútbol femenino, a
la que un día le expresé:
“No sólo sos mi nieta amada: sos la mujer que más admiro, por tu
libertad. Sos la mujer que yo hubiera querido ser.”
5 — Susana
Thénon. Te has mantenido en contacto con ella durante cuatro
décadas.
SM —
Como yo me casé muy joven pasamos a vernos poco: de vez en
cuando en casa de alguna amiga, alejadas ambas de aquella
complicidad inicial. Fue recién en 1979, con motivo de celebrar
los veinticinco años de egresadas, que organicé un encuentro con
las compañeras; la llamé por teléfono a su casa de siempre y
hablamos por más de una hora como si nos hubiéramos visto el día
anterior. Desde ese
momento no nos separamos más. Se hizo amiga de mi
segundo marido, trató a mis hijos, ya adolescentes, y leíamos
juntas, con frecuencia, nuestros poemas. No sólo he admirado su
obra poética, de una fuerza, una profundidad y una osadía
únicas: también su obra fotográfica, en la que se alternaban el
humor desopilante con la sutil delicadeza de las imágenes.
Silvia Mazar con Susana Thénon en 1955
6 — Llama la atención que tus dos poemarios hayan
aparecido hace más de veinticinco años.
SM —
“Amuletos”
es fruto del entusiasmo; Daniel Rubén Mourelle había publicado
poemas míos en su revista “Clepsidra”. Ya llevaba tantos años
escribiendo, contaba con la aprobación de los amigos y pensé que
era el momento. El libro, quizá, es algo caótico; yo no sabía
muy bien que era preciso sostener una coherencia temática; eso
me lo hizo notar Jorge Santiago Perednik en una charla que
mantuvimos después de publicado. Aduje que no se lo había dado a
leer para no ponerlo en el compromiso de no cobrarme, a lo que
me respondió que él me hubiera cobrado sin problemas y el
poemario habría quedado mejor.
“Otras son de arena”
se lo pasé antes de entregarlo a la imprenta de la Universidad
de Buenos Aires: lo leyó, “sin cargo”, lo aprobó y así fue
editado. ¿Si hay diferencias notables entre ambos?: no lo sé, no
lo advierto. Lo que sí sé es que publicar no es mi anhelo. Tengo
un libro listo, corregido, numerado, muy querido: son cincuenta
poemas y su título es
“Hilos de entonces”. No lo publicaré, me da infinidad de
alegrías cada vez que los leo en encuentros, en ciclos a los que
me invitan, en programas de radio. Eso es más que suficiente.
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Silvia Mazar con Raúl Pignolino, etc.
7 — A casi seis lustros de aquel primer premio que te
concediera la prestigiosa revista que dirigiera Mempo
Giardinelli, podrías evocar algo del concurso de “Puro Cuento”.
SM —
Cuando realizaba talleres literarios en el CCGSM me enteré de
que se abría un concurso en esa revista. Yo era muy amiga de dos
compañeros del taller de Silvia Plager: Alejandro Manrique
(alias Paco) y José Losada: éramos inseparables.
Una tarde, en un café de la avenida 9 de Julio, tras haber
estado observando las grandes tiendas de los alrededores, José
me desafió a que escribiera un cuento que se titulara “Las
tiendas”. Cuando llegué a casa lo escribí de una sentada. A los
pocos días lo mandé al concurso. Eso fue en el mes de diciembre;
a fines de enero me llegó una carta de la redacción,
comunicándome que había obtenido el primer premio, me
felicitaban, me llenaban de elogios y
me decían
que había ganado $ 25. El cuento se publicaría en el número de
marzo. Yo, como siempre, exageradamente discreta, llamé a la
redacción el 1º de marzo; la persona que atendió el teléfono
pegó un grito: “¡Mempo,
por fin apareció la mujer que ganó el premio!”: creían que
yo no existía...
Fue muy emocionante; con los $ 25 me compré un chal para
envolverme en mi gloria y todavía lo uso. Además de publicar mi
texto en la revista, lo leyeron por radio en el programa del
poeta Horacio Salas, y unos chicos guitarristas le pusieron
música y lo interpretaron en el mítico bar Oliverio.
Silvia Mazar con Marcelo Velisone, Raúl Pignolino y otros
integrantes de Gente de Lunes
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8 — Sigamos con
tu narrativa.
SM —
Tengo cerca de setenta cuentos inéditos que me gustan y que me
dio placer escribir, y una nouvelle,
“La mitad de arriba”,
cuya protagonista se llama Mechita Cohen y es mi alter ego,
aunque absolutamente ficcionado. La leyó una sola persona: Oscar
Tacca; él me alentó a publicarlo, pero no, como diría Idea
Vilariño: YA NO.
Silvia Mazar con el poeta Luis Raúl Calvo
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Silvia Mazar con Jorge Santiago Perednik, Norma Fumero, Daniel
Grad, Ariel Gombert, Teófilo Mercado, Guillermo Artero, Norma
Soccol, Cora Llano, Mabel Margarido, etc.
9 — Con el escritor Oscar Tacca, creo, estuviste casada.
SM —
No en la forma tradicional.
En la primavera de 2001 me inscribí en un taller de expresión
corporal. En una oportunidad, a mi lado se sentó un señor de voz
pausada y ojos grises; nos tocó efectuar juntos todos los
ejercicios. A la salida reveló que no tenía ninguna intención de
hacer esa actividad, pero como en un folleto de propaganda
invitaban a “concurrir con ropa cómoda” para una clase sin
cargo, entró sin inscribirse. Era Oscar Tacca. A partir de
entonces fuimos, por muchos años, una feliz pareja de personas
mayores. Ambos veníamos de dos matrimonios anteriores, nunca se
nos ocurrió casarnos, pero compartíamos la mitad de los días de
la semana en su casa. A Oscar le habían concedido el Premio
Nacional de Ensayo por su obra
“Las voces de la novela”,
fue profesor de Teoría Literaria y luego decano de la
Universidad Nacional del Nordeste, y miembro de número de la
Academia Argentina de Letras. Su prosa es notable. En 2008 leyó
una cantidad de relatos míos y juntos seleccionamos veintitrés,
los que conforman
“Cuentos del loco amor”, para publicarlos a pedido suyo;
acepté con la condición de que él socializara una añosa novela
inédita que yo había disfrutado: así se hizo. Con el título de
“Crónica de Santibana”
fue impresa, luciendo en su primera página la conmovedora
dedicatoria de
A Silvia.
Silvia Mazar con Oscar Tacca, etc.
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Silvia Mazar con María Barrientos, Inés Manzano, Gustavo
Villamor, etc.
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10 —
¿Cómo encarás la corrección de textos?
SM —
En narrativa procuro que el texto tenga fluidez, que vaya
deslizándose junto a lo que cuenta con suavidad y con firmeza;
privilegio el “cómo” se dice por sobre el “qué” se dice. En
poesía es diferente porque el poema surge de un lugar del cuerpo
que desconocemos, entonces lo dejo que viva por sí mismo; allí
la corrección es meramente estética, que no sobre ni falte nada
y que la disposición de los versos también hable.
Cuando corrijo a mis alumnos es complicado, pues hay que
llevarlos de la mano por un camino que sólo ellos conocen,
hacerles ver con objetividad lo que es perfectible, pero sin
alterar la propia voz.
Silvia Mazar con Patricia Ortiz
11 — ¿Qué es lo que más apreciás en un narrador y qué en
un poeta?
SM —
En un narrador, el buen momento que me hace pasar por medio de
una trama inquietante o de un humor sutil. En un poeta, en
cambio, la emoción, la sinceridad, el despojamiento y el que no
trate de seducirme con malas artes.
Silvia
Mazar con Daniel García Helder, R. Pignolino, Mirta Sod, J. L.
Estrella, Miguel A. Córdoba, María Chiesa, María Simoes,
Graciela Corrao, Jorge D'Jain, Isolina Raíces, etc.
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12 — ¿Has escrito poemas o cuentos inspirados en
anécdotas que otros te contaran?
SM —
No, nunca, con mi imaginación y todo lo visto y vivido me
alcanza. Considero que los relatos no surgen de una anécdota,
sino de la piel estremecida en un momento que, en mi caso, es
mucho más rico imaginarla.
Silvia Mazar con Ivana Szac, Jorge Luis Estrella, María
Elena Simoes y Mirta Sod
13 — Cito a Arnaldo Calveyra:
“Cosas que me pasaron
durante la infancia me están sucediendo recién ahora.”
¿Dirías que te han pasado durante la infancia cosas que te estén
sucediendo recién ahora?...
SM —
Lo que yo diría sin dudarlo es que me suceden ahora las cosas
que hubiera querido que me sucedieran en la infancia, como ser:
jugar con otros, tener amigos afines, compartir momentos de
risa, de canto,
de no temer, de gozar con frescura de ciertas instancias.
Silvia Mazar con Irene Zava, Cynthia Rascovsky, Ivana Szac,
María Chapp, Daniel Quintero y Nabor Álvaro Córdoba
14 — Animales legendarios: ¿centauro, minotauro,
unicornio, ave Fénix o esfinge?
SM —
El ave Fénix, siempre; incluso es el mote que me han puesto
varias personas que conocen mi vida. Me niego al golpe bajo,
pero sé de qué estoy hablando: por eso el ave que, calcinada,
vuelve a renacer con un plumaje nuevo.
Silvia Mazar con Jorge Luis Estrella y otros escritores
15 — El escritor argentino Héctor Germán Oesterheld, a
sus microficciones las denominaba simplemente “supercortos”. A
las tuyas, Silvia, ¿cómo las denominás? ¿Qué microficcionista
está en lo más alto de tu podio?
SM —
Se las llama microficciones, mini relatos, no sé, para mí es el
formato casi ideal y lo practico desde mucho antes de que se
pusiera
“de moda”, por intuición o porque soy de aliento corto.
Shakespeare
dice: “La brevedad es el
alma del ingenio”. Bueno, vuelvo, yo los llamo textos
breves, porque no siempre relatan algo y también pueden
ficcionar una realidad. El texto breve tiene el encanto de la
pincelada. Hace varios años se me ocurrió reunir una serie de
textos brevísimos bajo el título de “Escritos
para ojo izquierdo”; se la mostré a Perednik y le gustó
mucho, incluso me instó a que la publicara. Ahí está, en una de
las decenas de carpetas que guardo. Comparto con vos y los
lectores el más breve de todos, con hechura de diálogo teatral:
Niño:
―¿A qué jugamos?
Niña:
―A nada,
Niño:
―Entonces preparo todo.
Son tantos los autores que, en algún momento, han
incursionado en el género. Mi podio estaría encabezado por el
guatemalteco Augusto Monterroso.
Silvia Mazar con la escritora Liliana Varela
16 — ¿Has fantaseado alguna vez con la organización de un
café literario? ¿Qué aspectos mejorarías?
SM —
No, no me interesó nunca. Incluso en dos oportunidades me
ofrecieron
coordinar en conjunto. A los cafés literarios que he asistido y
a los que sigo asistiendo, muy pocos hoy, les mejoraría el tema
del
micrófono abierto;
hay poco rigor en la extensión de lo que se lee y eso los torna
aburridos. Los encuentros con sólo escritores invitados son más
llevaderos, cuidando el nivel de los convocados. Agregar música
siempre es atractivo y matiza.
Silvia Mazar con Daniel Grad y Alicia Messuti
17 —
¿Temas musicales maravillosos y temas musicales que detestás?
¿Libros que valorás pero que no te hayan entusiasmado?
SM —
La música es para mí insoslayable. El
Concierto n° 1
para piano y orquesta de Tchaikovski lo escucho con la misma
emoción desde los seis años. Luego, mis preferencias van por
Joan Manuel Serrat, el gran Astor Piazzola, Chico
Buarque, Ney
Matogrosso, las sonatas de Beethoven, más de un bolero, Frank
Sinatra, la
Sinfonía inconclusa
de Franz Schubert, el Chango Spasiuk, Charles Aznavour, los
Beatles…
No llego a detestar ninguna música; lo que no me gusta es
el rock pesado —creo que se llama
heavy metal—, esa
música no.
Lo de los libros es difícil, porque cuando alguno no me
atrapa lo dejo y no me da tiempo a efectuar una valoración; casi
siempre se trata de una novela. Lo que sí admito es que Jorge
Luis Borges (quién se atrevería a discutirlo) en varios de sus
cuentos no logra engancharme.
Silvia Mazar con el poeta Jorge Cambiaso
Silvia Mazar con Jorge Luis Estrella, María Elena Simoes, etc.
18 — ¿Cuáles son tus géneros y autores favoritos?
SM —
Mi géneros favoritos siempre han sido el cuento y la poesía.
Aunque con lo que voy a decir pareciera contradecirme: leí los
siete tomos de “En busca
del tiempo perdido” y desde hace ocho años integro un grupo
de lectura —reuniéndonos una vez por mes— de Marcel Proust. Pero
Proust no es clasificable: es el ser humano, es la vida, es
todo. Uno puede releerlo y siempre le estará diciendo algo
nuevo; me produce una sensación que va más allá de la
literatura. Proust para mí es como entrar en una habitación,
cerrar la puerta y quedar a solas con él.
Siguiendo con los autores, yo soy muy de releer, me
enamoro de ellos y los sigo a través de los años. Mis preferidos
son el uruguayo Felisberto Hernández, Julio Cortázar, Clarice
Lispector, el gran John Cheever, al que vuelvo y vuelvo, lo
mismo que a “Dublineses”
de James Joyce.
Con los poetas me pasa lo mismo: Federico García Lorca es
el más grande; Raúl González Tuñón, Juan Gelman, Olga Orozco,
E.
E.
Cummings, Marosa di Giorgio, sólo por citar los más
entrañables.
19 — ¿Qué es lo que principalmente te escandaliza? ¿Sobre
cuál “personaje inolvidable” escribirías?
SM —
Me escandaliza el mal gusto. La falta de discreción. El creerse
superior. El no respetar las propias limitaciones. Esto me hace
sonrojar verdaderamente.
Nunca se me hubiera ocurrido escribir sobre un personaje
que admire. Para eso se necesita una capacidad que yo no tengo.
Mi personaje “inolvidable” es Sor Juana Inés de la Cruz. Sé de
ella, por ejemplo, a través de la película “Yo, la peor de
todas”, dirigida por Maria Luisa Bemberg, basada en el ensayo
“Sor Juana o las trampas
de la fe”, de Octavio Paz; me conmueve, sobre todo, por su
libertad, conseguida aun a costa de su paradojal pérdida, y por
cómo defendió su amor por la belleza del saber. Si se me
ocurriera escribir sobre ella, cosa más que dudosa, elegiría
narrar un día entero de su vida desde los ojos de ¿quizá? la
persona que limpia su habitación.
*
Silvia Mazar selecciona poemas de su autoría para acompañar esta
entrevista:
Los ojos (glaucos diría mi madre)
serán heredados de abuelos
y los pasaremos
como
bolitas a otros hijos
de hijos que
encontrarán
este poema en este
cuaderno
un día
Estaremos ahí, en
cajones de
cómodas, en
cajones de cedro bajo la tierra
húmeda
Habremos dejado un dibujo junto al anotador
del teléfono que
nos diera alguna noticia
habrá rombos cruzados con trapecios
(porque
nos gustaba la geometría, pero sólo en
estos casos)
Nuestro
aire suspirado será el
aire de los otros
el quejido suave del suspiro
nos lo habremos llevado
(de “Otras son de arena”)
*
Hay algo dentro mío sin terminar
que levanta unas lágrimas marrones
cuando la risa
me deja descalza frente a la ventana
Hay unos apuntes sin ordenar que
bajan los aleros de aquella casa
hasta el patio dormido en uvas
en canciones desarmadas
que muestran sus dientes blancos
de tal dulzura
que da miedo
por aquellos con quienes volamos distintos cielos
y no recordamos
a
pesar de sus alas
(de “Otras son de arena”)
*
Jaula oscura de palabras
pieza de un ajedrez jugado con el diablo
sentada de este lado de la mesa
pienso
cómo mover la reina, el peón, el caballo
para no perder una vez más la partida
Quisiera irme más lejos de lo lejos
quizá eso sea morirse
no hay lejos intermedio
la vida atenaza con sus horas
sin rampa de emergencia
Bob Dylan me susurró
al oído
no te afanes
hasta los pájaros
están encadenados
al cielo
(Inédito)
*
El cielo es de cerezas
en
el aire se tiñeron todas
de su jugo de vida
cayeron del árbol hasta nosotros
y es de cerezas
el cuerpo tibio de la
melancolía
Juntadas en las manos
como un cuenco
rojas de labios
atardecer derramado
en los sentidos
Ramas cuajadas y
las risas abajo
caían, se pisaban,
se perdían
Hoy vuelven a mí
y casi nada importa
sólo es un cielo
todo lo vivido
un cielo de cerezas
en
medio de la vida
(Inédito)
*
Olas verdes como una
leche ingenua
colmando la memoria
que se fija en los muslos
salpicados
y se entretiene en el irse
y
volver
por los arpegios de
todo lo perdido
Olas tiernas de caracoles
infladas en su fuerza descarnada
se arrojan y
nos llevan
para después abandonarnos
La orilla ha quedado sin tiempo
el sol acompaña la música
celeste
Somos un niño en presencia de la furia
(Inédito)
*
Animales de bostezo oscuro
pastan con su rebaño a orillas del deseo
su miel antigua me roza
desde la punta del puro pie hasta la nuca
No he presentido
he visto instantes transparentes
he bebido
ese vino que me dio algunas verdades
y me apoltrono en medio de esta noche incandescente
con su risa tronando en al azogue
No
hay dos días iguales en mis días
animales oscuros
a orillas del deseo
(Inédito)
*
Entrevista
realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires, Silvia Mazar y Rolando Revagliatti, 2016.
http://www.revagliatti.com
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