Wittgenstein / La Filosofía Detrás Del Misterio
La idea de que
todo individuo alberga un misterio, se maximaliza al
caso Wittgenstein, pero no por su carácter excéntrico o
jerarquía filosófica, sino por su capacidad de renunciar.
Renuncia tal vez solo comparable a la que hizo el joven
Rimbaud, en la poesía, pero sin ese cinismo que caracterizó a la
etapa de explorador y traficante del poeta francés, sino más
bien a partir de un ocultamiento casi místico, que lo llevó a
maestro de escuela primaria y a jardinero de un monasterio en
las afueras de Viena.
Algunos han
hablado de la "crisis de sus años perdidos", al referirse al
período en el que, tras terminar el Tractatus logico-philosophicus, y
pensar que había hallado la solución a todos los problemas
filosóficos, abandonó la filosofía para dedicarse a jardinero. Ludwing
Josef Johann Wittgenstein tenía solo 29 años, cuando renunció
a todo ese edificio de pensamiento que había originado, y con
ello, al movimiento que empezaba a gestarse en torno suyo.
Algunos dicen que sus ideas fueron tan brillantes y originales
que provocaron, no uno sino dos quiebres en la historia de la
filosofía, y que su obra inspiró dos escuelas filosóficas
importantes que -a decir de otros- luego repudiaría. El primer
Wittgenstein influyó en el Positivismo lógico del Círculo de
Viena, que más tarde derivará en el Empirismo lógico, y el
segundo, en la Filosofía del lenguaje, del grupo de Oxford, pese
a que algunos han afirmado la existencia hasta de cuatro
wittgensteins.
Alguna vez
dijo que regresó a la filosofía sólo porque pensó que podía
hacer obra creadora nuevamente. Por ello, a partir de su retorno
a Cambridge, a principios de 1929, comenzó a levantar los
cimientos de una nueva filosofía, distante y contraria a la del
Tractatus, en una suerte de desdoblamiento que lo llevó a
oponerse a sí mismo, es decir a las ideas del Tractatus
enarboladas con éxito por los positivistas lógicos del Círculo
de Viena, animado por Moritz Schlick. Período que se inicia con
sus cuadernos Azul y Marrón, que continuará con sus
Investigaciones filosóficas, y solo terminará con su muerte en
1951.
Nacido en
Viena, Austria, en 26 de abril de 1889, quizás solo en él, mucho
antes que en Derrida, se hace justicia aquella frase que
escribiera Emil Cioran en los años 50s: “Un libro que después de
haber demolido todo no se ha demolido a sí mismo, nos habrá
exasperado en vano”. Wittgenstein. Es probable -como escribiera
Georg Von Wright- que su vida haya transcurrido al borde de la
enfermedad mental y con el temor de verse arrastrado más allá de
ese borde. No obstante, sus ideas eran absolutamente claras y
originales.
Mas, pese a
esa sencillez y su profundo sentido de la amistad, Ludwing no
había superado su obsesión por la muerte, una obsesión que en
uno de sus períodos de crisis, en el que se sumergió en la obra
de Tolstoi, lo habría acercado a leer el evangelio, inspirando
en él esa cristiana capacidad de humildad y desprendimiento, que
lo llevaron a jardinero de un convento en Hutteldorf, lugar en
el que incluso pensó alistarse.
Es probable
-como escribiera su discípulo Georg Von Wright- que su vida haya
transcurrido al borde de la enfermedad mental y con el temor de
verse arrastrado más allá de ese borde, pero sus ideas eran
absolutamente claras y originales. En 1938, cuando Alemania
invade Austria y desaparece la nacionalidad austriaca,
Wittgenstein, se nacionaliza británico. Mas nunca se evadió del
horror, y participó activamente en las dos guerras mundiales.
Ellas marcarán profunda e irremediablemente su vida, como la de
muchos de su generación. En la primera combatió como voluntario
por el ejército austriaco -su amigo el matemático David Pinsent,
a quien dedica el Tractatus, murió en el campo de batalla. Más
tarde al desatarse la Segunda Guerra, renunció a su cátedra en
Cambridge para alistarse como ayudante en el Guy's Hospital de
Londres, y luego en un laboratorio médico de Newcastle.
Dicen que
cuando en 1918 fue hecho prisionero y recluido en un campo de
concentración italiano, llevaba en su mochila el texto íntegro
del Tractatus logico-philosophicus -uno de los libros más breves
e importantes del siglo XX. Consideraba que sus ideas eran
constantemente mal interpretadas-ya antes se había manifestado
inconforme con la introducción que Bertrand Russell, había hecho
a su Tractatu- por ello decidió no publicar más mientras
viviese. Después de 1929, adquirió la costumbre de dictar
cuadernos completos a sus alumnos para que -a decir de él- al
menos se llevarán algo entre manos, si no podían hacerlo en la
cabeza. Creía que sus clases y conferencias eran una forma de
publicación.
El Cuaderno
azul, fue dictado entre 1933 y 1934, el Cuaderno marrón, en
1935, textos que presentaban ya sus nuevas ideas, y que
circularon en múltiples copias mimeografiadas que fueron muy
populares en los círculos filosóficos británicos de la época.
Un año después iniciará la redacción de Investigaciones
filosóficas. A pesar de lo radicalmente opuesto de sus períodos
creativos, el nexo común entre el primer Wittgenstein y el
segundo, es que ambos centran su atención en el lenguaje y
asumen su compromiso esclarecedor.
El primer
Wittgenstein consideraba que los problemas filosóficos se
hallaban en el mal entendimiento del lenguaje. "El mundo es todo
lo que acaece", dice en el Tractatus; y como solo acaecen
hechos, si éstos pueden ser reducidos a formas lógicas que
puedan ser expresadas en frases que serían una suerte de
pinturas o cuadros exactos de la realidad, se acabarían entonces
todos los sinsentidos y los problemas filosóficos con ellos.
Así, limpiar al lenguaje de todas las impurezas y necedades que
lo contaminan, llegaremos al lenguaje ideal y exacto propuesto
por la ciencia, planteado como modelo para el habla común
esencialmente defectuosa.
El segundo
Wittgenstein, el de Investigaciones filosóficas, se aleja
totalmente de sus anteriores premisas para entender que el
lenguaje científico, el exacto, no tiene por qué ser modelo para
el lenguaje común, pues las palabras no poseen significados
únicos. Entonces se embarca en la búsqueda de claridad a partir
de la frase: "No preguntes por el significado, pregunta por el
uso", estableciendo que es en los múltiples usos o “Juegos de
lenguaje”, donde irán surgiendo los conceptos. "Es la praxis la
que llena de significado los términos que usamos".
En
Observaciones sobre los colores, el último de sus libros,
redactado mientras escribía el volumen Sobre la certeza, escrito
incluso hasta dos días antes de su muerte. La originalidad con
que él aborda el asunto de los colores resulta única entre todos
los estudios y existentes en torno al tema. Por ello tras leer
Óptica de Newton y la Teoría de los colores de Goethe,
Wittgenstein consideró que ni el estudio físico ni el
psicológico explican la esencia lógica del color, y elaboró una
teoría alternativa, distante del terreno experimental, en el que
se han elaborado estas teorías, deteniéndose en el concepto.
Texto en el desestructura la soberana indeterminación que reina
en el mundo de los colores. Pues si la mirada capta el color y
uno lo nombra, se abandona el campo fenoménico para pasar al
lingüístico, y es allí donde deben resolverse todos los
problemas, al ser el único lugar en el que podemos entendernos.
Wittgenstein
no entendía la filosofía como una doctrina, sino como una
actividad esclarecedora cuya función es rescatarnos de la
confusión delimitando el terreno del pensamiento. Y cómo el
pensamiento se expresa en el lenguaje, es allí donde deben
trazarse los límites y disipar malentendidos. Por eso su método
para acceder al conocimiento, está cercano al ejercicio
mayeútico desplegado por Sócrates, pero no es la única
coincidencia, pues solo en Wittgenstein pudo repetirse ese
magnetismo e influencia que tuvo el maestro griego con sus
discípulos.
Resulta
extraño que alguien que execraba la existencia de acertijos y
tomara partido por la claridad, haya sido un enigma en sí mismo.
Criticado por su escape hacia el misticismo por Bertrand
Russell, sobre todo por el aforismo incluido en el Tractatus: “El
significado de este mundo debemos buscarlo fuera de él”. Pero
para un tipo tocado por el hado de la genialidad, una suerte de
Rey Midas que parecía condenado a innovarlo todo, con una
predilección suprema por el aforismo filosófico; para un
descendiente de judíos nacido en Viena, que vivió entre 1889 y
1951, y tuvo que afrontar activamente las dos guerras mundiales,
definitivamente la vida no fue fácil. Y pese a todo logró
traspasar los límites de la normalidad y alcanzar la genialidad.
Bertrand
Russell ha manifestado que conocer a Wittgenstein fue una de
las aventuras intelectuales más apasionantes de su vida. Y tal
vez sus palabras expliquen un poco el misterio que rodeo a
Wittgenstein: el por qué una sola existencia pudo albergar a dos
personas que luego se opusieron filosóficamente. Además de por
qué, luego de tanto tiempo de olvido, el pensamiento posmoderno
–Lyotard entre ellos- lo hayan reclamado y reivindicado, aunque
muchas veces sin nombrarlo. Lo es una muestra de que en el
pensamiento contemporáneo adolece de un “wittgensteinianismo
inconsciente”, de un tópico que ha ido interiorizándose hasta
hacerse de uso común en la teoría de las ciencias sociales y
estudios culturales, ante los variados intentos de fraguar
explicaciones comprensivas, elucidatorias, con analogías
transplantadas, a partir del estudio de los juegos de lenguaje,
hacia el estudio de una pragmática cultural inestable.
Norman Malcom recuerda sus
últimas palabras, pronunciadas momentos antes de su muerte:
«"Dígales que he tenido una vida maravillosa", con el “dígales”,
sin duda se refería a sus amigos íntimos. Cuando pienso en su
hondo pesimismo, en la intensidad de su sufrimiento mental y
moral, en el modo implacable como condujo su intelecto, en su
necesidad de amor junto con la aspereza que repelía al amor, me
siento inclinado a creer que su vida fue cruelmente desdichada.
Y no obstante en el ocaso él mismo dijo que había sido
"maravillosa"».
(c) Rafael Ojeda