Películas
En mi pueblo había un cine. El dueño saludaba
a los vecinos como un cura a la entrada de su iglesia
y era el cine, en verdad, como una iglesia
a la que íbamos, por la tarde, los domingos. Estaba
sobre la ruta, frente a los trenes que cruzaban
la llanura. Por el veredón paseaban las parejas
con cucuruchos de helado y escuchaban los hombres
el partido en pantalón de baño y camiseta. En el atrio
había un kiosco y en el kiosco una mujer vendía
titas y rodhesias. Con vestidos de piqué, los domingos
por la tarde las dos íbamos al cine, a ver
a Marisol,
a Doris Day, a Joselito.
Un día no llegaron
las películas y pasaron un drama en blanco y negro.
Recuerdo a la
salida la cabeza borracha, el veredón
donde arrastraban su tedio las parejas, los hombres
traspirando sus camisetas de tira y los camiones
que rugían por la ruta, con las luces encendidas,
las primeras de la noche que llegaba.
Teresa
Me pusieron Teresa
porque era el nombre
de mi abuela y anduve por la vida
con mi nombre de vieja. Es un nombre
de santas y de reinas pero a mí no me gustaban
las santas ni las reinas. Yo quería un nombre
breve, un nombre leve
y no este nombre de cristiana nueva.
Mi buena
Teresita,
era la frase de mi padre, pero yo no
quería ser pequeña, hasta que un hombre
de brazos fuertes, de barba oscura dijo
mi abuela se llamaba Teresa, mi
hermana se llamaba Teresa, mi
primera maestra se llamaba
Teresa, ¿cómo te podría
olvidar?
Ritornello
Íbamos esa tarde hacia el centro, en el pueblo.
En el brillo de otoño, mi padre es un hombre
que va pensativo, que avanza sereno, con el pelo
retinto y los ojos brillantes. El silencio es su virtud.
Alguno quizás le ha soltado la mano,
para hacer
que heredáramos tanta nostalgia. Lo recuerdo
esa tarde y después otra tarde desgranando maíz,
siento ruido de granos cayendo en la lata. Esta
vez me pidió que tuviera paciencia, se le nublan
los ojos. Es el humo,
me ha dicho, no he logrado
que el tiraje mejore y ha venido el invierno.
Tiene miedo, lo descubro esa tarde.
Es tu madre,
me dice. ¿Sanará?, le
pregunto. Sanará, me
responde, y se queda en silencio. Yo
quisiera pedirle que me cuente la historia
del amigo lejano, que hagamos la cena,
pero él se levanta. No
puedo hacer nada si no
está aquí tu madre, es cuestión de mujeres
los hijos, la casa.
Son cuestiones del hombre
no saber hacer nada.
Un día serás grande,
tendrás un marido, sabrás lo que pasa.
Pero
yo no sabía, iba sola en el mundo con mi mano
en su mano. No sabía que tendría dos hijas,
que las hijas buscarían un padre,
que otro
hombre les daría su moneda de sangre. Han
pasado los años, el invierno ha llegado, se
recuerda la escarcha, puedo ver crisantemos
desde el porche de la casa, una
calle de tierra,
la vereda gastada, los zapatos del color
de los ojos, brillando. El piloto, el abrigo
que llevaba mi padre, la corbata…, yo
retengo esas cosas pequeñas, esos mínimos
datos, los preservo de todo, las cuestiones
privadas que se dicen a nadie, las palabras
de siempre: ya sabrás lo
que pasa
De Cleofé (Caballo
negro, 2017)
Con mi hija, en auto
A Josefina
Íbamos, con tu hija durmiendo
en el asiento de atrás, hablando las dos
de un modo nuevo sobre cómo lo real
atraviesa la experiencia del cuerpo
y de la psiquis. ¿Estás
cansada?,
pregunté y enseguida pensé que había
hablado por demás. En otros tiempos
reprochabas no hables
fuerte, no hables
tanto, no hagas gestos,
pero anoche,
en la oscuridad del camino que va a casa,
preguntaste por mis partos, mis puerperios,
y yo te conté de aquella noche
llegando más muerta que viva al hospital.
Largué lo que tenía atascado en la garganta
y vos dijiste a mí si me
hacen eso, los mato,
te juro que los mato.
Hablábamos las dos
de un modo nuevo, en medio del camino,
con tu hija durmiendo en el asiento
de atrás.
Entonces me contaste
lo que habías leído, que todo el dolor
que guarda el útero se sana en los hijos
de los hijos, y la resaca que guardaba
se fue limpiando entre los saltos
del auto sobre el ripio.
Sólo escucho a la niña
Aprendí mucho de ellas,
dice mi hija
por teléfono y comienza a nombrar
a abuelas, madres, tías…
en la casa
que queda al pie del cerro, me enseñaron
a bordar, pirograbar, a hacer flores
de papel para los muertos. Me contaron
historias de mujeres, amores de ellas
mismas: alguien le decía mi tusquita,
otro entró a la historia del boxeo,
un cantor cantaba soy del treinta,
un gringo que pasaba por los campos,
una de ellas sedujo a un hombre joven,
otra se olvidó un día del marido,
y otra…
las nombro como un mantra,
dice, Francisca, Cleofé, Petrona, Arcadia.
Laureana, Gregoria, Gioconda,
Juana,
brotan sus nombres en el teléfono,
mientras la niña tapa con balbuceos
su voz de madre. Y entonces ya no escucho
sino a esa niña que habla con la fuerza
de lo que nace, como debe ser.
De Sueño americano (Caballo negro, 2008)
Patti S. / 1975/ Photograph by Robert Mapplethorpe
Yo quería grabar un álbum que hablara de caballos
y te pedí que me sacaras una foto para la tapa.
Una foto que haga historia, dije, y vos hiciste ésa
donde yo no era hombre ni mujer. Habíamos dormido
demasiado. Me puse aquella ropa que era como un uniforme,
en la calle y en el escenario. Nada de asistentes,
dijiste, quiero un triángulo de sombras. La luz
ya había muerto entre nosotros. Me pediste que me quitara
el saco porque te gustaba mi camisa blanca
y yo me lo puse al hombro, como Sinatra, y lo sostuve
de un extremo para que no cayera. El álbum
empezaba con esa frase que solía decirte por las noches:
Jesús murió por los pecados de alguien, no por los míos
y la frase que hubiera cabido en boca de mi madre
se mezcló con la canción de una chiquilla suicidándose.
Patricia Lee
Flota Patricia Lee sobre la vereda, como un poema
de Rimbaud. Es de oro la luz y sin embargo ella sabe
que puede no alumbrar. Cuando era chica quería ser
poeta. Tenía al niño genio de la mano, pasaba con él
su temporada en el infierno. Saludaba el ojo bizco
camino del templo a los vecinos, pensando
que su palabra no era para esa gente. Algún día volveré
y seré millones, se decía, cantaré en estadios,
estudios, festivales, y aplaudirán los músicos del mundo,
no esta gentuza de pueblo. Cuando era chica quería ser
famosa. Más tarde quiso ser la monja de Calcuta.
No la maldita, no la artista consumida, no la puta,
sino la que llora al hermano muerto, al marido muerto,
a los amigos. Ya no hay distancia entre los sueños
y la vida. Por eso canta en la noche en los estadios,
los estudios, los rincones de su casa. Canta Patricia Lee
y mientras canta la maldicen los bizcos y los genios,
gritan camino del templo los poetas,
Volvé a tu casa,
Patti, volvé a tu casa.
Pero Patti lee,
Patti Lee….
Muchacha de Ucrania/ 2003
¿Cómo van en tu tierra las cosas?,
pregunto. Siempre peor, me responde,
es todo una
mafia. Mi prima allá abajo
levanta la mano.
La chica se llama Alexandra
y va a trabajar a Gerona. Tiene a su padre
en Valencia y a su madre limpiando
un albergue en Milano.
Su hermano,
que cumple catorce, se ha quedado en Ucrania
cuidando la casa. Hablo tres lenguas, me dice,
ucraniano, moldavo y rumano, pero eso
no sirve
en España. En el bus van gitanos, letones
y húngaros, y esta chica que tiene a su madre
en Milano. También va una mujer de Trujillo
que no tiene papeles, me lo dijo comprando
el pasaje. Hay un sitio mejor
y está lejos.
(Por
la tarde
he llamado a mis hijas.
No estaban)
Yo quería quedarme
cuidando la casa, me dice la chica de Ucrania,
pero es mejor que se quede mi hermano.
Conversando, he olvidado que estoy todavía
en Torino, que el bus no ha arrancado,
que mi prima allá abajo levanta
la mano.
Los hermanos García/ 1978-1983
A Juan, Antonio y Mary.
Por la ventana que da a la Escuela Alberdi, veo pasar
hacia la noche a chicas como yo y a los muchachos.
Los escucho reír en la vereda, bajo esta ventana pequeña.
Es noche de sábado y los hermanos cocinan puchero
de falda y de quijada. Sé que otros se han escondido
en el Tigre, en la Patagonia o en Longchamps. Algunos
mandan señas, flores sobre la falda, desde Oslo,
Gotinga o Amsterdam. Yo vivo tras este ojo de buey,
con la quijada contra el marco, mirando a las chicas
y muchachos que cruzan la avenida. Es también sábado
en la pieza del hotel, sobre los techos de esta casa
de citas, junto a la comisaría, donde alquilan
los camioneros sus siestas de amor con los colimbas
o las mujeres de la Humberto Primo.
Aquí, tras el vidrio
de esta raja de luz, bajo el ala de unos gallegos venidos
de Inriville, espero que pasen los meses o los años.
García quiere decir Smith y el más común de los mortales
se llama Juan. Sube cada mañana la precaria escalera
con su manojo de llaves y comida y como una lonja
de sol me abre paso entre putas, milicos y viajantes.
(C) María Teresa Andruetto
De Kodak (Argos, 2001)
Hamaca
Estoy en cama
(la enfermera
se llama Erminda)
Por la ventana que da al patio,
mi hermana pasa a bordo de una hamaca.
Pasan también las moras, el verano,
las chicharras. Ha de ser octubre,
como esta tarde, o tal vez noviembre,
y el calor agobia, porque mi padre
que llega del trabajo, se ha soltado,
cosa extraña, la corbata. Yo estoy
en cama. Y Ana que pasa alegre,
viva, a bordo de la hamaca.
Habrá sido de vidrio el aire,
como esta tarde.
Desnuda en la tienda
No era coqueta
Era
fuerte.
June Jordan
Necesito ropa, dijiste. Una blusa
alegre, de color subido. Y fuimos
a la tienda. La chica que nos llevó
a los vestidores se llamaba Tula.
Te queda rico, dijo, te queda de novela.
Nos metimos las dos en esa caja,
entrábamos apenas.
Como no había asientos ni percheros
te ofrecí mis brazos.
Te sacaste el vestido, la campera,
te sacaste la blusa, las hombreras,
te sacaste el turbante, la remera,
te sacaste el corpiño, la bolsita de mijo,
te miraste al espejo y me miraste
y yo vi tu pecho crudo, las costillas
al aire, y después tu corazón
como una piedra, fuerte y fatal
como una piedra.
Instantánea con caballo
Tu cuerpo de muchacho
tira las riendas: la pierna
avanza y es bonito el caballo,
te diría, con su pelaje oscuro.
Tal vez sea una yegua mansa
porque hay niños sobre el lomo,
sin cabalgadura. Tu hermano
se ha vuelto hacia el fotógrafo
y están los otros en el cogote
y en la grupa.
Es una foto de blanco
y negro, con los bordes ajados,
te diría ( causa gracia
esa remera
de banlon, sobre los pantalones
nuevos).
Tu madre, escondida
tras los niños, sostiene todo.
Veo las piernas y la pollera;
es su fuerza lo que miro,
te diría.
Visita
Hoy vino mi madre a visitarme
y caminamos las dos por estas calles.
Hablamos de mi hermano,
de los hijos, de las chicas del Sur,
de mi cuñado. Otra vez yo critiqué
al gobierno y ella dijo otra vez
“¡Es un país tan grande!”. No quiere
que me queje: “¡Este país generoso
recibió a tu padre!” y rodamos las dos
hacia una zona de tristeza, en silencio,
hasta que se detiene y dice: “Ayer
hice dulce de duraznos” y yo digo
que hablaron de mi libro
en el diario.
Peras
Había una
rosca cubierta
de azúcar,
una mesa con el hule
verde y una
frutera de vidrio
(por la
loneta de las cortinas, el sol
sacaba
tornasolados color de ajenjo),
y había
peras. Recuerdo los cabos rotos
y el punto
negro que, en una de ellas,
hace el
gusano. Sé que las dos teníamos
el pelo
corto y unos vestidos
almidonados.
Después algo
(quizás el viento)
sonó allá
afuera y mi madre dijo
que acababan
de pasar
Los Reyes.
Lunes
Los lunes mi
padre llegaba tarde
y traía
chocolates amargos.
En la cama
grande, mamá nos leía
La Cabaña
del Tío Tom.
A nosotras
nos gustaban los lunes,
nos gustaba
llorar por tristezas
de cuento,
sufrir por los negros
mientras
comíamos chocolates
Suchard.
Citroën
Regresábamos
en un Citroën
rojo, desde
una laguna de sal,
un pueblo
ahora de fantasmas,
a nuestra
casa, en la luz. Y él
cantaba, de
viva voz, como
nunca
cantaba, voglio vivere
cosí, con il
sole in fronte, y
mi madre y
nosotras también
cantábamos.
(C) MARIA TERESA ANDRUETTO
María Teresa Andruetto
(Aº Cabral, 1954). Publicó novelas, ensayos, cuentos y libros
para niños. En poesía,
Palabras al rescoldo, Pavese y otros poemas,
Kodak,
Beatriz,
Pavese/Kodak, la antología personal
Tendedero, Sueño
Americano y
Cleofé. Sus poemas son el tema de tesis doctoral de
Blanca Rodríguez Vasquez (UNAM, 2017) y de Tríptico en tono
menor (Luisa Ruiz Moreno, E y C, México, 2014) entre otros
muchos estudios. Actualmente Ediciones en danza prepara su
poesía reunida. Tradujo del portugués a la poeta ítalo brasileña
Marina Colasanti y preparó selección y prólogo de
La pesadora de perlas
con poemas de Circe Maia. Obtuvo entre otras distinciones
Fondo Nacional de las Artes, finalista Rómulo Gallegos,
Iberoamericano a la Trayectoria en Literatura Infantil
SM/Guadalajara 2009, Premio Cultura Universidad Nacional de
Córdoba, Hans Christian Andersen 2012 y Konex de Platino 2014.
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